martes, 11 de septiembre de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 7


CAPÍTULO VIII
Caminos hacia la Salud Mental (continuación)

El segundo descubrimiento que hizo el grupo fue que todos  ansiaban instruirse. Resolvieron emplear en ello el tiempo que ahorraban en la producción. En tres meses, la productividad de su trabajo creció de tal manera, que podían ahorrar nueve horas en una semana de cuarenta y ocho. ¿Qué hicieron? Emplearon esas nueve horas en instruirse, y se les pagaron como horas normales de trabajo. Primero quisieron organizar un coro, después pulir su gramática, después aprender a leer estados de cuentas de negocios. Inmediatamente se organizaron nuevos cursos, dados todos en la fábrica por los mejores maestros que pudieron encontrar y a quienes se pagaban los sueldos corrientes. Hubo cursos de ingeniería, de física, de literatura, de marxismo, de cristianismo, de baile, de canto y de basquetbol.

Su principio es: No partimos de la fábrica, de la actividad técnica del hombre, sino del hombre mismo... En una Comunidad de Trabajo lo importante no es ganar conjuntamente, sino trabajar juntos para satisfacer una necesidad colectiva y personal.
La finalidad no es aumentar la productividad, ni salarios más altos, sino un nuevo estilo de vida que lejos de abandonar las ventajas de la Revolución Industrial, se adapta a ellas. He aquí los principios sobre los cuales están organizadas esta y otras Comunidades de Trabajo:

1. Para vivir una vida humana, uno debe gozar de todo el fruto de su trabajo.
2. Todo individuo debe poder instruirse.
3. Todo individuo debe participar en un esfuerzo común dentro de un grupo profesional proporcionado a la capacidad del hombre. 
4. Todo individuo ha de relacionarse activamente con el mundo en general.

Al examinar estos requisitos, se advierte que equivalen a cambiar el centro del problema de la vida de hacer y adquirir cosas, a descubrir, fomentar y desarrollar relaciones humanas, de una civilización de objetos a una civilización de personas.
En cuanto a pago, corresponde a lo que hace cada obrero, pero no sólo se tiene en cuenta el trabajo profesional, sino también toda actividad humana que tenga valor para el grupo: un mecánico de primera clase que sabe tocar el violín, que es jovial y tiene don de gentes, etc., tiene más valor para la comunidad que otro mecánico de la misma capacidad profesional pero de mal carácter, soltero, etc. Por término medio, todos los trabajadores ganan del 10 al 20 % más de lo que ganarían con los salarios sindicales, sin contar todas las ventajas especiales.

La Comunidad de Trabajo adquirió una granja de 235 acres en la que todo el mundo, incluidas las mujeres, trabaja tres períodos de diez días al año. Como todo el mundo tiene un mes de vacaciones, eso quiere decir que en la fábrica sólo trabaja diez meses al año. Esto tiene por fundamento no sólo el amor por el campo, sino también la convicción de que ningún hombre debiera divorciarse por completo del suelo.
El poder supremo reside en la Asamblea General, que se reúne dos veces al año. Únicamente las decisiones tomadas por unanimidad obligan a los compañeros (miembros).

La Asamblea General elige un Jefe de Comunidad. Tiene que ser votado unánimemente. El jefe no sólo es el más calificado técnicamente, como debe serlo un director, sino que es también el hombre que sirve de ejemplo, que educa, que ama, que es desinteresado, que es servicial. Obedecer a un llamado jefe que no tuviera esas cualidades, sería cobardía.
El jefe tiene todo el poder ejecutivo durante tres años. Al terminar ese período, vuelve a su máquina.
Todos los cargos responsables de la comunidad, incluidos los de directores se obtienen mediante nombramiento de doble confianza, es decir, que el individuo es propuesto por los trabajadores de una categoría y unánimemente aceptado por los de la otra. En general, aunque no siempre, propone los candidatos la categoría superior, y la inferior los acepta o los rechaza. Esto, dicen los compañeros, evita la demagogia y el autoritarismo.
Todos los miembros se reúnen una vez a la semana en una Asamblea de Contacto, la cual, como su nombre indica, tiene por finalidad mantener a todo el mundo al corriente de lo que ocurre en la comunidad y poner en contacto a todos los individuos entre sí.
En Boimondau hay dos sectores principales: el sector social y el sector industrial. Este último tiene la siguiente estructura:
Los hombres — un máximo de 10 — forman equipos técnicos. Varios equipos forman una sección, un taller. Varias secciones forman un servicio.

El departamento social interviene en todas las actividades no técnicas. Todos los miembros, incluidas las mujeres, deben fomentar su desarrollo espiritual, intelectual, artístico y físico. A este respecto, es instructiva la lectura de Le Lien, revista mensual de Boimondau, que contiene informaciones y comentarios sobre toda clase de cosas: partidos de fútbol (contra equipos de fuera de la comunidad), exposiciones de fotografías, visitas a exposiciones artísticas, recetas de cocina, reuniones internacionales, revistas de conciertos,  críticas de películas, conferencias sobre marxismo, puntuaciones de basquetbol, informes sobre los días de trabajo en la granja, etc. Lo impregna todo un alegre espíritu de buena voluntad. Le Lien es un retrato imparcial de gentes que han dicho 'sí' a la vida, y ello con un máximum de consciencia.

Quizá algunas palabras de los individuos de la Comunidad den una idea del espíritu y la práctica de la Comunidad de Trabajo, mejor que cualquier definición:
Un miembro sindical escribe: Fui delegado de taller en 1936, detenido en 1940 y enviado a Buchenwald. Durante veinte años conocí muchas empresas capitalistas. . . En la Comunidad de Trabajo la producción no es la finalidad de la vida, sino un medio... No me atrevía a esperar resultados tan grandes y completos durante mi generación.

Un comunista escribe:
Como miembro del Partido Comunista Francés, y para evitar malas  interpretaciones, declaro que estoy enteramente satisfecho de mi trabajo y de mi vida comunitaria; mis opiniones políticas son respetadas, y se han convertido en realidad mi libertad absoluta y mi ideal de vida.

Un materialista escribe:
Como ateo y materialista, considero que uno de los valores humanos más hermosos es la tolerancia y el respeto a las opiniones religiosas y filosóficas. Por esa razón me siento particularmente a gusto en nuestra Comunidad de Trabajo. No sólo están intactas mi libertad de pensamiento y de expresión, sino que en la Comunidad encuentro los medios materiales y el tiempo necesario para un estudio más profundo de mis convicciones filosóficas.

Un católico escribe:
He estado en la Comunidad cuatro años. Pertenezco al grupo católico. Como todos los cristianos, me esfuerzo en organizar una sociedad en que sean respetadas la libertad y la dignidad del ser humano... Declaro, en nombre de todo el grupo católico, que la Comunidad de Trabajo es el tipo de sociedad que puede desear un cristiano. Allí, todo el mundo es libre y respetado, y todo le induce a mejorarse y a buscar la verdad. Si exteriormente esa sociedad no puede llamarse cristiana, es cristiana de hecho. Cristo nos dio la señal por la que es posible reconocerse a sí mismo: y nosotros nos amamos los unos a los otros.

Un protestante escribe:
Nosotros, los protestantes de la Comunidad, declaramos que esta revolución de la sociedad es la solución que permite a todos los hombres hallar libremente su satisfacción del modo que han elegido, y ello sin ningún conflicto con sus compañeros materialistas o católicos... La Comunidad, formada por hombres que se aman entre sí, satisface nuestros deseos de ver a los hombres vivir en armonía y saber por qué quieren vivir.

Un humanista escribe:
Tenía 15 años cuando salí de la escuela, y había dejado la iglesia a los 11, después de hacer la primera comunión. Había adelantado algo en mi instrucción, pero el problema espiritual era totalmente ajeno a mi alma. Era indiferente como la inmensa mayoría. A los 22 años entré en la Comunidad. Inmediatamente encontré allí un ambiente de estudio y de trabajo como no había visto en ninguna otra parte. Primero me sentí atraído por el lado social de la Comunidad, y sólo más tarde comprendí cuál podía ser el valor humano. Después redescubrí el lado espiritual y moral que hay en el hombre y que yo había perdido a los 11 años... Pertenezco al grupo humanista, porque no veo el problema como los cristianos o los materialistas. Amo a nuestra Comunidad porque mediante ella pueden ser despertadas, satisfechas y desarrolladas todas las aspiraciones profundas que hay en cada uno de nosotros, de modo que podemos transformarnos de individuos en hombres.

Los principios de las demás Comunidades, ya sean agrícolas o industriales, se parecen a los de Boimondau. He aquí unas declaraciones del Código de los Talleres R. C , Comunidad de Trabajo que fabrica marcos para cuadros:
Nuestra Comunidad de Trabajo no es una forma nueva de empresa ni una reforma para armonizar las relaciones entre capital y trabajo. Es un modo nuevo de vivir en el que el hombre hallará su satisfacción y en el que todos los problemas se resuelven en relación con el hombre todo. Así, pues, está en oposición con la sociedad actual, donde no interesan más que las soluciones para uno solo o para unos pocos.

El fin de la Comunidad de Trabajo es hacer posible el pleno desarrollo del hombre. Los compañeros de los R. G. declaran que eso es posible solo en una atmósfera de libertad, igualdad y fraternidad.
Pero hay que reconocer que, con mucha frecuencia, esas tres palabras no sugieren a la mente más que la inscripción de las monedas o de las fachadas de los edificios públicos.


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