martes, 28 de agosto de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 5


CAPÍTÚLO VIII
CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL (continuación)

C. OBJECIONES SOCIOPSICOLÓGICAS

Lo que los psicólogos de la industria describen con tan brillantes colores es en esencia la misma falta de concentración tan característica del hombre moderno en general. Uno hace tres cosas a la vez porque no hace ninguna de un modo concentrado. Es un gran error creer que es confortable hacer algo sin concentrarse en ello. Por el contrario, toda actividad concentrada, ya sea trabajo, juego o descanso (el descanso también es una actividad), es vigorizante, y toda actividad no concentrada es fatigosa. Todo el mundo puede comprobar la verdad de esta afirmación sólo con observarse un poco a sí mismo.
Los psicólogos de la industria argumentan que: el trabajo en la fábrica moderna no produce, por su misma naturaleza, interés ni satisfacción; además, hay trabajos que no pueden dejar de hacerse y que son positivamente desagradables o repelentes. La participación activa del obrero en la dirección es incompatible con las exigencias de la industria moderna y nos llevaría al caos. Para actuar apropiadamente en este régimen, el hombre tiene que obedecer, que adaptarse a una organización sometida a una rutina. El hombre es holgazán por naturaleza y nada propicio a asumir obligaciones; por lo tanto, hay que condicionarlo para que trabaje sin rozamientos y sin demasiada iniciativa ni espontaneidad.

Para tratar de estos argumentos convenientemente, hemos de permitirnos algunas especulaciones sobre el problema de la indolencia y el de las diversas motivaciones del trabajo.
Es sorprendente que psicólogos y profanos puedan sustentar aún la opinión de la indolencia natural del hombre, cuando tantos hechos observables la contradicen. La indolencia, lejos de ser normal, es un síntoma de desarreglo mental. En realidad, una de las formas peores de sufrimiento mental es el tedio, el no saber uno qué hacer de sí mismo, ni de su vida. Aunque no recibiera remuneración monetaria o de otra clase, el hombre estaría ansioso de emplear su energía en algo que tuviera sentido para él, porque no podría resistir el tedio que produce la inactividad.

Observemos a los niños: nunca están ociosos; con el estímulo más ligero, o aun sin él, siempre están ocupados en jugar, en hacer preguntas, en imaginar cuentos, sin otro incentivo que el placer de la actividad por sí misma. En el campo de la psicopatología vemos que la persona que no tiene interés en hacer nada está gravemente enferma y anda lejos de presentar el estado normal de la naturaleza humana. Hay información muy numerosa sobre los trabajadores en tiempos de paro forzoso, que
sufren tanto o más por el obligado descanso como por las privaciones materiales. No son menos los informes que demuestran que para muchos individuos de más de sesenta y cinco años la necesidad de dejar de trabajar les produce profunda infelicidad y en muchos casos decaimiento y enfermedades.

La teoría convencional y más común es que el dinero constituye el principal incentivo para trabajar. Ésa solución puede tener dos sentidos diferentes: primero, que el miedo a morirse de hambre es el incentivo principal para trabajar; en este caso, el argumento es indudablemente cierto. Muchos tipos de trabajo no serían aceptados nunca a base del salario o de otras condiciones de trabajo, si el obrero no se hallara ante la alternativa de aceptar esas condiciones o morirse de hambre. En nuestra sociedad, el trabajo desagradable y humilde no se hace voluntariamente, sino porque la necesidad de ganarse la vida obliga a muchas personas a hacerlo.

Con la mayor frecuencia esta idea del incentivo del dinero se refiere al deseo de ganar más dinero como motivación para esforzarse más en el trabajo. Si el hombre no fuera tentado por la esperanza de una remuneración monetaria mayor — dice este argumento —, no trabajaría, o por lo menos trabajaría sin interés. Aún existe esta convicción en la mayoría de los industriales y en muchos líderes de sindicatos.
Los últimos datos revelan que aunque el destajo es muy útil para aumentar la producción, por sí solo no resuelve el problema de conseguir la cooperación de los trabajadores. En determinadas circunstancias, puede intensificar ese problema. Comparten esta opinión un número cada vez mayor de psicólogos de la industria y aun algunos industriales.

Pero el estudio de los incentivos monetarios sería incompleto si no tomáramos en cuenta el hecho de que el deseo de ganar más dinero es constantemente fomentado por la industria misma, que confía en el dinero como principal incentivo para trabajar.
Mediante la publicidad, el sistema de ventas a plazos y otros muchos recursos, el ansia del individuo de comprar más cosas y más nuevas es estimulada hasta el punto de que rara vez puede tener dinero bastante para satisfacer esas necesidades. Así, artificialmente estimulado por la industria, el incentivo monetario juega un papel mayor del que jugaría sin ese estímulo. Además, no es necesario decir que el incentivo monetario tiene que jugar un papel importantísimo por cuanto que es el único incentivo, porque el proceso del trabajo es por sí mismo insatisfactorio y aburrido.

Hay muchos ejemplos de casos en que la gente elige un trabajo con menor remuneración monetaria, sólo porque es más interesante por sí mismo.
Al lado del dinero, se consideran incentivos importantes para trabajar el prestigio, la posición y el poder que lo acompañan.
No es necesario demostrar que el ansia de prestigio y de fuerza constituye hoy el incentivo más poderoso para trabajar entre las clases media y alta; en realidad, la importancia del dinero radica en gran parte en que representa prestigio, tanto por lo menos como seguridad y confort. Pero se desconoce con frecuencia el papel que la necesidad de prestigio juega también entre los obreros, los oficinistas y los primeros grados de la burocracia industrial y comercial. La placa del mozo del coche Pullman, del cajero del banco, etc., son cosas psicológicamente importantes para su sensación de importancia, como lo son el teléfono personal y la oficina más amplia para las jerarquías superiores. Esos factores de prestigio también juegan un papel entre los trabajadores de la industria.

Dinero, prestigio y fuerza son hoy los incentivos principales para el sector más amplio de nuestra población: el sector empleado. Pero hay otras motivaciones: la satisfacción de crearse una existencia económicamente independiente y la ejecución de un trabajo bien hecho, cosas ambas que hacen el trabajo mucho más significativo y atrayente que la motivación del dinero y de la fuerza. Pero aunque en el siglo XIX y principios del XX la independencia económica y la pericia eran satisfacciones importantes para el hombre de negocios independiente; para el artesano y para el obrero muy especializado, el papel de tales motivaciones disminuye ahora rápidamente.

En relación con el aumento de personas empleadas, en contraste con el número de personas independientes, advertimos que a comienzos del siglo XIX, las cuatro quintas partes aproximadamente de la población ocupada trabajaba para sí misma; hacia 1870 sólo pertenecía a este grupo la tercera parte, y en 1940 esta vieja clase media comprendía sólo la quinta parte de la población ocupada.
Este paso de trabajadores independientes a trabajadores empleados conduce por sí mismo a disminuir la satisfacción en el trabajo. La persona empleada trabaja, más que la independiente, en una posición enajenada. Ya gane un salario alto o un salario bajo, es un mero accesorio de la organización, y no un ser humano que hace algo para sí mismo.

Pero hay otras motivaciones: la satisfacción de crearse una existencia económicamente independiente y la ejecución de un trabajo bien hecho, cosas ambas que hacen el trabajo mucho más significativo y atrayente que la motivación del dinero y de la fuerza. Pero aunque a principios del siglo XX la independencia económica y la pericia eran satisfacciones importantes para el hombre de negocios independiente; para el artesano y para el obrero muy especializado, el papel de tales motivaciones disminuye ahora rápidamente.
Este paso de trabajadores independientes a trabajadores empleados conduce por sí mismo a disminuir la satisfacción en el trabajo. La persona empleada trabaja, más que la independiente, en una posición enajenada. Ya gane un salario alto o un salario bajo, es un mero accesorio de la organización, y no un ser humano que hace algo para sí mismo.

Y hay un factor que podría mitigar la enajenación del trabajo, que es la pericia que se necesita para hacerlo. Mas también aquí las cosas evolucionan en el sentido de disminuir la habilidad requerida y, por consiguiente, en el de aumentar la enajenación.
En resumen, la inmensa mayoría de la población trabaja en cosas que requieren poca pericia v casi sin oportunidades para desarrollar algún talento especial o para hacer algo que se distinga.

Mientras los grupos directivos o profesionales tienen por lo menos un interés grande en hacer algo que sea más o menos persona!, la inmensa mayoría vende su capacidad física, o una parte extraordinariamente pequeña de su capacidad intelectual, a un patrono que la emplea para tener ganancias que no comparte, en cosas en que no tiene interés, con el único objeto de ganarse la vida y satisfacer por alguna casualidad su anhelo de consumidor.
Disgusto, apatía, tedio, falta de alegría y de felicidad, una sensación de inutilidad y el vago sentimiento de que la vida no tiene sentido, son los resultados inevitables de esa situación. Este síndrome patológico socialmente modelado, puede no ser advertido por las gentes; se le puede ocultar con una huida frenética hacia actividades evasivas, o con el ansia de tener más dinero, fuerza y prestigio. Mas el peso de estas últimas motivaciones es tan grande solo porque la persona enajenada no puede dejar de buscar esas compensaciones de su vacuidad interior, no porque esos deseos sean los incentivos naturales o más importantes para trabajar.

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