martes, 14 de agosto de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 3


CAPÍTULO VIII
CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL

Aunque el capitalismo en el siglo XIX fue criticado por su abandono del bienestar de los trabajadores, nunca fue esa su crítica principal. De lo que hablan Owen, Tolstoi, Bakunin, Marx, Einstein y Schweitzer, es del hombre y de lo que le sucede en nuestro régimen industrial. Aunque lo expresan en términos diferentes, todos hallan que el hombre ha perdido su lugar central, que se ha convertido en un instrumento de objetivos económicos, que se ha convertido en un extraño para sus prójimos y para la naturaleza y que ha dejado de tener una vida con sentido. Yo me he esforzado por mostrar cuales son los resultados psicológicos de la enajenación: que el hombre vuelve a una orientación receptiva y mercantil y deja de ser productivo; que pierde el sentido de su personalidad, que se considera dependiente de la opinión de los demás y que, en consecuencia, tiende a adaptarse y, sin embargo, a sentirse inseguro; está disgustado, aburrido, ansioso, y gasta la mayor parte de su energía en el intento de compensar o de cubrir esa ansiedad. Su inteligencia parece excelente, su razonamiento se debilita y, dadas sus capacidades técnicas, está poniendo en grave peligro la existencia de la civilización y hasta de la especie humana.

Al principio se propendía a ver la causa de todos los males en la falta de libertad política, y especialmente en el sufragio universal,. Los socialistas y, especialmente los marxistas, subrayaban la significación de los factores económicos. Creían que la enajenación del hombre era consecuencia de su papel como objeto de explotación. Pensadores como Tolstoi, por otra parte, señalaban el empobrecimiento espiritual y moral como causa de la decadencia del hombre occidental; Freud pensaba que el conflicto del hombre moderno era la excesiva represión de sus impulsos instintivos y las manifestaciones neuróticas resultantes. Pero toda explicación que analice un solo sector con exclusión de los demás carece de equilibrio y, por lo tanto, es errónea. Las explicaciones socioeconómicas, espirituales y psicológicas miran el mismo fenómeno desde puntos de vista diferentes, y la verdadera tarea de un análisis teórico es ver como esos diferentes aspectos se relacionan entre sí y como actúan los unos con los otros.

Si yo creo que la causa de la enfermedad es económica, o espiritual, o psicológica, necesariamente creo que el poner remedio a la causa conducirá a la salud. Por otra parte, si veo cono se interrelacionan los diversos aspectos, llegaré a la conclusión de que la cordura y la salud mental solo pueden conseguirse mediante cambios simultáneos en la esfera de la organización industrial y política, en la estructura del carácter y en las actividades culturales. La concentración de los esfuerzos en una de esas esferas con exclusión u olvido de las otras, destruye todo cambio. En realidad, parece radicar ahí uno de los obstáculos más importantes para el progreso de la humanidad.

El Cristianismo predicó la renovación espiritual, olvidando los cambios del orden social sin los cuales la renovación espiritual no puede ser efectiva para la mayoría de la gente. La época de la Ilustración postuló como normas supremas la independencia de juicio y de la razón; predicó la igualdad política sin ver que esa igualdad no podía llevar a la fraternidad si no iba acompañada de un cambio fundamental en la organización económico-social. El socialismo insistió en la necesidad de cambios sociales y económicos, y olvidó la necesidad del cambio interior de los seres humanos, sin el cual los cambios económicos no pueden llevar nunca a la sociedad solidaria. Cada uno de esos grandes movimientos ha atendido a un sector de la vida con exclusión de los demás; los resultados fueron un fracaso casi total.
La predicación del Evangelio condujo al establecimiento de la Iglesia Católica; las enseñanzas de los racionalistas, a Robespierre y Napoleón; las doctrinas de Marx, a Stalin. El hombre es una unidad, su pensamiento, su sentimiento y su modo de vivir están inseparablemente relacionados. No puede tener libertad de pensamiento si no tiene libertad emocional; y no puede tener libertad emocional si en su modo de vivir es un ser dependiente y sin libertad en sus relaciones económicas y sociales. Tratar de avanzar en un sector con exclusión de los demás lleva a que las demandas radicales en una esfera sean alcanzadas solo por unos pocos individuos mientras la mayoría se convierten en fórmulas y ritos que sirven para ocultar que nada ha cambiado en las otras esferas. Varios miles de años de fracaso del progreso aislado deberían constituir una lección convincente.

Relacionado con este problema está el del radicalismo y la reforma, que parece constituir la línea divisoria entre varias soluciones políticas. Pero esa diferenciación suele ser engañosa. La reforma puede ser radical, es decir, ir a las raíces, o puede ser superficial, tratando de evitar los síntomas sin tocar las causas. Por otro lado, el llamado radicalismo, que cree que podemos resolver los problemas por la fuerza, cuando lo que se necesita es observación, paciencia y actividad interrumpida, es tan irreal y ficticio como la reforma superficial. Hablando en términos históricos, las dos cosas llevan con frecuencia al mismo resultado. La revolución de los bolcheviques llevó al estalinismo, y la reforma del ala izquierda de los social-demócratas alemanes condujo a Hitler. La cuestión está en si se va a las raíces y se intentan modificar las causas, o si se queda en la superficie e intenta solo tratar los síntomas.

Si este capitulo va a estudiar los caminos hacia la salud, mejor haremos en detenernos un momento y preguntarnos ¿qué sabemos sobre la naturaleza de la curación en casos de enfermedades mentales individuales? El tratamiento en patología social debe seguir el mismo principio, ya que es la patología de muchísimos seres humanos, y no la de una entidad fuera y aparte de los individuos.
Las condiciones del tratamiento en patología individual son, principalmente:
1) debe haber ocurrido algo contrario al funcionamiento correcto de la psique. En la teoría de Freud, esto significa que la libido no se ha desarrollado normalmente y que, en consecuencia, se han presentado síntomas. Para el psicoanálisis humanista, las causas del estado patológico residen en no haberse desarrollado una orientación productiva, falta que tiene por resultado el desarrollo de pasiones irracionales, en especial de tendencias incestuosas, destructoras y explotadoras. El hecho de sufrir, ya sea consciente o inconscientemente, produce una tendencia dinámica a vencer el sufrimiento, es decir, a cambiar en dirección a la salud. Esta tendencia hacia la salud en nuestro organismo físico y mental es la base de todo tratamiento de la enfermedad y está ausente solo en los casos patológicos más graves.

2) El primer paso necesario para permitir que opere esta tendencia es tener conciencia del sufrimiento y de lo que está separado y disociado de nuestra personalidad consciente. En la doctrina de Freud, la represión afecta principalmente a los impulsos sexuales. En nuestro cuadro de referencia, afecta a las pasiones irracionales reprimidas, a los sentimientos reprimidos de inutilidad y aislamiento, y al anhelo de amor y de productividad, que también es reprimido.
3) La creciente autoconciencia solo llega a ser plenamente efectiva si se da un nuevo paso, el de cambiar un modo de vivir erigido sobre la base de la estructura neurótica. Por ejemplo, un paciente cuyo carácter neurótico le hace desear someterse a las autoridades paternales, se curará únicamente si cambia su situación vital, de tal suerte, que no reproduzca constantemente las tendencias a la sumisión de que desea librarse. Además, debe cambiar su sistema de valores, normas e ideales, de modo que impulsen y no bloqueen su tendencia hacia la salud y la madurez.
 
La finalidad de este capítulo es estudiar las diversas posibilidades de cambios prácticos de nuestra organización económica, política y cultural. Pero antes de que empezar, examinemos lo que  constituye el equilibrio mental y qué tipo de cultura puede suponerse que conduzca a la salud mental.
La persona mentalmente sana es la persona productiva y no enajenada; la persona que se relaciona amorosamente con el mundo y que emplea su razón para captar la realidad objetivamente; que se siente a sí misma como una entidad individual única, y al mismo tiempo se siente identificada con su prójimo; que no está sometida a una autoridad irracional y acepta de buena voluntad la autoridad racional de la conciencia y la razón; que está en proceso de nacer mientras vive, y considera el regalo de la vida como la oportunidad más preciosa que se le ofrece.

Estas metas de la salud mental no son ideales que haya que imponer a la persona, o que el hombre pueda alcanzar únicamente si vence a su naturaleza y sacrifica su egoísmo innato. Por el contrario, la tendencia hacia la salud mental, hacia la felicidad, la armonía, el amor, la productividad, es inherente a todo ser humano que no sea un idiota mental o moral de nacimiento. Si se les da oportunidad, esas tendencias se afirman por sí mismas vigorosamente, como puede verse en incontables situaciones. Son precisas muchas circunstancias poderosas para pervertir y sofocar esa tendencia innata a la salud mental; y es cierto que, a lo largo de casi toda la historia conocida, ha causado esa perversión el uso del hombre por el hombre. Pero creer que dicha perversión es inherente al hombre, es como arrojar semillas en el suelo del desierto y pretender que no estaban destinadas a germinar.

¿Qué sociedad corresponde a esa meta de salud mental y cuál debe ser la estructura de una sociedad mentalmente sana? Ante todo, una sociedad en que ningún hombre sea un medio para los fines de otro, sino que sea siempre y sin excepción un fin en sí mismo; por consiguiente, una sociedad en que nadie es usado, ni se usa a sí mismo, para fines que no sean los del despliegue de sus propias capacidades humanas, en que el hombre es el centro y están subordinadas a su desarrollo todas las actividades económicas y políticas.
Una sociedad sana es aquella en que cualidades como la avaricia, el espíritu explotador, el ansia de poseer y el narcisismo no encuentran oportunidad de ser usadas para obtener mayores ganancias materiales o para reforzar el prestigio personal; donde el obrar de acuerdo con la propia conciencia se considera cualidad fundamental y necesaria, y donde el oportunismo y la falta de principios se consideran antisociales; donde el individuo se interesa por las cuestiones sociales en tal grado, que se convierten en cuestiones personales, en que la relación con su prójimo no está separada de su relación en la esfera privada.

Una sociedad mentalmente sana es aquella que fomenta la solidaridad humana y que no sólo permite, sino que estimula a sus individuos a tratarse con amor; una sociedad sana estimula la actividad productiva de todo el mundo en su trabajo, fomenta el desarrollo de la razón, y permite al hombre dar expresión a sus necesidades internas 

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