martes, 21 de agosto de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 4


 CAPÍTULO VIII
CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL (continuación)

LA TRANSFORMACIÓN ECONÓMICA

A. EL SOCIALISMO COMO PROBLEMA

En el capítulo anterior hemos estudiado tres soluciones al problema actual de la locura: la del totalitarismo, la del supercapitalismo y la del socialismo. La solución totalitaria, ya sea de tipo fascista o stalinista, no puede, obviamente, conducir más que a un desequilibrio y una deshumanización mayores; la solución del supercapitalismo no hace más que ahondar el estado patológico inherente al capitalismo; aumenta la enajenación del hombre y su automatización, y completa el proceso de convertirle en un servidor del ídolo de la producción. La única solución constructiva es la del socialismo, que tiende a una reorganización fundamental de nuestro régimen económico y social en el sentido de libertar al hombre de ser usado como un medio para fines ajenos a él, de crear un orden social en que la solidaridad humana, la razón y la productividad son fomentadas y no trabadas.

Pero es indudable que las consecuencias del socialismo, donde hasta ahora se le ha practicado, han sido por lo menos desilusionadoras. ¿Cuáles son las razones de ese fracaso? ¿Cuáles son los objetivos y las metas de la reconstrucción social y económica que pueden evitar ese fracaso y conducimos a hacia una sociedad sana?

Rusia ha hecho lo que los socialistas marxistas creían que era necesario hacer en la esfera económica. Si el régimen ruso demostró que, económicamente, una economía socializada y planificada puede funcionar eficazmente, también demostró que eso no es, de ningún modo, condición suficiente para crear una sociedad libre, fraternal y no enajenada. Por el contrario, demostró que la planificación centralizada puede hasta crear un grado de autoritarismo mayor que el que pueda encontrarse en el capitalismo o en el fascismo. Pero el hecho de que se haya establecido en Rusia una economía socializada y planificada no significa que el régimen ruso sea la realización del socialismo tal como lo entendían Marx y Engels.
Lo que significa és que Marx y Engels estaban equivocados al pensar que un cambio legal de la propiedad y una economía planificada bastaban para producir los cambios sociales y humanos que deseaban.

Las consecuencias terroríficas del comunismo soviético, por una parte, y los desilusionadores resultado del socialismo del Partido Laborista, por otra, han llevado a muchos socialistas demócratas a un estado de resignación y desesperanza. Algunos siguen creyendo aún en el socialismo, pero más por orgullo u obstinación que por convicción verdadera. Otros, ocupados en tareas mayores o menores dentro de uno de los partidos socialistas, no reflexionan demasiado y se sienten satisfechos con las actividades prácticas que tienen entre sus manos.

Pero es absolutamente indudable que los problemas de la transformación social no son tan difíciles de resolver — ni teórica ni prácticamente — como los problemas técnicos que han resuelto nuestros químicos y nuestros físicos. Y tampoco puede dudarse que necesitamos un renacimiento humano más que los aeroplanos y la televisión. Una sola fracción de la razón y del sentido práctico empleados en las ciencias naturales, aplicada a los problemas humanos, permitiría proseguir la tarea de que se mostraron tan orgullosos nuestros antepasados del siglo XIII.

B. EL PRINCIPIO DEL SOCIALISMO COMUNITARIO

Otras escuelas socialistas han sido mucho más conscientes de las fallas del marxismo y han formulado los objetivos del socialismo de manera mucho más adecuada. Los owenistas, los sindicalistas, los anarquistas y los socialistas gremiales estaban de acuerdo en su principal interés, que era la situación social y humana del trabajador en su trabajo y el tipo de sus relaciones con los compañeros de trabajo. (Por "trabajador" entiendo aquí, y en las páginas que siguen, a todo el que vive de su propio trabajo, sin ingresos adicionales procedentes del empleo de otros hombres.) El objetivo de todas esas formas diversas de socialismo, que llamamos socialismo comunitario, era una organización industrial en que todas las personas que trabajan serían participantes activos y responsables; en que el trabajo seria atractivo y tendría un sentido; en que el capital no emplearía trabajo, sino que el trabajo emplearía capital. Daban importancia a la organización del trabajo y a las relaciones sociales entre los hombres, no primordialmente a la cuestión de la propiedad.

La verdadera libertad, que es la meta del socialismo nuevo, garantizará la libertad de acción y la inmunidad contra la presión económica al tratar al hombre como un ser humano, y no como un problema o como un dios.
La libertad política por sí misma, en realidad, siempre es ilusoria. Un hombre que vive en sujeción económica seis días, si no siete, de cada semana, no es libre simplemente por hacer una cruz en una candidatura electoral cada  seis años. Si la libertad ha de significar algo para el hombre corriente, debe abarcar la libertad industrial. Mientras los hombres que trabajan no se sientan miembros de una comunidad autónoma de trabajadores, serán esencialmente serviles, sea cualquiera el régimen político en que vivan. No basta con eliminar la degradante relación en que están los esclavos asalariados con un patrono individual. También el socialismo de estado mantiene al trabajador sometido a una tiranía no menos irritante por ser impersonal. El autogobierno en la industria no es meramente un suplemento de la libertad política, sino su precursor.

El hombre en todas partes está encadenado, y no se romperán sus cadenas hasta que no sienta que es degradante estar hipotecado ya sea a un individuo o al estado. La enfermedad de la civilización no es tanto la pobreza material de los demás como el debilitamiento del espíritu de libertad y de confianza en sí mismo.
La revolución que cambiará al mundo brotará, no de la benevolencia que produce la reforma, sino de la voluntad de ser libre. Los hombres obrarán conjuntamente con la plena conciencia de su dependencia mutua; pero obrarán para sí mismos. No se les concederá la libertad desde arriba, la conquistarán por sí mismos.

Los socialistas, pues, deben atraerse a los trabajadores no preguntando: ¿No es desagradable ser pobres, no ayudarás a  elevar a los pobres?, sino diciendo: La pobreza no es sino la señal de la esclavitud del hombre: para evitarla, tenéis que dejar de trabajar para otros y creer en vosotros mismos. Existirá esclavitud asalariada mientras haya un hombre o una institución que sea amo de hombres; acabará cuando los trabajadores aprendan a poner la libertad por encima de la comodidad. El hombre corriente se hará socialista no para conseguir un nivel mínimo de vida civilizada, sino porque se sentirá avergonzado de la esclavitud que los ciega a él y a sus compañeros, y porque se decidirá a poner fin a un sistema industrial que los hace esclavos.

¿Qué quiere decir ese control de la industria que deben exigir los trabajadores? Puede resumirse en dos palabras: intervención directa. La tarea de dirigir realmente los negocios debe confiarse a los obreros que trabajan en ellos. A ellos debe corresponder el ordenar la producción, la distribución y el cambio. Tienen que conquistar el autogobierno industrial, con derecho a elegir a sus propios jefes; deben conocer y dirigir todo el complicado mecanismo de la industria y el comercio; deben convertirse en agentes de la comunidad en la esfera económica.

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