martes, 31 de julio de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 1

PSICOANÁLISIS DE LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA
Resumen del capítulo VII del Libro de Erich Fromm


Soluciones diversas

En el siglo XIX hubo hombres de visión profunda que advirtieron el proceso de decadencia y deshumanización que se estaba produciendo detrás de la fascinación, la riqueza y el poder político de la sociedad occidental. Algunos de ellos se mostraron resignados ante la inevitabilidad de aquel retroceso a la barbarie, y otros se esforzaron en darle solución.
Tenían un concepto del hombre que era esencialmente religioso y moral. El hombre es el fin, y no debe ser empleado nunca más como un medio; la producción material es para el hombre, no el hombre para la producción material; la finalidad de la vida es el despliegue de las potencias creadoras del hombre; la finalidad de la historia es la transformación de la sociedad en otra gobernada por la justicia y la verdad: esos son las principios en que se basaban todas las críticas contra el capitalismo moderno. También fueron la base de los proyectos para una sociedad mejor.

Para dar más fuerza a la afirmación que acabamos de hacer, es necesario examinar algunos rasgos salientes del desarrollo de la cultura cristiana occidental. Mientras para los griegos la historia no tenía finalidad ni objeto, el concepto judeo-cristiano de la historia se caracterizó por la idea de que su sentido inmanente era la salvación del hombre. El símbolo de esta salvación era el Mesías, y la época, la época mesiánica. Hay, no obstante, dos conceptos diferentes de lo que establece el fin de los días, la finalidad de la historia. Uno relaciona el mito bíblico de Adán y Eva con el concepto de salvación. Expuesta brevemente, la esencia de esta idea es que originariamente el hombre estaba identificado con la naturaleza. No había conflicto entre él y la naturaleza, ni entre el hombre y la mujer. Pero el hombre también carecía del rasgo humano más esencial: el del conocimiento del bien y del mal. Por la tanto, era incapaz de decisiones libres y de responsabilidad. El primer acto de desobediencia fue asimismo el primer acto de libertad y, en consecuencia, el principio de la historia humana.

El hombre es expulsado del paraíso, ha perdido su armonía con la naturaleza. Tiene que vivir por su cuenta, pero es débil. Tiene que desarrollar su razón, alcanzar la plena humanidad para alcanzar una nueva armonía con la naturaleza, consigo mismo y con todos sus semejantes. El fin de la historia es el pleno nacimiento del hombre, su total humanización. Entonces: la Tierra estará colmada del conocimiento del Señor, como las aguas cubren los mares. Todas las naciones formarán una sola comunidad y las espadas se convertirán en arados. En esta concepción, Dios no realiza un acto de gracia. El hombre cometerá muchos errores , pecará y sufrirá las consecuencias. Dios no le resolverá sus problemas, fuera de revelarle los fines de la vida. El hombre tiene que operar su propia salvación, tiene que darse nacimiento a sí mismo, y en el fin de los días quedarán establecidas la armonía y la paz nuevas  ; la sentencia pronunciada contra Adán y Eva será revocada, mediante el propio desarrollo del hombre en el proceso histórico.

La otra concepción mesiánica de la salvación, que fue la predominante en la iglesia cristiana, dice que el hombre no podrá salvarse nunca a sí mismo. Solo Dios, por un acto de gracia, puede salvarlo, y lo salvó haciéndose humano en la persona de Cristo. El hombre, mediante los sacramentos de la iglesia, se convierte en un participante de esa salvación, y obtiene así el don de la gracia divina. El fin de la historia es la segunda venida de Cristo, la cual es un acontecimiento sobrenatural y no histórico.

El pensamiento de Marx es claramente mesiánico-religioso en lenguaje secular. Todo el pasado histórico no es más que prehistoria, es la historia de la autoenajenación; con el socialismo se introducirá el reino de la historia humana, de la libertad humana. La sociedad sin clases gobernada por la justicia, la fraternidad y la razón será el comienzo de un nuevo mundo, hacia cuya formación se encaminaba toda la historia anterior.
La finalidad de este capítulo es exponer las concepciones socialistas como el intento más importante para hallar solución a los males del capitalismo.

El fascismo, el nazismo y el estalinismo tienen en común que ofrecen al individuo atomizado un refugio y una seguridad nuevos. Estos regímenes son la culminación de la enajenación. Se hace al individuo sentirse impotente e insignificante, pero se le enseña a proyectar todas sus potencias humanas en la figura del jefe, en el estado, en la patria, a quien tiene que someterse y adorar. Escapa de la libertad hacia una nueva idolatría.
Al lado del autoritarismo fascista o estalinista y del supercapitalismo, la tercera de las grandes reacciones a la crítica del capitalismo es la teoría socialista.

Infortunadamente, al tiempo de escribir esto, las palabras socialismo y marxismo llevan una carga emocional tan fuerte, que es difícil discutir estos problemas en un ambiente de calma. En muchas personas esas palabras van asociadas a materialismo, ateísmo, matanzas: en suma, a cosas malas.
La reacción irracional que suscitan las palabras socialismo y marxismo se ve reforzada con una ignorancia notable por parte de quienes padecen ataques de histerismo cuando oyen esas palabras. A pesar de que todas las obras de Marx y otros socialistas están a disposición de todo el mundo para leerlas, la mayoría de los que alientan los sentimientos más fuertes contra el socialismo no han leído nunca una palabra de Marx, y otros muchos solo tienen de ellas un conocimiento muy superficial. Si alguien se toma el trabajo de estudiar a los escritores socialistas con un mínimo de objetividad, advertirá que la crítica hacia el capitalismo es por su materialismo, por su efecto mutilador sobre las facultades genuinamente humanas del hombre.

Así como Hitler empleó la palabra socialismo para dar mayor atractivo a sus ideas raciales y nacionalistas, Stalin explotó los conceptos del socialismo y del marxismo para su propaganda. Su pretensión es falsa en los puntos esenciales. Aisló el aspecto puramente económico del socialismo, el de la socialización de los medios de producción, de la concepción socialista en su totalidad, y pervirtió sus objetivos humanos y sociales convirtiéndolos en sus contrarios. Sus principales resortes son la obsesión por el progreso industrial, la desconsideración feroz hacia el individuo y el ansia de poder personal.

El socialismo como movimiento político, puede decirse que empezó en la Revolución Francesa, con Bebeuf, que habló a favor de la abolición de la propiedad privada de la tierra y pidió el consumo en común de sus frutos y la supresión de las diferencias entre los ricos y pobres, entre gobernantes y gobernados. Creía que había llegado el tiempo de una República de los Iguales (égalitaires), de abrir para todos la gran casa hospitalaria.     
Carlos Fourier, en contraste con la teoría relativamente simple de Babeuf, ofrece una teoría y un diagnóstico de la sociedad más elaborados. Hace del hombre y sus pasiones la base para conocer la sociedad, y cree que una sociedad sana debe servir no tanto al objetivo de aumentar la riqueza material como a la realización de nuestra pasión básica, el amor fraternal.
Contra la organización universal de grandes monopolios en todas las ramas de la industria, postula asociaciones públicas en el campo de la producción y el consumo, asociaciones libres y voluntarias en que el individualismo se combinará espontáneamente con el colectivismo. Solo de esta manera puede la tercera etapa histórica, la de la armonía, suceder a las dos anteriores, las de las sociedades basadas entre esclavo y amo y entre asalariados y patronos.

martes, 24 de julio de 2018

Sobrevivir. Lecciones del Reino Animal, parte 8

Cómo los animales se convierten en seres sociales (continuación)

A esa fase de formación del carácter le sigue la de socialización, que se extiende desde las siete a las doce semanas de vida del cachorro. En ese periodo comienza el adiestramiento para la caza, la persecución de la presa, pero esos interesantes acontecimientos vamos a observarlos en las manadas de lobos en las reservas norteamericanas.

Romulus era un lobezno muy despabilado en una manada de diecisiete individuos, que vivían en un Parque Nacional, en Canadá. Tenía ocho semanas de edad y sabía ya con toda certeza que no debía aproximarse a su padre, el todopoderoso jefe de la manada, Nero, salvo con la más devota y sumisa de las actitudes. Pero ese día intentó probar algo realmente original: se arrastró sumiso hasta llegar al lado de su padre, que estaba tumbado tomando el sol, levantó un poquito su pata derecha como en saludo y, como señal de sumisión complementaria, lanzó un débil aullido agudo. Nero alzó un momento la vista y, satisfecho, volvió a cerrar los ojos. En ese mismo instante, Romulus saltó hacia adelante, mordió a su padre en  el hocico y desapareció corriendo como alma que lleva el diablo.
Para Nero el tomarse en serio esa travesura y tratar de perseguir al cachorro hubiera sido poco digno. En una manada de lobos, los pequeños tienen casi absoluta libertad para sus travesuras. Pero, en esa ocasión, la travesura de Romulus fue demasiado para el padre, que decidió hacerle pagar por ella.

Una hora más tarde, Nero regresaba de una pequeña expedición de caza y traía una rata en la boca. Entre los lobos en libertad es ley inexorable que sean los lobeznos pequeños los primeros en recibir su ración de alimentos. Ni un solo adulto de la manada tomará un bocado hasta que los pequeños no estén hartos.: una notable forma de comportamiento social.
Romulus sabía su derecho y quiso coger la presa de la boca del padre. Nero abrió los dientes y entonces vio que la rata seguía completamente viva. Con un gritito agudo, la rata dio un salto y faltó muy poco para que alcanzara la garganta del cachorro. Mientras el lobezno seguía petrificado por el terror, Nero mató la rata de un mordisco y, con un gesto de soberano desprecio, la dejó a los pies de su hijo, como si quisiera decirle: ¡Ya ves, lo que serías sin tu padre!

Al día siguiente Nero ya no estaba enojado. Pero de ves en cuando traía algunas presas vivas, no ratas, pero si ratoncillos con los que dar lecciones prácticas de caza a sus cachorros. La tendencia a la caza es innata en los lobos, pero su técnica tienen que aprenderla con trabajo. El único maestro para la caza individual, el acoso en manada, el seguimiento de una pista, el dar muerte a la presa casada y los trucos para evitar peligros innecesarios, es el padre.

El padre lobo no adiestra a sus lobeznos: los deja que aprendan jugando y cuida que, al hacerlo así, lo pasen bien y disfruten, al mismo tiempo que se despierta en ellos el espíritu y el interés por las cosas de la comunidad. Solo interviene para castigar cuando uno de sus hijos se muestra desconsiderado con los otros.

Esa educación al servicio de la comunidad recuerda de manera sorprendente los métodos empleados por los pigmeos de la zona semidesértica de Kalahari, en África del Sur.
Como ya nos han probado varios investigadores, esos enanos de la raza  humana poseen una gran agresividad y la caza es para ellos una necesidad vital. Pero en los enfrentamientos hombre contra hombre o en las luchas tribales saben dominar tan bien su agresividad , que observadores superficiales han llegado a creer que ese pueblo salvaje carece de instintos agresivos.
El iniciar una pelea es el peor delito que puede cometerse en Kalahari, dice el antropólogo danés Jens Bjerre. Una tribu dividida por las luchas internas no podría sobrevivir en las durísimas condiciones existenciales del semidesierto. Las guerras entre tribus hubieran acabado, hace ya mucho tiempo, con la raza pigmea. Teniendo en cuenta dichas circunstancias, estos hombres, que viven como si estuvieran anclados en la edad de piedra, se comportan de manera mucho más racional que los pueblos civilizados.

Las peleas, e incluso las palabras duras y violentas, son absolutamente tabúes. Un pigmeo culpable de provocar una pelea es amonestado por los ancianos de la tribu y, en caso de reincidencia, expulsado de la comunidad. Eso equivale, prácticamente, a una sentencia de muerte, pues en el desierto el hombre abandonado a sus propias fuerzas esta irremisiblemente perdido.
Incluso los niños bronquistas son castigados duramente; tienen que realizar juntos una excursión de caza de varios días de duración, que es cualquier cosa menos un agradable entretenimiento. Debido a eso, no existen en todo el mundo seres humanos que, pese a su marcada agresividad, vivan tan pacíficamente entre sí como los pigmeos.

Las reglas de educación de los lobeznos carecerían de valor si los jefes de manada no las respetaran también. Por ejemplo, cuando los enseña y los ejercita en el acoso y la caza. En los primeros días del entrenamiento es el propio padre el que hace el papel de presa a la que sus hijos deben perseguir y cazar. El lobo padre se pone en marcha con sus hijos y, al cabo de algún tiempo, acelera el paso de manera que los lobeznos no pueden seguirlo. Entonces los pequeños tienen que seguir su pista y darle caza.
Al principio les pone las cosas fáciles y no cesa de volver la vista atrás, para ver si el grupo ha perdido el rastro. Si ve que ha sido así, se muestra por unos segundos o les indica dónde se halla por medio de un aullido prolongado. A medida que el ejercicio se prolonga, el padre les va planteado mayores dificultades. Por ejemplo, camina durante algún tiempo junto a un arroyo para dificultar el seguimiento del rastro.

En una ocasión, en pleno invierno, comenzó a nevar intensamente, de manera que la nieve cubrió las huellas del padre. Agotada, la manada de los lobeznos se detuvo frente a unos matorrales. No había nada al alcance de su vista. De repente los pequeños sintieron que el pánico les helaba los huesos: una fiera rugiendo pavorosamente, saltó junto a un arbusto tras ellos. Era el padre que con esto trató de hacerles ver, con claridad, que los animales perseguidos pueden volverse y atacarlos por sorpresa.
Lo mas importante es el final de la cacería: el padre establece un final feliz y se deja cazar y dominar por sus hijos. Esto los divierte enormemente.

Tras todo lo que hemos descrito, no creo que pueda sorprender a nadie el modo tan maravilloso como los lobeznos y los cachorros se convierten en miembros útiles de unas comunidades realmente armónicas. Estos animales saben perfectamente -aunque sea de manera inconsciente-  acompasar muy bien tanto la educación como la disposición hereditaria.
La educación infantil de estos animales se basa, de manera correcta, en el hecho de que en todo ser vivo existe, originalmente, un notable impulso de agresividad, pero si esa agresividad es excesiva y puede llegar a causar daño a la comunidad, debe ser reducida y librada de su exceso.
Como educador, papá lobo sabe combinar el juego, la diversión y la alegría para motivar en sus hijos el deseo de aprender. Y completa su capacidad educativa con el uso adecuado de su autoridad.

Ante estas circunstancias, y teniendo en cuenta que en estos momentos no tenemos ante nosotros más que un montón de ruinas en nuestras relaciones interhumanas, sería conveniente reflexionar si todas esas teorías socio pedagógicas con que actualmente tratamos de influir en la juventud, no nos alejan más aún de las verdaderas fuentes del ser natural.
Los seres humanos nos encontramos hoy en una situación en que se nos conduce a la catástrofe por un doble camino: por una parte los impulsos puramente sensuales y, por la otra, el distanciamiento de la inteligencia de las raíces naturales de nuestro ser. Es una cuestión de supervivencia para la humanidad encontrar el camino intermedio adecuado.

Dentro todavía de esa temática permítasenos dirigir una última mirada a nuestro cachorros dingos.
Cuando han llegado ya a la octava semana sin alcanzar todavía la decimosegunda -es decir, cuando se hayan en la fase de socialización- aún les está permitido ser los primeros en recibir los alimentos cazados por los adultos. Pero cuando están repartiéndose la comida entre ellos se comportan de manera nada fraternal en absoluto. Tan pronto se aproxima un hermanito, se les erizan los pelos del lomo y gruñen. La lucha por satisfacer el hambre y la envidia aparecen en su mundo cultural.

Si se compara esta conducta con la de los dingos adultos, puede verse que éstos esperan con paciencia, sin dar muestras de molestia, hasta que los cachorros están hartos y, después, se ponen a comer todos juntos, con las cabezas casi rozándose, sin gruñirse ni disputar entre ellos. Muy satisfechos.
La cuestión de si un ser vivo nace malo o bueno puede ser contestada fácil y claramente en lo que se refiere a los dingos. Mientras son cachorros o jóvenes, todavía cuentan en ellos las emociones arcaicas de los carnívoros solitarios. Pero poco a poco, a medida que crecen, se van transformando en miembros de una manada que, incluso, sabe dominar el instinto del hambre para que la comunidad pueda sobrevivir.


Dingos

martes, 17 de julio de 2018

Sobrevivir. Lecciones del Reino Animal, parte 7


Cómo los animales se convierten en seres sociales (continuación)

Hay otros muchos animales en los que también el juego sirve, al principio, para formar lazos sociales en el seno de la comunidad. Otro ejemplo es la foca común.
Las focas dan a luz a sus hijos en solitario, cada una por su cuenta, y se quedan con ellos en un banco de arena. Unas semanas más tarde, cuando el joven animalito ya no mama y ha aprendido de la madre el difícil arte de la pesca y es capaz por sí mismo, busca la compañía de sus congéneres de la misma edad, con los que no había tenido trato alguno. La amistad entre ellos solo puede sellarse mediante los juegos en común.

Las focas jóvenes toman trozos de madera, los colocan en equilibrio sobre sus hocicos y se los lanzan unas a otras. Esto, que muchos creen es un truco que las focas aprenden en el circo, es un juego natural, una disposición que nace con ellas. Las focas se bañan juntas y, en sus juegos, llegan a arrebatarse, unas a otras, las peces de la boca cuando están hartas.
También se acercan entre sí, se rozan y se golpean con las aletas. De ese modo superan muy pronto la desconfianza y el desconocimiento inicial frente a sus congéneres.

Todos los juegos en comunidad exigen la creación y el mantenimiento de reglas de juego. Los animalitos aprenden ya, de muy jóvenes, cómo funciona la ordenación social en la comunidad en que han nacido y cómo tienen que comenzar a adaptarse a la convivencia.
Éste es precisamente el sentido del juego inútil.

Hay todavía más: muchos animales que viven agrupados como los lobos, los perros y los monos, nacieron predestinados a vivir en solitario. Ciertamente existen en todos ellos las raíces instintivas para la vida en comunidad. Pero su inexperiencia los lleva a comportarse, en principio, de manera antisocial.
Si han de convertirse en miembros de un grupo, tienen que ser educados para ello en su niñez. Y esto lo consiguen mediante juegos con sus padres y amigos, que le ofrecen qué ejemplo seguir.

Permítasenos utilizar el ejemplo de los cachorros para aclarar esto. Para el cachorrillo recién nacido las primeras semanas de vida son decisivas y marcarán el resto de sus días. Muchas cosas que no aprendió en las primeras siete semanas no podrá aprenderlas posteriormente.
El pequeño Harro, un cachorrillo de pastor alemán, tenía exactamente veintiún días cuando se despertó en él, y en sus cuatro hermanitos, por primera vez, el deseo de dejar el lugar donde vino al mundo y seguir a su madre unos pasos por el mundo exterior.

Hasta ese momento, el padre ni siquiera ha llegado a ver bien a sus cachorrillos. Se ha limitado a montar guardia protectora y a buscar comida que llevar a la madre.
A la vista de sus hijos, el padre parece volverse loco de alegría. El famoso investigador de la conducta de perros Eberhard Trumler lo ha descrito así:
El padre se pone a dar saltos expresando así su gran alegría y trata de jugar con los cachorros. Y lo hace sin poner demasiado cuidado en no hacerles daño. Empuja con el hocico a las pobres criaturas, las golpea con las patas e incluso las coge con los dientes y las arroja a casi un metro de distancia.

Esa es la razón por la que muchos criadores de perros, la mayoría, mantengan al padre alejado de sus hijos… ¡Desgraciadamente! Sin él, falta ese juego furioso, que al mismo tiempo es un test para cada uno de los cachorrillos: el examen de si su disposición hereditaria para el comportamiento social está en orden o no, si el perrito será en el futuro un miembro fiel a la manada o un mordedor agresivo, degenerado, antisocial y peligroso. Esto sería igualmente interesante para el hombre que va a recibir al perro en su familia, substituta de la manada.
¿En qué consiste realmente ese test? Cuando un cachorrillo de veintiún días, anímicamente sano, es sometido a ese duro juego por parte del padre, reacciona correctamente quejándose con un aullido de dolor y tumbándose en el suelo con las patas para arriba. Entre los perros ésa es la señal normal de sumisión que convierte a su agresivo vencedor en un ángel de paz. Ese gesto de sumisión en los perros impide un nuevo ataque.

El padre, cuando ve que su cachorrillo se echa de espaldas y agita sus cuatro patitas, detiene el juego. Lo deja y se vuelve para hacer lo mismo con otro de sus cachorros. Cuando los cachorros se cansan y vuelven a la camada, el padre empieza a lamer cariñosamente a sus hijitos y les masajea el vientre con la lengua.
Digamos que cuando el cachorrillo, tan rudamente tratado por el padre, no se echa de espaldas, es decir, que ese ademán social no ha nacido en él, no supera el examen necesario para ser aceptado en la vida comunal, y el castigo es la muerte. El padre continúa jugando con su cachorro sin cesar hasta que la pobrecita indefensa criatura queda agotada, sin fuerzas y acaba muriendo. Ni siquiera la madre interviene para tratar de ayudar a su hijo.

¿Un método bárbaro? Quizá. Pero no debemos juzgar este acontecimiento con la medida que empleamos para la moral humana. Un perro en el que el instinto innato de los ademanes de sumisión y satisfacción al vencedor está limitado o es inexistente, constituirá un peligro más tarde, cuando se vuelva un animal grande, fuerte y agresivo, pues tampoco reconocerá los ademanes de sumisión de sus compañeros y no se podrá confiar en él. Se convertirá en un asesino imprevisible y, por lo tanto, un estorbo insoportable para la comunidad. Y exactamente igual de insoportable resultará como animal de compañía para el hombre.

El hombre debe jugar con las manos varias veces al día con los cachorrillos. Al hacerlo así hay que procurar que el animal aspire intensamente el olor del hombre. Un cachorro que hasta haber cumplido las siete semanas de edad no jugó nunca ni con sus padres naturales ni con sus cuidadores humanos, será toda su vida, según las palabras del Dr. Trumler, un chucho malhumorado y poco amistoso con el que no hay nada que hacer.
Puede parecer grotesco, pero si se empieza a jugar con un cachorrillo después que éste cumplió ya las siete  semanas, uno puede pasarse meses y meses jugando… ¡No servirá de nada! tendrá el mismo sentido que tratar de convertir a una alfombrilla en compañero de juegos.
Si el perro cumple los siete semanas sin haber olfateado y husmeado al ser humano de manera suficiente, sucede lo que es lógico esperar: será tímido y retraído con el hombre durante toda su vida, por mucho que después se intente hacerlo cambiar con educación.

Estas experiencias ofrecen también matices más delicados: si entre las cuatro y las siete semanas el cachorro solo tiene contacto olfativo con un único ser humano, de mayor se sentirá muy unido a esa persona, pero se mostrará inseguro y desconfiado en sus relaciones con las demás personas.
Si por el contrario, el perrito se ha relacionado con muchas personas, cuando sea mayor su actitud será amistosa con todo el mundo, incluso con los extraños que no conoció de pequeño.
La rebeldía o la solidaridad son, en los perros, cualidades que no se pueden enseñar de adultos con medidas educativas.

martes, 10 de julio de 2018

Sobrevivir. Lecciones del Reino Animal, parte 6


Cómo los animales se convierten en seres sociales  

La escena recordaba el duelo corriente entre dos protagonistas de una película de vaqueros que se persiguen revólver en mano. Escondiéndose detrás de los matorrales, pegados a los muros, agazapados detrás de cajas, cada uno de los adversarios trataba por todos los medios a su alcance, de no ser descubierto por el otro y, al mismo tiempo, tenerlo a su alcance. De pronto como por casualidad, ambos se deslizaron apoyados contra la misma pared y fueron a quedar cara a cara. Asustados retrocedieron unos pasos, pero inmediatamente después, con un griterío  ensordecedor, se lanzaron a una pelea cuerpo a cuerpo.
Lo más notable de esta escena real es que los protagonistas de este juego de escondite no eran dos hombres, sino dos jóvenes keas, esos néstoridos de Nueva Zelanda, grandes como cuervos. Junto a los monos, los delfines y los cuervos corax, estos papagayos se incluyen entre los animales que más juegan, cuando son jóvenes, y que mayor fantasía ponen en sus juegos.

Ambas cosas quedaron demostradas en la escena que acabamos de describir. En su lucha se agarraron con sus fuertes picos curvos, como si trataran de probar sus fuerzas, del modo como lo hacen los bávaros en su conocida competición de fuerza en los dedos.
A diferencia de lo que ocurre en los juegos deportivos de los seres humanos, en los desafíos de los animales no hay ni vencedores ni vencidos. Si triunfa el más fuerte, inmediatamente se pone a representar el papel de vencido y permite incluso que los más débiles abusen de él.

El combate deportivo de los dos papagayos continuó con diversas alternativas, hasta que ambos se cansaron del juego y decidieron cambiar de deporte  y pasar a hacer ejercicios de equilibrio, manteniéndose sobre una patita mientras con la otra intentaban golpear la cabeza de su compañero de juego, como haría un luchador de karate, y hacer caer a su rival de la rama sobre la que luchaban. El que logaba hacer caer al otro, pasaba a ocupar el fuerte, hasta que, a su vez, era obligado a caer.
Cuando los keas se ponen a jugar sobre la nieva, nos recuerdan los juegos infantiles de nuestros niños en las primeras nevadas. Se ponen a bailar siguiendo un ritmo de vals. Son capaces también de hacer bolas de nieve que empujan con la frente y las hacen rodar hasta que alcanzan unos veinte centímetros de diámetro. En esos juegos participan tres o cuatro jóvenes keas.

Al verlos retozar así, no es extraño que a alguien se le ocurra decir: solo faltaría que se deslizaran en trineo. Y no sería una broma, pues lo hacen realmente: vuelan un poco; cuando están en el aire despliegan las alas y se dejan caer, como un planeador, hasta llegar a la nieve y resbalar sobre ella rozándola con las plumas del pecho.
El baño parece ejercer, igualmente, una gran atracción sobre estos inteligentes loros, especialmente en invierno, cuando el agua está muy fría. Al parecer al pájaro le cuesta trabajo superar el temor al agua helada y se introducen despacio al principio, pero casi en seguida se introducen por completo. Chapotean  con movimientos cómicos, como los que haría un payaso que quisiera divertir a sus espectadores. Y es que esa actuación, aparentemente inútil, tiene un objetivo concreto: ganarse el respeto y la consideración de los otros jóvenes keas que lo están contemplando.

También tienen razón de ser en los juegos sexuales que practica el joven kea aún no madurado sexualmente. Éste es un fenómeno que raramente  se da en el reino animal. En medio de uno de sus juegos de escondite, o de policías y ladrones, de repente uno de los machos empieza a realizar un baile delante de una de las jovencitas. Se trata de una danza muy breve, pero que reproduce una de las partes más eficaces de la danza de amor ritual de los adultos. El joven kea se pone a saltar con las dos patitas juntas y sin moverse de sitio. Mientras salta no deja de mirar a la hembra que le gusta. Meses después, cuando haya alcanzado su madurez sexual, eso le servirá para aumentar sus posibilidades de agradar a las hembras con la auténtica danza nupcial. Los keas machos que de muchachos no practicaron ese juego amoroso, tienen muchas dificultades para conseguir aparearse.



También en los chimpancés se da una circunstancia semejante, con consecuencias aún más trascendentales: se ha demostrado que los que de pequeños no juegan a las peleas con hembras de su edad, de adultos son totalmente incapaces de aparearse.
¡Quién de niño no juega al amor, después no se casa! Tan graves pueden ser las consecuencias cuando no se deja jugar a los jóvenes.

Experimentos realizados con cabritas de poca edad han demostrado que para ellas el juego es una necesidad interna. Se persiguen unas a otras, corren como si trataran de escapar de un enemigo imaginario, hacen cabrioletas en el aire, se topean. Si se les impide jugar durante seis días seguidos y pasado ese tiempo se les vuelve a permitir hacerlo, las cabritas juegan como en una orgía frenética, durante mucho más tiempo y con mayor intensidad que antes de la suspensión.
Con esto se prueba que los animalitos tienen una necesidad íntima de recuperar el tiempo y los juegos perdidos. Esto prueba además que ese impulso corresponde a un instinto, según la definición de  Konrad Lorenz.

Parece ser que, efectivamente, existe en los animales un instinto de juego. El juego, en el hombre como en los animales, es la compensación del instinto de agresión o miedo. Tiene un significado vital para la existencia.
Observemos un grupo de mogotes, esos monos del norte de África que también juegan en las rocas de Gibraltar en completa libertad.
En las hordas de estos traviesos micos es una costumbre frecuente el realizar pruebas de valor, en la forma de una serie de saltos peligrosísimos sobre rocas lisas situadas a una altura desde la que la caída significaría la muerte.

El mono joven que da uno de esos saltos, antes de cada uno de ellos sonríe como un artista que va a dar su salto mortal en la cúpula del circo. Pero en el magote esa sonrisa no expresa tanto superioridad, sino miedo.
No es extraño que, como consecuencia de uno de esos saltos, algún mono pierda la vida o resulte gravemente herido. En el Hospital Militar de Gibraltar casi siempre hay más de uno de estos monos, escayolados. Los monos heridos no escarmientan con la caída sino que en cuanto vuelven a estar en forma repiten su prueba de valor tratando siempre de superar a sus compañeros.

Los monos de Gibraltar, cuando son adultos, jamás repiten esa audacia inútil. Los adultos, cuando saltan, siempre buscan el lugar más seguro y menos arriesgado. Se trata entonces, como en el caso del baños de los keas que parecen divertirse metiéndose al agua helada, de realizar hazañas capaces de conquistar el respeto y consideración en el seno del grupo.
Así, mediante sus juegos, los animales establecen su rango en la jerarquía de la horda. La posición que cada uno alcanza no la logra gracias a la violencia demostrada en peleas estúpidas, puesto que las agresiones en el seno de la comunidad actúan de manera destructiva y desocializadora. El impulso de acción toma otro camino que conduce al mismo objetivo, pero no exige la obligatoriedad de llegar a la enemistad personal.

Éste es el sentido del juego, mediante el cual los jóvenes pasan a convertirse en miembros de una sociedad ordenada jerárquicamente.
Pero no solo mediante el deporte y el espectáculo pueden los monos conseguir un alto rango y consideración en sus respectivas comunidades, sino también mediante la realización de tareas especialmente inteligentes.  esto lo prueba la historia de Abu Hassan, un chimpancé especialmente listo del zoológico del Bronx, en Nueva York.

Se quería comprobar si estos animales están en condiciones de comunicar a sus compañeros novedades importantes. El investigador tomó de la mano a Abu Hassan y se puso a pasear por el jardincito que había frente a la casa de los monos. Fue escondiendo algunos objetos: un plátano bajo una piedra, una pelota en una caja de madera, una serpiente de plástico tras unos matorrales… en total dieciocho objetos diversos que causan alegría o temor a los chimpancés.
¿Qué haría Abu Hassan? ¿no les diría nada a sus camaradas? Nada de eso. El prestigio y la importancia de poderles enseñar todo aquello a sus compañeros le producía claramente al chimpancé mayor alegría que actuar egoístamente.

Se demostró, en primer lugar, que Abu Hassan recordaba el emplazamiento de los dieciocho escondites aún mejor que el propio profesor. Al mostrarles los escondites a sus amigos no siguió el mismo orden que había llevado el profesor, sino uno totalmente distinto, acorde con el grado de importancia para él. Primero les enseñó los escondites de los plátanos; seguidamente los llevó a donde estaban las manzanas, y a continuación las zanahorias. Después les tocó el turno a los juguetes. Resultó especialmente interesante el comportamiento de Abu Hassan cuando el grupo en su búsqueda se aproximaba al lugar donde estaba la serpiente de plástico. Abría los brazos y se ponía delante del grupo como si quisiera avisarles: ¡Alto, aquí hay peligro!  de inmediato los otros chimpancés daban unos pasos hacia atrás.

Despacio, Abu Hassan se aproximó al matorral, alzó con dos dedos la rama bajo la cual estaba la serpiente (¡de goma!), de modo que el animal quedara  visible durante un segundo, y seguidamente dio un salto hacia atrás con un grito de pánico. A partir de ese momento los chimpancés daban un rodeo siempre que pasaban por allí para no acercarse al arbusto. Así, un chimpancé puede avisar a sus compañeros de que en algún lugar hay algo peligroso o desagradable.
 En el transcurso de la expedición sucedió que Abu Hassan se entretuvo en saborear algo de lo encontrado, sin ninguna prisa, mientras los otros querían continuar la búsqueda. Lo que sucedió entonces recuerda el juego de esconder las cosas, el frío y caliente de nuestros juegos infantiles. Si un chimpancé se adelantaba en la dirección que él creía adecuada, volvía la vista para mirar a Abu Hassan. Cuando seguía un camino falso, Abu Hassan hacía muecas terribles, como si les quisiera decir frío, frío y dirigía la mirada hacía donde había algo escondido. Cuando se encontraban en la dirección buena, Abu Hassan lo animaba con ademanes y leves gritos de alegría.

El mismo experimento realizado con chimpancés adultos fracasó por completo. Ellos se guardan para sí el secreto de los escondites y no lo comparten con nadie. Incluso llegan a utilizar la mentira para proteger su propiedad. Pudo observarse que si un chimpancé se aproximaba, por pura casualidad, a uno de los escondites, el que sabía su existencia fingía un total desinterés, como si tratara de hacer creer a su compañero que por allí no había nada. Algunos chimpancés especialmente sagaces se dieron cuenta del truco y, a partir de entonces, cada vez que el viejo mono conocedor de los escondites daba muestras de indiferencia, se ponían a buscar en los alrededores con más intensidad.
Sería falso deducir de esto que los chimpancés se engañan entre sí y no puede uno fiarse del otro. Lo ocurrido en  este experimento no debe ser generalizado. Ya hemos visto otros ejemplos, como el reparto de la presa entre los chimpancés de África oriental, que usan el regalo para ganar prestigio en la comunidad, desarmar a sus enemigos y afianzar las amistades que desean. Y el móvil de su acción es básicamente, el mismo que hizo actuar tan desinteresadamente a Abu Hassan. 

martes, 3 de julio de 2018

Sobrevivir. Lecciones del Reino Animal, parte 5


LOS ANIMALES RESPETAN LA EDAD

En la sátira futurista de Huxley, no tan utópica como podría suponerse, las personas ancianas, consideradas como trastos viejos e inútiles, son aniquiladas. En nuestra sociedad industrial y de consumo, los viejos tampoco cuentan mucho.
Los jóvenes, empeñados a toda costa en hacer carrera eliminando a los mayores, justifican esta situación alegando el ejemplo de la naturaleza. Afirman que también en ella los ancianos son desplazados por los más jóvenes, fuertes y aptos para la lucha. Pero, ¿es esto verdaderamente cierto? ¿Qué valor tiene la vejez en el reino animal?

En el parque Lion-County, de California, donde viven leones en semi-libertad, ocurrieron cosas sorprendentes en 1973. Los encargados apartaron a un león viejo de veinte años de edad llamado Fraizer, del grupo de doce leonas con las que vivía, por considerarlo demasiado viejo. Lo substituyeron por cinco leones, mucho más jóvenes y musculosos que él, de seis años de edad. Con ello, los guardas pretendían hacer un favor a las leonas, pero hubieron de aprender una buena lección: las doce leonas se unieron entre sí y pusieron en fuga, mediante sus ataques conjuntos, mordiscos, arañazos y rugidos a todos y cada uno de sus nuevos pretendientes. No permitieron a ninguno de ellos el apareamiento.
Al cabo de varias semanas los jóvenes leones fueron sacados del recinto de las hembras y se permitió de nuevo la entrada al viejo Fraizer. Este veterano señor, mientras tanto, había enfermado de reumatismo y apenas podía andar. Pero sus doce hembras corrieron a su lado y no se apartaron de él.

Y ocurrió algo que nadie creía posible: en el año y medio siguiente, el viejo león pudo ser padre treinta y cinco veces. Después murió. Puede alegarse que eso solo es posible en un parque, y no hubiese podido ocurrir en la selva donde el viejo Fraizer hubiera sido desplazado a los ocho años por otros leones más jóvenes. Es posible que sea así. Pero el ejemplo anterior no está destinado a documentar la opresión a que se somete a los conciudadanos ancianos, sino únicamente sobre su capacidad de rendimiento.

Vamos, por tanto, a otra comunidad animal mejor organizada y en libertad: los elefantes. En el parque nacional de Kafue, Zambia, se informó de un caso realmente increíble. Los guardas se sintieron muy interesados al ver que una manada formada por doce hembras adultas y cuatro jóvenes era conducida por una hembra en cuyas proximidades siempre iban uno o dos de los miembros de la manada.
Esto resultaba extraño porque, normalmente, el jefe o la jefa de una comunidad animal es considerada como persona respetable y el resto de los componentes del grupo se mantiene siempre a respetuosa distancia. Una observación más detallada por parte  de los guardas del parque descubrió que aquella elefanta hembra no solo era una auténtica anciana, con cerca de sesenta años, sino que además había perdido por completo la vista en ambos ojos. Lo que no era obstáculo para dirigiera aquel ejército de gigantes.


Hay que hacer notar que en los grandes proboscidios los ojos no juegan un papel tan importante como en otros animales, entre ellos el hombre. Un elefante con buena vista apenas puede diferenciar a cuarenta metros de distancia a un hombre agachado. Para ellos es mucho más importante el olfato. Solo por el olor de las pisadas los elefantes, en los lugares donde son cazados por los turistas, pueden distinguir si se trata de la huellas de un hombre blanco (¡peligro!) o de un negro (inofensivo), y saben cambiar adecuadamente la dirección de su marcha.
El conducir correctamente a su rebaño -para no llevarlos ante los rifles de los cazadores- es una de las muchas y diferentes tareas del conductor o conductora del grupo. Otra, en tiempos de sequía, consiste en llevar al rebaño a distancias considerables hasta encontrar el último claro o manantial con agua.

Es un misterio cómo y en que hallan los elefantes, sobre todo aquella hembra anciana y ciega, datos para orientarse. En este caso sus dos acompañantes se limitaron a advertirla de obstáculos inesperados, rocas desprendidas, arbustos espinosos y cosas semejantes. Por lo demás fue la anciana ciega la que marcó la dirección general de la marcha.
Quien, la elefanta hembra en este caso, quiera seguir el mejor camino para la meta precisa debe tener mucha experiencia para desenvolverse. Tiene que conocer estepas, sabanas, bosques, cada colina y cada despeñadero, cualquier poblado o campamento humano y, sobre todo, todos los pozos y charcas, y cuándo se secan o tienen agua. La vida o la muerte de todo el rebaño depende de esta experiencia.

Consecuentemente, la jefa de un grupo de elefantes no reina como una tirana brutal ni tiene que aniquilar a todo oponente. Los otros miembros del rebaño no están continuamente pendientes de la menor muestra de debilidad de la jefa para luchar con ella y destronarla. Los animales jóvenes saben que de la experiencia de la conductora anciana depende su bienestar , todos ellos conceden amor, respeto y honores a los animales más viejos.
En la lucha por la sobrevivencia la experiencia del anciano es algo preciso e indispensable. El aprendizaje vital -un conocimiento que costó  muchos años ganar- debe ser colocado  en la balanza a la hora de pensar en la continuidad de la especie. El envejecer adquiere sentido y no solo para el individuo, sino también biológicamente para la  comunidad.

Un canario macho va ampliando su repertorio de canciones en el transcurso de su vida. Se olvida pronto de las canciones de moda de su juventud. Pero año tras año va consiguiendo sumar nuevas melodías a su repertorio.
En la Universidad Rockefeller, de Nueva York, pudieron demostrar, en 1978, que una hembra de canario puede conocer durante su periodo de celo la edad de un macho solo por el canto de éste. A los cortejadores jóvenes no les da la menor oportunidad, al menos mientras haya otros de más edad en las cercanías.

¿Por qué las hembras dan esa preferencia a los machos más maduros? En el transcurso de la primera época de celo los canarios machos dedican a sus hembras las mejores de sus melodías. Y observan con atención el efecto que cada una de ellas causa en la hembra. La que deja fría a su cortejada, la olvidan en seguida mientras que van perfeccionado y mejorando sin cesar las canciones de más éxito.
Tras el celo vuelven a aprender nuevas melodías que se apropian o rechazan según el efecto que consigan. En la siguiente estación pueden emplear medios más experimentados y radiar mucho más sex-appel para conseguir que la hembra se decida por ellos.

Bajo la  protección y el cuidado del hombre los canarios llegan a vivir hasta quince años. En libertad mueren muchos de ellos ya en su primer año de vida. Pero si logran sobrevivir ese primer año, pueden con gran probabilidad vivir un buen número de años.
Para una hembra clueca la pérdida del macho durante el periodo de cría significa una tragedia, puesto que depende de él para la protección de los hijos y la búsqueda de alimento. Es lógico, pues, que trate conseguir uno que haya probado su capacidad de sobrevivencia.

Los ejemplos semejantes son tantos y tan variados que verdaderamente no entiendo como ha podido surgir la leyenda de la falta de consideración de la vejez en el reino animal.
No es un hecho casual que sea el hombre el único ser con capacidad de crear las más complicadas estructuras sociales y, al mismo tiempo, el que entre los primates tiene un una vida más larga. Pero algunos hombres parecen no saberlo cuando desprecian a los ancianos.

Incluso el más próximo de los parientes del hombre, el chimpancé, conoce algo muy semejante al respeto de los ancianos.
En las selvas tropicales de Zaire, un zoólogo holandés pudo observar a un chimpancé viejísimo, tan anciano que el pelo de su cabeza era completamente gris, pues también los antropoides encanecen con la edad.
Corporalmente el animal estaba ya bastante pachucho. No podía trepar a los árboles y, sin embargo, disfrutaba de un buen número de privilegios. Ninguno de los otros animales más jóvenes y fuertes lo atacaba o lo apartaba. Cuando Matusalén, como el investigador lo llamó, no podía recoger frutos de los árboles, le bastaba con extender la mano, como pidiendo a un compañero, y de inmediato recibía de comer. 

La pregunta penosa que queda sin respuesta es por qué entre los hombres actuales las personas de edad merecen tan poca consideración y se les menosprecia, contrariamente a lo que ocurre, por lo general, entre los leones, los elefantes, los chimpancés, canarios y muchos otros.
La respuesta nos la ofrecen los babuinos encerrados en los recitos de los parques zoológicos. Allí, donde el jefe nunca tiene necesidad de arriesgar su vida para salvar a sus protegidos, donde no existen épocas de extrema necesidad que le obliguen a usar el tesoro de su experiencia, en la tranquilidad de la vida doméstica del zoo, no hace sino imponer sus exigencias y domina y oprime a los demás sin ofrecer a la comunidad nada a cambio. Por esa razón es reemplazado frecuentemente y a la menor oportunidad por otros ejemplares más jóvenes, osados y fuertes.

Vemos que la vida en el zoológico origina en los monos el mismo desprecio hacia la vejez que profesan tantos hombres ignorantes en sus mentes insensatas. Se trata de la consecuencia de una situación totalmente antinatural.
Y el hombre mediante su auto domesticación, se ha colocado en una situación comparable a aquélla.