martes, 19 de junio de 2018

Sobrevivir. Lecciones del Reino Animal, parte 3


Cómo los animales conviven con el estrés (continuación)

Otros animales conocen diversas posibilidades para evitar las malas consecuencias del estrés. 
El denominado experimento con la esperanza, realizado con ratas de campo recién capturadas muestra lo siguiente: Si uno de estos animales es arrojado a un tina llena de agua, cuyas paredes lisas no le permiten salir, al cabo de quince minutos de agitarse y nadar de un lado a otro, la rata muere a consecuencia del estrés.
En circunstancias normales, ese tipo de ratas pueden nadar hasta ochenta horas ininterrumpidamente antes de ahogarse. Consecuentemente, la causa de la muerte no es el esfuerzo físico sino solamente el miedo mortal ante una situación sin salida posible.

Al día siguiente se realizó un experimento semejante con otra rata del mismo tipo. En este caso, sin embargo, después de dejar a la rata cinco minutos en el agua se le lanzó una tablilla por la cual pudo trepar y alcanzar un blando nido preparado de antemano. Si se arroja al agua a esa misma rata algo después, pero no se le ofrece la tablilla salvadora, el animal no muere de estrés. Aguanta nadando en el recipiente ochenta horas, animada por la esperanza de que en algún momento se le vuelva a arrojar la tablilla salvadora. De esto puede extraerse que: la esperanza en la ayuda debilita de manera notable los efectos patógenos del estrés.
A la inversa, una sensación de abandono y desesperanza pueden ser causa importante en la génesis de un estrés prolongado.

Otro experimento parece comprobar lo expuesto. Se encerró a un buen número de ratas en jaulas, tan estrechas que prácticamente tenían que permanecer inmóviles. Durante cuatro días se sometió a las ratas a frecuentes descargas eléctricas en la punta de sus colas. La mitad de las ratas estaban obligadas a soportar la situación sin hacer absolutamente nada, mientras que el resto podía mover sus patitas delanteras, con las que giraban una especie de noria cuando intentaban escapar del dolor. Huían, aunque solo fuera ilusoriamente. Sin embargo, las consecuencias patógenas del estrés fueron mucho menores en esas ratas que en las otras que, al recibir la sacudida, no podían escapar.
Sucede que no hay forma de apreciar externamente si una rata padece de estrés. Hay que matarlas después del experimento y medir la extensión total de sus úlceras de estómago. Los milímetros de úlcera determinan exactamente la presión del estrés.

Incluso en una situación tan desesperada como la de las ratas encerradas en jaulas pegadas a su cuerpo, puede hacerse algo para aminorar las consecuencias patógenas del estrés, aunque el acto pueda parecernos carente en absoluto de sentido. Si la fuga no es posible, podemos inventarnos una fuga aparente. Con esto el daño queda reducido a una tercera parte. Los etólogos llaman a esta conducta contra reacción mediante un acto sustitutivo. Algo que debería dar valor a los hombres que se encuentran en una situación sin salida y oprimidos por el estrés. Un acto sustitutivo adecuado puede ayudarnos a evitar consecuencias graves a nuestra salud.

Otra variante del experimento puso de manifiesto nuevas posibilidades de contrarrestar el efecto negativo del estrés. Se sometió a una rata a descargas eléctricas en la punta del rabo a intervalos irregulares y al cabo de cuatro días se comprobó que la rata había desarrollado úlceras de estómago de una longitud total de nueve milímetros. Se hizo lo mismo con otra rata, pero cuidando de hacer sonar una señal acústica diez segundos antes de cada descarga eléctrica. En esta última, las úlceras solo alcanzaron un milímetro y medio de longitud.
Los dos animales recibieron el mismo número de descargas, de la misma duración e intensidad. Consecuentemente, el daño corporal motivado por las descargas fue similar. No ocurrió lo mismo con los daños del estrés. El segundo animal aprendió en seguida que solo tenía que sentir miedo durante diez segundos; por el contrario, el otro animalito tenía que vivir en un continuo temor sin saber nunca cuando iba a llegar el momento de la sacudida eléctrica. Así, la posibilidad de preveer una situación desagradable disminuye notablemente las consecuencias del estrés.

Los sabios aún no se han puesto de acuerdo sobre el hecho de si en una comunidad animal -una bandada de gansos, una manada de lobos, un rebaño de cebras o una familia de conejitos silvestres- el establecimiento de una ordenación   jerárquica previamente determinada, disminuye la frecuencia de las luchas internas y la gravedad de la tensión del estrés. Y esto es algo que debe ser considerado al investigar la cuestión si la ordenación jerárquica en la sociedad humana aumenta o disminuye el estrés.

Pruebas de laboratorio con leminges y ratones de pelo rojizo, hablan bien claro a mi juicio. Encerraron en jaulas a los animales que, tan pronto como estuvieron en ellas, establecieron una ordenación jerárquica. Entonces los investigadores metieron en cada una de las jaulas una de esas ruedas de noria que pueden girar sin fin y se propusieron observar cuales eran los animales que más las utilizaban.
Quedó claro que: mientras más bajo era el estatus social del individuo  dentro de la comunidad, con mayor frecuencia se subía al juguete, para intentar inútilmente una fuga imposible. Siempre que un ratón sufría un rechazo utilizaba la rueda. Es decir, los que estaban en los últimos peldaños de la escala social eran los que más intentaban escapar, mientras los jefes casi nunca las utilizaban.

De esto puede deducirse que la realización del instinto de movimiento puede indicar la existencia de una situación de estrés. Igualmente, que si es cierto que la ordenación jerárquica desplaza a las luchas internas, no elimina el estrés, del que solo se libran los animales de alto rango. En las capas más bajas de la población de ratones es donde la carga anímica es más grave.
En una manada de lobos en libertad no cambian las cosas. En periodos de hambre, los miembros de la clase media atacan con creciente hostilidad a los animales de las clases bajas a los que, finalmente, acaban por expulsar de la manada. Los expulsados prolongan durante un tiempo su existencia solitaria, que los vuelve agresivos, pérfidos y peligrosos. Esto, sin embargo, no es un signo de vitalidad, sino la expresión de su última rebeldía que no impide que pronto les llegue la muerte, pues sin el apoyo de la manada el lobo solitario está perdido.

Aunque en los lobos que dejaron su manada la situación no es irreversible. Cuando han escarmentado pueden, en determinadas circunstancias, ser admitidos de nuevo en la comunidad. Los vigilantes de las regiones salvajes del Canadá han sido testigos de este acontecimiento:
En una manada de lobos salvajes en libertad, una loba vieja no quería someterse a la autoridad de las hembras más jóvenes, que se habían hecho mucho más fuertes que ella. Las peleas se hicieron cada vez más frecuentes y crueles hasta que la vieja loba fue expulsada de la manada.

Tres días más tarde, cuando la manada galopaba siguiendo un rastro, la vieja loba se interpuso en su camino… llevando en sus fauces un joven carabú que ella misma había cazado. Era como si les quisiera decir a sus antiguos compañeros: Se las regalo si me dejan que vuelva.
La loba volvió a la comunidad y en los días siguientes pareció totalmente cambiada. Ayudaba a las hembras jóvenes en el cuidado de sus crías, se quedaba frecuentemente de guardia en la guarida, en la caza se mostraba especialmente activa y no volvió a pelear con las otras. En resumen: volvió a ser un miembro útil de la comunidad, con lo cual es casi seguro que logró prolongar su existencia varios años más.
La loba logró vencer su estrés mediante un rendimiento social al servicio de la comunidad.

Los métodos con los que los animales disminuyen los males del estrés se incluyen en la gran fórmula se supervivencia de la naturaleza.
Por una parte, es tan simple que los animales estén en condiciones de aplicarla sin saber nada de esas cosas. Y por otra, no obstante, resulta tan complicada para nosotros, los humanos, que todavía no hemos aprendido a comprender y asimilar con nuestro entendimiento y nuestra razón todas esas cosas que los animales realizan de modo inconsciente.

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