martes, 27 de febrero de 2018

La Relación de Pareja, parte 9


LA PAREJA Y LA RELACIÓN EGO-SÍ MISMO 

Así como la relación madre-hijo representa la conexión ego-Sí mismo, la relación individuo-pareja representa también la conexión ego-Sí mismo. El hijo se va a desarrollar tan sanamente como sana es su relación ego-Sí mismo y lo mismo ocurre con el adulto.
El eje de conexión ego-Sí mismo no desaparece en el curso de la vida, lo que cambia es el objeto de la proyección del Sí mismo. El adulto, naturalmente, retira la proyección de la madre y toma otro objeto sobre el cual lleva a cabo esta proyección, por ejemplo, el sistema de pareja.
La madre tiene la virtud de facilitar en el hijo los movimientos alternos de inflación - alienación del ego y consecuentemente la expansión gradual de la conciencia.

La pareja tiene el mismo efecto, al representar el eje de conexión ego-sí mismo. Durante la primera mitad de la vida, tales movimientos están orientados hacia la consolidación del ego y en la segunda están orientados hacia su disolución.
El dolor por el desgarramiento inherente al ciclo inflación-alienación, con motivo de la relación, será soportable en mayor medida si la pareja es la prioridad en la vida.
La disolución del ego y consecuentemente el paso de la polaridad a la unidad, se verá reflejado en armonía, estabilidad y aceptación.

ARMONÍA. Así como los numerosos instrumentos de una orquesta producen cada uno su singular sonido, de manera tal que componen la unidad bajo la orientación del director, los distintos componentes de la psique van logrando armonía bajo la acción integradora del Sí mismo. Lo contrario del estado de armonía es el estado de disociación, muy conocido en la psiquiatría moderna.

ESTABILIDAD. Mediante el espacio interaccional entre el ego y el sí mismo, el ego mantiene un movimiento alterno entre inflación y alienación. En el proceso de individuación este movimiento va de  intenso a tenue, siguiendo un camino en espiral: en momentos se incrementa la sensibilidad del ego y en momentos disminuye, pero la tendencia es a decrecer. Con la madurez, el rango de emocionalidad disminuye. Las personas mayores tienden a manejar un rango corto de emocionalidad. Su carácter es más estable. Pueden reír o enojarse pero esos sentimientos no sobrepasan límites fuera de un control consciente.

ACEPTACIÓN. El problema fundamental de las personas no radica en lo que les sucede sino en lo que piensan acerca de las cosas que le suceden. Tampoco radica en sus limitaciones y carencias sino en lo que piensa a cerca de sus limitaciones y carencias. El problema de una persona que ha perdido su patrimonio y se quiere suicidar, por ejemplo, no es la pérdida sino el apego. Y el problema de otra que sufre de falta de afecto, no es esa carencia sino lo que se dice a sí misma.
La aceptación propia es el único camino para ser dueño de sí mismo. Solo entonces estamos en condiciones de ofrecernos a los demás. ¿Cómo puedo yo  ofrecer algo de lo cual no soy dueño? Estaría ofreciendo la misma ilusión con la que mi ego ha vivido engañado.
La aceptación de los demás nace de la aceptación de uno mismo. De otra forma no se trata de una verdadera aceptación. Es un reflejo de la integración de los opuestos.

Las personas huyen de su matrimonio y al mismo tiempo quieren huir de la conexión ego-sí mismo. Esa conexión estaba ya dañada antes de iniciar el matrimonio. Es el ego quien huye. No soporta la tensión de las pruebas a que es sometido, inherentes a esa conexión. Quieren el camino fácil, la satisfacción del ego.  Aparecen entonces promesas de mejoramiento sin sacrificio del ego.
Un conocimiento teórico por sí mismo no puede allanar el camino de individuación, ni acelerar el proceso de transformación del ego. Tampoco se mejora con la disolución de la relación. En otras palabras, la integración de los opuestos generalmente se entorpece cada vez que ocurre la separación de una pareja.

Todo aquello que es selectivo, dualista, analítico, temporal y espacial es dicotomizador, es decir, está motivado por el ego. También todo aquello que se resiste al cambio. Por el contrario, lo que es inclusivo, unificador, sintetizador, simbólico, atemporal, es integrador, también lo que va en dirección al cambio.
Gradualmente, las actitudes dicotomizantes ceden el paso a actitudes integradoras. Entonces el individuo deja de poner su atención y su energía en buscar erróneamente, la culpa de los demás.
Únicamente en los propios errores es donde aprende el hombre inteligente, que se hará esta pregunta: ¿Quién soy yo, a quien le ocurre todo esto? Mirará en su propia profundidad para encontrar en ella la respuesta a la pregunta de su destino. Aprende a escuchar la voz interior.

JONÁS

La relación arquetípica ego-sí mismo tiene múltiples representaciones simbólicas en la mitología universal. Una de éstas en el Antiguo Testamento es la relación entre Jonás y Yahvé. Psicológicamente, Jonás es la encarnación del ego y Yahvé es la voz del sí mismo. Jonás es el hombre que desatiende el llamado interior hacia la integración. Representa las resistencias del hombre al cambio.
Jonás es enviado a Nínive, la ciudad grande, a predicar contra ella, pues su maldad a subido. Pero desobedece y huye.
Nínive, la ciudad grande, es una representación simbólica de la madre en su aspecto maligno. Equivale a la bruja de los cuentos, la que castiga, la que engaña, o bien, la que seduce, manipula y hechiza. En la medida en que el hombre ha fracasado en sus intentos de liberarse de la madre, es portador de la personalidad de la bruja.
En el viaje, Jonás va a experimentar el dolor, la inseguridad, la muerte, el inframundo y finalmente el renacimiento.

Yahvé levantó en el mar un violento huracán. Llenos de miedo, los marineros lo arrojan al mar. Desatender las señales del inconsciente provoca la protesta del sí mismo, misma que se manifiesta en una revuelta de la psique, como un huracán removiendo los contenidos interiores. Los pensamientos pierden su coherencia y se produce un torbellino de sentimientos y emociones. Es la respuesta a las actitudes demasiado unilaterales, a la resistencia a voltear hacia el polo opuesto. El huracán que se desata desde el inconsciente, puede tener tal fuerza que remueve la estructura del pensamiento, el sentimiento, la intuición y la   percepción.
Jonás es entonces tragado por un pez muy grande y permanece ahí por tres días y tres noches. Queda capturado por un contenido del inconsciente, desciende al mundo interior, un volverse a hundir en el cuerpo de la madre. Supone tortura infernal y muerte, pero también, al mismo tiempo, las premisas del renacimiento. Cada actitud ante la vida, nuevamente adquirida, va acompañada de una cierta transformación, en la que ha de perecer algo que se ha superado ya.

El proceso de desarrollo de la psique, una vez que se ha alcanzado el centro de la vida, exige un retorno al origen, el descenso a los obscuros y cálidos abismos de lo inconsciente. Permanecer en éste y resistir sus peligros equivale a un viaje a los infiernos. Más, el que logra superarlo, resucita o renace, retorna con mayor sabiduría, curtido frente a la vida exterior y a la interior.
En su desesperación, Jonás clama a Yahvé para su salvación, para ser rescatado de su tormento. El hombre común, en el momento agudo de la crisis anhela un apoyo y una luz. Ha llegado a la máxima preparación para el cambio.

El pez vomita a Jonás en la playa y Yahvé le ordena nuevamente ir a pregonar a Nínive lo que yo te diré. Jonás penetra en la ciudad diciendo: de aquí a cuarenta días Nínive será destruida.
Entonces las gentes de Nínive creyeron de Dios, y practicaron ayuno y penitencia. Vio Dios el arrepentimiento y decidió no castigar.  Entonces Jonás se enojó con Yahvé. Puede decirse que el niño que aún vive en la psicología de Jonás se revela a la simplista solución del perdón. Jonás quiere que paguen sus pecados. La voz interior, expresada a través de Yahvé, es la manifestación del Sí mismo, que facilita la coexistencia de opuestos. Evidentemente, los fines orientados por el sí mismo, están más relacionados con la armonía y el perdón que con la exclusión y el castigo.

Después, salió Jonás de la ciudad y se sentó placidamente a la sombra de un ricino. Jonás se alegró mucho por el ricino, y éste se secó. Jonás volvió a montar en cólera. Entonces dijo Yahvé a Jonás: ¿te parece bien enojante por el ricino? Y él respondió: Sí, me parece bien enojarme hasta la muerte. Yahvé le dijo: Tú tienes lástima por el ricino, en el cual no trabajaste por hacerlo crecer, que en el espacio de una noche nació y en el de otra pereció, ¿y no voy a tener piedad de Nínive, donde hay más de ciento veinte mil hombres que no distinguen su mano derecha de la izquierda, y además, numerosos animales.
El hombre sufre por la inseguridad que le produce la ausencia de lógica, o más bien, de una lógica cuyos secretos no descubre.
La única puerta de salida del conflicto entre ego y el sí mismo que se da en la pareja, es un cambio de actitud. Bien sabemos todos los que vivimos en un matrimonio que el deseo más grande de nuestro ego es que el otro cambie. Queremos que acepte su culpabilidad y que pague por ello.
La relación de pareja es como la relación entre Jonás y la ciudad de Nínive. El Sí mismo ejerce una presión sobre la conciencia con el fin de que ponga su atención en los aspectos devoradores y malignos del esposo o esposa, y cambie su actitud respecto a ellos.
En un mundo gobernado por criterios del ego, nos enfrentamos constantemente con obstáculos que dificultan el proceso de individuación.

EL CONFLICTO EN LA PAREJA

La fecundación de lo masculino y lo femenino en el plano físico da lugar a la gestación y nacimiento de un ser, es generadora de vida. La fecundación de lo masculino y lo femenino en el plano psicológico, da lugar a la expansión de la conciencia, es generadora de vida espiritual.
El potencial de la fecundación en el plano psicológico es, quizá, comparable al potencial de la fecundación en el plano físico. Si imaginamos el tamaño de los gametos (óvulo y espermatozoide) en comparación con el tamaño del cuerpo, la diferencia puede estimarse en cifras inimaginables. Haciendo la traslación al plano psicológico, no nos queda más remedio que afirmar que el potencial de desarrollo psicológico es aún insospechado para la mente humana.

Para la pareja que formaliza y consolida su unión, pero no está dispuesta a la expansión de la conciencia mediante la relación, el conflicto representa un elemento indeseable y posiblemente buscará la forma de evitarlo. Son personas que se resisten a abandonar su identidad centrada en el ego, para asumir una relación centrada en la pareja.
El conflicto es un encuentro de opuestos. La pareja representa un encuentro de opuestos. Para el ego, el conflicto (la confrontación con el polo opuesto) es como un dardo que se clava. En la relación de pareja, ese dardo puede convertirse en el medio de fecundación: fertilizador, enriquecedor, que dará lugar a un parto natural. O bien, puede ser un dardo envenenado, que dará lugar a la resistencia y al aborto. La fecundación producirá la expansión de la conciencia, la integración de los opuestos, la aceptación, es a favor de la vida.
El conflicto es el camino natural que va de la polaridad a la integración.

Mientras se producen encuentros entre los polos opuestos, se producen también cargas emocionales. Sentimos que nos arrancan nuestra identidad al igual que nos arrancan la piel.
¿Cuánta energía invierte una pareja en sus conflictos? Una pareja invierte  tanta energía en el conflicto, como fuerza necesita para poner en marcha un proceso de integración de opuestos que se encuentran disociados.
Debido a razones inconscientes relacionadas con la historia individual, hay personas que no invierten energía suficiente en el conflicto, y las hay que invierten excesos de energía. Ambos casos de desproporción entre el conflicto y la cantidad de energía invertida, dan como resultado ineficacia en el proceso de integración.
Así, es posible afirmar que cada pareja necesita invertir energía en el conflicto, en una cantidad que se encuentre dentro de un rango que para ella es funcional.

Frente al conflicto, existen entonces tres tipos de respuestas que dan como resultado tres tipos de parejas: las que se transforman, las que se paralizan y las que se disuelven.
Si una pareja es capaz de darle validez al punto de vista opuesto de su pareja, aun si no está de acuerdo con él, puede favorecer la transformación de la pareja en dirección a la integración de los opuestos. Por el contrario, si una persona invalida sistemáticamente el punto de vista opuesto estará favoreciendo la parálisis. Esta alternativa funciona también a la inversa: si una persona invalida sistemáticamente su propio punto de vista frente al punto de vista opuesto de su pareja y se asimila a él, favorecerá también la parálisis de la relación.

Cuando el ego se siente amenazado a veces busca como escape la disolución de la relación. No solamente corresponde a una actitud invalidante del punto de vista opuesto, sino también a un sistema de defensa para mantener la integridad del ego.
La vida es un campo de posibilidades ilimitadas. Podemos trascender las posiciones estrechas a que estamos acostumbrados. Los conflictos se encuentran en el campo de las dicotomías, mientras que las soluciones se encuentran en el campo de la unidad.

Si el conflicto significa que excluimos una polaridad, la solución significa que la integramos. Si el conflicto nos hace afirmar, por ejemplo, que soy fuerte y no débil, la solución nos hace afirmar que soy fuerte y débil, lo cual es naturalmente más real.
De ordinario, el ego se pasa la vida erigiendo una barrera tras otra. Lo hace por protección. En esta defensividad, los dos polos de un eje quedan divorciados. Uno dentro de las murallas de la protección y otro fuera de ellas.
Naturalmente, el conflicto de pareja es un reflejo del conflicto individual. De no ser así, no existirían elementos para generar tensiones en la pareja.
El sentido del conflicto se va cumpliendo gradualmente a medida en que van muriendo identidades parciales que se encuentran centradas en el ego.

En la pareja, el proceso se inicia con la inflación del ego, lo cual provoca una reacción del compañero. Se produce así un ciclo que comprende: inflación del ego - aceptación - reconexión y equilibrio. Este ciclo se puede ver interrumpido si no existe reacción al rechazo y condena por el ego inflado y también si no existe aceptación nuevamente, después del periodo de alienación del ego.

El bloqueo del ciclo tiene consecuencias en la vida de la pareja: parálisis, desvitalización, infidelidad, divorcio, etcétera.
La ayuda terapéutica a las parejas debe contemplar la importancia que tiene para las personas vivir el conflicto en todas sus fases. Identificar en que punto se encuentra bloqueado y facilitar el desbloqueo. Cuando esto se hace posible, se ha producido un movimiento interno en cada uno de los miembros, tanto en el que no recibe la respuesta como en el que no da esa respuesta. De esta manera se produce también un movimiento en la interacción. Tal interacción es el reflejo de otra que se lleva a cabo en el interior de cada individuo: la interacción entre el ego y el self. Mediante esta conexión, el ego recibe una carga de energía que le lleva a expandir su conexión artificialmente y que a su vez le produce la inflación. Esta condición se traduce en actitudes que para el compañero son agresivas y frente a las cuales reacciona demostrando su rechazo.

La vulnerabilidad que las personas presentan en su vida de pareja indica que han vivido con un eje ego-self maltratado. El ciclo del conflicto se va a repetir una y otra vez y en cada ciclo existe la oportunidad de incrementar la conciencia y así, sanear gradualmente el eje ego-self.
Sin embargo, el proceso puede tomar un camino erróneo en la medida en que se producen y se mantienen los bloqueos.
En resumen puede afirmarse:

  • El conflicto es indispensable (a la vez que inevitable) para la pareja como principal promotor del proceso de desarrollo.
  • El conflicto tiene un sentido en dirección a la integración de los opuestos.
  • El conflicto interpersonal es reflejo fiel de la existencia de un conflicto intrapersonal.
  • El ciclo completo del conflicto comprende tanto la experiencia de inflación como la de alienación del ego.

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