martes, 20 de febrero de 2018

La Relación de Pareja, parte 8


Liberación del animus

La mujer es rescatada de la devaluación de su ego por un hombre más poderoso que su animus. Interiormente deja de tener sentido la envidia al principio masculino, puesto que ha logrado una relación profunda con un hombre al que considera para ella. La mujer sentirá envidia del principio en tanto no valore su naturaleza femenina.
La superación de encontrarse bajo el poder del animus da a la mujer la posibilidad de separar los pensamientos propios de los pensamientos del animus; éste se convierte en compañero interior y deja de suplantar al ego. La mujer puede recoger sus proyecciones y dejar de culpar al hombre, puesto que se siente valorada como mujer, por un hombre.

Toda mujer parece necesitar tenerle admiración al hombre con quién se relaciona. De otro modo, continuará la lucha que impide a la mujer sentir que ocupa un lugar en la sociedad.
El animus aleja a la mujer de las relaciones  y le impide desplegar valores femeninos. Se impide a sí misma la luz de la conciencia andrógina.

La relación padre-hija

Muchas mujeres cargan una herida en su relación padre-hija. Esta herida afectó su crecimiento y así, no tuvo la preparación para iniciarse en la vida adulta como mujer. No pudo descubrir por ella misma quien realmente es.
Un padre se puede preguntar qué quiere para su hija: una mujer que niega su sexualidad o que acepta su sexualidad, que se identifica con lo masculino o con lo femenino. También puede preguntarse que clase de padre es o quiere ser: castrante o facilitador; severo o flexible; fuerte o débil.
Para la mujer, la relación padre-hija tiene un tono erótico y se cruza sin cesar entre la atracción y el rechazo
El padre establece una relación con su hija remarcando diferencias entre ser hombre y ser mujer, o bien, la puede establecer con una idea de igualdad entre ser  hombre y ser mujer. La relación se establece en un punto intermedio de estos dos polos. Por otra parte, el padre puede valorar a su hija o bien, devaluarla. Esto da como resultado cuatro modalidades básicas de relación entre padre e hija.
Primera. El padre valora a la hija y marca las diferencias entre ser hombre y ser mujer. Es el padre protector que mantiene a la hija lejos de los peligros de la vida. La hija es motivada para ser compañera femenina.

Segunda. El padre valora a la hija y disuelve las diferencias entre hombre y mujer. Corresponde al padre que impulsa a la hija con el fin de que desarrolle sus potencialidades. Prepara a la hija para ser una guerrera en la lucha por la vida. Este modelo es sumamente popular en la actualidad.
Tercera. El padre devalúa a la hija y disuelve las diferencias entre ser hombre y ser mujer. El padre no impulsa sino empuja y expulsa a la mujer hacia el mundo. El padre retira el apoyo, acompañando este acto con mensajes parecidos a: ya es hora de que sigas adelante por tus propios medios; Aquí todos tienen que ganarse la vida, hombre y mujeres. La hija es obligada a hacer lo que el hombre hace.
Cuarta. El padre devalúa a la hija y marca las diferencias entre ser hombre y ser mujer. La mujer queda al servicio del hombre. El padre envía el mensaje: la mujer hace todo aquello que al hombre no le gusta hacer. La rebeldía y el feminismo son una respuesta a esta modalidad que da a la mujer un papel inferior en la sociedad.

El otro factor determinante para la mujer es el componente erótico en la relación padre-hija. Ausencia total de Eros o exceso de Eros. La personalidad de la hija se orientará hacia el camino de la espiritualidad (con ausencia de instintos) o bien tomará el camino de la instintividad (con ausencia de espiritualidad), como consecuencia del manejo de erotismo en su relación  con el padre. Esto da como resultado cuatro modalidades básicas de la relación:
Primera. Ausencia de erotismo. El padre huye de todo contacto físico, cuidando excesivamente que no se despierte el erotismo. Puede existir buena comunicación, por ejemplo, en relación con conocimientos de economía, política, etcétera. La relación puede ser intensa pero excluye sentimientos y excluye el cuerpo.

Segunda. Exceso de erotismo, tomando la hija camino hacia la espiritualidad. El padre responde a la atracción física y genera un exceso de erotismo que resulta traumático para la hija. Como consecuencia, la hija se defiende excluyendo en algún grado la sexualidad de su vida.
Tercero. Exceso de erotismo; la hija toma el camino hacia los instintos. El padre es seductor y resalta la belleza física como un gran valor. La hija desea complacer al padre siendo erótica. Como consecuencia, la mujer puede buscar el placer efímero. La hija vivirá para complacer al padre a través de otros hombres.
Cuarta. Ausencia de erotismo; la hija sigue el camino hacia los instintos. El padre teme su propio deseo incestuoso y evita todo contacto físico. La hija se siente entonces empujada hacia los brazos de otros hombres. Es posible que la madre participe enviando hacia la hija el siguiente mensaje: ve afuera a buscar el tuyo, éste es mío.

Lo más común no es que se den estas interacciones tan puras como se describen. Lo común son combinaciones en puntos intermedios pero con una orientación más o menos clara hacia uno de los polos. Además, en la relación padre-hija suelen participar otros personajes y factores, como la madre y los hermanos y hermanas. Naturalmente, en la medida en que un entorno se de en extremo, afectará negativamente la personalidad de la hija.
Cuando la hija entra en la adolescencia, la relación con el padre se ve poderosamente influida por el componente erótico e inconscientemente afecta  la personalidad de ambos. Muchos son los padres que fluctúan entre ser seductores o normativos. Como consecuencia, su conducta se torna entre complaciente y hostil. El padre aparece entonces, frente a sí mismo como reducido en su dimensión y solidez masculina, como padre.

En el cuento germano de Blanca Nieves y los siete enanos, la personalidad del padre atomizada aparece representada por los enanos, cumpliendo la importante función de rescatar a la hija del aspecto destructivo de la madre.
El enano, entre los germanos, es un ser asociado con genios de la Tierra y el Cielo. Vienen del mundo subterráneo y simbolizan las fuerzas obscuras que hay en el hombre. Pueden servir de guías o de mensajeros.
Blanca Nieves despierta a su sexualidad y a la vez a su independencia. Al encuentro de un hombre real de un reino vecino. El enano, laborioso, misterioso, intuitivo, clarividente, mágico y a la vez multifacético, parlanchín, charlatán, malformado y excluido del mundo del amor, es el duende tras la figura del padre que conoce la hija en el proceso de convertirse en mujer, mientras se prepara para vivir la siguiente etapa de su vida. Entonces tendrá que ser independiente de las influencias paterna y materna.

La madrastra de Blanca Nieves representa la sombra de la madre, la que desea su destrucción y no quiere verse superada por ella.
El padre entonces, tiene la facultad de conjurar el gran poder destructivo que radica en la sombra de la madre. El secreto para ello consiste en relacionarse con la hija intensamente, cuidando de no quedar atrapado en la atracción erótica pero a la vez reconociendo su existencia. Esto queda representado en el hecho de que  Blanca Nieves se va a vivir a la casa de los enanos, en medio del bosque.

Así como el espermatozoide fecunda al óvulo, lo masculino actúa sobre lo femenino y lo fertiliza. Lo masculino representa siempre un esfuerzo adicional que remueve la calma apacible propia de lo femenino.
En el proceso educativo de los primeros años, toda mujer aprende a orientarse preferentemente en un sentido o en otro: a colocar el elemento masculino en el hombre o en sí misma. Repito, aprende a orientarse preferentemente, lo cual no significa únicamente. La relación con lo masculino interior puede rescatar a una mujer del desamparo y la relación con el hombre puede rescatar a una mujer del dominio del animus.
La relación que la madre mantiene con el elemento masculino de su psique, el animus, y la que mantiene con el hombre, conforman un modelo para la hija. Por otra parte, en la relación con el padre, la hija se complementa con él, colocando lo masculino en el propio padre o en sí misma. Esa relación actuará como modelo de relación con el hombre.

 Lo femenino es el campo que ha de ser preparado y sembrado y lo masculino la semilla que fecunda la Tierra. El campo es una representación del cuerpo físico, del psíquico o del espiritual. Este aspecto de la psicología de la mujer tiene explicación en las raíces del inconsciente colectivo, de su conocida necesidad de admirar al hombre con el cual se relaciona. De no ser así, no está dispuesta a permitir ser influida y fecundada.

EL ESPACIO INTERACCIONAL ENTRE EL SÍ MISMO Y EL EGO

Siguiendo con el mito bíblico de Adán y Eva, nos encontramos con la formación del hombre de un soplo divino. En este acto participan dos polos que componen la unidad: materia y espíritu. En la pareja, la convivencia entre el Sí mismo y el ego, tiene un paralelo con el encuentro e integración entre materia y espíritu. En términos actuales, el espíritu es lo dinámico, por lo cual, constituye lo opuesto a la materia, que tiene cualidades estáticas, inertes. El concepto primitivo de espíritu, es considerado como soplo o como viento, se trata de un ser activo, en movimiento, inspirador y animador.

El Sí mismo

La fuente de todo fenómeno psíquico es esa instancia que Jung denominó Selbst o el Sí mismo. Es el arquetipo de la totalidad, comprende tanto la esfera de lo consciente como la esfera de lo inconsciente.
La naturaleza y magnitud del Sí mismo es incognoscible, pero sabemos de sus manifestaciones por el contenido de mitos, leyendas y otros símbolos universales. Representa un potencial inimaginable en cada ser humano.
Adquiere representaciones múltiples, aparece en nuestros sueños como personaje (rey, héroe, profeta, anciano), bajo la forma de un símbolo de totalidad (mandala, círculo, cruz, cuadrado), como piedra preciosa, como luz, etcétera. También se podría llamar El dios dentro de nosotros.

El arquetipo del Sí mismo opera en la psique como principio ordenador, regulador e integrador. Representa un poder transpersonal que trasciende al ego. El imperativo de la integración de los opuestos es propiamente la acción del arquetipo del Sí mismo. Sigue un designio que muy pocas veces conoce la conciencia. Por ello es fácil ver una gran oposición entre nuestras intenciones conscientes y la realidad de los hechos de nuestra vida.

El ego

Por otra parte, ego es el centro de la personalidad consciente, ya que permite dar cuenta tanto del mundo interno como del externo, tiene capacidad para ver hasta cierta distancia tanto hacia afuera como hacia adentro.
El ego es al asiento de la personalidad subjetiva, puesto que representa todo aquello que creemos que somos.
El ego nació del Sí mismo, es decir, de la esencia, y se ha alimentado de él como un niño lo hace de su madre. Ésta imagen representa analógicamente la relación entre el ego y el Sí mismo. El ego cumple la tarea de llevar a la conciencia los contenidos del Sí mismo. En la infancia, el Sí mismo está representado por los padres. La proyección del Sí mismo explica la idealización de los padres. Ellos eran seres grandiosos, tal vez en un grado mayor al que correspondía la realidad objetiva.

Mediante suspiros y sollozos un niño suplica la presencia de su madre. Probablemente llega a sentir que no va a volver, que lo abandona. Si por el contrario, la madre responde rápidamente,  le produce al niño una sensación de confianza y de seguridad.
Esas experiencias tempranas tienen un efecto determinante en la vida del adulto. Han condicionado la relación entre el ego y el Sí mismo. El niño vive momentos alternados entre el sentimiento de unidad y el sentimiento de separación. Los primeros son nutrientes, los segundos desoladores. Los primeros representan conexión y acercamiento entre el ego y el Sí mismo.

La conexión entre el ego y el Sí mismo ha de proporcionar cimientos, estructura y seguridad. Esta conexión es fundamental para darle significado a la vida.
Cuando el ego sufre inflación, adquiere un tamaño y una importancia irreal. El ego se apropia de material del Sí mismo, identificándose con él, por lo cual queda artificialmente expandido. En otras palabras, el ego cree ser más de lo que realmente es. Se manifiesta con demasiada arrogancia, demasiado poder, o bien, con excesivo sentimiento de culpa, demasiado sufrimiento.
Los sentimientos de vacío interior corresponden a un estado de alienación de ego. Cuando esto sucede,  el ego ha perdido contacto con el Sí mismo, por eso los sentimientos se relacionan con la desolación y el abandono. El ego se separa de su fuente original. Esta condición puede llevarla hasta la muerte.

En la etapa de adolescencia suele agudizarse la alienación del ego. El joven está afirmando su identidad y elaborando su desprendimiento de la familia. Este proceso incluye necesariamente experiencias de separación ego-sí mismo.
Otra etapa en que se agudiza la alienación es durante la crisis de la mitad de la vida. En esta etapa se pierde el significado que hasta ese momento han tenido las principales motivaciones. Lo que en un principio fue ambición ahora se ha convertido en obligación, y aparecen nuevos significados.
El ciclo de inflación-alienación es fundamental para el desarrollo psicológico. Cuando se interrumpe el ciclo se intensifican las manifestaciones. Siempre que alguien sufre de alienación y desesperación intolerables, la violencia se hace presente. En casos extremos puede traducirse en asesinato o suicidio. En la raíz de cualquier forma de violencia subyace la experiencia de alienación.
El ciclo natural alienación-inflación, se convierte en el ciclo alienación - violencia-inflación, cuando se interrumpe su flujo. Se produce un corto circuito que genera cambios repentinos entre una fase y otra

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