martes, 6 de febrero de 2018

La Relación de Pareja, parte 6


LA PAREJA ALCOHÓLICA

Vivimos en un mundo polar. El pecado original, grabado dramáticamente en el alma humana es la polaridad. El precio inevitable de la conciencia es la polaridad.  Estamos obligados a decidir. Con la polaridad perdemos el paraíso. El mundo polar incluye al mundo del dolor. Al hombre, el mundo polar le resulta a veces insoportable. Un dramático paradigma que reúne la fantasía de huir de este hiriente mundo polar y la dificultad enorme de lograrlo lo tenemos en el adicto, por ejemplo, el en alcohólico.

El alcohólico disuelve momentáneamente la frontera entre ego y la sombra. Pierde su código para discernir entre el bien y el mal cuando está intoxicado. No existe en él una máscara social que le genere vergüenza y conciencia moral. Quiere volver al jardín del Edén, a sentir la protección y seguridad del vientre materno. Y este deseo es como una pasión devoradora.
El cónyuge del adicto es la parte complementaria necesaria para mantener vivo este paradigma. Puede reaccionar con una emoción o con la contraria. Y esa respuesta es todo lo que él necesita para seguir viviendo en una tierra de nadie.
La pareja dependiente tiene problemas de intimidad y de comunicación. Comentan con otros pero no entre ellos, no se dicen todo. Llevan una vida entre la represión de la sombra y un estado en el que se deja arrastrar, cediendo a los dictados de la sombra.

MEDIOS PARA APRENDER ALGO DE NUESTRA SOMBRA

El reconocimiento de nuestro lado obscuro es un requisito no solo para el autoconocimiento, sino también para el conocimiento y aceptación de los demás. Por el contrario, mientras menos tenemos conocimiento de nuestro lado obscuro, menos conocemos la naturaleza humana.
Y paradójicamente, mientras más tratemos de ocultar nuestros aspectos sombreados, más se notarán. Siempre que hay algo exagerado, por ejemplo: mucha corrección o excesiva pasividad, podemos suponer que hay algo tóxico.

Si algo o alguien nos muestra ese lado obscuro que tratamos de ocultar, nos produce sentimientos desagradables: incomodidad, sensación de ser tratados injustamente, vergüenza, etcétera. Tales respuestas indican que esas afirmaciones han dado en el blanco.
Elevar la relación con la sombra exige un esfuerzo moral considerable y exige vencer enormes resistencias. Ante todo es necesario tener absoluta honestidad consigo mismo.
Podemos aprender algo de nuestra sombra mediante:

El feedback de los demás. Siempre que adoptemos la actitud adecuada. Dispuestos a escuchar y a recibir.
El contenido de nuestras proyecciones. Sabiendo que todo aquello que nos fascina o nos produce rechazo, puede ser reflejo de nuestra sombra.
Los lapsus verbales y conductuales. Pueden ser manifestaciones de la sombra, actuando por cuenta propia, fuera de nuestro control consciente.
Nuestro sentido del humor. Siempre podemos preguntarnos ¿qué es lo que despierta nuestro sentido del humor? Y también si somos incapaces de reír.
Nuestros sueños. La sombra se manifiesta en los sueños, generalmente como personaje del mismo sexo y frecuentemente persigue, intimida, ataca.
Nuestras fantasías. Recordemos que representan la compensación que necesita el ego frente a circunstancias que no le satisfacen.

El individuo que se reconcilia con su sombra como con un hermano que ha estado alejado, está cumpliendo una tarea de gran importancia universal.
La relación con la sombra nos hace más completos y nos permite vivir en un mundo más real. Lo primero es aceptar y tomar en cuenta seriamente la existencia de la sombra, hacer conciencia de pensamientos, sentimientos, acciones e impulsos impropios como pueden ser: la envidia que una madre siente hacia su hija, el deseo que un hombre siente por la mujer del hermano, la vergüenza que el padre siente por el hijo, la ambición de poder y de dominio, las intenciones perversas, el deseo de destruir a los hijos, pero también el valor heroico como aspecto de sombra.
Lo segundo es percatarse de sus cualidades e intenciones. No se trata de eliminar la tensión, sino más bien de exagerarlo deliberadamente. Podemos hacer una relación intencionada con la tensión y familiarizarnos con ella hasta la saciedad. Llevarla con nosotros y conocerla: ¿en dónde está? ¿cómo se mueve en nuestro interior?
Lo tercero es afrontar la inevitable y laboriosa tarea de negociar con ella: dialogar con la sombra, escribir a la sombra, dibujar la sombra y sobre todo preguntar ¿qué quiere para nosotros?

En 1937, Jung declaró que trabajar con la sombra no es más que una actitud. Él podía quedar invadido por la rabia y la intolerancia en un momento dado, ante ciertas circunstancias, pero acostumbraba apartarse con el fin de hacer una relación con estos sentimientos y procesarlos mediante la reflexión y el diálogo interior.

BIEN Y MAL

Bien y mal son una polaridad representativa del criterio humano. El hombre pierde la unidad original en el momento en que abre los ojos a la polaridad, brota el discernimiento y distingue el bien del mal.
El pecado del ser humano consiste en su separación de la unidad. Tenemos la idea de que pecar es obrar el mal y que obrando bien se evita el pecado. Pero el pecado no es un polo de la polaridad, sino la polaridad misma.
El afán de no pecar y de huir del mal ha dejado registros en la historia en forma de sangrientas represiones: inquisición, cacería de brujas, genocidio. El polo que no es asumido siempre acaba por manifestarse.

Las personas llevan al matrimonio su personal discernimiento acerca del bien y del mal.  Y las dificultades surgen al hacer extensivo nuestro criterio, e intentar imponerlo sobre la conducta del otro. Aunque  hasta hoy, no existe un consenso general acerca de lo que está bien y lo que está mal.
 En la pareja, cada uno hace la defensa de su verdad para condenar aquello que considera mal. Pero la multiplicidad de códigos del bien y del mal es tan amplia como personas existen. Y es esta misma multiplicidad la que ofrece valiosas posibilidades. De convicciones absolutas acerca del bien y del mal, pasamos a convicciones relativas y de ahí, francamente a dudas sobre nuestras creencias.

Las transiciones se alimentan de tales dudas: los esposos dudan de los papeles que cada uno debe jugar, los padres dudan de las reglas que quieren para sus hijos, los hijos dudan del cuidado que deben a los padres, los amigos dudan de la incondicionalidad de su lealtad, los pacientes en psicoterapia dudan de lo que está bien y lo que está mal en su vida, etcétera.
Naturalmente, dudar de las propias convicciones llega a ser una experiencia cercana a la locura. Estos movimientos internos lesionan gravemente el ego.
Pero el ego tiene que disolverse en el proceso de individuación. La pareja funcional representa un sistema que facilita el desarrollo y a la vez cuenta con un sistema autorregulador: confronta todo aquello que ha sido la verdad para cada uno y a la vez permite el ego salvar su honor.

No basta con tomar conciencia del conflicto porque la tensión que se genera entre el ego y la sombra nos obliga a elegir entre dos polos mutuamente excluyentes. El individuo puede optar, entonces, por uno de tres caminos diferentes: renunciar a un polo en favor del otro, abstenerse de los dos polos o buscar una satisfacción para los dos polos.
La tercera alternativa parece imposible, precisamente por tratarse de polos excluyentes. La única forma posible de reconciliar los opuestos consiste en trascenderlos, es decir, en llevar al problema a un nivel superior en el que las contradicciones pueden resolverse.

Esta solución supone un cambio de actitud. Cuanto más dispuestos nos encontremos a sacrificar intereses, deseos, apegos del ego, más oportunidades tendremos para experimentar una liberación interior. La renuncia a la voluntad del ego incrementa la energía psíquica del inconsciente y reactiva la función formativa de símbolos.
En este cambio de actitud, nuestra atención consciente ya no se dirige hacia a uno u otro polo sino que pasa por encima de ellos. Entonces aparece un nuevo horizonte. El bien y el mal adquieren un nuevo significado de tal manera que el bien pierde algo de su bondad y el mal algo de su maldad.

Dudar de las convicciones propias constituye una etapa necesaria, previa al cambio de actitud. La vida en pareja es capaz de cimbrar los pilares desde su raíz. Un sacrificio necesario para ir de la polaridad a la unidad.
Tanto el mal como la mentira hay que buscarlos no en la sombra sino en el ego. La sombra no miente sobre sus motivaciones y contenidos, es el ego el que lo hace. La sinceridad, entonces, constituye el mejor recurso, pero no debe entenderse desde el punto de vista del ego sino desde la sombra. solamente así es posible dejar de mentirse a uno mismo.

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