martes, 27 de febrero de 2018

La Relación de Pareja, parte 9


LA PAREJA Y LA RELACIÓN EGO-SÍ MISMO 

Así como la relación madre-hijo representa la conexión ego-Sí mismo, la relación individuo-pareja representa también la conexión ego-Sí mismo. El hijo se va a desarrollar tan sanamente como sana es su relación ego-Sí mismo y lo mismo ocurre con el adulto.
El eje de conexión ego-Sí mismo no desaparece en el curso de la vida, lo que cambia es el objeto de la proyección del Sí mismo. El adulto, naturalmente, retira la proyección de la madre y toma otro objeto sobre el cual lleva a cabo esta proyección, por ejemplo, el sistema de pareja.
La madre tiene la virtud de facilitar en el hijo los movimientos alternos de inflación - alienación del ego y consecuentemente la expansión gradual de la conciencia.

La pareja tiene el mismo efecto, al representar el eje de conexión ego-sí mismo. Durante la primera mitad de la vida, tales movimientos están orientados hacia la consolidación del ego y en la segunda están orientados hacia su disolución.
El dolor por el desgarramiento inherente al ciclo inflación-alienación, con motivo de la relación, será soportable en mayor medida si la pareja es la prioridad en la vida.
La disolución del ego y consecuentemente el paso de la polaridad a la unidad, se verá reflejado en armonía, estabilidad y aceptación.

ARMONÍA. Así como los numerosos instrumentos de una orquesta producen cada uno su singular sonido, de manera tal que componen la unidad bajo la orientación del director, los distintos componentes de la psique van logrando armonía bajo la acción integradora del Sí mismo. Lo contrario del estado de armonía es el estado de disociación, muy conocido en la psiquiatría moderna.

ESTABILIDAD. Mediante el espacio interaccional entre el ego y el sí mismo, el ego mantiene un movimiento alterno entre inflación y alienación. En el proceso de individuación este movimiento va de  intenso a tenue, siguiendo un camino en espiral: en momentos se incrementa la sensibilidad del ego y en momentos disminuye, pero la tendencia es a decrecer. Con la madurez, el rango de emocionalidad disminuye. Las personas mayores tienden a manejar un rango corto de emocionalidad. Su carácter es más estable. Pueden reír o enojarse pero esos sentimientos no sobrepasan límites fuera de un control consciente.

ACEPTACIÓN. El problema fundamental de las personas no radica en lo que les sucede sino en lo que piensan acerca de las cosas que le suceden. Tampoco radica en sus limitaciones y carencias sino en lo que piensa a cerca de sus limitaciones y carencias. El problema de una persona que ha perdido su patrimonio y se quiere suicidar, por ejemplo, no es la pérdida sino el apego. Y el problema de otra que sufre de falta de afecto, no es esa carencia sino lo que se dice a sí misma.
La aceptación propia es el único camino para ser dueño de sí mismo. Solo entonces estamos en condiciones de ofrecernos a los demás. ¿Cómo puedo yo  ofrecer algo de lo cual no soy dueño? Estaría ofreciendo la misma ilusión con la que mi ego ha vivido engañado.
La aceptación de los demás nace de la aceptación de uno mismo. De otra forma no se trata de una verdadera aceptación. Es un reflejo de la integración de los opuestos.

Las personas huyen de su matrimonio y al mismo tiempo quieren huir de la conexión ego-sí mismo. Esa conexión estaba ya dañada antes de iniciar el matrimonio. Es el ego quien huye. No soporta la tensión de las pruebas a que es sometido, inherentes a esa conexión. Quieren el camino fácil, la satisfacción del ego.  Aparecen entonces promesas de mejoramiento sin sacrificio del ego.
Un conocimiento teórico por sí mismo no puede allanar el camino de individuación, ni acelerar el proceso de transformación del ego. Tampoco se mejora con la disolución de la relación. En otras palabras, la integración de los opuestos generalmente se entorpece cada vez que ocurre la separación de una pareja.

Todo aquello que es selectivo, dualista, analítico, temporal y espacial es dicotomizador, es decir, está motivado por el ego. También todo aquello que se resiste al cambio. Por el contrario, lo que es inclusivo, unificador, sintetizador, simbólico, atemporal, es integrador, también lo que va en dirección al cambio.
Gradualmente, las actitudes dicotomizantes ceden el paso a actitudes integradoras. Entonces el individuo deja de poner su atención y su energía en buscar erróneamente, la culpa de los demás.
Únicamente en los propios errores es donde aprende el hombre inteligente, que se hará esta pregunta: ¿Quién soy yo, a quien le ocurre todo esto? Mirará en su propia profundidad para encontrar en ella la respuesta a la pregunta de su destino. Aprende a escuchar la voz interior.

JONÁS

La relación arquetípica ego-sí mismo tiene múltiples representaciones simbólicas en la mitología universal. Una de éstas en el Antiguo Testamento es la relación entre Jonás y Yahvé. Psicológicamente, Jonás es la encarnación del ego y Yahvé es la voz del sí mismo. Jonás es el hombre que desatiende el llamado interior hacia la integración. Representa las resistencias del hombre al cambio.
Jonás es enviado a Nínive, la ciudad grande, a predicar contra ella, pues su maldad a subido. Pero desobedece y huye.
Nínive, la ciudad grande, es una representación simbólica de la madre en su aspecto maligno. Equivale a la bruja de los cuentos, la que castiga, la que engaña, o bien, la que seduce, manipula y hechiza. En la medida en que el hombre ha fracasado en sus intentos de liberarse de la madre, es portador de la personalidad de la bruja.
En el viaje, Jonás va a experimentar el dolor, la inseguridad, la muerte, el inframundo y finalmente el renacimiento.

Yahvé levantó en el mar un violento huracán. Llenos de miedo, los marineros lo arrojan al mar. Desatender las señales del inconsciente provoca la protesta del sí mismo, misma que se manifiesta en una revuelta de la psique, como un huracán removiendo los contenidos interiores. Los pensamientos pierden su coherencia y se produce un torbellino de sentimientos y emociones. Es la respuesta a las actitudes demasiado unilaterales, a la resistencia a voltear hacia el polo opuesto. El huracán que se desata desde el inconsciente, puede tener tal fuerza que remueve la estructura del pensamiento, el sentimiento, la intuición y la   percepción.
Jonás es entonces tragado por un pez muy grande y permanece ahí por tres días y tres noches. Queda capturado por un contenido del inconsciente, desciende al mundo interior, un volverse a hundir en el cuerpo de la madre. Supone tortura infernal y muerte, pero también, al mismo tiempo, las premisas del renacimiento. Cada actitud ante la vida, nuevamente adquirida, va acompañada de una cierta transformación, en la que ha de perecer algo que se ha superado ya.

El proceso de desarrollo de la psique, una vez que se ha alcanzado el centro de la vida, exige un retorno al origen, el descenso a los obscuros y cálidos abismos de lo inconsciente. Permanecer en éste y resistir sus peligros equivale a un viaje a los infiernos. Más, el que logra superarlo, resucita o renace, retorna con mayor sabiduría, curtido frente a la vida exterior y a la interior.
En su desesperación, Jonás clama a Yahvé para su salvación, para ser rescatado de su tormento. El hombre común, en el momento agudo de la crisis anhela un apoyo y una luz. Ha llegado a la máxima preparación para el cambio.

El pez vomita a Jonás en la playa y Yahvé le ordena nuevamente ir a pregonar a Nínive lo que yo te diré. Jonás penetra en la ciudad diciendo: de aquí a cuarenta días Nínive será destruida.
Entonces las gentes de Nínive creyeron de Dios, y practicaron ayuno y penitencia. Vio Dios el arrepentimiento y decidió no castigar.  Entonces Jonás se enojó con Yahvé. Puede decirse que el niño que aún vive en la psicología de Jonás se revela a la simplista solución del perdón. Jonás quiere que paguen sus pecados. La voz interior, expresada a través de Yahvé, es la manifestación del Sí mismo, que facilita la coexistencia de opuestos. Evidentemente, los fines orientados por el sí mismo, están más relacionados con la armonía y el perdón que con la exclusión y el castigo.

Después, salió Jonás de la ciudad y se sentó placidamente a la sombra de un ricino. Jonás se alegró mucho por el ricino, y éste se secó. Jonás volvió a montar en cólera. Entonces dijo Yahvé a Jonás: ¿te parece bien enojante por el ricino? Y él respondió: Sí, me parece bien enojarme hasta la muerte. Yahvé le dijo: Tú tienes lástima por el ricino, en el cual no trabajaste por hacerlo crecer, que en el espacio de una noche nació y en el de otra pereció, ¿y no voy a tener piedad de Nínive, donde hay más de ciento veinte mil hombres que no distinguen su mano derecha de la izquierda, y además, numerosos animales.
El hombre sufre por la inseguridad que le produce la ausencia de lógica, o más bien, de una lógica cuyos secretos no descubre.
La única puerta de salida del conflicto entre ego y el sí mismo que se da en la pareja, es un cambio de actitud. Bien sabemos todos los que vivimos en un matrimonio que el deseo más grande de nuestro ego es que el otro cambie. Queremos que acepte su culpabilidad y que pague por ello.
La relación de pareja es como la relación entre Jonás y la ciudad de Nínive. El Sí mismo ejerce una presión sobre la conciencia con el fin de que ponga su atención en los aspectos devoradores y malignos del esposo o esposa, y cambie su actitud respecto a ellos.
En un mundo gobernado por criterios del ego, nos enfrentamos constantemente con obstáculos que dificultan el proceso de individuación.

EL CONFLICTO EN LA PAREJA

La fecundación de lo masculino y lo femenino en el plano físico da lugar a la gestación y nacimiento de un ser, es generadora de vida. La fecundación de lo masculino y lo femenino en el plano psicológico, da lugar a la expansión de la conciencia, es generadora de vida espiritual.
El potencial de la fecundación en el plano psicológico es, quizá, comparable al potencial de la fecundación en el plano físico. Si imaginamos el tamaño de los gametos (óvulo y espermatozoide) en comparación con el tamaño del cuerpo, la diferencia puede estimarse en cifras inimaginables. Haciendo la traslación al plano psicológico, no nos queda más remedio que afirmar que el potencial de desarrollo psicológico es aún insospechado para la mente humana.

Para la pareja que formaliza y consolida su unión, pero no está dispuesta a la expansión de la conciencia mediante la relación, el conflicto representa un elemento indeseable y posiblemente buscará la forma de evitarlo. Son personas que se resisten a abandonar su identidad centrada en el ego, para asumir una relación centrada en la pareja.
El conflicto es un encuentro de opuestos. La pareja representa un encuentro de opuestos. Para el ego, el conflicto (la confrontación con el polo opuesto) es como un dardo que se clava. En la relación de pareja, ese dardo puede convertirse en el medio de fecundación: fertilizador, enriquecedor, que dará lugar a un parto natural. O bien, puede ser un dardo envenenado, que dará lugar a la resistencia y al aborto. La fecundación producirá la expansión de la conciencia, la integración de los opuestos, la aceptación, es a favor de la vida.
El conflicto es el camino natural que va de la polaridad a la integración.

Mientras se producen encuentros entre los polos opuestos, se producen también cargas emocionales. Sentimos que nos arrancan nuestra identidad al igual que nos arrancan la piel.
¿Cuánta energía invierte una pareja en sus conflictos? Una pareja invierte  tanta energía en el conflicto, como fuerza necesita para poner en marcha un proceso de integración de opuestos que se encuentran disociados.
Debido a razones inconscientes relacionadas con la historia individual, hay personas que no invierten energía suficiente en el conflicto, y las hay que invierten excesos de energía. Ambos casos de desproporción entre el conflicto y la cantidad de energía invertida, dan como resultado ineficacia en el proceso de integración.
Así, es posible afirmar que cada pareja necesita invertir energía en el conflicto, en una cantidad que se encuentre dentro de un rango que para ella es funcional.

Frente al conflicto, existen entonces tres tipos de respuestas que dan como resultado tres tipos de parejas: las que se transforman, las que se paralizan y las que se disuelven.
Si una pareja es capaz de darle validez al punto de vista opuesto de su pareja, aun si no está de acuerdo con él, puede favorecer la transformación de la pareja en dirección a la integración de los opuestos. Por el contrario, si una persona invalida sistemáticamente el punto de vista opuesto estará favoreciendo la parálisis. Esta alternativa funciona también a la inversa: si una persona invalida sistemáticamente su propio punto de vista frente al punto de vista opuesto de su pareja y se asimila a él, favorecerá también la parálisis de la relación.

Cuando el ego se siente amenazado a veces busca como escape la disolución de la relación. No solamente corresponde a una actitud invalidante del punto de vista opuesto, sino también a un sistema de defensa para mantener la integridad del ego.
La vida es un campo de posibilidades ilimitadas. Podemos trascender las posiciones estrechas a que estamos acostumbrados. Los conflictos se encuentran en el campo de las dicotomías, mientras que las soluciones se encuentran en el campo de la unidad.

Si el conflicto significa que excluimos una polaridad, la solución significa que la integramos. Si el conflicto nos hace afirmar, por ejemplo, que soy fuerte y no débil, la solución nos hace afirmar que soy fuerte y débil, lo cual es naturalmente más real.
De ordinario, el ego se pasa la vida erigiendo una barrera tras otra. Lo hace por protección. En esta defensividad, los dos polos de un eje quedan divorciados. Uno dentro de las murallas de la protección y otro fuera de ellas.
Naturalmente, el conflicto de pareja es un reflejo del conflicto individual. De no ser así, no existirían elementos para generar tensiones en la pareja.
El sentido del conflicto se va cumpliendo gradualmente a medida en que van muriendo identidades parciales que se encuentran centradas en el ego.

En la pareja, el proceso se inicia con la inflación del ego, lo cual provoca una reacción del compañero. Se produce así un ciclo que comprende: inflación del ego - aceptación - reconexión y equilibrio. Este ciclo se puede ver interrumpido si no existe reacción al rechazo y condena por el ego inflado y también si no existe aceptación nuevamente, después del periodo de alienación del ego.

El bloqueo del ciclo tiene consecuencias en la vida de la pareja: parálisis, desvitalización, infidelidad, divorcio, etcétera.
La ayuda terapéutica a las parejas debe contemplar la importancia que tiene para las personas vivir el conflicto en todas sus fases. Identificar en que punto se encuentra bloqueado y facilitar el desbloqueo. Cuando esto se hace posible, se ha producido un movimiento interno en cada uno de los miembros, tanto en el que no recibe la respuesta como en el que no da esa respuesta. De esta manera se produce también un movimiento en la interacción. Tal interacción es el reflejo de otra que se lleva a cabo en el interior de cada individuo: la interacción entre el ego y el self. Mediante esta conexión, el ego recibe una carga de energía que le lleva a expandir su conexión artificialmente y que a su vez le produce la inflación. Esta condición se traduce en actitudes que para el compañero son agresivas y frente a las cuales reacciona demostrando su rechazo.

La vulnerabilidad que las personas presentan en su vida de pareja indica que han vivido con un eje ego-self maltratado. El ciclo del conflicto se va a repetir una y otra vez y en cada ciclo existe la oportunidad de incrementar la conciencia y así, sanear gradualmente el eje ego-self.
Sin embargo, el proceso puede tomar un camino erróneo en la medida en que se producen y se mantienen los bloqueos.
En resumen puede afirmarse:

  • El conflicto es indispensable (a la vez que inevitable) para la pareja como principal promotor del proceso de desarrollo.
  • El conflicto tiene un sentido en dirección a la integración de los opuestos.
  • El conflicto interpersonal es reflejo fiel de la existencia de un conflicto intrapersonal.
  • El ciclo completo del conflicto comprende tanto la experiencia de inflación como la de alienación del ego.

martes, 20 de febrero de 2018

La Relación de Pareja, parte 8


Liberación del animus

La mujer es rescatada de la devaluación de su ego por un hombre más poderoso que su animus. Interiormente deja de tener sentido la envidia al principio masculino, puesto que ha logrado una relación profunda con un hombre al que considera para ella. La mujer sentirá envidia del principio en tanto no valore su naturaleza femenina.
La superación de encontrarse bajo el poder del animus da a la mujer la posibilidad de separar los pensamientos propios de los pensamientos del animus; éste se convierte en compañero interior y deja de suplantar al ego. La mujer puede recoger sus proyecciones y dejar de culpar al hombre, puesto que se siente valorada como mujer, por un hombre.

Toda mujer parece necesitar tenerle admiración al hombre con quién se relaciona. De otro modo, continuará la lucha que impide a la mujer sentir que ocupa un lugar en la sociedad.
El animus aleja a la mujer de las relaciones  y le impide desplegar valores femeninos. Se impide a sí misma la luz de la conciencia andrógina.

La relación padre-hija

Muchas mujeres cargan una herida en su relación padre-hija. Esta herida afectó su crecimiento y así, no tuvo la preparación para iniciarse en la vida adulta como mujer. No pudo descubrir por ella misma quien realmente es.
Un padre se puede preguntar qué quiere para su hija: una mujer que niega su sexualidad o que acepta su sexualidad, que se identifica con lo masculino o con lo femenino. También puede preguntarse que clase de padre es o quiere ser: castrante o facilitador; severo o flexible; fuerte o débil.
Para la mujer, la relación padre-hija tiene un tono erótico y se cruza sin cesar entre la atracción y el rechazo
El padre establece una relación con su hija remarcando diferencias entre ser hombre y ser mujer, o bien, la puede establecer con una idea de igualdad entre ser  hombre y ser mujer. La relación se establece en un punto intermedio de estos dos polos. Por otra parte, el padre puede valorar a su hija o bien, devaluarla. Esto da como resultado cuatro modalidades básicas de relación entre padre e hija.
Primera. El padre valora a la hija y marca las diferencias entre ser hombre y ser mujer. Es el padre protector que mantiene a la hija lejos de los peligros de la vida. La hija es motivada para ser compañera femenina.

Segunda. El padre valora a la hija y disuelve las diferencias entre hombre y mujer. Corresponde al padre que impulsa a la hija con el fin de que desarrolle sus potencialidades. Prepara a la hija para ser una guerrera en la lucha por la vida. Este modelo es sumamente popular en la actualidad.
Tercera. El padre devalúa a la hija y disuelve las diferencias entre ser hombre y ser mujer. El padre no impulsa sino empuja y expulsa a la mujer hacia el mundo. El padre retira el apoyo, acompañando este acto con mensajes parecidos a: ya es hora de que sigas adelante por tus propios medios; Aquí todos tienen que ganarse la vida, hombre y mujeres. La hija es obligada a hacer lo que el hombre hace.
Cuarta. El padre devalúa a la hija y marca las diferencias entre ser hombre y ser mujer. La mujer queda al servicio del hombre. El padre envía el mensaje: la mujer hace todo aquello que al hombre no le gusta hacer. La rebeldía y el feminismo son una respuesta a esta modalidad que da a la mujer un papel inferior en la sociedad.

El otro factor determinante para la mujer es el componente erótico en la relación padre-hija. Ausencia total de Eros o exceso de Eros. La personalidad de la hija se orientará hacia el camino de la espiritualidad (con ausencia de instintos) o bien tomará el camino de la instintividad (con ausencia de espiritualidad), como consecuencia del manejo de erotismo en su relación  con el padre. Esto da como resultado cuatro modalidades básicas de la relación:
Primera. Ausencia de erotismo. El padre huye de todo contacto físico, cuidando excesivamente que no se despierte el erotismo. Puede existir buena comunicación, por ejemplo, en relación con conocimientos de economía, política, etcétera. La relación puede ser intensa pero excluye sentimientos y excluye el cuerpo.

Segunda. Exceso de erotismo, tomando la hija camino hacia la espiritualidad. El padre responde a la atracción física y genera un exceso de erotismo que resulta traumático para la hija. Como consecuencia, la hija se defiende excluyendo en algún grado la sexualidad de su vida.
Tercero. Exceso de erotismo; la hija toma el camino hacia los instintos. El padre es seductor y resalta la belleza física como un gran valor. La hija desea complacer al padre siendo erótica. Como consecuencia, la mujer puede buscar el placer efímero. La hija vivirá para complacer al padre a través de otros hombres.
Cuarta. Ausencia de erotismo; la hija sigue el camino hacia los instintos. El padre teme su propio deseo incestuoso y evita todo contacto físico. La hija se siente entonces empujada hacia los brazos de otros hombres. Es posible que la madre participe enviando hacia la hija el siguiente mensaje: ve afuera a buscar el tuyo, éste es mío.

Lo más común no es que se den estas interacciones tan puras como se describen. Lo común son combinaciones en puntos intermedios pero con una orientación más o menos clara hacia uno de los polos. Además, en la relación padre-hija suelen participar otros personajes y factores, como la madre y los hermanos y hermanas. Naturalmente, en la medida en que un entorno se de en extremo, afectará negativamente la personalidad de la hija.
Cuando la hija entra en la adolescencia, la relación con el padre se ve poderosamente influida por el componente erótico e inconscientemente afecta  la personalidad de ambos. Muchos son los padres que fluctúan entre ser seductores o normativos. Como consecuencia, su conducta se torna entre complaciente y hostil. El padre aparece entonces, frente a sí mismo como reducido en su dimensión y solidez masculina, como padre.

En el cuento germano de Blanca Nieves y los siete enanos, la personalidad del padre atomizada aparece representada por los enanos, cumpliendo la importante función de rescatar a la hija del aspecto destructivo de la madre.
El enano, entre los germanos, es un ser asociado con genios de la Tierra y el Cielo. Vienen del mundo subterráneo y simbolizan las fuerzas obscuras que hay en el hombre. Pueden servir de guías o de mensajeros.
Blanca Nieves despierta a su sexualidad y a la vez a su independencia. Al encuentro de un hombre real de un reino vecino. El enano, laborioso, misterioso, intuitivo, clarividente, mágico y a la vez multifacético, parlanchín, charlatán, malformado y excluido del mundo del amor, es el duende tras la figura del padre que conoce la hija en el proceso de convertirse en mujer, mientras se prepara para vivir la siguiente etapa de su vida. Entonces tendrá que ser independiente de las influencias paterna y materna.

La madrastra de Blanca Nieves representa la sombra de la madre, la que desea su destrucción y no quiere verse superada por ella.
El padre entonces, tiene la facultad de conjurar el gran poder destructivo que radica en la sombra de la madre. El secreto para ello consiste en relacionarse con la hija intensamente, cuidando de no quedar atrapado en la atracción erótica pero a la vez reconociendo su existencia. Esto queda representado en el hecho de que  Blanca Nieves se va a vivir a la casa de los enanos, en medio del bosque.

Así como el espermatozoide fecunda al óvulo, lo masculino actúa sobre lo femenino y lo fertiliza. Lo masculino representa siempre un esfuerzo adicional que remueve la calma apacible propia de lo femenino.
En el proceso educativo de los primeros años, toda mujer aprende a orientarse preferentemente en un sentido o en otro: a colocar el elemento masculino en el hombre o en sí misma. Repito, aprende a orientarse preferentemente, lo cual no significa únicamente. La relación con lo masculino interior puede rescatar a una mujer del desamparo y la relación con el hombre puede rescatar a una mujer del dominio del animus.
La relación que la madre mantiene con el elemento masculino de su psique, el animus, y la que mantiene con el hombre, conforman un modelo para la hija. Por otra parte, en la relación con el padre, la hija se complementa con él, colocando lo masculino en el propio padre o en sí misma. Esa relación actuará como modelo de relación con el hombre.

 Lo femenino es el campo que ha de ser preparado y sembrado y lo masculino la semilla que fecunda la Tierra. El campo es una representación del cuerpo físico, del psíquico o del espiritual. Este aspecto de la psicología de la mujer tiene explicación en las raíces del inconsciente colectivo, de su conocida necesidad de admirar al hombre con el cual se relaciona. De no ser así, no está dispuesta a permitir ser influida y fecundada.

EL ESPACIO INTERACCIONAL ENTRE EL SÍ MISMO Y EL EGO

Siguiendo con el mito bíblico de Adán y Eva, nos encontramos con la formación del hombre de un soplo divino. En este acto participan dos polos que componen la unidad: materia y espíritu. En la pareja, la convivencia entre el Sí mismo y el ego, tiene un paralelo con el encuentro e integración entre materia y espíritu. En términos actuales, el espíritu es lo dinámico, por lo cual, constituye lo opuesto a la materia, que tiene cualidades estáticas, inertes. El concepto primitivo de espíritu, es considerado como soplo o como viento, se trata de un ser activo, en movimiento, inspirador y animador.

El Sí mismo

La fuente de todo fenómeno psíquico es esa instancia que Jung denominó Selbst o el Sí mismo. Es el arquetipo de la totalidad, comprende tanto la esfera de lo consciente como la esfera de lo inconsciente.
La naturaleza y magnitud del Sí mismo es incognoscible, pero sabemos de sus manifestaciones por el contenido de mitos, leyendas y otros símbolos universales. Representa un potencial inimaginable en cada ser humano.
Adquiere representaciones múltiples, aparece en nuestros sueños como personaje (rey, héroe, profeta, anciano), bajo la forma de un símbolo de totalidad (mandala, círculo, cruz, cuadrado), como piedra preciosa, como luz, etcétera. También se podría llamar El dios dentro de nosotros.

El arquetipo del Sí mismo opera en la psique como principio ordenador, regulador e integrador. Representa un poder transpersonal que trasciende al ego. El imperativo de la integración de los opuestos es propiamente la acción del arquetipo del Sí mismo. Sigue un designio que muy pocas veces conoce la conciencia. Por ello es fácil ver una gran oposición entre nuestras intenciones conscientes y la realidad de los hechos de nuestra vida.

El ego

Por otra parte, ego es el centro de la personalidad consciente, ya que permite dar cuenta tanto del mundo interno como del externo, tiene capacidad para ver hasta cierta distancia tanto hacia afuera como hacia adentro.
El ego es al asiento de la personalidad subjetiva, puesto que representa todo aquello que creemos que somos.
El ego nació del Sí mismo, es decir, de la esencia, y se ha alimentado de él como un niño lo hace de su madre. Ésta imagen representa analógicamente la relación entre el ego y el Sí mismo. El ego cumple la tarea de llevar a la conciencia los contenidos del Sí mismo. En la infancia, el Sí mismo está representado por los padres. La proyección del Sí mismo explica la idealización de los padres. Ellos eran seres grandiosos, tal vez en un grado mayor al que correspondía la realidad objetiva.

Mediante suspiros y sollozos un niño suplica la presencia de su madre. Probablemente llega a sentir que no va a volver, que lo abandona. Si por el contrario, la madre responde rápidamente,  le produce al niño una sensación de confianza y de seguridad.
Esas experiencias tempranas tienen un efecto determinante en la vida del adulto. Han condicionado la relación entre el ego y el Sí mismo. El niño vive momentos alternados entre el sentimiento de unidad y el sentimiento de separación. Los primeros son nutrientes, los segundos desoladores. Los primeros representan conexión y acercamiento entre el ego y el Sí mismo.

La conexión entre el ego y el Sí mismo ha de proporcionar cimientos, estructura y seguridad. Esta conexión es fundamental para darle significado a la vida.
Cuando el ego sufre inflación, adquiere un tamaño y una importancia irreal. El ego se apropia de material del Sí mismo, identificándose con él, por lo cual queda artificialmente expandido. En otras palabras, el ego cree ser más de lo que realmente es. Se manifiesta con demasiada arrogancia, demasiado poder, o bien, con excesivo sentimiento de culpa, demasiado sufrimiento.
Los sentimientos de vacío interior corresponden a un estado de alienación de ego. Cuando esto sucede,  el ego ha perdido contacto con el Sí mismo, por eso los sentimientos se relacionan con la desolación y el abandono. El ego se separa de su fuente original. Esta condición puede llevarla hasta la muerte.

En la etapa de adolescencia suele agudizarse la alienación del ego. El joven está afirmando su identidad y elaborando su desprendimiento de la familia. Este proceso incluye necesariamente experiencias de separación ego-sí mismo.
Otra etapa en que se agudiza la alienación es durante la crisis de la mitad de la vida. En esta etapa se pierde el significado que hasta ese momento han tenido las principales motivaciones. Lo que en un principio fue ambición ahora se ha convertido en obligación, y aparecen nuevos significados.
El ciclo de inflación-alienación es fundamental para el desarrollo psicológico. Cuando se interrumpe el ciclo se intensifican las manifestaciones. Siempre que alguien sufre de alienación y desesperación intolerables, la violencia se hace presente. En casos extremos puede traducirse en asesinato o suicidio. En la raíz de cualquier forma de violencia subyace la experiencia de alienación.
El ciclo natural alienación-inflación, se convierte en el ciclo alienación - violencia-inflación, cuando se interrumpe su flujo. Se produce un corto circuito que genera cambios repentinos entre una fase y otra

martes, 13 de febrero de 2018

La Relación de Pareja, parte 7


EL ESPACIO INTERACCIONAL ENTRE EL ANIMA Y EL ANIMUS 

La finalidad de la pareja como tal, como hemos dicho, es la integración de los principios femenino y masculino. Dentro de cada hombre existe el reflejo de una mujer y, dentro de cada mujer, el reflejo de un hombre. Solamente la unión de los dos principios constituye un humano completo. La unión se realiza en cada hombre o mujer,  dentro de sí mismos a través de la intercomunión entre un hombre y una mujer.
Jung denominó a los opuestos en hombre y mujer como el anima y   el animus.
El anima es el componente femenino en la personalidad del hombre y el animus es componente masculino en la personalidad de la mujer.
Para diferenciar entre lo masculino y lo femenino quizá sea más claro hablar en términos de imágenes. La energía psíquica fluye entre dos polos, como la electricidad fluye entre un polo positivo y uno negativo. En la antigua China, Yang significa bandera ondeando al sol, representando al cielo, a lo creativo. Por otro lado, Yin es representado por la Tierra, lo húmedo, lo receptivo. Representan dos polos espirituales a través a de los cuales la vida fluye.
La sombra de nuestra personalidad es frecuentemente algo obvio para los demás, y desconocido para nosotros. Mucho más ocultos son los componentes masculino y femenino interiores. Por esa razón Jung denominó a la integración de la sombra, the apprentice-piece, y a la integración del anima y el aminus, the master-piece.

El anima es una forma arquetípica que refleja el hecho de que el hombre tiene una minoría de genes femeninos. Lo mismo se puede decir del animus, refleja el hecho de que la mujer tiene una minoría de genes masculinos. Cada sexo contiene al otro. Jung afirma textualmente lo siguiente:
El anima es causa de caprichos ilógicos; el animus suscita irritantes trivialidades y opiniones insensatas ... de ordinario personifican a lo inconsciente. Dado que no son sino personalidades parciales, tienen el carácter de un hombre inferior...

El hombre hállase sujeto a caprichos imprevistos, en tanto la mujer tórnase porfiada y sus opiniones eluden lo esencial.
El anima está detrás de los estados de animo del hombre. Sus resentimientos siempre son un signo del anima. La influencia del anima puede verse en sarcasmos, pullas, irrelevancias; como una mujer herida. Será emocionalmente como un niño. Como el niño que teme el enojo de su madre.
El animus es el emisor de las opiniones de la mujer. Representa la lógica masculina. Las opiniones de animus suelen provocar un particular efecto irritante en otras personas. El animus de una madre es capaz de aplastar los signos de masculinidad en el hijo.

Anima y animus se provocan mutuamente. La relación de pareja es conducida por estas figuras del inconsciente. En el fondo él expresa inconformidad por ser élla tan poco femenina, tan fría y dura; y ella expresa su profundo desprecio hacia él que es tan demandante emocionalmente y tan poco hombre.
Nada distorsiona más el sentimiento entre las personas que el anima y el animus. Su correcta posición es en el interior, como función de relación entre el consciente y el inconsciente, no como función de relación con otras personas. Cuando ocupan su correcta posición, facilitan el contacto con los contenidos del inconsciente, con el Sí mismo.
Jung decía que el anima es una vida detrás de la conciencia... De la cual surge la conciencia... El ego y sus fantasías nunca fueron fundamentalmente la conciencia. La conciencia se refiere más al proceso de hacer con imágenes, de reflexiones más que de control, de meditación interior, más que de manipulación de la realidad objetiva. La compulsiva carrera por conseguir logros relacionados con el mundo exterior, aleja a las personas de la posibilidad del descubrimiento interior.

Si un hombre es capaz de expresar sus sentimientos honesta y claramente y en su justa medida, dirá lo que acontece sin crear una atmósfera negativa, llegará a ser una persona más desarrollada.
Una mujer puede aprender a valorar lo que es realmente importante para ella. Valorar sus sentimientos femeninos y no permitir al animus robarle su autovaloración.
La llave para tratar estas figuras interiores es relacionalidad. Si los productos del anima y animus son asimilados, digeridos e integrados, tienen un efecto benéfico en crecimiento y desarrollo de la psique.

La tendencia del anima a poseer al hombre es proporcional a su fracaso para reconocer y respetar valores femeninos. Un antídoto contra la posesión de un demonio es tener un alma con un espíritu más poderoso.

EL ANIMA Y LA RELACIÓN CON LA MUJER

El hombre llega a la mitad de su vida bajo el predominio del anima. Pero una gran insatisfacción le puede producir el impulso de ensanchar su vida. Busca compulsivamente respuestas, ensaya distintas experiencias. Puede desear la separación, tener una amante, viajar solo, intensificar su vida social, cambiar de residencia, etcétera. Todo esto orientado a lograr la liberación de la madre.
La liberación externa no significa necesariamente la liberación interna. Lo que requieren muchos hombres que viven bajo el poder del anima, es liberarse de ella. En su relación de pareja, esto significa independizarse de su mujer, lo cual  no quiere decir divorciarse de ella.
Un hombre liberado del poder del anima se podrá enriquecer espiritualmente a partir de ella. En la relación de pareja,  toda la gran inversión de energía que usaba para defenderse del control de su mujer, puesto que ya no es controlable por ella, ahora puede emplearla a favor. Ahora puede relacionarse objetivamente. Le entregará su vida porque así lo desea, y no por una atadura emocional que le resulta asfixiante.

Así, para la mayoría de los hombres, la mujer es dos cosas; madre y compañera sexual. De esta manera, en su relación de pareja, espera la satisfacción de sus necesidades de hijo y también sexuales. Mientras satisface ambos experimenta  una suerte de equilibrio. El desequilibrio se produce en aquellos casos en que la esposa-madre pierde, ante los ojos del hombre, cualidades como compañera sexual. Se desarrolla entonces un complejo descrito más adelante bajo el título de El hombre niño y la diosa. El desequilibrio puede venir también a la inversa: el hombre se cruza con una mujer que despierte solo el instinto sexual. Este caso se describe más adelante bajo el título La doble anima.
Una relación de pareja conflictiva obliga a este hombre a evocar constantemente al niño interior. En el plano emocional es como un niño temeroso de las reacciones de su madre. En su defensa utiliza armas de adulto pero las maneja con la inmadurez de un niño. Entonces puede llegar a decir cosas y tomar decisiones de las cuales en el futuro se arrepiente.

Las manifestaciones sexuales no escapan de esta dinámica. El hombre no quiere provocar el juicio moral de su esposa como el niño esconde su erotismo y distracciones pornográficas, de la vista de la madre. Es así que una gran cantidad de hombres pierden a su esposa como objeto sexual. Disminuye o desaparece en ellos el deseo y respuesta sexual.

Tras el conflicto, surge el niño y frente al niño, la madre terrible. Ante esa madre, el hijo esconde los aspectos más reprobables de su vida, a criterio de ella, por supuesto: lo inadecuado, lo indebido, lo indecente y lo inmoral. No es extraño entonces, que todo aquello relacionado con juegos carnales caiga en esta categoría. La mujer es cada vez menos la compañera sexual. Sin embargo, la pulsión no desaparece. La porción no proyectada en la esposa vive en el mundo interior. Desde el inconsciente, actúa como una fuente de sueños y fantasías con el fin de manifestarse. Algunas infidelidades, por ejemplo, tienen el significado de una fantasía materializada. Por ser la fantasía un contenido inconsciente, la relación extramarital tiene características de lo inconsciente: es misteriosa, magnética, peligrosa, fascinante, excitante, amenazante, oculta y evita la luz.

El hombre niño y la diosa

Un símbolo que representa la unión entre un hombre que aún no se ha liberado del complejo materno y una mujer, es el mito de Attis y la diosa Cibeles. La mitología cuenta que Attis fue un pastor de Frigia a quien amó Cibeles. Luego la diosa le encomendó su culto imponiéndole la castidad, pero Attis, amó a la ninfa Zangarilla y la diosa lo castigó inspirándole tal frenesí que se castró a sí mismo. Después, sus sucesores, sacerdotes del culto de Cibeles, debían también mutilarse para asegurar el cumplimiento del voto de castidad.
A este respecto Jung dice lo siguiente: Los efectos del complejo materno sobre el hijo, están representados por la ideología del tipo Cibeles-Attis: locura, autocastración y muerte temprana.

En efecto, Attis representa el complejo de castración en el hombre ante el poder de la mujer. Todo hombre que ve en la mujer a una diosa, necesitará de la automutilación con el fin de preservar en ella la calidad de diosa. Este sistema de relación muchas veces es mantenido mediante la culpa. Cibeles induce sentimientos de culpa en Attis a consecuencia de su deslealtad, y Attis se infringe a sí mismo un castigo supremo en proporción a su sentimiento de culpa.
Muchos hombres mutilan en su propia psique conductas como la audacia y la agresividad. La fuente de productividad y de poder para estos hombres radica en la mujer. Cibeles simboliza la energía encerrada en la Tierra. Attis se mutila a sí mismo en favor de la diosa madre, como los hombres infringen es sí mismos la castración en favor de la mujer-diosa, a la cual adoran.

Muchos son los hombres en esta época que mantienen relaciones de dependencia hacia la mujer, en interacciones que virtualmente corresponden a las de madre-hijo en  versión de adultos. Estos hombres rinden culto a sus mujeres a la vez que cargan fuertes resentimientos hacia ellas. Estos hombres pasan la vida en una guerra con sus esposas, la cual es el reflejo de su gran conflicto interno. Attis queda aprisionado en el polo de la obediencia, aceptando la castración. Esta es la condición  necesaria para mantener intacta a la diosa. 
A un hombre le son accesibles ciertas experiencias profundas, únicamente si se encuentra en buenos términos con el anima. Investir al anima de un gran poder, tal como le ocurrió a Attis, coloca en los ojos del hombre una venda que le impide advertir el portal que conduce al vasto reino del espíritu.
Decir que un hombre está poseído por el anima es muy distinto a decir que el anima se abre paso en la conciencia. El nacimiento de Atenea del interior de la cabeza de Zeus, es un símbolo del nacimiento del anima en la conciencia del hombre.

La doble anima

Sin duda, una de las grandes representaciones simbólicas de este arquetipo está contenida en el poema homérico de La Odisea. Cuenta las aventuras de Ulises, uno de los héroes que participaron en la conquista de Troya.
La aspiración de Ulises es regresar a su patria, para reunirse con su esposa Penélope y su hijo Telémaco. El relato cuenta las múltiples vicisitudes que debió afrontar el héroe antes de ver cumplido su deseo. Logra superar con prudencia y astucia situaciones peligrosas y vencer a personajes fabulosos, entre ellos figuras femeninas. El pasaje de las sirenas simboliza ese aspecto peligroso del anima.
Circe tomó de la mano a Ulises y le dijo: Oye lo que voy a decirte. Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa y a sus hijos, pues ellas lo hechizan con su sonoro canto. Tú pasa de largo y tapa las orejas a tus compañeros con cera blanda; pero si tu deseas oírlas, haz que te aten de pies y manos a la embarcación. Así podrás deleitarte escuchando a las sirenas, sin correr peligro.

Si se compara la vida con un viaje, las sirenas representan las emboscadas, nacidas de los deseos y de las pasiones. Es preciso aferrarse como Ulises, a la firme realidad del mástil, que es el eje vital del espíritu, para huir de las ilusiones de la pasión.

Los hechos demuestran que un hombre que se enfrenta con este aspecto del anima, puede sufrir un cambio de orientación en su vida y con ello, pérdidas significativas. No son pocos los casos en que, bajo la seducción peligrosa del anima encarnada en una mujer, el hombre pierde el sentido de responsabilidad y abandona mujer e hijos. Es necesario aplicar la fuerza y el valor del arquetipo del héroe, potencialmente existente en la psique de todo hombre, con el fin de enfrentar este aspecto del anima sin quedar reducido a un montón de huesos...
Existe en el mundo interno individual, una esencia, una realidad invisible. En la mayoría de las personas, las fuerzas arquetípicas de lo masculino y lo femenino existen separadas, divorciadas una de la otra. El individuo lleva entonces una vida fragmentada. Cuando se produce la iluminación y la integración de una conciencia andrógina, es una nueva manera de contemplar el mundo que corresponde a un nivel superior de conciencia.

EL ANIMUS Y LA RELACIÓN CON EL HOMBRE

Si el hombre se queja del poder de la mujer, en las quejas de la mujer subyace una envidia hacia el sistema masculino. Es claro que en el proceso de evolución a través de la infancia, el arquetipo animus ha sido la pieza determinante. En la primera parte del proceso, la madre es paulatinamente separada de la imagen arquetípica y a la vez, la niña acata los sentimientos e instintos del inconsciente, es decir, del arquetipo madre y los incorpora a su personalidad.
Cabe aclarar que los efectos del complejo materno son diferentes según se trate del hijo o de la hija. Provoca en la hija una incremento o por el contrario, una parálisis de lo femenino.  En especial el instinto materno y hacia el desarrollo de Eros.
Jung teoriza: (El animus) adquiere vida cuando la conciencia se niega a acatar los sentimientos e instintos sugeridos por lo inconsciente: en lugar de amor y caridad aparece virilidad, agresividad, autoafirmación obstinada. Poder en vez de Amor. El animus no es un verdadero hombre, sino un héroe infantil, algo histérico cuya armadura presenta grietas a través de las cuales asoma el anhelo de ser amado.

Por otro lado, el padre es asimilado a la parte masculina, por lo tanto, es idealizado y engrandecido. La niña se siente atraída por el padre y mediante esta relación fortalece su ego. El animus se forma de la resistencia a constelar el elemento femenino en la personalidad de la mujer.
Si la niña aprende a darle más valoración al principio masculino, se va produciendo una concentración de partículas masculinas que van conformando un cuerpo diferenciado y sólido sustraído del arquetipo madre, rechazando la constelación de elementos femeninos.
Metafóricamente, imagino el ego de la mujer como un durazno. Con una gran capa de cuerpo carnoso(elemento femenino) y un centro duro (elemento masculino). Si ha crecido negándose a acatar los sentimientos e instintos de lo inconsciente será como un durazno con pobre cuerpo canoso.
La mujer hace lo mismo que los hombres. Desarrolla una gran sensibilidad para otorgar valor al principio masculino y para restar valor al principio femenino.
Esta condición se ve reflejada en las proyecciones: se irrita por la prioridad que la sociedad otorga al hombre en ciertas esferas de la vida y se siente tomada como objeto cuando se le ve solo como a una mujer.

Si el hombre no es capaz de representar al héroe que la mujer lleva dentro, será severamente castigado por ella, mediante exigencias, juicios, menosprecio, rechazos,  etcétera.
La mujer tiene entonces la expectativa de que su hombre realice hechos heroicos. Debe vencer al dragón, que es una representación simbólica del tabú del incesto. La tarea del héroe consiste en enfrentar al padre castrante o bien, enfrentar a la madre devoradora, representados por el dragón.
El héroe vence esa resistencia para volver triunfante, a fundar su propio reino.
La respuesta al reto de realizar hazañas de héroe, da al hombre la posibilidad de afirmar su masculinidad, de integrar su sombra y de prepararse para etapas posteriores de su desarrollo; y da a la mujer la posibilidad de equilibrar su personalidad.

Para este héroe, el primer dragón a vencer está encarnado por su propia mujer. Ella induce el despertar del héroe en el hombre y a la vez representa el obstáculo que debe superar.
Si el hombre en quien la mujer proyecta su animus, no se convierte en héroe, entonces ella no tiene otra salida que actuarlo. Ello significa alta constelación de animus y estimular las características que ya han sido descritas.

martes, 6 de febrero de 2018

La Relación de Pareja, parte 6


LA PAREJA ALCOHÓLICA

Vivimos en un mundo polar. El pecado original, grabado dramáticamente en el alma humana es la polaridad. El precio inevitable de la conciencia es la polaridad.  Estamos obligados a decidir. Con la polaridad perdemos el paraíso. El mundo polar incluye al mundo del dolor. Al hombre, el mundo polar le resulta a veces insoportable. Un dramático paradigma que reúne la fantasía de huir de este hiriente mundo polar y la dificultad enorme de lograrlo lo tenemos en el adicto, por ejemplo, el en alcohólico.

El alcohólico disuelve momentáneamente la frontera entre ego y la sombra. Pierde su código para discernir entre el bien y el mal cuando está intoxicado. No existe en él una máscara social que le genere vergüenza y conciencia moral. Quiere volver al jardín del Edén, a sentir la protección y seguridad del vientre materno. Y este deseo es como una pasión devoradora.
El cónyuge del adicto es la parte complementaria necesaria para mantener vivo este paradigma. Puede reaccionar con una emoción o con la contraria. Y esa respuesta es todo lo que él necesita para seguir viviendo en una tierra de nadie.
La pareja dependiente tiene problemas de intimidad y de comunicación. Comentan con otros pero no entre ellos, no se dicen todo. Llevan una vida entre la represión de la sombra y un estado en el que se deja arrastrar, cediendo a los dictados de la sombra.

MEDIOS PARA APRENDER ALGO DE NUESTRA SOMBRA

El reconocimiento de nuestro lado obscuro es un requisito no solo para el autoconocimiento, sino también para el conocimiento y aceptación de los demás. Por el contrario, mientras menos tenemos conocimiento de nuestro lado obscuro, menos conocemos la naturaleza humana.
Y paradójicamente, mientras más tratemos de ocultar nuestros aspectos sombreados, más se notarán. Siempre que hay algo exagerado, por ejemplo: mucha corrección o excesiva pasividad, podemos suponer que hay algo tóxico.

Si algo o alguien nos muestra ese lado obscuro que tratamos de ocultar, nos produce sentimientos desagradables: incomodidad, sensación de ser tratados injustamente, vergüenza, etcétera. Tales respuestas indican que esas afirmaciones han dado en el blanco.
Elevar la relación con la sombra exige un esfuerzo moral considerable y exige vencer enormes resistencias. Ante todo es necesario tener absoluta honestidad consigo mismo.
Podemos aprender algo de nuestra sombra mediante:

El feedback de los demás. Siempre que adoptemos la actitud adecuada. Dispuestos a escuchar y a recibir.
El contenido de nuestras proyecciones. Sabiendo que todo aquello que nos fascina o nos produce rechazo, puede ser reflejo de nuestra sombra.
Los lapsus verbales y conductuales. Pueden ser manifestaciones de la sombra, actuando por cuenta propia, fuera de nuestro control consciente.
Nuestro sentido del humor. Siempre podemos preguntarnos ¿qué es lo que despierta nuestro sentido del humor? Y también si somos incapaces de reír.
Nuestros sueños. La sombra se manifiesta en los sueños, generalmente como personaje del mismo sexo y frecuentemente persigue, intimida, ataca.
Nuestras fantasías. Recordemos que representan la compensación que necesita el ego frente a circunstancias que no le satisfacen.

El individuo que se reconcilia con su sombra como con un hermano que ha estado alejado, está cumpliendo una tarea de gran importancia universal.
La relación con la sombra nos hace más completos y nos permite vivir en un mundo más real. Lo primero es aceptar y tomar en cuenta seriamente la existencia de la sombra, hacer conciencia de pensamientos, sentimientos, acciones e impulsos impropios como pueden ser: la envidia que una madre siente hacia su hija, el deseo que un hombre siente por la mujer del hermano, la vergüenza que el padre siente por el hijo, la ambición de poder y de dominio, las intenciones perversas, el deseo de destruir a los hijos, pero también el valor heroico como aspecto de sombra.
Lo segundo es percatarse de sus cualidades e intenciones. No se trata de eliminar la tensión, sino más bien de exagerarlo deliberadamente. Podemos hacer una relación intencionada con la tensión y familiarizarnos con ella hasta la saciedad. Llevarla con nosotros y conocerla: ¿en dónde está? ¿cómo se mueve en nuestro interior?
Lo tercero es afrontar la inevitable y laboriosa tarea de negociar con ella: dialogar con la sombra, escribir a la sombra, dibujar la sombra y sobre todo preguntar ¿qué quiere para nosotros?

En 1937, Jung declaró que trabajar con la sombra no es más que una actitud. Él podía quedar invadido por la rabia y la intolerancia en un momento dado, ante ciertas circunstancias, pero acostumbraba apartarse con el fin de hacer una relación con estos sentimientos y procesarlos mediante la reflexión y el diálogo interior.

BIEN Y MAL

Bien y mal son una polaridad representativa del criterio humano. El hombre pierde la unidad original en el momento en que abre los ojos a la polaridad, brota el discernimiento y distingue el bien del mal.
El pecado del ser humano consiste en su separación de la unidad. Tenemos la idea de que pecar es obrar el mal y que obrando bien se evita el pecado. Pero el pecado no es un polo de la polaridad, sino la polaridad misma.
El afán de no pecar y de huir del mal ha dejado registros en la historia en forma de sangrientas represiones: inquisición, cacería de brujas, genocidio. El polo que no es asumido siempre acaba por manifestarse.

Las personas llevan al matrimonio su personal discernimiento acerca del bien y del mal.  Y las dificultades surgen al hacer extensivo nuestro criterio, e intentar imponerlo sobre la conducta del otro. Aunque  hasta hoy, no existe un consenso general acerca de lo que está bien y lo que está mal.
 En la pareja, cada uno hace la defensa de su verdad para condenar aquello que considera mal. Pero la multiplicidad de códigos del bien y del mal es tan amplia como personas existen. Y es esta misma multiplicidad la que ofrece valiosas posibilidades. De convicciones absolutas acerca del bien y del mal, pasamos a convicciones relativas y de ahí, francamente a dudas sobre nuestras creencias.

Las transiciones se alimentan de tales dudas: los esposos dudan de los papeles que cada uno debe jugar, los padres dudan de las reglas que quieren para sus hijos, los hijos dudan del cuidado que deben a los padres, los amigos dudan de la incondicionalidad de su lealtad, los pacientes en psicoterapia dudan de lo que está bien y lo que está mal en su vida, etcétera.
Naturalmente, dudar de las propias convicciones llega a ser una experiencia cercana a la locura. Estos movimientos internos lesionan gravemente el ego.
Pero el ego tiene que disolverse en el proceso de individuación. La pareja funcional representa un sistema que facilita el desarrollo y a la vez cuenta con un sistema autorregulador: confronta todo aquello que ha sido la verdad para cada uno y a la vez permite el ego salvar su honor.

No basta con tomar conciencia del conflicto porque la tensión que se genera entre el ego y la sombra nos obliga a elegir entre dos polos mutuamente excluyentes. El individuo puede optar, entonces, por uno de tres caminos diferentes: renunciar a un polo en favor del otro, abstenerse de los dos polos o buscar una satisfacción para los dos polos.
La tercera alternativa parece imposible, precisamente por tratarse de polos excluyentes. La única forma posible de reconciliar los opuestos consiste en trascenderlos, es decir, en llevar al problema a un nivel superior en el que las contradicciones pueden resolverse.

Esta solución supone un cambio de actitud. Cuanto más dispuestos nos encontremos a sacrificar intereses, deseos, apegos del ego, más oportunidades tendremos para experimentar una liberación interior. La renuncia a la voluntad del ego incrementa la energía psíquica del inconsciente y reactiva la función formativa de símbolos.
En este cambio de actitud, nuestra atención consciente ya no se dirige hacia a uno u otro polo sino que pasa por encima de ellos. Entonces aparece un nuevo horizonte. El bien y el mal adquieren un nuevo significado de tal manera que el bien pierde algo de su bondad y el mal algo de su maldad.

Dudar de las convicciones propias constituye una etapa necesaria, previa al cambio de actitud. La vida en pareja es capaz de cimbrar los pilares desde su raíz. Un sacrificio necesario para ir de la polaridad a la unidad.
Tanto el mal como la mentira hay que buscarlos no en la sombra sino en el ego. La sombra no miente sobre sus motivaciones y contenidos, es el ego el que lo hace. La sinceridad, entonces, constituye el mejor recurso, pero no debe entenderse desde el punto de vista del ego sino desde la sombra. solamente así es posible dejar de mentirse a uno mismo.