miércoles, 1 de febrero de 2017

El Gozo, parte 33

Capítulo 10 "El miedo a la muerte" (continuación)

En lo profundo del vientre, se encuentran nuestros sentimientos más profundos: nuestras tristezas y nuestras alegrías más hondas, nuestros mayores temores. Las sensaciones dulces y tiernas que acompañan al verdadero amor sexual se sienten en lo profundo del vientre como un calor que puede extenderse por todo el cuerpo. Los niños experimentan sensaciones agradables en el vientre cuando se hamacan o juegan en el subibaja, de lo que disfrutan tanto. Pero en el vientre se aloja tanto la alegría como la tristeza proveniente de la desesperanza cuando no hay alegría.
Podemos negar la desesperanza y vivir de una ilusión, pero ésta se derrumbará inevitablemente y hará que el individuo caiga en una depresión; podemos tratar de pasar por encima de la desesperanza, pero esto afecta nuestra sensación de seguridad; o podemos aceptarla y comprenderla, lo que nos libera del temor.

Aceptar la desesperanza significa sentirla y expresar ese sentimiento con sollozos y palabras. El llanto es la expresión del cuerpo, las palabras provienen de la mente. Cuando se los une en forma apropiada, promueven la integración del cuerpo y la mente, lo que libera la culpa y fomenta la libertad.

Es importante decir las palabras adecuadas. “No sirve de nada” es una frase clave. “No sirve de nada intentar”. “Nunca voy a ganar tu amor” es la declaración que expresa que la persona ha comprendido que la desesperanza es la consecuencia de una experiencia pasada. No obstante, la mayoría de los pacientes proyectan su desesperanza hacia el futuro. Cuando experimentan la desesperanza por primera vez, a menudo la expresan diciendo: “Nunca voy a tener a nadie que me ame” o “Nunca voy a encontrar a ningún hombre”, etc. No entienden que no es posible encontrar amor por más esfuerzo que hagamos para hallarlo, que mientras mayor sea nuestra desesperación, menor será la posibilidad de que el otro responda con sentimientos positivos. El verdadero amor es la excitación que sentimos al anticipar el placer y la alegría que nos provocaría estar cerca de otra persona y en contacto con ella.  Amamos a los que nos hacen sentir bien, evitamos a aquellos cuya presencia resulta dolorosa.

Llegar a lo profundo de nuestra desesperanza equivale a sumergirse en la profundidad de nuestro vientre, que también es la fuente de la vida. Ningún adulto se ahogó en sus lagrimas, aunque detrás del pánico siempre hay temor a ahogarse. Un bebé que queda aislado de una relación de amor se muere; un niño muy pequeño en esta situación podría morirse, ya que su cuerpo necesita el contacto y el apoyo de una figura materna. El niño que sobrevive a pesar de estar cerca de la muerte por no recibir suficiente amor, se convierte en un neurótico que vivirá al borde de la desesperanza y el pánico durante toda su vida, a menos que se libere de su temor reexperimentando el trauma del pasado y descubriendo que no se morirá.

Debemos darnos cuenta de que hablar sobre el temor ayuda al paciente a comprender su problema, pero no resulta suficiente para eliminar ese temor. Decirle a un niño que no tenga miedo a la oscuridad porque no hay nadie allí no sirve de mucho, puesto que si bien no hay ninguna figura aterradora en la oscuridad del cuarto, si la hay en la oscuridad del inconsciente del niño. Entrar en nuestro propio inconsciente equivale a descender, con los sentimientos, hasta el vientre a través de la respiración profunda. A medida que la onda respiratoria de espiración fluye hacia abajo y llega a la pelvis, experimentamos los sentimientos que se encuentran encerrados en esa zona. Podemos sentir que no fuimos amados y que podríamos habernos muerto, pero a pesar de que resulta triste tomar conciencia de eso, también podemos darnos cuenta de que no nos morimos. En el caso de un adulto, no ser amado no constituye una sentencia de muerte. Podemos amar nuestro self y entregarnos a él.

Una mujer madura, de cincuenta años, madre de varios hijos, me dijo: “Si nadie me ama, me voy a morir”. Este es un ejemplo de un individuo patético que tiene tanto temor de vivir como de morir.

Si no tenemos una base sólida en nuestro self y en nuestro cuerpo, corremos peligro de volver a caer en la desesperanza, puesto que no podemos sentir la alegría de la vida.
Todos los pacientes necesitan atravesar la barrera que interpone el miedo a la muerte,

He trabajado con muchos asmáticos. Cuando hacen los ejercicios que profundizan la respiración, como llorar, patear, gritar, comienzan a respirar con un silbido e inmediatamente usan el inhalador, que alivia por un rato el espasmo bronquial y así pueden respirar con menos dificultad. Sin embargo, no elimina la tendencia al espasmo, que es una reacción de pánico que tienen cuando la respiración se vuelve más profunda. Como esa respiración silbosa, que es el principio de un ataque de asma, les produce miedo, atribuyen su temor a la dificultad para respirar.

Esto es, en parte, cierto, pero también es cierto que la causa de la incapacidad de respirar es el temor. El temor de ser rechazados o abandonados por llorar, gritar o exigir demasiadas cosas. La respiración más profunda activa esta expresión vocal que ha sido suprimida con el fin de sobrevivir. Una vez que comprenden esta dinámica, el temor disminuye, entonces puedo alentarlos a que se entreguen al llanto y a los gritos fuertes, algo que pueden hacer sin sufrir un ataque de asma. Aún cuando la respiración se vuelve algo silbosa, trato de disuadirlos de usar el inhalador, asegurándoles que si no entran en estado de pánico, podrán respirar con facilidad. Para su sorpresa, esto resulta en la mayoría de los casos.

En el caso del pánico, también hay un temor a la muerte, pero en menor medida. Para ayudar a los pacientes a conectarse con su pánico, utilizo la técnica descrita en el capitulo 3. El paciente se recuesta sobre la banqueta bioenergética y emite un sonido que sostiene durante el mayor tiempo posible. Al final del sonido, tratan de sollozar. Cuando irrumpen en el sollozo, se encuentran con el temor de ahogarse en su tristeza o de verse desbordados por su desesperanza. El cuerpo, a fin de defenderse frente a estos sentimientos, intenta inhibir la respiración. Se cierra la pared del tórax y se contraen los bronquios. En este punto, el paciente siente pánico.

No obstante, la terapia no consiste en aprender a sobrellevar nada. La vida tiene que ser algo más que una cuestión de supervivencia. Necesitamos hallar algo de alegría en la vida; de lo contrario, caemos en una depresión que puede hacer que hasta la supervivencia se vuelva problemática.

En el capitulo 3, destaque la importancia que tiene hacer que un paciente llore, y demostré que no es tan fácil como creemos. En general, no se alienta a los niños a que expresen su tristeza, y a muchos les pegan cuando lloran. Como parte del entrenamiento, el labio superior se les vuelve rígido, y algunos hasta se jactan de su capacidad de no quebrantarse y llorar aunque estén sufriendo. Expresar la tristeza a través de las lagrimas y llorar es una forma de compartir los sentimientos. Independientemente de lo que digan algunos, la mayoría de las personas responden de manera positiva ante el que llora. Quizás traten de levantarle el animo, pero es raro que lo rechacen por sus lagrimas.

Pero sucede algo muy distinto cuando se trata de la desesperanza y las ganas de rendirse y abandonar todo. Somos como soldados de un ejercito desbandado que tratan de volver a casa después de una derrota, y nuestras posibilidades de sobrevivir se ven amenazadas cada vez que nuestra voluntad se debilita. “ ¡Sigue intentando, no te rindas, sigue adelante!” Esto tendría sentido si nos persiguiese el enemigo, o si tuviéramos cerca una casa segura. Sin embargo, en este mundo, en el único lugar donde podemos encontrar una verdadera seguridad es en nuestro self. La riqueza, la posición social y el poder no son la solución a un sentimiento de desesperanza e inseguridad subyacente. De hecho, el esfuerzo por superar nuestra desesperanza e inseguridad es lo que asegura la presencia constante de estos sentimientos en nuestra personalidad.

El sentimiento de pánico siempre surge cuando una fuerte onda respiratoria no puede pasar libremente a través del diafragma y llegar al vientre. Se lo impide una contracción en el músculo diafragmático, que puede resultar muy dolorosa y producir nausea. Es importante comprender esta reacción si queremos ayudar a los pacientes a respirar con profundidad. La nausea y las ganas de vomitar se producen cuando la onda respiratoria se enfrenta a la tensión en el diafragma, que actúa como un muro de piedra que hace que la onda rebote y salga en la dirección contraria de la que venia, es decir, hacia arriba. Cuando la onda pasa por el diafragma y llega al vientre, ingresa en el submundo psicológico, un mundo de oscuridad.

En la mitología, se considera que el diafragma, que tiene la forma de una cúpula, representa la superficie de la Tierra. Toda la vida comienza en la oscuridad de la Tierra o del útero antes de salir a la luz del día. La oscuridad nos produce temor porque la asociamos con la muerte, con la oscuridad de la tumba y del submundo. Es también en la oscuridad de la noche que muere nuestra conciencia y dormimos para volver a nacer a la luz del día siguiente. La entrega de la conciencia del ego produce temor a muchas personas que tienen dificultad para “entregarse” al sueño o al amor. Aquellos que no tienen miedo a la muerte en su inconsciente pueden descender al submundo psicológico del vientre y hallar la alegría y el éxtasis que les ofrece la sexualidad. Si deseamos hallar la alegría, debemos tener el coraje de enfrentar al ángel con la espada flameante que cuida la puerta al Jardín del Edén, nuestro paraíso terrenal.

La lucha produce cansancio, y la lucha por la supervivencia agota. La mayoría de las personas de nuestra cultura son sobrevivientes y, por eso, la fatiga es el síntoma más común en la población. Constituye el aspecto físico del sentimiento de depresión. Sin embargo, los sobrevivientes no pueden darse el lujo de sentirse cansados o deprimidos, ya que estarían tentados abandonar la lucha y morir. La defensa de estas personas consiste en negar la fatiga y seguir adelante, pues sienten que su supervivencia depende de eso. Como dijo una mujer: “Si me recuesto, siento que nunca me voy a levantar”. Pero hasta que no estamos listos para recostarnos, negamos la fatiga. Un viajero que corre para alcanzar el tren y lleva una valija pesada no siente el cansancio del brazo hasta que apoya la valija en el piso. En la terapia, sentirse cansado es un signo de progreso si podemos asociar ese cansancio con abandonar la lucha.

Uno de los ejercicios que uso para resolver este conflicto entre el ego y la sexualidad, se denomina arco pelviano. El paciente se recuesta sobre la cama y, tomando los tobillos con las dos manos, coloca las piernas bajo su cuerpo. Esta posición eleva la pelvis de la cama. Al mismo tiempo, se tira la cabeza hacia atrás de manera que la parte superior del cuerpo descanse sobre la parte posterior de la cabeza. Luego se ubican las manos debajo de los talones para que la persona pueda sentir la presión de los pies sobre las manos. En esta posición, la pelvis queda suspendida de manera que si la respiración es bastante profunda, comienza a moverse espontáneamente hacia arriba y hacia abajo en forma vibratoria. Ese  movimiento espontáneo depende de la carga que circula por cuerpo y llega a los pies. Todas las personas que sintieron el movimiento espontáneo de la pelvis en esta posición experimentaron un sentimiento de placer y alegría.

Una vez que la pelvis comienza a vibrar, coloco una frazada enrollada entre los muslos del paciente y le pido que la apriete lo mas fuerte que pueda para que experimente un sentimiento de posesión. Además, por lo general le sugiero que proyecte la mandíbula inferior hacia afuera, con lo cual sujetar la frazada pasa a ser un acto agresivo. A través de este ejercicio, la parte inferior del cuerpo recibe una gran carga y sus vibraciones aumentan, pero no hay excitación genital ni descarga. La carga está en toda la parte inferior del cuerpo: en la pelvis, en las piernas y en los pies. Esto da como resultado un fuerte sentimiento de posesión, que es tanto autoposesión como el derecho de poseer una pareja que nos ame. Como se señaló en el primer capitulo, la autoposesión constituye el objetivo de la terapia y el camino a la alegría.

Cuando las personas están ligadas entre si, no son libres. Al necesitar algo del otro, se vuelven dependientes. La dependencia en una relación lleva al individuo a sus experiencias de la niñez, época en la que era dependiente y vulnerable.
Para liberarlos de esta dependencia, para ayudarlos a crecer y convertirse en individuos  maduros, es necesario comprender como influye la culpa sexual cuando una persona se vuelve sumisa, es decir, cuando esta allí para los demás. La idea de que cada uno debe existir para el otro constituye un acuerdo comercial según el cual ninguno está para sí mismo. En el próximo capitulo analizaremos la forma en que opera la culpa sexual para crear un carácter neurótico.

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