jueves, 9 de febrero de 2017

El Gozo, parte 34



11. La pasión, el sexo y el gozo


En el capitulo anterior, hable sobre el temor a la muerte que en mi opinión, constituye la base de todos los problemas emocionales que presentan los individuos que inician una terapia. El temor a la muerte se convierte en temor a la vida. No podemos entregarnos a la vida o al cuerpo, puesto que entregarse significa renunciar al control del ego, lo que haría que nos enfrentáramos con el temor de morir. Ese temor se origina en una experiencia muy temprana en la que se estuvo cerca de la muerte o de la posibilidad de la muerte, que hace que el organismo como medida de defensa, se envuelva en una coraza para no volver a ser vulnerable a esa posibilidad. Pero el hecho de vivir armados o acorazados significa que aceptamos la posibilidad de ser atacados o amenazados, con perder la vida. Ese es el estado psicológico y físico del sobreviviente. La energía que se invierte en el esfuerzo por sobrevivir no puede destinarse a disfrutar la vida, pero esto también significa que el temor a la muerte impide que la persona que lo experimenta viva con plenitud y, además, la acerca a la muerte.

La vida y la muerte son estados opuestos; si estamos vivos, no podemos estar muertos y viceversa, pero, como se señaló en el capitulo anterior, podemos estar mitad vivos y mitad muertos. Si una persona no esta completamente viva, esta parcialmente muerta y, en consecuencia, le teme a la muerte. La persona que está viva por completo no le teme a la muerte, puesto que no tiene temor; esta libre de las contracciones crónicas que representan el miedo. Tiene el cuerpo flojo y relajado. Esa persona no niega la muerte, pero ésta no es una realidad física hasta que efectivamente ocurre y, cuando esto sucede, la persona no siente miedo porque en la muerte no hay sentimiento. La vida es el antídoto para el miedo a la muerte.

La verdadera pasión, por su naturaleza, es un signo de vida aún cuando pueda terminar en la muerte del individuo. Busca realzar la vida. Hablamos de la pasión por el arte, la música, la belleza, cuando estos aspectos de la vida provocan sentimientos fuertes en una persona.
Jamás hablaríamos de la pasión por el alcohol, el juego por dinero, o ningún acto que destruya la vida. Podemos enojarnos apasionadamente por una injusticia, pero la furia no constituye un sentimiento apasionado. En mi opinión, la diferencia reside en el hecho de que la pasión es ardiente, proviene de un fuego intenso. La ira es ardiente, mientras que la furia es fría aunque sea violenta. Muchas personas experimentan fuertes sentimientos de odio, pero esos sentimientos no constituyen la pasión. Los sentimientos ardientes están relacionados con el amor, y eso incluye el enojo, como lo demostré en el capitulo 5.

Todos sabemos que los sentimientos sexuales pueden llegar al nivel de la pasión, según la cantidad de amor que acompañe al deseo sexual. Mientras que éste se origina en la excitación del aparato genital, el sentimiento de pasión está ubicado en la boca del estomago y produce una sensación cálida y tierna. La excitación genital puede ser muy intensa, pero cuando está limitada a los órganos genitales, desde mi punto de vista, no es pasión. La necesidad de orinar o defecar también puede ser muy fuerte y provocar sentimientos de satisfacción y placer cuando se la satisface, pero esas sensaciones limitadas no constituyen la pasión que, al igual que el amor, la ira, o incluso la tristeza, es una emoción, lo que significa que todo el cuerpo participa de ese sentimiento. El deseo sexual es una expresión de amor, puesto que busca unir a dos individuos en la experiencia mutua del placer. Sin embargo, cuando el deseo se limita al contacto sexual, constituye una expresión de amor demasiado estrecha y limitada como para ser pasión. En esas circunstancias, el acto sexual no da como resultado los sentimientos de goce y éxtasis que puede provocar.

La división entre el sexo y el amor, entre el deseo y la pasión sexual, está relacionada con una división en la personalidad entre el ego y el cuerpo. Si el ego no se entrega al cuerpo en el sentimiento de deseo sexual, el acto sexual se convierte en una expresión de amor limitada y, por lo tanto, provoca insatisfacción a un nivel profundo. Esta incapacidad de lograr la satisfacción en el amor a nivel sexual mantiene el sentimiento de desesperanza que el individuo experimentó en sus relaciones tempranas.
Nuestra cultura se preocupa por ejecutar el acto, sin tener en cuenta el sentimiento, que es esencial para hacer de cada acto una expresión de salud.

Esta división no existía en la edad de la inocencia; es decir, antes de que el individuo distinguiera entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal, y antes de que se volviera autoconsciente y se sintiera avergonzado de su sexualidad. En términos generales, la pérdida de la inocencia tiene lugar entre los tres y los seis años, cuando el niño toma conciencia de su sexualidad. Es también el periodo en el que su ego se desarrolla por completo, aunque no madura. A los seis años, se considera que los niños tienen la edad suficiente para salir de la casa e ir al colegio. En muchas culturas, los seis años también marcan el comienzo de la educación del niño en todo lo que tenga que ver con el comportamiento y las costumbres sociales; es decir, el comienzo del aprendizaje de los códigos de conducta por los que se rigen los adultos dentro de la comunidad. Esta enseñanza se lleva a cabo mediante expresiones de desaprobación y humillación que están ausentes durante los primeros años de la niñez, que son los años de la inocencia, durante los cuales el niño tiene la libertad de ser él mismo y seguir sus sentimientos. La sociedad moderna es una excepción a este modelo de educación de los niños. Ya no se considera que los niños pequeños son inocentes; a menudo, los padres atormentados que no pueden aceptar ni manejar la libertad de los niños, los ven como pequeños demonios o monstruos.

El periodo entre los tres y los seis años se conoce, en la literatura analítica, como el periodo del Edipo, puesto que a medida que se desarrollan los sentimientos sexuales del niño, se concentran en el progenitor de sexo opuesto, quien, muy a menudo, responde a este interés con un interés y excitación que está ausente en su relación con su esposa/o. Este interés por parte del progenitor excita al niño y lo hace sentir especial. Este sentimiento en el niño, a su vez, provoca la hostilidad del progenitor de su mismo sexo, a quien el niño responde con el deseo de que se muera o desaparezca, y así, según sus fantasías, podría ocupar su lugar y vivir feliz con el progenitor que ama.

La resolución de esta situación por lo general trae como consecuencia la pérdida de la inocencia antes de los seis años, la supresión de la pasión sexual del niño, y el desarrollo de una actitud caracterológica de sumisión al poder de los padres.
La sumisión siempre implica una entrega de la pasión sexual. El niño debe suprimir el deseo intenso que siente por el progenitor de sexo opuesto a fin de aplacar al de su mismo sexo, quien, durante la niñez, también se vio obligado a abandonar su pasión sexual. La necesidad de suprimir esos fuertes sentimientos sexuales se origina también en el hecho de que el progenitor amado los rechaza, ya que tiene miedo de que la atracción llegue demasiado lejos, y se siente culpable de haber permitido que llegara al punto del incesto, fantaseado o posible. La profunda herida que este rechazo produce en el niño genera un deseo de morir, que el niño contrarresta con la voluntad de vivir. La voluntad opera, sin duda, a través de controles del ego que prohíben la entrega a la pasión debido al peligro de la muerte.

La sumisión siempre está relacionada con la rebelión, que puede estar escondida y suprimida, o consciente y actuada. Si se suprime la pasión sexual, lo único que puede impedir que un individuo realice una actuación promiscua es el temor: el temor al Sida, el temor a la humillación.
Para que un paciente encuentre su pasión sexual, es necesario que haga llegar más energía y excitación a la pelvis, y que comprenda los temores que bloquean este flujo descendente.

Debemos tener en cuenta que todo avance ascendente, hacia un sentido del self mayor y más fuerte, está relacionado con un movimiento descendente hacia sentimientos más profundos. A medida que la energía de una persona aumenta a través del proceso terapéutico, produce en el cuerpo una actividad pulsátil más intensa. Las ondas respiratorias se vuelven mas plenas y llegan más profundo dentro del cuerpo; en el extremo superior, llegan a la cabeza, y en el inferior, al vientre. Esta excursión descendente provoca sentimientos mas profundos de tristeza y vergüenza.

En el plano psicológico trabajamos en terapia sobre los mismos temas: conciencia, expresión y posesión de sí mismo. Son temas que aumentan con el transcurso de la terapia. Este proceso equivale al de la maduración normal y a la maduración en la personalidad inhibida en los primeros años de vida. El viaje de autodescubrimiento es interminable como el universo. El recorrido terapéutico, tanto energético como psicológico, tiene forma de espiral. Un individuo comienza su terapia con nivel limitado de energía. Cuando trabaja sobre sus tensiones corporales para liberarse de ellas, madura su ser y adquiere mayor conciencia de sí, expresividad y dominio. En tanto gana vitalidad, percepción de sí mismo y profundidad en sus sentimientos, aparecerán en sus sesiones los mismos problemas una y otra vez; estos serán abordados desde un nivel diferente: con mayor comprensión y mayor intensidad de sentimientos.

El proceso de maduración terapéutica podría diagramarse así:



Espiral de Crecimiento Terapéutico. 
Idénticos temas trabajados desde un 
nivel energético continuamente creciente.

A partir de este diagrama deducimos por ejemplo, que la relación de una paciente con su madre reaparece frecuentemente en terapia, cada vez desde una perspectiva transformada. Al  comienzo puede considerarse a la madre como indiferente y distante. Con el avance de la terapia, el paciente tal vez reconozca que su madre la ha utilizado para cubrir su propia dependencia. Más tarde, le podrá resultar claro que su madre estaba celosa de la relación entre ella y su padre, en tanto que ella temía la hostilidad de su madre.

Nunca superamos por completo los efectos de los traumas tempranos sufridos en la vida pero, en el caso de que nos vuelvan a lastimar, podemos movilizar nuestras fuerzas y restablecer en nuestro cuerpo los buenos sentimientos y el placer. Cada crisis a la que nos enfrentamos en la vida nos permite crecer más en nuestro self. Por lo tanto, el proceso terapéutico no tiene fin. Nuestro viaje de autodescubrimiento no se terminará mientras vivamos, puesto que cada experiencia de vida puede contribuir al enriquecimiento de nuestro ser. En mi viaje personal sucedió eso.

Lo que me atrajo de Reich fue la tesis en la que postula que podemos encontrar satisfacción sexual entregándonos a nuestros sentimientos sexuales. A esta capacidad Reich la denomino potencia orgásmica a fin de denotar que la pasión sexual no se mide según la fuerza del deseo sexual, sino según la plenitud y totalidad de la descarga o liberación de la excitación.
Cuando se llega a un orgasmo pleno o completo, todo el cuerpo con la mente incluida participa de una reacción convulsiva que descarga por completo toda excitación sexual. Esta reacción convulsiva es desencadenada por ondas de excitación relacionadas con la aceleración del ritmo respiratorio, que pasan por el cuerpo.

Si bien utilizo, al igual que Reich, el termino “convulsiva”, los movimientos no son caóticos ni clónicos sino serpenteantes. La pelvis se mueve hacia adelante con la espiración y hacia atrás con la onda respiratoria. Este movimiento también puede darse con la respiración profunda y plena sin la presencia de carga sexual o excitación genital, en cuyo caso se lo denomina reflejo del orgasmo, no llega a ningún clímax y produce una sensación relajante y placentera. En el acto sexual en el que explota en el aparato genital una fuerte carga sexual, los movimientos pélvicos se vuelven completamente involuntarios y son rápidos y enérgicos. Nos sentimos transportados mas allá del self, lo que constituye la forma más alta de entrega.  La conciencia del self desaparece cuando sentimos la fusión con procesos cósmicos. Es una experiencia de éxtasis. 

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