miércoles, 22 de febrero de 2017

El Gozo, parte 36


12. La entrega a Dios

La pasión y el espíritu

La máxima “no solo de pan vive el hombre” es bien conocida, pero esta cultura que se preocupa por las cosas materiales no la toma en serio. A fin de entender esta preocupación, debemos reconocer que deriva de una identificación con el ego y sus valores. El ego valora objetos y actividades que sirven para enaltecer la imagen de un individuo ante los ojos de los demás. La acumulación de bienes responde a este objetivo, al igual que el dinero, el poder, el éxito, la fama y la posición social. Como el ego constituye una parte esencial de la personalidad, a todos nos interesa la imagen y el estatus que tenemos en la comunidad.

 Cuando la búsqueda de los valores del ego se convierte en la actividad dominante de una cultura, surge un problema serio: se dejan de lado o se deprecian otros valores más importantes y profundos que denominamos espirituales, porque no vemos la importancia de esos valores en nuestra vida cotidiana. La oposición entre el materialismo y el espiritualismo es irreconciliable, ya que estos conceptos son incompatibles.

Si utilizamos la expresión valores del ego para describir la búsqueda de objetos materiales, entonces el enaltecimiento de los sentimientos espirituales pertenece al reino de los valores corporales. La antitesis entre el ego y el cuerpo no es más que un reflejo de dos facetas diferentes de la personalidad humana, esenciales para el sano funcionamiento del individuo.

Todo objeto o actividad que promueva los buenos sentimientos del cuerpo pertenece a esta categoría. Por lo tanto, entre los valores corporales se cuentan el amor, la belleza, la verdad, la libertad y la dignidad, para nombrar algunos. Son valores interiores relacionados con nuestro sentido del self, mientras que los valores del ego o materiales derivan de nuestra relación con  el mundo exterior, con los aspectos externos de nuestro ser. Los valores interiores son verdaderos valores espirituales, dado que se relacionan con actividades del espíritu y producen sentimientos fuertes o pasión; en cambio, los valores del ego o materiales no despiertan verdadera pasión en los hombres, aunque muchos intenten alcanzarlos impulsados por una ambición intensa.

Ni el deseo o la ambición de hacerse famoso ni la obsesión de enriquecerse despiertan buenos sentimientos corporales. Podríamos decir que la riqueza nos produce una linda sensación, pero esa sensación se relaciona con la percepción del ego en el sentido de que la riqueza brinda seguridad y poder. En el caso de una persona primitiva, la idea de riqueza no produciría muchos sentimientos, mientras que la dignidad, el honor y el respeto despertarían fuertes sentimientos positivos. La falta de identificación con estos valores constituye la base de los problemas sociales que plagan nuestras sociedades actuales.

Otro valor espiritual del que nuestra cultura carece en gran medida es la identificación y armonía con la naturaleza, con nuestro medio ambiente y los miembros de nuestra comunidad. El individuo primitivo tiene una estrecha relación emocional con su medio ambiente, ya que depende por completo de él para sobrevivir. El hombre moderno, cuya supervivencia también depende de su medio ambiente natural, se ha apartado y disociado del mundo natural identificándose con su ego. Así, aunque cree contar con más seguridad que el hombre primitivo, que se vale de la magia para sentirse más seguro, tiene una profunda inseguridad en un nivel corporal, causada por la perdida de conexión con el self, la tierra y el universo.

El objetivo de toda actividad religiosa es fomentar estos valores interiores, espirituales o corporales, que reflejan los buenos sentimientos derivados de una sensación de armonía y conexión con las fuerzas de la naturaleza y del Universo. Si substituimos estas fuerzas por la palabra “Dios”, podremos apreciar el poder del sentimiento religioso. Cuando estos sentimientos son fuertes, constituyen una pasión que excita el espíritu y lo mantiene altamente cargado. Cuando un individuo siente esa pasión o algún aspecto de ella, como la pasión por la belleza, creo que es imposible que se deprima, sienta ansiedad o compulsión.

En esta época en que se han perdido los valores espirituales o interiores, en que la religión ha perdido su poder para influir sobre los sentimientos o el comportamiento, la depresión y la angustia emocional se han vuelto endémicas. Sin embargo, dudo de que un sistema de credo, religioso o no, sea capaz de substituir el sentimiento de pasión. Este sentimiento surge cuando el individuo entrega sus controles del ego y así libera al cuerpo de su atadura a la voluntad y a los valores del ego. Esta entrega constituye la base de la curación por la fe religiosa, en la cual nos entregamos a Dios.

El problema que presentan algunas practicas de curación por la fe religiosa es que uno no se entrega a Dios sino a un representante de Dios o a una orden doctrinaria que nos exige someternos a una autoridad, algo similar a lo que sucede en el caso de aquellos cultos en los que se entrega el ego al líder y se obtiene así una sensación de libertad y un sentimiento de pasión. La sumisión no constituye una verdadera entrega; el espíritu terminará por rebelarse tarde o temprano contra la pérdida de la libertad para ser fiel al propio self. Creo que la verdadera curación debe proceder del interior del individuo y no de una fuerza externa. Dios desempeña un papel en la autocuración, puesto que la fuerza curativa es el espíritu de Dios que está en nuestro cuerpo y que es, sin duda, el espíritu del individuo: la fuerza vital que mantiene su vida, mueve su cuerpo y crea el sentimiento de alegría.

No obstante, como vimos en capítulos anteriores, la entrega al cuerpo produce un temor a la muerte, el temor a no sobrevivir si renunciamos al control del ego. El paciente carece de fe, porque la fe que tenia de niño en el amor de sus padres fue traicionada y sintió que se moría o se podría morir. Sin embargo, aunque la entrega nos atemorice, es la única manera de sanar las heridas de la niñez. Necesitamos fe para soltarnos o abandonarnos al cuerpo, a la oscuridad del inconsciente, al submundo de nuestro ser, y también necesitamos un guía, una persona en la que tengamos fe porque ya atravesó lo desconocido en su propio proceso de curación, en la búsqueda de Dios dentro de su propio ser. Al mismo tiempo que nos conectamos con el Dios interior, nos conectamos con el Dios exterior, con los procesos cósmicos que dieron origen a la vida y de los que dependen nuestras vidas.

Pese a que nosotros, hombres modernos, poseemos muchos más conocimientos que los hombres primitivos, tenemos la misma necesidad de que nuestra relación con la naturaleza y el universo sea armónica.
Nuestra transformación en seres conscientes denota que hubo un tiempo en el que percibimos esta armonía. Tal vez algunos nos acordemos de la sensación de conexión y armonía que sentimos de niños al experimentar alegría.

Esta creencia de que todos los seres vivos poseen una cualidad divina constituye uno de los principales conceptos de la religión hindú, que postula que la esencia de Brahma es un atributo de todas las criaturas. El hombre primitivo creía que había un  espíritu en todos los seres vivos y no vivos, que debía respetarse.

En los comienzos de la era prehistórica, el hombre vivía plenamente en el mundo natural como un animal más. Era una época de inocencia y también de libertad. Para la mitología era una época paradisíaca porque los ojos eran brillosos y los corazones rebosaban de gozo.
Este tipo de vida contrasta claramente con la moderna, en la que los placeres verdaderos son pocos y la alegría es minima o no existe. Habría que ser ciego para no ver esta realidad en los rostros y los cuerpos de las personas que vemos en la calle u otros lugares públicos. La mayoría de las veces, los rostros están rígidos y contraídos, las mandíbulas tienen aspecto torvo, los ojos se ven opacos, temerosos o fríos, etc. Esto es evidente pese a las mascaras que utilizan las personas para esconder su dolor y tristeza. Los cuerpos están congelados o desarticulados, obesos o raquíticos, rígidos o derrumbados. Si bien existen varias excepciones, la belleza real no es frecuente y la verdadera gracia no existe. Es una escena trágica.

Nos hemos transformado en una cultura materialista dominada por la actividad económica, cuyo único objetivo es el aumento del poder y la producción de objetos. El hecho de que el poder y los objetos que pertenecen al mundo exterior se conviertan en el centro de atención hace que se debiliten los valores del mundo interior, tales como la dignidad, la belleza y la gracia. Creo que la perdida de los valores morales y espirituales guarda una relación directa con el aumento de la riqueza. Se  dice que es mas fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un hombre rico entre al reino de los cielos. Sin embargo, ese reino es el reino de Dios sobre la tierra, donde el gozo es posible. Por desgracia, el hombre fue expulsado de este reino que era el Jardín del Edén por desobedecer el mandato de Dios de no comer el fruto prohibido del árbol de la sabiduría. Al adquirir conocimiento se transformo en un Homo sapiens y así pasó de un estado puramente animal a la condición humana. Este fue el primer paso hacia la transformación del hombre en una criatura civilizada, y necesitó mucho tiempo. Las etapas siguientes fueron mas rápidas. Entre la edad de piedra y la de bronce transcurrieron de cuatro a cinco mil años; entre la edad de bronce y la de hierro hubo un periodo de menos de dos mil años. El ritmo de la civilización se fue acelerando a medida que el hombre aumento sus conocimientos, y ese aumento trajo aparejado un desarrollo de la concepción de la naturaleza divina.

La idea de un Dios todopoderoso, de sexo masculino, Dios padre, es relativamente reciente y se limita a las religiones de la civilización occidental. En la primera religión, el animismo, se rendía culto a todos los espíritus de la naturaleza. El politeísmo representaba el culto a dioses y diosas, cada uno asociado con aspectos específicos de la vida humana. La ascensión a la supremacía por parte de un único dios masculino se asociaba con la ascensión al poder por parte de un soberano masculino, el rey todopoderoso, al que se lo consideraba descendiente o representante del dios. El dios o los dioses ya no residían en la tierra. Primero se mudaron a la cima de una montaña — el monte Olimpo — habitado por los dioses griegos, y luego el Dios supremo fue trasladado a algún lugar remoto del cielo inaccesible para los mortales.

Este proceso de separar lo divino de lo secular represento una desmistificación progresiva de la naturaleza y del cuerpo. Se consideraba que la tierra era una masa de materia que, al ser activada por la energía del sol, era capaz de producir plantas.
Luego el hombre aprendió a controlar este fenómeno natural mediante la agricultura, lo cual le proporcionó una fuente confiable de alimentación. Más tarde, con la introducción de las máquinas y los fertilizantes químicos, su poder para cultivar pareció ilimitado. Todos conocemos esta historia, pero también nos hemos dado cuenta de que este proceso encierra un peligro. Estamos aprendiendo que interferimos con el equilibrio ecológico propio de la naturaleza en perjuicio nuestro. Sin embargo, hicimos lo mismo con nuestro cuerpo; lo redujimos a procesos bioquímicos y así le robamos su naturaleza divina. Como señaló Jung, el hombre moderno de la cultura occidental ha perdido su alma.

Podría alegarse que el crecimiento de la civilización ha sido el logro más grande del hombre, su mayor gloria. Por un lado, estoy de acuerdo pero por otro disiento. Se identifica a la civilización con la vida de las ciudades, pero si bien las grandes ciudades actuales son la gloria del hombre, también son su vergüenza. Casi ninguna esta libre de la contaminación del aire, de la hiperactividad del transito, del ruido, la violencia y la suciedad. Existen algunos rincones de tranquila belleza pero están desbordados por la fealdad de la publicidad moderna que expresa su obsesión con los bienes materiales y el sexo.

El objeto sagrado se transforma en una cosa y el proceso sagrado se convierte en una operación mecánica. Este ha pasado a ser el destino del cuerpo humano y su sexualidad en el siglo veinte. El acto sexual, que es la comunión de dos individuos que participan en la danza sagrada de la vida, se ha convertido para muchos en la ejecución de un acto y un viaje del ego.

Al reducir la vida, el amor y el sexo a procesos fisiológicos, se deja de lado el aspecto emocional del cuerpo: es decir, las actividades que hacen que la vida, el amor y el sexo sean expresiones del espíritu del cuerpo.

En la filosofía y la religión orientales no se establece una separación o disociación entre Dios y la naturaleza, ni entre el espíritu y el cuerpo. Los chinos creen que todos los procesos de la naturaleza y del cosmos están gobernados por la interacción de dos principios o fuerzas: el Ying y el Yang que, cuando están en equilibrio, garantizan el bienestar del individuo.
El pensamiento oriental se basa en la que el hombre no es dueño de su vida, que está sujeto a fuerzas que no puede controlar, fuerzas que pueden incluirse en los términos destino o karma. En cambio, para el pensamiento científico occidental, el poder potencial del hombre para controlar la vida es ilimitado.

La cultura occidental nos alienta a pelear, a luchar, a creer que la voluntad todo lo puede. La voluntad cumple una función muy valiosa en la vida cuando se la utiliza en forma adecuada. Sin embargo, debe utilizarse en situaciones de emergencia en las que se necesita realizar un esfuerzo tremendo para sobrevivir. La función de mantener el control y no entrar en pánico corresponde al control del ego. Si perdemos la cabeza en una situación peligrosa, estamos arriesgando la vida. Para atacar a un enemigo que nos acecha necesitamos voluntad porque la tendencia del cuerpo es escapar. A la luz de esta consideración, la voluntad es una fuerza positiva, pero en las situaciones en las que no hay peligro y la actividad debería ser placentera no tiene lugar y se transforma en una fuerza negativa. Imagínense utilizar la voluntad para disfrutar una relación sexual! Como señale en este libro, el gozo depende de la entrega de la voluntad y del ego.

Esta entrega del ego le permite a la persona volverse hacia adentro y oír la voz de Dios. La meditación, según se la practica en las religiones orientales, es un medio que le permite al individuo aislarse del ruido del mundo exterior y así poder oír su voz interior, la voz del Dios que tiene adentro.
A tal fin, debemos cortar el flujo de pensamientos, denominado el fluir de la conciencia, que surge a partir de la constante estimulación del prosencéfalo producida por la tensión muscular subliminal y cesa cuando entramos en un estado de profunda relajación corporal, en el que respiramos a fondo y con plenitud. En efecto, al entrar en este estado hemos renunciado al control inconsciente que se asocia con un estado interno de alerta. En nuestro cuerpo reina una sensación de paz interior. La consciencia no se apagó; estamos totalmente conscientes, pero la conciencia no está enfocada. No estamos en una actitud inconsciente de defensa ante un peligro.
Yo estuve en ese estado y considero que es una experiencia hermosa. Se asemeja al sentimiento de gozo; podría decirse que es un sentimiento de gozo moderado. 

miércoles, 15 de febrero de 2017

El Gozo, parte 35


Capítulo 11 (continuación)

El amor y la pasión sexual son aspectos de la identidad del hombre con lo universal. Si esa identidad forma parte de la naturaleza del hombre, ¿por qué es tan difícil entregarse? Ya describí los temores que impiden o bloquean esa entrega, pero como son temores universales que existen en nuestra cultura, debemos reconocer que se relacionan directamente con ella. Lo que sucede en la familia refleja actitudes y valores culturales y, a menos que reconozcamos la naturaleza distorsionada de esos valores, no podremos evitar que este efecto nos destruya a nosotros y a nuestros hijos.

La cultura se fue desarrollando a medida que el hombre fue saliendo del estado puramente animal y se transformó en individuo con conciencia de sí. Ese movimiento ascendente que lo llevo de la posición en cuatro patas que tienen todos los otros mamíferos a la postura erguida elevó al hombre por sobre los otros animales y, en su mente, también por sobre la naturaleza. Podía observar los procesos de la naturaleza con objetividad y aprender algunas de las leyes que gobernaban su acción y, al hacerlo, empezó a adquirir control sobre la naturaleza y, por extensión, sobre su propia naturaleza. Desarrollo un ego, una fuerza con autoconciencia y autodirección que le permitió dominar a las otras criaturas, lo cual lo llevo a pensar que era diferente, y sin duda lo era, y que era especial, aunque en realidad no lo era.

Este desarrollo fue posible gracias a una etapa evolutiva que permitió que el hombre adquiriera un cuerpo más altamente cargado y una mayor variedad de movimientos físicos, sobre todo en las manos y en el rostro, incluido el aparato vocal. Puede hacer más cosas y tiene más formas de expresarse que cualquier otro animal. En este aspecto el hombre es superior a los animales, pero no especial. Nace igual que los otros animales y muere como ellos. Tiene sentimientos más sutiles, pero los animales también sienten. Ha prosperado y logrado mucho más en su breve estadía en la tierra, aunque su progreso en dirección ascendente lo ha apartado de su base en la tierra y en la naturaleza, y sus actividades se han vuelto destructivas para él y para la naturaleza.

Si bien hemos aceptado bastante el efecto destructivo que tiene nuestra cultura sobre la naturaleza, no estamos dispuestos a reconocer el efecto destructivo que tiene sobre la personalidad humana. Lo vemos en el maltrato de niños, en la violencia desenfrenada, la depresión, la adicción y la actuación sexual, pero creemos que podemos controlar y remediar la situación si tenemos la voluntad de hacerlo.

Mi tesis es que la voluntad es impotente para cambiar ésta situación, porque la voluntad es parte del problema. Obtuvimos poder y estamos obsesionados con él. Nuestra cultura está manejada literal y psicológicamente por el poder. Si no existiera el poder, nuestra civilización llegaría a su fin pero, a medida que aumenta el poder, nos obliga a movernos cada vez mas rápido en todas nuestras actividades hasta llegar a un punto en el que estamos perdiendo el control de nuestras vidas. Nuestros cuerpos no pueden seguir el ritmo de las actividades que se le exigen, lo que constituye la base del estrés. Si nos relajamos durante algunos minutos es solo con el propósito de correr más rápido los minutos siguientes. Nos obligan a mantener el ritmo, nos obligan a triunfar, en realidad nos están obligando a salir de nuestro cuerpo. Hace más de cincuenta años que empecé a estudiar la condición humana y en el transcurso he notado un deterioro en los cuerpos de mis pacientes. Están menos energizados, menos integrados y menos atractivos que los de los pacientes que veía antes. Las enfermedades fronterizas son prácticamente las alteraciones dominantes. El antiguo paciente histérico sobre el que escribió Freud casi no se ve. El paciente histérico no podía manejar sus sentimientos; el individuo esquizoide no tiene demasiados sentimientos. En la actualidad, la mayoría de las personas están disociadas de sus cuerpos y viven en gran medida en la cabeza o en el ego. Vivimos en una cultura egotista o narcisista donde al cuerpo se lo ve como un objeto y a la mente como al poder superior que controla.

En el contexto del proceso terapéutico el poder y la voluntad son las fuerzas negativas que impiden la curación. El poder está en la mente del terapeuta, puesto que él se considera el agente que puede producir en el paciente los cambios deseados. Si bien tiene conciencia de que no puede cambiar al paciente, su conocimiento sobre la psicología que subyace en la angustia del paciente puede brindarle una sensación de poder si, al igual que la mayoría de los individuos de su cultura, es narcisista y necesita el poder para reforzar la imagen de sí mismo. Ejercita ese poder  juzgando y controlando el material analítico. De una u otra forma, puede aprobar o desaprobar lo que dice y hace el paciente y, como es el guía que debe conducir al paciente por el submundo, efectivamente tiene ese poder, al igual que todos los padres. Si un terapeuta niega este poder, está fuera de contacto con las realidades de la vida. La cuestión es si reconoce y acepta que tiene poder y no permite que se le suba a la cabeza.

Si lo que estamos buscando es pasión, satisfacción sexual y alegría, no podemos hacer que suceda, de la misma manera que no podemos hacer que la vida suceda mediante nuestra voluntad y nuestro intento.
La curación es una función natural del cuerpo. Cuando nos cortamos con algo, ¿acaso nuestro cuerpo no se sana espontáneamente? Los seres vivos no habrían sobrevivido si no hubieran tenido la capacidad innata de sanar sus heridas y enfermedades. Como médicos, podemos contribuir al proceso natural de curación, pero no podemos sanar. Si esto es así, ¿por qué no sanamos nuestras alteraciones emocionales, ya que representan heridas en el cuerpo y en la mente? La respuesta a esta pregunta es que no permitimos que tenga lugar la curación. La bloqueamos consciente e inconscientemente por temor, como vimos en los capítulos anteriores. No podemos eliminar el temor con un acto de voluntad deliberado. Todo lo que podemos hacer es suprimirlo para no tenerle miedo al miedo, pero, en consecuencia, suprimimos las actividades vitales del cuerpo, incluido el proceso de la curación natural y espontánea. La única forma en que el cuerpo puede recuperar su plena vitalidad y energía, su salud natural y su pasión es a través de la entrega del control del ego.

La entrega al cuerpo y sus sentimientos puede parecemos una derrota y es una derrota en el caso del ego que busca dominar. Sin embargo, solo la derrota nos permite liberarnos de la competencia desenfrenada de la vida moderna, y sentir la pasión y la alegría que brinda la libertad. No obstante, este objetivo no se logra fácilmente. Cargamos con el conocimiento de lo que está bien y lo que está mal, y con una autoconciencia que limita nuestra espontaneidad. Además, como ya señalé, el viaje de autodescubrimiento no termina nunca. Sin embargo, la terapia es una cuestión practica. No podemos ni deberíamos hacer terapia toda la vida. La terapia no debería durar más de seis años, ya que ese es el tiempo que le lleva al niño adquirir la independencia suficiente para dejar su casa e ir a la escuela.

Al terminar la terapia bioenergética, el paciente debería contar con la comprensión y las técnicas que le permitan continuar el proceso de autoconciencia, autoexpresión y autoposesión. Debería comprender la conexión entre el cuerpo y la mente, y saber que su tensión crónica guarda relación con los conflictos emocionales no resueltos originados en la niñez. Estos conflictos siguen presentes si persisten las tensiones en el cuerpo. Por lo tanto, el paciente trabajará con su cuerpo para reducirlas e incluso para eliminarlas, lo que significa que los ejercicios bioenergéticos básicos formarán parte de su rutina para el cuidado de la salud. Yo los practico casi todas las mañanas, con la misma frecuencia con la que me lavo los dientes, y ya hace más de treinta años que los practico. Son ejercicios físicos centrados en la respiración, la vibración y el hecho de soltarse.

Para el ejercicio de respiración utilizo la banqueta bioenergética. Me acuesto sobre ella entre tres y cinco minutos y dejo que mi respiración se vuelva más profunda. Para ayudar a que esto ocurra, también utilizo la voz haciendo y sosteniendo un sonido fuerte pero fácil y sin esfuerzo. En general, se busca producir un sollozo. Una vez que empiezo a llorar, mi respiración se vuelve más fácil y profunda. Para mi es importante llorar porque siempre me resistí al llanto por las mismas razones que todos se resisten a él. He sido una persona decidida que trataba de elevarse por sobre sus problemas. Aunque eso no resultó, no tuve ni la capacidad ni la voluntad para rendirme. El hecho de llorar es una rendición, lo que implica un fracaso. Sin embargo, de eso se trata la terapia: de rendirse, y a través de los años aprendí que cada vez que me rindo en algún área de mi vida, obtengo libertad. No obstante, mi carácter neurótico está tan profundamente arraigado en mi personalidad que el proceso es continuo: cada vez me rindo un poquito.

El llanto cumple otra función similar en mi vida. Me mantiene en contacto con mi tristeza, la tristeza de los años en los que no era libre de ser fiel a mí mismo y la tristeza de que nunca más recuperaré el estado de inocencia que me proporcionaría la alegría pura o lo que se denomina dicha. A diferencia de los animales, vivimos con el conocimiento de la lucha, el sufrimiento y la muerte. Ese es el lado trágico de la condición humana pero, el otro lado es la capacidad de experimentar la gloria de la vida en una forma en que ningún animal puede hacerlo. En términos religiosos se la denomina la gloria del Señor. Yo considero que las dos expresiones son sinónimos. Esa gloria puede apreciarse en la belleza de una flor, de un niño o de una mujer, y en la majestuosidad de una montaña, de un árbol o de un hombre. La experiencia de esa gloria es una exaltación que encuentra su expresión en las creaciones artísticas del hombre, sobre todo en la música. Mi filosofía se basa en la tesis de que no podemos separar los dos lados sin destruir el todo. No podemos experimentar la gloria si no somos capaces de aceptar el aspecto trágico de la vida. No hay gloria si negamos la realidad o nos escapamos de ella. Necesito llorar para retener mi humanidad.

No solo lloro por mí, sino también por mis pacientes y toda la humanidad. Cuando veo la lucha y el dolor de mis pacientes, a menudo se me llenan los ojos de lagrimas. Después, cuando liberan el dolor llorando y abandonan la lucha, veo sus ojos y rostros encendidos, y mi corazón se regocija por ellos. Sin embargo, solo puedo sentir esta alegría si yo también estoy preparado para abandonar la lucha, y esa es la razón por la que necesito llorar.

Otro ejercicio que practico desde que cree la terapia bioenergética es el ejercicio de enraizamiento. Después de trabajar en la banqueta para hacer que mi respiración sea más profunda, invierto la posición agachándome hacia adelante y tocando el suelo con los dedos. Este ejercicio está descrito e ilustrado en el capitulo 2. Al mantenerme en esta posición, generalmente las piernas vibran a medida que fluyen por ellas ondas de excitación. La vibración no solo aumenta la profundidad de mi respiración sino que también me conecta más plenamente con el suelo, lo que implica estar conectado con la realidad del propio cuerpo. Somos criaturas de la tierra vivificadas por el espíritu del universo. Nuestra humanidad depende de esta conexión con la tierra; cuando la perdemos nos volvemos destructivos. Perdemos de vista la identidad con otras personas y otras criaturas, puesto que negamos nuestro origen común. Nos replegamos dentro de nuestras cabezas, dentro de un mundo creado por nosotros mismos donde nos consideramos especiales, omnipotentes e inmortales.
En este mundo aéreo no hay sentimientos de tristeza o alegría, de dolor o de gloria; no hay sentimientos reales, solo sentimentalismo.

Yo, al igual que otros individuos modernos, he sido demasiado egotista, demasiado narcisista. Fue necesario que descendiera de mi posición superior, que había construido para negar la humillación que me hicieron sentir de niño. Desde la cumbre de mi plataforma elevada, tenia miedo de caer o de fracasar, puesto que mi identidad estaba atada a mi superioridad. Por fortuna, retenía alguna identificación con mi cuerpo, lo que hizo que me diera cuenta de que cualquier alegría que esperara encontrar, la encontraría en el reino del cuerpo con su sexualidad. El descenso a la tierra fue para mi un proceso largo y difícil, pero cuando finalmente sentí mis pies conectados con el suelo fue una experiencia de gozo.

Cuando vivimos pendientes de sobrevivir, le damos sentido al comportamiento y a los objetos que favorecen la supervivencia, como el hecho de ser bueno, fuerte, poderoso, etc. Dado que la búsqueda de sentido forma parte de la naturaleza humana, los individuos orientados hacia el gozo encuentran sentido en las actitudes y comportamientos que favorecen el gozo. Así, yo le confiero sentido a actitudes tales como la dignidad, la veracidad y la sensibilidad. Mi propósito es actuar de tal manera que me sienta orgulloso de mí mismo y evitar toda acción que me haga sentir avergonzado o culpable. La dignidad proviene del sentimiento de poder mantener la cabeza erguida y mirar a alguien directo a los ojos. La veracidad es una virtud, pero también una expresión de respeto hacia la propia integridad. Cuando uno dice una mentira, la personalidad está dividida. El cuerpo sabe la verdad que las palabras niegan. Esta división es una condición dolorosa y solo se justifica cuando decir la verdad pondría en peligro la vida o la integridad. Muchas personas mienten sin sentir ningún dolor, lo que denota que no están en contacto con sus cuerpos y son insensibles a sus sentimientos.

Es necesario que seamos sensibles a los demás pero también a nosotros mismos. Si no somos sensibles a nosotros mismos, no podemos ser sensibles a los demás. El problema es que las personas insensibles no son conscientes de su falta de sensibilidad. No me refiero al hecho de estar alerta, que es un estado de mayor tensión. La sensibilidad es la capacidad de apreciar los finos matices de la expresión asociados con la vida tanto humana como no humana. Esta sensibilidad depende de una paz interior proveniente de una falta de lucha o de esfuerzo. Estos son los valores que confieren verdadero sentido a la vida, puesto que son las cualidades que promueven el gozo.

jueves, 9 de febrero de 2017

El Gozo, parte 34



11. La pasión, el sexo y el gozo


En el capitulo anterior, hable sobre el temor a la muerte que en mi opinión, constituye la base de todos los problemas emocionales que presentan los individuos que inician una terapia. El temor a la muerte se convierte en temor a la vida. No podemos entregarnos a la vida o al cuerpo, puesto que entregarse significa renunciar al control del ego, lo que haría que nos enfrentáramos con el temor de morir. Ese temor se origina en una experiencia muy temprana en la que se estuvo cerca de la muerte o de la posibilidad de la muerte, que hace que el organismo como medida de defensa, se envuelva en una coraza para no volver a ser vulnerable a esa posibilidad. Pero el hecho de vivir armados o acorazados significa que aceptamos la posibilidad de ser atacados o amenazados, con perder la vida. Ese es el estado psicológico y físico del sobreviviente. La energía que se invierte en el esfuerzo por sobrevivir no puede destinarse a disfrutar la vida, pero esto también significa que el temor a la muerte impide que la persona que lo experimenta viva con plenitud y, además, la acerca a la muerte.

La vida y la muerte son estados opuestos; si estamos vivos, no podemos estar muertos y viceversa, pero, como se señaló en el capitulo anterior, podemos estar mitad vivos y mitad muertos. Si una persona no esta completamente viva, esta parcialmente muerta y, en consecuencia, le teme a la muerte. La persona que está viva por completo no le teme a la muerte, puesto que no tiene temor; esta libre de las contracciones crónicas que representan el miedo. Tiene el cuerpo flojo y relajado. Esa persona no niega la muerte, pero ésta no es una realidad física hasta que efectivamente ocurre y, cuando esto sucede, la persona no siente miedo porque en la muerte no hay sentimiento. La vida es el antídoto para el miedo a la muerte.

La verdadera pasión, por su naturaleza, es un signo de vida aún cuando pueda terminar en la muerte del individuo. Busca realzar la vida. Hablamos de la pasión por el arte, la música, la belleza, cuando estos aspectos de la vida provocan sentimientos fuertes en una persona.
Jamás hablaríamos de la pasión por el alcohol, el juego por dinero, o ningún acto que destruya la vida. Podemos enojarnos apasionadamente por una injusticia, pero la furia no constituye un sentimiento apasionado. En mi opinión, la diferencia reside en el hecho de que la pasión es ardiente, proviene de un fuego intenso. La ira es ardiente, mientras que la furia es fría aunque sea violenta. Muchas personas experimentan fuertes sentimientos de odio, pero esos sentimientos no constituyen la pasión. Los sentimientos ardientes están relacionados con el amor, y eso incluye el enojo, como lo demostré en el capitulo 5.

Todos sabemos que los sentimientos sexuales pueden llegar al nivel de la pasión, según la cantidad de amor que acompañe al deseo sexual. Mientras que éste se origina en la excitación del aparato genital, el sentimiento de pasión está ubicado en la boca del estomago y produce una sensación cálida y tierna. La excitación genital puede ser muy intensa, pero cuando está limitada a los órganos genitales, desde mi punto de vista, no es pasión. La necesidad de orinar o defecar también puede ser muy fuerte y provocar sentimientos de satisfacción y placer cuando se la satisface, pero esas sensaciones limitadas no constituyen la pasión que, al igual que el amor, la ira, o incluso la tristeza, es una emoción, lo que significa que todo el cuerpo participa de ese sentimiento. El deseo sexual es una expresión de amor, puesto que busca unir a dos individuos en la experiencia mutua del placer. Sin embargo, cuando el deseo se limita al contacto sexual, constituye una expresión de amor demasiado estrecha y limitada como para ser pasión. En esas circunstancias, el acto sexual no da como resultado los sentimientos de goce y éxtasis que puede provocar.

La división entre el sexo y el amor, entre el deseo y la pasión sexual, está relacionada con una división en la personalidad entre el ego y el cuerpo. Si el ego no se entrega al cuerpo en el sentimiento de deseo sexual, el acto sexual se convierte en una expresión de amor limitada y, por lo tanto, provoca insatisfacción a un nivel profundo. Esta incapacidad de lograr la satisfacción en el amor a nivel sexual mantiene el sentimiento de desesperanza que el individuo experimentó en sus relaciones tempranas.
Nuestra cultura se preocupa por ejecutar el acto, sin tener en cuenta el sentimiento, que es esencial para hacer de cada acto una expresión de salud.

Esta división no existía en la edad de la inocencia; es decir, antes de que el individuo distinguiera entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el mal, y antes de que se volviera autoconsciente y se sintiera avergonzado de su sexualidad. En términos generales, la pérdida de la inocencia tiene lugar entre los tres y los seis años, cuando el niño toma conciencia de su sexualidad. Es también el periodo en el que su ego se desarrolla por completo, aunque no madura. A los seis años, se considera que los niños tienen la edad suficiente para salir de la casa e ir al colegio. En muchas culturas, los seis años también marcan el comienzo de la educación del niño en todo lo que tenga que ver con el comportamiento y las costumbres sociales; es decir, el comienzo del aprendizaje de los códigos de conducta por los que se rigen los adultos dentro de la comunidad. Esta enseñanza se lleva a cabo mediante expresiones de desaprobación y humillación que están ausentes durante los primeros años de la niñez, que son los años de la inocencia, durante los cuales el niño tiene la libertad de ser él mismo y seguir sus sentimientos. La sociedad moderna es una excepción a este modelo de educación de los niños. Ya no se considera que los niños pequeños son inocentes; a menudo, los padres atormentados que no pueden aceptar ni manejar la libertad de los niños, los ven como pequeños demonios o monstruos.

El periodo entre los tres y los seis años se conoce, en la literatura analítica, como el periodo del Edipo, puesto que a medida que se desarrollan los sentimientos sexuales del niño, se concentran en el progenitor de sexo opuesto, quien, muy a menudo, responde a este interés con un interés y excitación que está ausente en su relación con su esposa/o. Este interés por parte del progenitor excita al niño y lo hace sentir especial. Este sentimiento en el niño, a su vez, provoca la hostilidad del progenitor de su mismo sexo, a quien el niño responde con el deseo de que se muera o desaparezca, y así, según sus fantasías, podría ocupar su lugar y vivir feliz con el progenitor que ama.

La resolución de esta situación por lo general trae como consecuencia la pérdida de la inocencia antes de los seis años, la supresión de la pasión sexual del niño, y el desarrollo de una actitud caracterológica de sumisión al poder de los padres.
La sumisión siempre implica una entrega de la pasión sexual. El niño debe suprimir el deseo intenso que siente por el progenitor de sexo opuesto a fin de aplacar al de su mismo sexo, quien, durante la niñez, también se vio obligado a abandonar su pasión sexual. La necesidad de suprimir esos fuertes sentimientos sexuales se origina también en el hecho de que el progenitor amado los rechaza, ya que tiene miedo de que la atracción llegue demasiado lejos, y se siente culpable de haber permitido que llegara al punto del incesto, fantaseado o posible. La profunda herida que este rechazo produce en el niño genera un deseo de morir, que el niño contrarresta con la voluntad de vivir. La voluntad opera, sin duda, a través de controles del ego que prohíben la entrega a la pasión debido al peligro de la muerte.

La sumisión siempre está relacionada con la rebelión, que puede estar escondida y suprimida, o consciente y actuada. Si se suprime la pasión sexual, lo único que puede impedir que un individuo realice una actuación promiscua es el temor: el temor al Sida, el temor a la humillación.
Para que un paciente encuentre su pasión sexual, es necesario que haga llegar más energía y excitación a la pelvis, y que comprenda los temores que bloquean este flujo descendente.

Debemos tener en cuenta que todo avance ascendente, hacia un sentido del self mayor y más fuerte, está relacionado con un movimiento descendente hacia sentimientos más profundos. A medida que la energía de una persona aumenta a través del proceso terapéutico, produce en el cuerpo una actividad pulsátil más intensa. Las ondas respiratorias se vuelven mas plenas y llegan más profundo dentro del cuerpo; en el extremo superior, llegan a la cabeza, y en el inferior, al vientre. Esta excursión descendente provoca sentimientos mas profundos de tristeza y vergüenza.

En el plano psicológico trabajamos en terapia sobre los mismos temas: conciencia, expresión y posesión de sí mismo. Son temas que aumentan con el transcurso de la terapia. Este proceso equivale al de la maduración normal y a la maduración en la personalidad inhibida en los primeros años de vida. El viaje de autodescubrimiento es interminable como el universo. El recorrido terapéutico, tanto energético como psicológico, tiene forma de espiral. Un individuo comienza su terapia con nivel limitado de energía. Cuando trabaja sobre sus tensiones corporales para liberarse de ellas, madura su ser y adquiere mayor conciencia de sí, expresividad y dominio. En tanto gana vitalidad, percepción de sí mismo y profundidad en sus sentimientos, aparecerán en sus sesiones los mismos problemas una y otra vez; estos serán abordados desde un nivel diferente: con mayor comprensión y mayor intensidad de sentimientos.

El proceso de maduración terapéutica podría diagramarse así:



Espiral de Crecimiento Terapéutico. 
Idénticos temas trabajados desde un 
nivel energético continuamente creciente.

A partir de este diagrama deducimos por ejemplo, que la relación de una paciente con su madre reaparece frecuentemente en terapia, cada vez desde una perspectiva transformada. Al  comienzo puede considerarse a la madre como indiferente y distante. Con el avance de la terapia, el paciente tal vez reconozca que su madre la ha utilizado para cubrir su propia dependencia. Más tarde, le podrá resultar claro que su madre estaba celosa de la relación entre ella y su padre, en tanto que ella temía la hostilidad de su madre.

Nunca superamos por completo los efectos de los traumas tempranos sufridos en la vida pero, en el caso de que nos vuelvan a lastimar, podemos movilizar nuestras fuerzas y restablecer en nuestro cuerpo los buenos sentimientos y el placer. Cada crisis a la que nos enfrentamos en la vida nos permite crecer más en nuestro self. Por lo tanto, el proceso terapéutico no tiene fin. Nuestro viaje de autodescubrimiento no se terminará mientras vivamos, puesto que cada experiencia de vida puede contribuir al enriquecimiento de nuestro ser. En mi viaje personal sucedió eso.

Lo que me atrajo de Reich fue la tesis en la que postula que podemos encontrar satisfacción sexual entregándonos a nuestros sentimientos sexuales. A esta capacidad Reich la denomino potencia orgásmica a fin de denotar que la pasión sexual no se mide según la fuerza del deseo sexual, sino según la plenitud y totalidad de la descarga o liberación de la excitación.
Cuando se llega a un orgasmo pleno o completo, todo el cuerpo con la mente incluida participa de una reacción convulsiva que descarga por completo toda excitación sexual. Esta reacción convulsiva es desencadenada por ondas de excitación relacionadas con la aceleración del ritmo respiratorio, que pasan por el cuerpo.

Si bien utilizo, al igual que Reich, el termino “convulsiva”, los movimientos no son caóticos ni clónicos sino serpenteantes. La pelvis se mueve hacia adelante con la espiración y hacia atrás con la onda respiratoria. Este movimiento también puede darse con la respiración profunda y plena sin la presencia de carga sexual o excitación genital, en cuyo caso se lo denomina reflejo del orgasmo, no llega a ningún clímax y produce una sensación relajante y placentera. En el acto sexual en el que explota en el aparato genital una fuerte carga sexual, los movimientos pélvicos se vuelven completamente involuntarios y son rápidos y enérgicos. Nos sentimos transportados mas allá del self, lo que constituye la forma más alta de entrega.  La conciencia del self desaparece cuando sentimos la fusión con procesos cósmicos. Es una experiencia de éxtasis. 

miércoles, 1 de febrero de 2017

El Gozo, parte 33

Capítulo 10 "El miedo a la muerte" (continuación)

En lo profundo del vientre, se encuentran nuestros sentimientos más profundos: nuestras tristezas y nuestras alegrías más hondas, nuestros mayores temores. Las sensaciones dulces y tiernas que acompañan al verdadero amor sexual se sienten en lo profundo del vientre como un calor que puede extenderse por todo el cuerpo. Los niños experimentan sensaciones agradables en el vientre cuando se hamacan o juegan en el subibaja, de lo que disfrutan tanto. Pero en el vientre se aloja tanto la alegría como la tristeza proveniente de la desesperanza cuando no hay alegría.
Podemos negar la desesperanza y vivir de una ilusión, pero ésta se derrumbará inevitablemente y hará que el individuo caiga en una depresión; podemos tratar de pasar por encima de la desesperanza, pero esto afecta nuestra sensación de seguridad; o podemos aceptarla y comprenderla, lo que nos libera del temor.

Aceptar la desesperanza significa sentirla y expresar ese sentimiento con sollozos y palabras. El llanto es la expresión del cuerpo, las palabras provienen de la mente. Cuando se los une en forma apropiada, promueven la integración del cuerpo y la mente, lo que libera la culpa y fomenta la libertad.

Es importante decir las palabras adecuadas. “No sirve de nada” es una frase clave. “No sirve de nada intentar”. “Nunca voy a ganar tu amor” es la declaración que expresa que la persona ha comprendido que la desesperanza es la consecuencia de una experiencia pasada. No obstante, la mayoría de los pacientes proyectan su desesperanza hacia el futuro. Cuando experimentan la desesperanza por primera vez, a menudo la expresan diciendo: “Nunca voy a tener a nadie que me ame” o “Nunca voy a encontrar a ningún hombre”, etc. No entienden que no es posible encontrar amor por más esfuerzo que hagamos para hallarlo, que mientras mayor sea nuestra desesperación, menor será la posibilidad de que el otro responda con sentimientos positivos. El verdadero amor es la excitación que sentimos al anticipar el placer y la alegría que nos provocaría estar cerca de otra persona y en contacto con ella.  Amamos a los que nos hacen sentir bien, evitamos a aquellos cuya presencia resulta dolorosa.

Llegar a lo profundo de nuestra desesperanza equivale a sumergirse en la profundidad de nuestro vientre, que también es la fuente de la vida. Ningún adulto se ahogó en sus lagrimas, aunque detrás del pánico siempre hay temor a ahogarse. Un bebé que queda aislado de una relación de amor se muere; un niño muy pequeño en esta situación podría morirse, ya que su cuerpo necesita el contacto y el apoyo de una figura materna. El niño que sobrevive a pesar de estar cerca de la muerte por no recibir suficiente amor, se convierte en un neurótico que vivirá al borde de la desesperanza y el pánico durante toda su vida, a menos que se libere de su temor reexperimentando el trauma del pasado y descubriendo que no se morirá.

Debemos darnos cuenta de que hablar sobre el temor ayuda al paciente a comprender su problema, pero no resulta suficiente para eliminar ese temor. Decirle a un niño que no tenga miedo a la oscuridad porque no hay nadie allí no sirve de mucho, puesto que si bien no hay ninguna figura aterradora en la oscuridad del cuarto, si la hay en la oscuridad del inconsciente del niño. Entrar en nuestro propio inconsciente equivale a descender, con los sentimientos, hasta el vientre a través de la respiración profunda. A medida que la onda respiratoria de espiración fluye hacia abajo y llega a la pelvis, experimentamos los sentimientos que se encuentran encerrados en esa zona. Podemos sentir que no fuimos amados y que podríamos habernos muerto, pero a pesar de que resulta triste tomar conciencia de eso, también podemos darnos cuenta de que no nos morimos. En el caso de un adulto, no ser amado no constituye una sentencia de muerte. Podemos amar nuestro self y entregarnos a él.

Una mujer madura, de cincuenta años, madre de varios hijos, me dijo: “Si nadie me ama, me voy a morir”. Este es un ejemplo de un individuo patético que tiene tanto temor de vivir como de morir.

Si no tenemos una base sólida en nuestro self y en nuestro cuerpo, corremos peligro de volver a caer en la desesperanza, puesto que no podemos sentir la alegría de la vida.
Todos los pacientes necesitan atravesar la barrera que interpone el miedo a la muerte,

He trabajado con muchos asmáticos. Cuando hacen los ejercicios que profundizan la respiración, como llorar, patear, gritar, comienzan a respirar con un silbido e inmediatamente usan el inhalador, que alivia por un rato el espasmo bronquial y así pueden respirar con menos dificultad. Sin embargo, no elimina la tendencia al espasmo, que es una reacción de pánico que tienen cuando la respiración se vuelve más profunda. Como esa respiración silbosa, que es el principio de un ataque de asma, les produce miedo, atribuyen su temor a la dificultad para respirar.

Esto es, en parte, cierto, pero también es cierto que la causa de la incapacidad de respirar es el temor. El temor de ser rechazados o abandonados por llorar, gritar o exigir demasiadas cosas. La respiración más profunda activa esta expresión vocal que ha sido suprimida con el fin de sobrevivir. Una vez que comprenden esta dinámica, el temor disminuye, entonces puedo alentarlos a que se entreguen al llanto y a los gritos fuertes, algo que pueden hacer sin sufrir un ataque de asma. Aún cuando la respiración se vuelve algo silbosa, trato de disuadirlos de usar el inhalador, asegurándoles que si no entran en estado de pánico, podrán respirar con facilidad. Para su sorpresa, esto resulta en la mayoría de los casos.

En el caso del pánico, también hay un temor a la muerte, pero en menor medida. Para ayudar a los pacientes a conectarse con su pánico, utilizo la técnica descrita en el capitulo 3. El paciente se recuesta sobre la banqueta bioenergética y emite un sonido que sostiene durante el mayor tiempo posible. Al final del sonido, tratan de sollozar. Cuando irrumpen en el sollozo, se encuentran con el temor de ahogarse en su tristeza o de verse desbordados por su desesperanza. El cuerpo, a fin de defenderse frente a estos sentimientos, intenta inhibir la respiración. Se cierra la pared del tórax y se contraen los bronquios. En este punto, el paciente siente pánico.

No obstante, la terapia no consiste en aprender a sobrellevar nada. La vida tiene que ser algo más que una cuestión de supervivencia. Necesitamos hallar algo de alegría en la vida; de lo contrario, caemos en una depresión que puede hacer que hasta la supervivencia se vuelva problemática.

En el capitulo 3, destaque la importancia que tiene hacer que un paciente llore, y demostré que no es tan fácil como creemos. En general, no se alienta a los niños a que expresen su tristeza, y a muchos les pegan cuando lloran. Como parte del entrenamiento, el labio superior se les vuelve rígido, y algunos hasta se jactan de su capacidad de no quebrantarse y llorar aunque estén sufriendo. Expresar la tristeza a través de las lagrimas y llorar es una forma de compartir los sentimientos. Independientemente de lo que digan algunos, la mayoría de las personas responden de manera positiva ante el que llora. Quizás traten de levantarle el animo, pero es raro que lo rechacen por sus lagrimas.

Pero sucede algo muy distinto cuando se trata de la desesperanza y las ganas de rendirse y abandonar todo. Somos como soldados de un ejercito desbandado que tratan de volver a casa después de una derrota, y nuestras posibilidades de sobrevivir se ven amenazadas cada vez que nuestra voluntad se debilita. “ ¡Sigue intentando, no te rindas, sigue adelante!” Esto tendría sentido si nos persiguiese el enemigo, o si tuviéramos cerca una casa segura. Sin embargo, en este mundo, en el único lugar donde podemos encontrar una verdadera seguridad es en nuestro self. La riqueza, la posición social y el poder no son la solución a un sentimiento de desesperanza e inseguridad subyacente. De hecho, el esfuerzo por superar nuestra desesperanza e inseguridad es lo que asegura la presencia constante de estos sentimientos en nuestra personalidad.

El sentimiento de pánico siempre surge cuando una fuerte onda respiratoria no puede pasar libremente a través del diafragma y llegar al vientre. Se lo impide una contracción en el músculo diafragmático, que puede resultar muy dolorosa y producir nausea. Es importante comprender esta reacción si queremos ayudar a los pacientes a respirar con profundidad. La nausea y las ganas de vomitar se producen cuando la onda respiratoria se enfrenta a la tensión en el diafragma, que actúa como un muro de piedra que hace que la onda rebote y salga en la dirección contraria de la que venia, es decir, hacia arriba. Cuando la onda pasa por el diafragma y llega al vientre, ingresa en el submundo psicológico, un mundo de oscuridad.

En la mitología, se considera que el diafragma, que tiene la forma de una cúpula, representa la superficie de la Tierra. Toda la vida comienza en la oscuridad de la Tierra o del útero antes de salir a la luz del día. La oscuridad nos produce temor porque la asociamos con la muerte, con la oscuridad de la tumba y del submundo. Es también en la oscuridad de la noche que muere nuestra conciencia y dormimos para volver a nacer a la luz del día siguiente. La entrega de la conciencia del ego produce temor a muchas personas que tienen dificultad para “entregarse” al sueño o al amor. Aquellos que no tienen miedo a la muerte en su inconsciente pueden descender al submundo psicológico del vientre y hallar la alegría y el éxtasis que les ofrece la sexualidad. Si deseamos hallar la alegría, debemos tener el coraje de enfrentar al ángel con la espada flameante que cuida la puerta al Jardín del Edén, nuestro paraíso terrenal.

La lucha produce cansancio, y la lucha por la supervivencia agota. La mayoría de las personas de nuestra cultura son sobrevivientes y, por eso, la fatiga es el síntoma más común en la población. Constituye el aspecto físico del sentimiento de depresión. Sin embargo, los sobrevivientes no pueden darse el lujo de sentirse cansados o deprimidos, ya que estarían tentados abandonar la lucha y morir. La defensa de estas personas consiste en negar la fatiga y seguir adelante, pues sienten que su supervivencia depende de eso. Como dijo una mujer: “Si me recuesto, siento que nunca me voy a levantar”. Pero hasta que no estamos listos para recostarnos, negamos la fatiga. Un viajero que corre para alcanzar el tren y lleva una valija pesada no siente el cansancio del brazo hasta que apoya la valija en el piso. En la terapia, sentirse cansado es un signo de progreso si podemos asociar ese cansancio con abandonar la lucha.

Uno de los ejercicios que uso para resolver este conflicto entre el ego y la sexualidad, se denomina arco pelviano. El paciente se recuesta sobre la cama y, tomando los tobillos con las dos manos, coloca las piernas bajo su cuerpo. Esta posición eleva la pelvis de la cama. Al mismo tiempo, se tira la cabeza hacia atrás de manera que la parte superior del cuerpo descanse sobre la parte posterior de la cabeza. Luego se ubican las manos debajo de los talones para que la persona pueda sentir la presión de los pies sobre las manos. En esta posición, la pelvis queda suspendida de manera que si la respiración es bastante profunda, comienza a moverse espontáneamente hacia arriba y hacia abajo en forma vibratoria. Ese  movimiento espontáneo depende de la carga que circula por cuerpo y llega a los pies. Todas las personas que sintieron el movimiento espontáneo de la pelvis en esta posición experimentaron un sentimiento de placer y alegría.

Una vez que la pelvis comienza a vibrar, coloco una frazada enrollada entre los muslos del paciente y le pido que la apriete lo mas fuerte que pueda para que experimente un sentimiento de posesión. Además, por lo general le sugiero que proyecte la mandíbula inferior hacia afuera, con lo cual sujetar la frazada pasa a ser un acto agresivo. A través de este ejercicio, la parte inferior del cuerpo recibe una gran carga y sus vibraciones aumentan, pero no hay excitación genital ni descarga. La carga está en toda la parte inferior del cuerpo: en la pelvis, en las piernas y en los pies. Esto da como resultado un fuerte sentimiento de posesión, que es tanto autoposesión como el derecho de poseer una pareja que nos ame. Como se señaló en el primer capitulo, la autoposesión constituye el objetivo de la terapia y el camino a la alegría.

Cuando las personas están ligadas entre si, no son libres. Al necesitar algo del otro, se vuelven dependientes. La dependencia en una relación lleva al individuo a sus experiencias de la niñez, época en la que era dependiente y vulnerable.
Para liberarlos de esta dependencia, para ayudarlos a crecer y convertirse en individuos  maduros, es necesario comprender como influye la culpa sexual cuando una persona se vuelve sumisa, es decir, cuando esta allí para los demás. La idea de que cada uno debe existir para el otro constituye un acuerdo comercial según el cual ninguno está para sí mismo. En el próximo capitulo analizaremos la forma en que opera la culpa sexual para crear un carácter neurótico.