jueves, 31 de marzo de 2016

La desobediencia y otros ensayos, parte 8


IV
EL HUMANISMO COMO FILOSOFÍA GLOBAL 
DEL HOMBRE


Hay una definición de humanismo -en mi opinión estrecha- que se refiere al humanismo como ese movimiento de los siglos XV y XVI que significó un retorno al saber y a las lenguas clásicas, el griego, el hebreo y el latín. Totalmente distinta es la definición de humanismo como una filosofía global del hombre -una filosofía global que tiene uno de sus picos en el Renacimiento, pero cuya tradición abarca 2500 años, a partir de los profetas en el mundo occidental y de las enseñanzas budistas en el Este-.
¿Cuáles son los principios fundamentales de este humanismo? La filosofía humanista puede caracterizarse de la siguiente manera: primero, la creencia en la unidad de la raza humana, en que no hay nada humano que no se encuentre en cada uno de nosotros; segundo; el énfasis en la dignidad del hombre; tercero, el énfasis en la capacidad del hombre para desarrollarse y perfeccionarse a sí mismo., y cuarto, el énfasis sobre la razón, la objetividad y la paz. El filósofo polaco Adam Schaff ha dado otra descripción, el llama humanismo “a un sistema de reflexiones acerca del hombre, que lo reconoce como el sumo bien y se ocupa de crear en la práctica las mejores condiciones para su felicidad”.

Trataré de dar una idea de cómo ha sido expresada esta filosofía humanista en los diversos periodos de la cultura.
Primero, el humanismo budista. El budismo clásico es lo que hoy se llamaría una filosofía existencialista, que parte de un análisis de la verdadera condición de la existencia humana y llega a la idea de que la existencia humana implica necesariamente sufrimiento, y de que solo hay una manera de eliminar ese sufrimiento, que consiste en refrenar el ansia de bienes.

Otra rama de la filosofía humanista se encuentra en el Antiguo Testamento. En Isaías, 19, 23-25, dice: “En ese día habrá una carretera de Egipto a Asiria… En ese día Israel será el tercero con Egipto y con Asiria.” este es un ejemplo del espíritu de universalismo y del concepto de que un hombre único es el centro del pensamiento. Encontramos en el Antiguo Testamento el concepto, específicamente humanista, de amar al prójimo, y otro concepto que trasciende considerablemente a éste: amar al extranjero, a la persona que no está vinculada con uno por lazos de sangre. El Antiguo Testamento dice: “Ama al extranjero, porque habéis sido extranjero en Egipto, y por lo tanto conocéis cómo se halla el alma del extranjero”. (Éxodo, 23,9) . Todos compartimos la misma experiencia humana y es por eso que podemos entendernos unos a otros.

La misma idea a continuado en el pensamiento cristiano a través del mandamiento: “Amad a vuestros enemigos” (Mateo, 5,44). Naturalmente, la idea de Cristo dentro de la religión cristiana era en sí misma una expresión del espíritu humanista. Nicolás de Cusa dijo que: “la humanidad de Cristo vincula a los hombres entre sí y es la máxima prueba de la unidad interna de la humanidad”.

Hay el humanismo griego, en el que encontramos obras como la Antígona de Sófocles, en que Antígona representa el humanismo y Creón las inhumanas leyes hechas por el hombre.
Un gran humanista latino, Cicerón, escribió: “Debes concebir todo este universo como una comunidad de la cual son miembros tanto los dioses como los hombres”.

Los grandes nombres del humanismo renacentista -Erasmo, Pico della Mirandola, Postel y muchos otros-  llevaron al humanismo a un concepto en el cual el énfasis cae en “el hombre como tal” y cuya tarea es desarrollarse plenamente, llegar a ser lo que es potencialmente. También importante era su insistencia sobre la razón, y ante todo sobre la paz. La Guerra de los Treinta Años, que fue tan catastrófica para Europa, tanto desde el punto de vista material como espiritual, se produjo pese a los frenéticos esfuerzos de los filósofos humanistas por impedirla tratando de crear una atmósfera de objetividad.

En lo que respecta a la filosofía del iluminismo, dese el siglo XVII hasta el XIX, me basta mencionar unos pocos nombres -Spinoza, Locke, Freud y Marx-. La esencia misma del humanismo, la idea de que toda la humanidad está en cada uno de nosotros, Goethe la formuló muy claramente: “Los hombres llevan dentro de sí no solo su propia individualidad, sino a toda la humanidad con todas sus potencialidades”. Freud a trasladado a la práctica esta idea humanista: todo el psicoanálisis (es decir, el intento de entender lo que es inconsciente en otra persona) presupone que lo que detectamos en el inconsciente de otro está vivo en nosotros mismos.

Uno de los últimos grandes humanistas fue Marx. Escribió: “Un ser no se considera a sí mismo independiente a menos que sea su propio dueño, y solo es su propio dueño cuando debe su existencia a sí mismo. Un hombre que vive por el favor de otro, se considera a sí mismo dependiente”. El hombre solo es independiente si se hace dueño de su múltiple ser de una manera global, con lo que llega a ser un hombre entero. Marx acentúa más que cualquier otro la independencia, el no deber la existencia a ningún otro, o, para utilizar otro término que el usaba a menudo, la “autogestión”. Marx lo expresó en otro contexto: “Si uno ama sin evocar amor en reciprocidad (si uno no es capaz mediante la manifestación de sí mismo como persona amante, de hacerse amar), entonces ese amor es impotente, es una desgracia”. Lamentablemente, Marx está tan erróneamente representado que no se conoce muy bien este sesgo humanista de su pensamiento.  

En general, el humanismo surgió como una reacción ante una amenaza contra el hombre. Hoy vivimos un periodo en el que la amenaza contra la existencia espiritual del hombre. En la sociedad industrial -la capitalista o la así llamada comunista, sin que haya diferencia alguna- el hombre se transforma cada vez más en una cosa, el homo consumens, un eterno cliente. Todo se vuelve artículo de consumo. El hombre se va alienando, se vuelve cada vez más “uno cualquiera” y no un “Yo”, para utilizar una expresión de Heidegger. Se transforma progresivamente en el hombre organización, en una cosa, y corre peligro de perderla esencia misma de la humanidad, el estar vivo.

Precisamente como reacción ante tales peligros, ha surgido en los últimos años el nuevo movimiento humanista o el renacimiento del humanismo, que se desarrollo -hecho muy interesante- en todos los campos ideológicos. Vemos un nuevo humanismo dentro de la Iglesia católica. En la Iglesia Protestante hay un movimiento similar. Albert Schweitzer es uno de los máximos representantes del humanismo protestante. Y aunque sea menos conocido, uno ve el mismo renacimiento dentro del marxismo..

Es cierto que las concepciones de los humanistas católicos, los protestantes y los marxistas (incluso entre los marxistas mismos) son muy diferentes. Sin embargo, tienen mucho en común. Primero, coinciden en que, si bien, es importante la expresión de una actitud en un concepto pensado, éste solo tiene significado si lo referimos a la realidad. Los conceptos pensados, en sí mismos, tienen poco peso. No son sino palabras a menos que las acciones de la persona, en su vida diaria -con respecto a la guerra y la paz, en su actitud hacia sus vecinos-, se enraícen en esta sustancia humana. Los humanistas, pese a ubicarse en campos doctrinarios diferentes, encuentra más coincidencias que divergencias; se comprenden notablemente bien, aunque cada uno mantenga su propio marco de referencia.

El segundo factor común para el nuevo humanismo contemporáneo es su preocupación por el hombre, por su pleno desarrollo, por salvarlo no solo de la extinción física sino también de la muerte intelectual con que lo amenaza la sociedad industrial.

martes, 15 de marzo de 2016

La desobediencia y otros ensayos, parte 7

PROFETAS Y SACERDOTES (continuación)

Este siglo es la era de las burocracias, que administran a las cosas y  a los hombres como una unidad, y funcionan esencialmente como lo haría una computadora. El individuo se transforma en un número. Y justamente porque no hay una autoridad manifiesta, porque el individuo no está “forzado” a obedecer, se hace la ilusión de que actúa voluntariamente. ¿Quién puede desobedecer cuando ni siquiera de da cuanta de que obedece? En la familia y en la educación ocurre la misma cosa. Desde el primer día, el niño esta lleno del impío respeto a la conformidad, del temor de ser “diferente”, del miedo de alejarse del resto del rebaño. El “hombre-organización” educado de esta manera en la familia y en la escuela y completada su educación en la gran organización, tiene opiniones, pero no convicciones; se divierte, pero es desdichado; está incluso dispuesto a sacrificar su vida y la de sus hijos en la obediencia voluntaria a poderes impersonales y anónimos.

La cuestión de la desobediencia es de vital importancia en la actualidad. Es un acto de afirmación de la razón y la voluntad. No es primordialmente una actitud dirigida contra algo, sino a favor de algo: de la capacidad humana de ver, de decir lo que se ve y de rehusarse a decir lo que no se ve. Para hacerlo así, el hombre no necesita ser violento y rebelde; necesita mantener los ojos abiertos, estar plenamente alerta y deseoso de asumir la responsabilidad de hacer abrir los ojos a quienes se hallan en peligro de perecer porque están amodorrados.

Karl Marx escribió una vez que Prometeo, quien dijo que: “prefería estar encadenado a su roca antes de ser el siervo obediente de los dioses”, es el santo patrono de todos los filósofos. El filósofo desobedece a los clisés y a la opinión pública porque obedece a la razón y a la humanidad. Se atreve a saber. Es un ciudadano del mundo; su objeto es el hombre -no esta o aquella persona, esta o aquella nación-. Su país es el mundo, no el lugar donde ha nacido.

Bertrand Russell escribió: Los hombres temen al pensamiento más que a cualquier otra cosa -más que a la ruina, incluso más que a la muerte-. El pensamiento es subversivo y revolucionario, destructivo y terrible; el pensamiento es despiadado con el privilegio y las instituciones establecidas; es anárquico y sin ley, indiferente a la autoridad . El pensamiento escudriña el abismo del infierno y no teme. El pensamiento es grande, y veloz y libre, la luz del mundo, y la principal gloria del hombre.
Pero para que el pensamiento llegue a ser posesión de muchos, no privilegio de unos pocos, debemos eliminar el temor. Es el temor lo que contiene a los hombres. “¿Debe el trabajador pensar libremente acerca de la propiedad? Entonces, ¿qué ocurriría con los ricos? ¿deben los jóvenes pensar libremente acerca del sexo? ¿deben los saldados pensar libremente acerca de la guerra? ¡Basta de pensamiento! ¡Retornemos a las sombras del prejuicio,  para que no corran peligro la propiedad, la moral y la guerra! Es mejor que los hombres sean estúpidos, lerdos y tiránicos, y no que su pensamiento sea libre. Así argumentan los oponentes del pensamiento en las profundidades inconscientes de su alma. Y así actúan en sus iglesias, sus escuelas y sus universidades.

Bertrand Russell lucha contra la masacre que nos amenaza, no porque sea pacifista o por algún principio abstracto, sino precisamente porque es un hombre que ama la vida.
Y es por esa razón que no tienen para él ningún sentido las voces que recalcan la maldad del hombre, con lo que en realidad dicen más sobre sí mismos y sobre su propio temperamento melancólico que sobre los hombres.
Bertrand se da cuenta de la hondura del mal y la estupidez que anida en el corazón del hombre, pero no lo confunde con una supuesta  corrupción innata. Escribe: “Hay una caverna de obscuridad que debemos atravesar antes de poder entrar en el templo. El portal de la caverna es la desesperanza, y su piso está pavimentado con las lozas túmbales de las esperanzas abandonadas. Allí debe morir el Yo; allí debe aniquilarse la avidez, el afán del indómito deseo, pues solo así puede librarse el alma del imperio del Destino. El portal del Renunciamiento lleva de nuevo a la luminosidad, de la que irradia una nueva visión, un nuevo goce, una nueva ternura que alegra el corazón del peregrino”.

Una cita más de los escritos de Russell, que  con qué profundidad sintió la alegría de vivir. “El amante, el poeta y el místico encuentran una satisfacción más plena que la que pueden llegar a conocer quienes buscan el poder, puesto que aquéllos pueden retener al objeto de su amor., mientras que el ávido de poder tiene que embarcarse continuamente en alguna nueva manipulación para no sufrir un sentimiento de vaciedad. Cuando llegue mi último día, no sentiré que he vivido en vano“.

Para Russell, en contraste con los pragmatistas, el pensamiento racional no es la búsqueda de la certeza, sino una aventura, un acto de autoliberación y de coraje, que cambia al pensador al volverlo más alerta y darle más vida. Él es un hombre de fe. No de fe en el sentido teológico, sino de fe en el poder de la razón, fe en la capacidad del hombre para crear su propio paraíso. “Cuando se computa el tiempo geológico - escribió- se llega a la conclusión de que el hombre existe en el planeta desde hace muy poco tiempo - a lo sumo un millón de años-. Lo que ha logrado, en especial los últimos 6000 años, es algo profundamente nuevo en la historia del cosmos, por lo menos en la medida que lo conocemos. ¿va a terminar todo esto en un error trivial porque solo unos pocos son capaces de pensar en el Hombre?¿Está nuestra especie tan despojada de sabiduría, es tan incapaz de amor incondicional?
Tenemos delante de nosotros, si lo elegimos, un continuo progreso en felicidad, conocimiento y sabiduría. En lugar de esto, ¿vamos a preferir la muerte, porque no somos capaces de olvidar nuestras disputas? Apelo, como ser humano, a seres humanos: recodemos nuestra humanidad y olvidemos el resto. Si podemos hacerlo, tenemos abierto el camino hacia el nuevo Paraíso; si no podemos, solo nos aguarda la muerte universal.”

No existe en verdad una distinción más marcada entre los seres humanos que la que hay entre quienes aman la vida y quienes aman la muerte. Este amor por la muerte es una adquisición típicamente humana. El hombre es el único animal que puede aburrirse, el único animal que puede amar  la muerte. El hombre impotente no puede crear vida, pero puede destruirla. El amor por la muerte en medio de la vida es la perversión más esencial.
Bertrand advierte al mundo sobre la inminente ruina precisamente como lo hicieron los profetas, porque ama la vida y todas sus formas y manifestaciones. También como los profetas, no es un determinista; es un “alternativista”, que ve que lo que está determinado son solo ciertas alternativas limitadas y verificables. Que la voz de este profeta prevalezca sobre las voces de destrucción y la fatiga, depende del grado de vitalidad que haya preservado el mundo, y especialmente la generación más joven. Si estamos destinados a perecer, no podemos pretender que no hemos sido advertidos.


viernes, 11 de marzo de 2016

La desobediencia y otros ensayos, parte 6



III
PROFETAS Y SACERDOTES


Puede decirse que nunca estuvo tan difundido por el mundo como en la actualidad el conocimiento de las grandes ideas producidas por la especia humana, y nunca esas ideas fueron menos efectivas que hoy. Las ideas de Platón Y Aristóteles, de los profetas y de Cristo, de Spinoza y de Kant, son conocidas por millones. Y todo esto en un mundo que sigue los principios del egotismo irrestricto, que alimenta un nacionalismo histérico, y que se está preparando para una insensata masacre masiva. ¿Cómo explicar esta discrepancia?

Las ideas no influyen profundamente en el hombre cuando solo se las enseña como ideas y pensamientos; nuevos pensamientos toman el lugar de los antiguos; nuevas palabras toman su lugar. Pero todo lo que ocurre es un cambio en los conceptos y las palabras. ¿Por qué debería ser de otra manera? Es extremadamente difícil que un hombre sea movido por ideas, y que capte una verdad. Para lograrlo, necesita superar resistencias de inercia profundamente arraigadas, vencer el miedo al error o a apartarse del rebaño. El mero familiarizarse con otras ideas no es suficiente, aunque estas sean correctas y sólidas. Pero las ideas producen realmente un efecto sobre el hombre si son vividas por quien las enseña, si son personificadas por el maestro, si aparecen encarnadas. Si un hombre expresa la idea de humildad y es humilde, quienes lo oyen comprenderán  qué es la humildad. Lo mismo vale para todas las ideas que un hombre, un filósofo o un instructor religioso traten de transmitir.

A quienes anuncian ideas -y no necesariamente ideas nuevas- y a la vez las viven, podemos llamarlos profetas. Los profetas del Viejo Testamento hicieron precisamente eso: anunciaron la idea de que el hombre tenía que hallar una respuesta a su existencia, y que esa respuesta era el desarrollo de su razón, de su amor; y enseñaron que la humildad y la justicia estaban indisolublemente vinculadas con el amor y la razón. No los impresionaban los poderosos, y dijeron la verdad aunque eso los llevara a la cárcel, el ostracismo o la muerte. Respondieron a sus congéneres porque se sintieron responsables. Lo que les ocurría a otros, les ocurría a ellos. La humanidad no estaba fuera, sino dentro de ellos. No se trata de que un profeta desee serlo. El hombre que se siente responsable no tiene otra elección que volverse profeta. Es función del profeta mostrar la realidad, señalar alternativas, protestar; es su función hablar en voz alta, despertar al hombre de su rutinario entresueño. Es la situación histórica lo que hace a los profetas, no el deseo de serlo de algunos hombres.

Los profetas solo aparecen a intervalos en la historia de la humanidad. Mueren y dejan su mensaje. Ese mensaje lo aceptan millones de personas, se les vuelve entrañable. Esta es precisamente la razón de que la idea resulte explotable para otros, que usufructúan para sus propios fines de dominio y control la adhesión de la gente a estas ideas. A los hombres que hacen uso de la idea anunciada por los profetas, los llamaremos sacerdotes.
Los profetas viven sus ideas. Los sacerdotes las administran. La idea ha perdido su vitalidad y transformado en una fórmula.
Los sacerdotes utilizan la idea para organizar a los hombres, para controlarlos controlando la expresión exacta de la idea, y cuando los anestesiaron suficientemente, declaran que no son capaces de mantenerse despiertos y de dirigir su propia vida, y que ellos, los sacerdotes, obran por deber, o incluso por compasión, al cumplir la función de dirigir a los hombres. Cierto es que no todos los sacerdotes han actuado de esta manera, pero la mayoría de ellos lo hicieron, especialmente los que manejaron el poder.


Hay sacerdotes no solo en religión. Hay sacerdotes en filosofía y sacerdotes en política. En el siglo XX los sacerdotes políticos han asumido la administración de las ideas del socialismo. Aunque esta idea tendía a la liberación e independencia del hombre, los sacerdotes declararon que el hombre no era capaz de ser libre. Ellos estaban obligados a hacerse cargo, y a decidir cómo formular la idea, y quien era un creyente devoto y quien no lo era. Los sacerdotes confunden porque se proclaman sucesores del profeta y afirman que viven lo que predican. Sin embargo, aunque un niño podría ver que viven precisamente en forma opuesta a lo que enseñan, la gran masa de personas ha sufrido un efectivo lavado de cerebro y llega eventualmente a creer que si los sacerdotes llevan una vida espléndida lo hacen como sacrificio, porque tienen que representar la gran idea; o que si matan sin piedad solo lo hacen por fe revolucionaria.

Ninguna situación histórica podría ser más propicia que la nuestra para el surgimiento de profetas. La existencia misma de la especia humana está amenazada. La mentalidad troglodítica y la ceguera han llevado a un punto en que la especia humana parece avanzar hacia su trágico final, en el momento mismo en que está cerca de su más grande logro. En este momento la humanidad necesita profetas, aunque sea dudoso que sus voces logren prevalecer por sobre las de los sacerdotes.

Entre los pocos en los que la idea ha llegado a encarnarse, y a los que la situación histórica transformó de maestros en profetas, está Bertrand Russell. El, junto con Einstein y Schweitzer, representan la respuesta de la humanidad occidental ante la amenaza de su existencia, porque los tres han alzado la voz, han formulado advertencias, y han señalado las alternativas.
 
Bertrand Russell ha reconocido que la idea, aunque se encarne en una persona, solo cobra significación social si se encarna en un grupo. Cuando Abraham discutió con Dios acerca del destino de Sodoma, pidió que se perdonara a Sodoma si había en ella diez hombres justos, es decir, un grupo mínimo en el cual se hubiera encarnado la idea de justicia. Bertrand trata de demostrar que existen diez personas que pueden salvar la ciudad. Este es el motivo por el que organizó a la gente, marchó con ella y junto con ella fue llevado en los furgones policiales. Aunque su voz sea una voz en el desierto, no es, sin embargo, una voz aislada. Es el guía de un coro.
 Entre las ideas que Russell encarna en su vida, quizás la primera que se debe mencionar es el derecho y el deber del hombre de desobedecer.

Al hablar de desobediencia no me refiero a la del “rebelde sin causa”, que desobedece porque no tiene otro compromiso con la vida que el de decir “no”. Esta clase de desobediencia rebelde es tan ciega e impotente como su opuesto, la obediencia conformista que es incapaz de decir “no”. Estoy hablando del hombre que puede desobedecer porque puede obedecer a su conciencia y a los principios que ha elegido; estoy hablando del revolucionario, no del rebelde.

En la mayoría de los sistemas sociales la obediencia es la suprema virtud, la desobediencia el supremo pecado. En verdad, cuando en nuestra cultura la gente se siente “culpable”, lo que ocurre realmente es que tiene miedo porque ha desobedecido. Esto no es sorprendente; después de todo, la enseñanza cristiana ha interpretado la desobediencia de Adán como un hecho que lo corrompió a él y a su simiente de un modo tan fundamental que solo el acto especial de la gracia de Dios podía salvar al hombre de su corrupción. Esta idea estaba, por supuesto, de acuerdo con la función social de la iglesia, que sostenía el poder de los gobernantes mediante la enseñanza del carácter pecaminoso de la desobediencia. Solo los hombres que tomaron en serio las enseñanzas de la humildad, la fraternidad y la justicia se rebelaron contra la autoridad secular, con el resultado que la Iglesia los señaló como rebeldes y pecadores contra Dios.

Pese a la progresiva desaparición del terror religioso, los sistemas políticos autoritarios siguen haciendo de la obediencia la piedra angular de su existencia. Las grandes revoluciones de los siglos XVII y XVIII combatieron contra la autoridad real, pero pronto el hombre retornó ha hacer una virtud de la obediencia a los sucesores de los reyes, cualquiera fuera el nombre que asumieran. Las democracias occidentales se enorgullecen de haber superado el autoritarismo del siglo XIX. Pero ¿lo lograron, o solo ha cambiado el carácter de la autoridad?  

martes, 8 de marzo de 2016

La desobediencia y otros ensayos, parte 5

  Psicoanálisis humanista y teoría de Marx. (continuación)

Otro aspecto importante de la psicología social analítica es lo que Freud llamó el inconsciente. Pero en tanto Freud se interesaba por la represión individual, el estudioso de la psicología social marxista dedicará la mayor atención al “inconsciente social”. Este concepto se refiere a aquella represión de la realidad interior que es común a grandes grupos. La censura eficaz es aquella que impide que los pensamientos se vuelvan conscientes, reprimiendo la sensibilidad peligrosa. Al hombre aburrido, angustiado, infeliz de la sociedad industrial contemporánea se le enseña a pensar que es feliz y que rebosa de alegría. En algunos sistemas se reprime el amor a la vida, y se cultiva en cambio el amor a la propiedad; en otros, se reprime la consciencia de la alienación, y en cambio se promueve el estribillo: “en un país socialista no puede existir la alienación”.

Otra forma de expresar el fenómeno del inconsciente consiste en referirse a él como la totalidad de las fuerzas que operan a espaldas del hombre mientras éste tiene la ilusión de gozar del libre albedrío, o, tal como lo expresó Adam Smith: “una mano invisible guía al hombre económico para promover un fin que no forma parte de su intención”. Smith creía que esa mano invisible era benévola, Marx (y también Freud) la consideraron peligrosa; era necesario desenmascararla para despojarla de su eficacia.
El inconsciente, lo mismo que la conciencia, es un fenómeno social para Marx, determinado por el “filtro social” que no permite que la mayoría de las experiencias humanas auténticas asciendan del inconsciente a la conciencia. Este filtro social consiste primordialmente en: el lenguaje, la lógica y los tabúes sociales. “la existencia social determina la conciencia”

Freud creía  que la causa de represión efectiva es el miedo a la castración. Sin embargo, yo opino que lo que más teme el hombre es el aislamiento absoluto. Incluso el miedo a la muerte es más fácil de soportar. La sociedad impone sus exigencias de represión amenazando con el ostracismo.
Los marxistas supusieron casi siempre que aquello que obra a espaldas del hombre y lo dirige son las fuerzas económicas y sus expresiones políticas. Pero la sociedad está compuesta por hombres, y cada hombre está dotado de un potencial de tendencias pasionales. La suma de este potencial humano está moldeada por el conjunto de fuerzas económicas y sociales características de cada sociedad dada. Estas fuerzas en conjunto producen un determinado inconsciente social. Las revoluciones se materializan como expresión, no solo de las nuevas fuerzas productivas, sino también de la parte reprimida de la naturaleza humana, y solo triunfan cuando se combinan las dos condiciones. La represión deforma al hombre, lo priva de su humanidad total. La conciencia representa al “hombre social”; el inconsciente representa al hombre universal que hay en nosotros, al hombre total que justifica la frase de Terencio: “Creo que nada humano me es ajeno”. (Casualmente, éste era el lema favorito de Marx)

La psicología profunda también puede hacer un aporte al problema de la esencia y la naturaleza del hombre. Por un lado, Marx no quiso utilizar un concepto metafísico, histórico, como “esencia” del hombre. Y también se oponía a la idea relativista de que el hombre nace como una hoja de papel en blanco. Si esto fuera cierto, ¿cómo podría rebelarse el hombre contra las formas de existencia que una sociedad dada impone a sus miembros?¿cómo podría haber utilizado el concepto de “hombre mutilado“, si no hubiese tenido un concepto del “modelo de naturaleza humana“? El hombre, un “aborto de la naturaleza” se sentiría insoportablemente solo si no pudiese resolver su contradicción hallando una nueva forma de unidad.

Existe una cantidad de respuestas calculables pero limitadas al problema de la búsqueda de la unidad. Puede hallar la unidad tratando de regresar a la etapa animal, eliminando aquello que es específicamente humano (la razón y el amor), siendo esclavo o esclavizador, transformándose en cosa, o de lo contrario desarrollando sus poderes humanos hasta encontrar una nueva unidad con sus semejantes y con la naturaleza al convertirse en un hombre libre -libre no solo de las cadenas- , sino también libre para convertir el desarrollo de todas sus posibilidades en la verdadera meta de su vida. Al hombre lo impulsa su necesidad de resolver su contradicción existencial. Las posibilidades diferentes y contradictorias del hombre constituyen su esencia.
En cada paso de su vida individual e histórica el hombre enfrenta una cantidad de “posibilidades reales”. pero el hombre podrá optar entre las alternativas mientras tenga conciencia de ellas y de las consecuencias de su decisión.

Otro tema de fundamental importancia en el pensamiento marxista, al que el psicoanálisis puede aportar, es el fenómeno de la alienación. La literatura marxista utilizó el concepto en un plano puramente intelectual. Sin embargo,  no se puede entender plenamente este fenómeno sin examinar su relación con el narcisismo, la depresión, el fanatismo y la idolatría.
En resumen: este ensayo implica una invitación a incorporar al pensamiento marxista, un psicoanálisis dialéctica y humanísticamente orientado. Esta síntesis fecundará ambos campos, en tanto que el pavlovismo positivista, si bien puede proporcionar muchos datos interesantes, solo conducirá al deterioro tanto de la psicología como del marxismo

martes, 1 de marzo de 2016

La desobediencia y otros ensayos, parte 4

 Psicoanálisis humanista y teoría de Marx (continuación)

El concepto de carácter social ofrece respuesta a importantes problemas que la teoría marxista no analizó a fondo.

1) ¿Cuál es la causa por la cual una sociedad logra asegurarse la lealtad de la mayoría de sus miembros, aunque estos sufran bajo el sistema y aunque su razón les diga que la lealtad a ella los perjudica? ¿Por qué su interés real  como seres humanos no triunfó sobre sus intereses ficticios engendrados por todo tipo de influencias y lavados de cerebro? ¿Por qué la conciencia de su situación de clase y de las ventajas del socialismo no fue tan eficaz como lo supuso Marx? La respuesta a estas interrogantes reside en el fenómeno del carácter social. Cuando una sociedad ha logrado moldear la estructura de carácter del hombre común de modo tal que le guste hacer lo que debe hacer, éste se siente satisfecho con las condiciones que le impone la sociedad. Es innecesario aclarar que un carácter social que, por ejemplo, está satisfecho con la sumisión, es un carácter mutilado. Y así, mutilado o no, cumple los requisitos de una sociedad que necesita de hombres sumisos para funcionar.

2) El concepto de carácter social también sirve para explicar el nexo entre la base material de una sociedad y la “superestructura ideológica”. Sin embargo, no es solo la base económica la que crea un determinado carácter social que, a su vez, crea ciertas ideas. El carácter social es el intermediario entre la estructura socioeconómica y las ideas y los ideales que prevalecen en la sociedad.  Y es el intermediario en ambas direcciones: desde la base económica hacia las ideas y desde las ideas hacia la base económica.

3) El concepto de carácter social puede explicar cómo una sociedad utiliza la energía humana, lo mismo que cualquier otra materia prima, para sus necesidades y fines. El hombre es una de las fuerzas naturales más maleables; se le puede utilizar prácticamente para cualquier fin; se le puede hacer odiar o cooperar, someterse o erguirse, disfrutar con el sufrimiento o con la felicidad.

4) El hombre solo puede resolver el problema de su existencia con el pleno despliegue de sus poderes humanos. Cuanto más mutila una sociedad al hombre, tanto más se deteriora éste, aunque conscientemente este satisfecho con su suerte. Pero inconscientemente está inconforme, y esta misma disconformidad es el elemento que lo impulsa eventualmente a cambiar las formas sociales que lo mutilan. Si no lo logra, su tipo particular de sociedad patógena se extinguirá. Se puede hacer casi cualquier cosa a un hombre, pero solo casi. La historia de la lucha del hombre por la libertad es la expresión más reveladora de este principio.

5) La aplicación más importante del concepto de carácter social consiste en distinguir el carácter social futuro de una sociedad socialista, tal como lo imaginó Marx, del carácter social del capitalismo del siglo XIX, con su deseo primordial de poseer propiedad y riqueza, y del carácter social del siglo XX (capitalista o comunista), que se impone cada vez más en las sociedades muy industrializadas: el carácter del homo consumens.
El homo consumens es el hombre cuyo objetivo fundamental no es principalmente poseer cosas, sino consumir cada vez más, compensando así su vacuidad, pasividad, soledad y ansiedad interiores. La necesidad de lucro de las grandes industrias recurre a la publicidad y lo transforma en un hombre voraz, un lactante a perpetuidad que desea consumir más y más. Se crean nuevas necesidades artificiales y se manipulan los gustos del hombre. El carácter del homo consumens en sus formas más extremas constituye un conocido fenómeno psicopatológico. Muchas personas deprimidas o angustiadas se refugian en la sobrealimentación, las compras exageradas o el alcoholismo para compensar la depresión o la angustia ocultas.

La avidez de consumir (carácter oral-receptivo) se está convirtiendo en la fuerza psíquica predominante de la sociedad industrial contemporánea. El homo consumens se sumerge en la ilusión de felicidad, en tanto que sufre inconscientemente los efectos de su hastío y su pasividad. Cuanto mayor es su poder sobre las máquinas, mayor es su impotencia como ser humano; cuanto más consume, más se esclaviza. Confunde emoción y excitación con alegría y felicidad, y comodidad material con vitalidad; el apetito satisfecho se convierte en el sentido de la vida, la búsqueda de esa satisfacción, en una nueva religión. La libertad para consumir se transforma en la esencia de la libertad humana.

Este espíritu de consumo es precisamente lo contrario del espíritu de una sociedad socialista tal como lo imaginó Marx. El percibió claramente el peligro inherente al capitalismo. Su meta era una sociedad en la cual el hombre sea mucho, no en la cual tenga o use mucho. Quería liberar al hombre de las cadenas de su apetito material, para que pudiera estar totalmente despierto, vivo y sensible, y para que no fuese el esclavo de su codicia. “La producción de demasiadas cosas útiles -escribió- deriva en la creación de demasiadas personas inútiles”. Deseaba abolir la pobreza extrema, porque ésta impide que el hombre alcance su plena dimensión humana; pero también quería evitar la riqueza extrema, en cuyo ámbito el individuo se convierte en prisionero de su avidez. Su objetivo no era el consumo máximo, sino el óptimo, la satisfacción de aquellas necesidades humanas genuinas que sirven de medios para una vida más plena y más rica.

Una de las ironías de la historia consiste en que el espíritu del capitalismo, esté conquistando a los países comunistas y socialistas. Este proceso tiene su propia lógica: la riqueza material del capitalismo impresionó inmensamente a aquellos países más pobres donde había triunfado el comunismo, y la victoria del socialismo se identificó con la competencia exitosa con el capitalismo dentro del espíritu de éste. Se perdió el contacto con la tradición espiritual humanista que tuvo en Marx a uno de sus más destacados  representantes.
La meta del consumo óptimo puede transformarse fácilmente en la del consumo máximo. La misión de los teóricos socialistas consiste en estudiar la naturaleza de las necesidades humanas genuinas, cuya satisfacción puede aumentar la vitalidad y la sensibilidad del hombre, y las necesidades sintéticas creadas por el capitalismo, que tienden a debilitar al hombre, a hacerlo más pasivo y aburrido, a convertirlo en esclavo de su apetito por las cosas. Los teóricos socialistas no deben olvidar que el objetivo de un socialismo humanista consiste en edificar una sociedad industrial cuya forma de producción sirva al pleno desarrollo del hombre total, y no a la creación del homo consumens.

6) Existen métodos empíricos que permiten estudiar el carácter social. Un método que resultó muy útil, es el del cuestionario abierto, cuyas respuestas se interpretan según su significado no intencional o inconsciente. Así, cuando una respuesta a la pregunta “¿Cuáles son los personajes históricos que más admira?” es: Alejandro el Grande, Nerón, Marx y Lenin”, en tanto que otra respuesta es: “Sócrates, Pasteur, Marx y Lenin”, se deduce que el primer interrogado es un admirador del poder y de la autoridad rígida, en tanto que el segundo es un admirador de aquellos que trabajan al servicio de la vida y son benefactores de la humanidad. Otros tests proyectivos, el análisis de los chistes, las canciones y los cuentos favoritos, y del comportamiento observable ayudan a tener resultados correctos. Así, recurriendo al método de muestreos estratificados, es posible estudiar a naciones enteras o a grandes clases sociales.