viernes, 31 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 32

23. EL FUNDAMENTALISMO
DE LA NUEVA ERA
John Babbs
Escribe y enseña en Boulder, Colorado.

Anoche, como tantas otras veces, acudí a una de esas extravagantes reuniones de la Nueva Era. Pero esta vez no creo que vuelva a otra. Me ponen enfermo. En noches como la de ayer debo escapar a la tortura de pensar que estoy condenado a morir. Hay algo tan espantosamente irreal en todo ello que me resulta incluso difícil señalarlo. Lo único que sé es que terminé gritando obscenidades, bebiendo whisky y buscando ligue en un sórdido rincón.
En la reunión de anoche un apuesto joven relató sus viajes alrededor del mundo y su peregrinaje por unos cuatrocientos lugares de poder de todo el orbe. A sus treinta y cuatro años de edad había dado catorce veces la vuelta al mundo y había vivido en la mayoría de esos lugares durante meses, a veces incluso durante años enteros.

Nuestro conferenciante había tenido una visión. Una visión de un mundo en paz, un mundo bueno y limpio en el que todos trabajaban en lo que les gustaba colaborando estrechamente entre sí.
Nos dijo que todos esos sitios habían sido utilizados cuatro o cinco mil años antes de Cristo por los antiguos paganos como lugar de culto a la diosa, como pista de aterrizaje interestelar para visitantes procedentes de lejanas galaxias y como lugar de asentamiento de antiguas civilizaciones mucho más avanzadas que la nuestra.

También predijo calamidades de todo tipo y describió el terrible futuro que nos aguardaba por haber dejado atrofiar nuestro hemisferio cerebral derecho y haber perdido el contacto con los antiguos lugares de poder.
Luego nos explicó que las religiones patriarcales se habían adueñado de esos sitios para su propio uso y terminaron destruyendo, en el proceso, la profunda sabiduría y las antiguas verdades que encerraban esos lugares.

Calculo que habré estado en un centenar de estos prodigiosos acontecimientos. Gente hermosa, dulce, amable, espiritual. Fascinantes visionarios. Pero bajo todo ese esplendor acecha una sombra apenas velada por los beatíficos tópicos de la dulzura a la que denomino Fundamentalismo de la Nueva Era, la creencia de que yo poseo la verdad y de que todos los demás están equivocados, son estúpidos o malos, la convicción de que yo represento a las fuerzas de la luz y la bondad mientras que los demás están engañados por las fuerzas del mal.

Esto, obviamente, no es algo que se declare en voz alta. Se trata, por el contrario, de algo encubierto pero, no por ello, menos presente. Nunca he hablado favorablemente de Jerry Falwell pero por lo menos con él sabes siempre dónde está y sabes cuáles son sus valoraciones. Con él se puede hablar claramente porque al menos tiene la valentía de manifestar sus opiniones sin tapujos. Lo que más me exaspera de los fundamentalistas de la nueva era es que sus juicios y sus estimaciones morales permanecen ocultas bajo la fachada de la doctrina de la nueva era, tras las pantallas de humo del «amamos a todo el mundo» y el «todos somos uno».

Nuestro joven prosiguió afirmando que «sentía» que las leyendas y los mitos paganos, griegos y romanos que describían este gran misterio eran «ciertas» y que las leyendas cristianas, islámicas y judaicas eran elaboraciones y distorsiones de la «única» verdad. Además, él había desarrollado las funciones de su hemisferio derecho y podía «constatar» que esos lugares habían sido utilizados como pistas de aterrizaje extraterrestre y como asentamiento de los atlantes, los lemures y los habitantes de Mu. ¿Qué cómo podía saberlo? ¡Lo sabía por channeling. Y se acabaron las preguntas!

¡Denme una oportunidad... Por favor! (Jamás hubiera creído que me escucharía diciendo esto.) ¡Denme hechos! ¿Existe acaso la menor posibilidad de verificar materialmente este tipo de fantasmagóricas afirmaciones?
¿Por qué estamos tan obsesivamente preocupados por el pasado y por el futuro? ¿Acaso importa tanto lo que ocurrió hace 5.000 años? ¿Por qué justamente ahora nuestros Hermanos del Espacio se aprestan a redimirnos de la locura? ¿Acaso todas estas preocupaciones son algo más que otra forma de huir de lo que se halla frente a nuestros mismos ojos, de eludir el esfuerzo que supone ordenar nuestra vida y aliviar el sufrimiento que nos rodea?

Si la nueva era pretende ofrecer algo substancial para reorganizar la vida sobre la tierra, los Peter Pans deberemos aterrizar en terra firma y acometer aquí y ahora -no en algún remoto pasado o en un incierto futuro - por primera vez en nuestra vida la ardua tarea de transformación. Parafraseando al sabio budista: «Si quieres cambiar al mundo aparca tu mountain bike, busca un empleo y comienza por barrer el porche de tu casa».

LA SOMBRA EN LA TRADICIÓN ZEN

Durante la ceremonia de la comida uno toma unos pocos granos de arroz del Buda y los deposita en el extremo de un raspador como ofrenda a los espíritus del mal. Entonces acude el servicio, los retira y los ofrece a una planta o a un animal, restituyéndolos así al ciclo vital. Este rito constituye una especie de reconocimiento consciente de los espíritus del mal, de la sombra, una manera de alimentarlos -sin saciarlos con nuestra mejor comida.
Más tarde, si a lo largo del día nos topamos con los espíritus del mal podemos decirles: «Ya os he dado de comer. No tengo porque seguir alimentándolos».
En la tradición budista se cree que existe un reino de espíritus malignos que tienen un apetito devorador pero cuya garganta tiene el grosor de un alfiler. 

Por ese motivo nunca están satisfechos y -como la sombra - tienen un hambre voraz. Sin embargo, si los alimentamos poco a poco de manera regular la sombra dejará de adoptar una actitud agresiva.
Es imposible eliminar el reino de los espíritus famélicos, lo único que podemos hacer es cuidar de ellos.
Entonces el alboroto de sus gruñidos disminuirá. Lo mismo ocurre con la sombra.
Relatado por PETER LEAVITT

miércoles, 29 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 31

22. EL DIABLO
EN EL TAROT
Sallie Nichols

Autora de Jung y el Tarot: "Un viaje arquetípico" (Ed. Kairós), estudió en el C. G. Jung Institute de Zurich. En la actualidad enseña simbolismo del Tarot a los estudiantes del C. G. Jung Institute de Los Angeles y suele dar frecuentes conferencias sobre el tema. 

Ha llegado el momento de enfrentarse al Diablo. Como figura arquetípica pertenece al cielo, la parte superior de nuestra carta del Tarot. Pero cayó... ¿recuerdan? Según él, renunció a su empleo y abandonó los cielos.
Dijo que merecía una mejor oportunidad, ascender y gozar de más autoridad.
Pero no es ésta la historia que cuentan los demás. La mayor parte de las leyendas que narran el incidente afirman que Satán fue despedido a causa de su orgullo y su arrogancia. Era despótico y ambicioso y desmesuradamente orgulloso de sí mismo. Sus modales, sin embargo, eran fascinantes y muy seductores. Sólo así podemos entender que consiguiera organizar una rebelión a espaldas del Jefe mientras que, al mismo tiempo, imploraba sus favores.
Le gustaba pensar que era su hijo predilecto. Tenía celos de todo el mundo, especialmente de la humanidad.
Odiaba a Adán y le irritaba pensar que fuera él quien gobernara el armonioso jardín del Paraíso. Para él la seguridad complaciente era -y sigue siendo anatema. La perfección le fastidiaba y la inocencia le sacaba de quicio. La tentación era -y sigue siendo- su especialidad. ¡Cómo disfrutó tentando a Eva y ocasionando su expulsión del Paraíso!

Hay quienes llegan a decir que Dios es tan bueno que jamás hubieran podido ocurrírsele las diabólicas triquiñuelas que utilizó para poner a prueba a Job de no haber sido inspirado por Satán. Otros, por el contrario, afirman que el Señor es omnisciente y todopoderoso y que, por consiguiente, es el único responsable del tercer grado al que sometió a Job. La polémica sobre la responsabilidad del sufrimiento de Job ha durado muchos siglos, todavía no se ha llegado a ninguna conclusión definitiva y es muy posible que jamás se llegue a ella. La razón es muy sencilla: el Diablo confunde porque está confundido. Si echamos un vistazo a la imagen de esta carta del Tarot comprenderemos por qué. La imagen del Diablo se nos presenta como un agregado incoherente de rasgos completamente dispares. Tiene cornamenta de ciervo, garras de ave predadora y alas de murciélago. Se refiere a sí mismo como un hombre pero tiene pechos de mujer -o, mejor dicho, porta
pechos de mujer, porque esos pechos parecen estar pegados o pintados. Ese ridículo peto, sin embargo, resulta muy poco protector. Quizás constituya un emblema para ocultar la crueldad, tal vez sea una alusión simbólica a su uso de la ingenuidad y la inocencia femeninas para lograr introducirse subrepticiamente en nuestro jardín.

En cualquier caso, lo cierto es que la leyenda del Paraíso nos dice que el Diablo utiliza la inocencia - personificada por Eva- para colarse de rondón en nuestro interior.
El hecho de que el peto sea rígido y postizo puede también insinuar que el aspecto femenino del Diablo es mecánico, poco coordinado y que no siempre está bajo su control. Resulta también significativo, en este sentido, que lleve consigo un yelmo dorado, atributo de Wotan, un dios vengativo sujeto a frecuentes arrebatos de cólera cada vez que veía amenazada su autoridad.
El Diablo lleva también una espada pero la sostiene descuidadamente con la mano izquierda. Es evidente que su relación con el arma es tan inconsciente que sería incapaz de utilizarla de la manera adecuada, lo cual significa simbólicamente que su relación con el Logos masculino es igualmente torpe.

En esta versión del Tarot, el arma que Satán porta consigo es peligrosísima porque no está bajo su control. Tengamos en cuenta que el crimen organizado actúa lógicamente y que, por consiguiente, puede rastrearse y descubrirse mediante la investigación sistemática. Hasta los crímenes pasionales tiene una cierta lógica emocional que los hace humanamente comprensibles e incluso, en ocasiones, hasta predecibles. Sin embargo, ante la destrucción indiscriminada -el asesinato callejero injustificado o el francotirador enfurecido, por ejemplo- nos encontramos completamente indefensos. Esas fuerzas operan en el dominio de las tinieblas que descansan más allá de la comprensión humana.

El Diablo es una figura arquetípica cuya estirpe se remonta, directa o indirectamente, a la antigüedad, donde solía representarse como una bestia demoníaca más poderosa y menos humana que la imagen que nos ofrece el Tarot. Set, por ejemplo, el dios egipcio del mal, se representaba como una serpiente o un cocodrilo. En la antigua Mesopotamia, por su parte, Pazazu (el rey de los espíritus malignos del aire, un demonio portador de la malaria que moraba en el viento del suroeste) encarnaba algunas de las cualidades que hoy atribuirnos a Satán. Nuestro Diablo también ha heredado algunas de las cualidades de Tiamat, la diosa babilonia del caos, que asumía el aspecto de un murciélago con garras y cuernos. Fue en la época judeocristiana cuando el Diablo comenzó a aparecer en forma definitivamente humana y a llevar a cabo su nefasta actividad de manera más comprensible para nosotros, los humanos.

El hecho de que la imagen del Diablo haya ido humanizándose con el correr de los siglos representa simbólicamente que hoy en día estamos en mejores condiciones para considerarla como un aspecto oscuro de nosotros mismos, que como un dios sobrenatural o como un demonio infernal. Quizás también signifique que ya nos encontramos en condiciones de enfrentarnos a nuestro lado más oculto y satánico. Pero aunque su apariencia sea humana -e incluso hermosa el Diablo sigue sin haberse despojado todavía de sus enormes alas de murciélago.
Es más, el hecho de que en el Tarot de Marsella esas alas sean mayores y más oscuras todavía, parece indicarnos que la vinculación de Satán con el murciélago es especialmente importante. Detengámonos, por tanto, en este punto para prestarle una atención especial.

El murciélago es un volátil nocturno. Durante el día rehúye la luz del sol y al llegar la madrugada se retira a una oscura caverna y se cuelga bocabajo para recuperar la energía necesaria para sus correrías nocturnas. Es un chupador de sangre cuyo aliento pestilente emponzoña el ambiente. Se mueve en la oscuridad y, según la creencia popular, tiene una especial tendencia a enredarse con los cabellos de los seres humanos y a desatar sus ataques de histeria.
También el Diablo vuela durante la noche, cuando las luces de la civilización se extinguen y la mente racional dormita, cuando el ser humano yace inconsciente e inerme y más expuesto se halla a la sugestión. A plena luz del día, sin embargo, cuando la conciencia del ser humano está despierta y mantiene toda su capacidad discriminativa, el diablo se retira hacia las zonas más oscuras del psiquismo donde cuelga boca abajo, esconde sus contradicciones, recupera su energía y espera pacientemente a que llegue su momento. Metafóricamente hablando, el Diablo chupa nuestra sangre y consume nuestra esencia. Los efectos de su mordedura son contagiosos y llegan a contaminar a comunidades o incluso a países enteros. Así pues, del mismo modo que el vuelo del murciélago puede desatar el pánico irracional de un nutrido grupo de personas, el Diablo puede revolotear sobre la multitud, enredarse en sus cabellos, desarticular su pensamiento lógico y desatar un ataque de histeria colectiva.

El miedo al murciélago desafía todo tipo de lógica y algo parecido sucede -y por razones similares - con el miedo al Diablo. El murciélago se nos antoja una monstruosa aberración de la naturaleza, un ratón con alas y lo mismo ocurre con el Diablo, cuya disparatada forma desafía todas las leyes de la naturaleza. Tenemos la tendencia a considerar todo tipo de malformación -los enanos, los jorobados y las cabras con dos cabezas, por ejemplo- como criaturas e instrumentos de los poderes más irracionales y siniestros. Uno de los poderes más inexplicables del murciélago y del Diablo al que más tememos intuitivamente consiste en su capacidad para desplazarse a ciegas en la oscuridad.
Los científicos han elaborado todo tipo de estrategias para protegerse de las desagradables y peligrosas costumbres del murciélago, estrategias que les permiten entrar en su guarida y analizarlo racionalmente.

Como resultado de esta investigación, su absurda forma y su repulsiva conducta resultan hoy en día menos temibles que antaño. Hasta hemos llegado a comprender las leyes que rigen el secreto de su misterioso sistema de radar. La moderna tecnología ha terminado así desentrañando el poder de su magia negra y ha llegado a diseñar y elaborar un sistema de vuelo similar al suyo que permite al ser humano volar a ciegas.
Es posible que si realizamos un estudio similar sobre el Diablo aprendamos también a protegernos contra él.
Tal vez si descubrimos nuestra proclividad hacia la magia negra satánica podamos conquistar los miedos irracionales que paralizan nuestra voluntad y nos impiden enfrentarnos y relacionarnos con el Diablo. Quizás el terror de Hiroshima -con sus espantosas secuelas para la humanidad- pueda permitirnos por fin vislumbrar la monstruosa silueta de nuestra diabólica sombra.

Cada nueva guerra pone en evidencia nuestros rasgos más diabólicos. Hay quienes llegan incluso a afirmar que la guerra cumple precisamente con la función de revelar a la humanidad su enorme potencial para el mal de un modo tan crudo que no nos quede más remedio que tomar conciencia de nuestra propia sombra y establecer contacto con las fuerzas inconscientes de nuestra naturaleza interior. Según Alan McGlashan, por ejemplo, la guerra es «el castigo por la incredulidad del ser humano con respecto a las fuerzas que moran en su interior».
Paradójicamente, sin embargo, a medida que la vida consciente del ser humano se torna más «civilizada» su naturaleza animal se declara en guerra y se vuelve más salvaje. A este respecto dice Jung: Las fuerzas instintivas reprimidas por el hombre civilizado son muchísimo más destructivas -y, por consiguiente más peligrosas - que los instintos del primitivo que vive de continuo en estrecho contacto con sus aspectos negativos. En consecuencia, ninguna guerra pasada puede competir -en cuanto a su colosal escalada de horrores se refiere- con las guerras que asolan hoy a las naciones civilizadas.

Jung continúa diciendo que la imagen tradicional del Diablo -mitad hombre mitad bestia- «describe exactamente los aspectos más siniestros y grotescos de nuestro inconsciente con el que jamás hemos llegado a conectar y que, por consiguiente, ha permanecido en su estado salvaje original».
Si examinamos al «hombre-bestia» que nos muestra el Tarot descubriremos que en él no existe ninguna parte que destaque sobre las demás. Lo que hace su figura tan detestable es el absurdo conglomerado de rasgos tan dispares. Este agregado irracional atenta contra el mismo orden de las cosas y socava el esquema cósmico sobre el que descansa toda nuestra visión de la vida. Afrontar esta sombra significa afrontar un miedo que no sólo espanta al ser humano sino que también aterra a la misma Naturaleza.
Pero esta extraña bestia que todos llevamos en nuestro interior y a la que proyectamos como Diablo es, después de todo, Lucifer. Y Lucifer es un ángel -aunque ciertamente un ángel caído- el Portador de la Luz y, como tal, es un mensajero de Dios. Es imprescindible, pues, que aprendamos a establecer contacto con él.

lunes, 27 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 30



21. LA SOMBRA EN
LA ASTROLOGÍA
Liz Greene
Analista junguiana, astróloga y escritora. Reside habitualmente en Londres y ha publicado cuentos infantiles, novelas y libros de astrología.

Una de las cosas más interesantes que podemos hacer con la carta astral es tratar de determinar sus aspectos oscuros y sus aspectos luminosos. La figura de la sombra -que puede ocupar cualquier lugar de nuestra carta astral- suele ocultarse bajo la máscara de una persona de nuestro mismo sexo. No creo, sin embargo, que se trate de una regla absoluta porque, en realidad, la sombra no tiene nada que ver con la atracción o el rechazo sexual sino que, por el contrario, está relacionada con la aceptación de nuestra propia sexualidad (es decir, nuestra propia masculinidad o feminidad). Así pues, la sombra no sólo tiene que ver con el tipo de persona de la que nos enamoramos sino que también está estrechamente ligada con los aspectos oscuros de nuestra alma.

Por otra parte, los aspectos planetarios también están relacionados con la sombra y con las personas del sexo opuesto que más nos fascinan. Por último, ciertos puntos de la carta -como, por ejemplo, el descendente y el IC (Imum Coeli, el nadir o fondo del cielo)- tienen también una estrecha relación con todos aquellos aspectos de nuestra personalidad que, de un modo u otro, permanecen bajo el influjo de la sombra.
En la interpretación astrológica el tema del IC suele dejarse de lado. Pero conviene señalar que así como el medio cielo (MC) está relacionado con la forma en que queremos aparecer ante los ojos de los demás, el punto opuesto -el IC- tiene que ver con aquello que deseamos que los demás ignoren. Así pues, el signo astrológico que está situado en la parte inferior de la carta representa nuestra zona más oscura, el lugar más bajo de la órbita solar y constituye, por tanto, uno de los puntos más vulnerables a las acometidas de la sombra.

Para descubrir el tipo de personas y grupos más opuestos a nosotros y el tipo de personas y grupos que tendemos a idealizar conviene inspeccionar el signo que ocupa el IC en nuestra carta natal y cuáles son sus principales características (para ello también conviene prestar atención al signo que se halla en el descendente). Lo que amamos y lo que odiamos no son cosas tan diferentes entre sí, es por ello que si colocamos la imagen de lo que idealizamos frente a la imagen de lo que odiamos quizás descubramos
sorprendidos a la misma figura oculta bajo ropajes diferentes.

Si, por ejemplo, tienes a Tauro en el ascendente y presentas las características típicas de ese signo quizás menosprecies a las personas cerradas que mantienen relaciones poco claras. Los Tauro suelen desdeñar a las personas reservadas, manipuladoras e indirectas, a quienes complican innecesariamente las cosas creando problemas donde no los hay. Pero, por otra parte, Tauro suele sentirse fascinado por quienes se rodean de un halo de misterio que les hace inaccesibles y parecen tener intuiciones extraordinarias sobre la naturaleza humana. Estas dos tendencias, sin embargo, no son tan diferentes como podría parecer a simple vista ya que,
en ambos casos, el descendente está en Escorpio y bien podríamos decir que se trata de la misma figura, una figura que cuando es admirada por el sujeto se convierte en algo atractivo, profundo y poderoso y cuando es rechazada se transforma en algo diabólico, escurridizo y artificial.

En el caso de que tengas a Acuario en el medio cielo quizás sientas una cierta predisposición a exhibir el semblante tolerante y humanitario de que hacen gala los acuarianos, a mostrarte ante los demás como un personaje racional, imparcial y preocupado por sus derechos, que aborrece y desprecia a quienes pretenden enriquecerse en cualquier circunstancia a costa de sus semejantes y a los egocéntricos que tratan siempre de llamar la atención sobre su persona. Si crees que todos somos especiales y que, por tanto, todos tenemos los mismos derechos y privilegios es muy posible que te desagraden los exhibicionistas que siempre están dispuestos a presumir ante los ojos de los demás. Sin embargo, al mismo tiempo también puedes llegar a sentir una gran admiración por las personas creativas, por los artistas que son capaces de encerrarse en una habitación durante cinco años ignorando a todo el mundo para pintar un cuadro o escribir una novela. No obstante, Acuario no suele tener en cuenta que hay que ser un tanto megalomanazo y desconsiderado como para creer que un cuadro o una novela puedan ser tan importantes como para merecer la atención de todo el mundo.

Hay muchos ejemplos que podrían servirnos para ilustrar este punto. Veamos el caso de las personas que tienen su ascendente en Géminis, por ejemplo, personas frías, racionales e inteligentes que no parecen tomarse nunca nada en serio. A los Géminis les gusta jugar con las palabras -las ideas son para ellos como las pelotas para el malabarista- son enamorados de la información y son capaces de recordar las más pequeñas anécdotas y percatarse de detalles imperceptibles para los demás. Por eso pueden convertirse fácilmente en excelentes observadores y cronistas de la vida. Pero aunque a Géminis todo le parece muy interesante nada llega a apasionarle porque la intensidad y la vehemencia suelen resultarle desagradables e incluso molestas.
Es por ello que suele rechazar a quienes creen en algo con fe ciega, a los fanáticos, a los proselitistas, a quienes van con el corazón en la mano, muestran sus sentimientos y se apasionan fácilmente con las personas y por las ideas. En consecuencia, Géminis puede llegar a odiar a quienes se comprometen profundamente con la religión o la filosofía, a quienes te abordan en la calle y te dicen: «Deberías afiliarte a Cienciología»,
«¡Jesús te ama!» y otras lindezas por el estilo. Géminis es demasiado sofisticado intelectualmente como para creer que sólo exista una verdad y rechaza, por tanto, visceralmente todas estas demostraciones de fe. No
obstante, al mismo tiempo también puede admirar extraordinariamente a quienes se enfrentan con entusiasmo a la vida y asumen un punto de vista o un compromiso espiritual verdadero. Así pues, Géminis puede llegar a idealizar a las personas imaginativas e intuitivas y despreciar a los vehementes ignorando que ambos tipos de persona se alimentan del mismo combustible.

Si sólo te identificas con ciertas cualidades te indignarás en presencia de las cualidades opuestas. Conviene señalar, no obstante, que no estamos hablando de un simple desinterés o de un mero rechazo. La sombra siempre suscita una respuesta desproporcionada a la situación. En tal caso, no te limitarás a ignorar al fanático que reparte panfletos en la esquina sino que querrás deshacerte de él de un puñetazo. Pero ¿de dónde proviene ese odio y esa repulsa? La sombra siempre se experimenta como una amenaza. Reconocerla o aceptarla supone, por tanto, una forma de muerte ya que la menor consideración, aceptación o aprecio pone en cuestión a todo el edificio del ego. De este modo, cuanto más rígidos y comprometidos nos hallemos con nuestra imagen o con un conjunto determinado de actitudes más amenazadora será para nosotros la sombra, lo cual resulta particularmente doloroso porque, en ocasiones, debemos reconocer a la sombra y tomar la decisión moral de no obedecer a sus impulsos.

Hace algún tiempo hice la carta natal de una mujer Acuario con ascendente Capricornio que tenía un Saturno muy fuertemente aspectado -la mayoría de ellos trígonos y sextiles- para quien la independencia era muy importante. A pesar de haberse casado con un marido débil que le resultaba insoportable se sentía muy orgullosa de sus habilidades y de su fortaleza y había conseguido educar a dos hijos y labrarse un brillante porvenir en una entidad bancaria. Lo único que le resultaba intolerable era que alguien se mostrara desamparado, necesitado o dependiente. Prefería sufrir en silencio antes de mostrar el menor asomo de debilidad que la hiciera vulnerable. Por ello necesitaba un marido que la ayudara poco porque de lo contrario se hubiera visto obligada a enfrentarse con su propia sombra. En cierta ocasión me contó un sueño que se había repetido dos o tres veces en el que llamaban a su puerta y, al descubrir que se trataba de una compañera de trabajo que le resultaba muy desagradable, se enfadaba tanto que le cerraba la puerta en las narices.

Entonces le pedí que me hablara de su compañera. Mi cliente respondió: «No puedo soportarla. Me resulta completamente odiosa». A lo cual repliqué: «¿Qué es lo que le desagrada?» Entonces me contó que esa mujer -unos veinte años más joven que ella- era «una de esas recepcionistas estúpidas». Al parecer, se trataba de una persona muy insegura, alguien que se lamentaba constantemente por no saber hacer las cosas y solicitaba de continuo la ayuda de sus compañeros de oficina. Mi cliente no escatimaba adjetivos para referirse a ella: repulsiva, antipática, mentirosa, desagradable. Recordemos que la utilización de adjetivos desproporcionados constituye precisamente un síntoma de la dinámica de proyección de la sombra y que mi cliente no se limitaba a decir: «Esa mujer me desagrada» sino que la descalificaba totalmente.
Luego le pregunté: «¿No crees que la conducta de esa mujer tiene algo que ver contigo?» a lo cual replicó automáticamente: «¡De ningún modo!» Ante esa respuesta no quedaba más remedio que cambiar de tema.
Advirtamos, sin embargo, que mi cliente había reproducido exactamente la misma respuesta del sueño, cerrar la puerta de un portazo para impedir que la sombra penetrase en su casa. Su compañera de trabajo era, pues, una figura que personificaba a la sombra de mi cliente ante la que reaccionó como tenía por costumbre.

Para resolver el problema de la sombra no basta con admitir nuestras propias faltas. Cuando realmente comprendemos que no somos lo que aparentamos nuestros mismos cimientos se ven conmocionados. La sombra nos recuerda de continuo que lo que más valoramos puede verse gravemente perturbado si la dejamos entrar. La enérgica personalidad saturniana de mi cliente la había conducido a edificar su vida y su imagen sobre la autosuficiencia y aunque la sombra llamaba de continuo a su puerta ella se negaba a dejarla entrar, un rechazo desproporcionado que oculta, por lo general, un miedo muy profundo a que la persona que creemos ser termine siendo aniquilada.

En mi opinión, cuanto más envejecemos más difícil nos resulta caer en cuenta de que todo lo que hemos construido en esta vida está abocado a la destrucción. Pero lo peor no es tanto la destrucción como el miedo a la destrucción. Es por ello que cuanto más cristalizada se halle nuestra personalidad, cuanto más poderoso sea nuestro ego y cuanto más duro hayamos luchado para conseguir lo que deseábamos, más difícil nos resulta reconocer a la sombra. Cuanto mayor sea el autocontrol que ejerzamos y cuanto más nos hayamos negado a nosotros mismos en aras de alcanzar algún ideal, más dolorosa será nuestra confrontación con la sombra porque, en tal caso, reconocer a la sombra puede implicar el colapso de toda nuestra personalidad.

Ese es el verdadero origen del miedo y del rechazo. No se trata simplemente de que sintamos una simple indiferencia sino que la sombra constituye la principal amenaza para los valores establecidos. Es por ello que cuanto mayor sea nuestro desequilibrio mayor será también la vehemencia con la que trataremos de mantener a la sombra en el exterior. Aunque mi cliente hubiera podido llegar a darse cuenta de que su antipática compañera de trabajo no era más que una imagen de algo que se ocultaba en su interior, no creo que hubiera sentido las menores ganas de agradecérmelo.

viernes, 24 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 29

20. LA SOMBRA DEL
GURÚ ILUMINADO
Georg Feuerstein

En El Loto y el Robot, Arthur Koestler relata un incidente que presenció mientras se hallaba sentado a los pies de la gurú Anandamayi Ma, venerada por decenas de miles de hindúes como una encarnación de la Divinidad.
Una anciana se acercó a la tarima en que se hallaba la maestra y le pidió que intercediera por su hijo, desaparecido en una reciente refriega fronteriza. La santa, sin embargo, la ignoró por completo. Cuando la mujer se puso histérica, Anandamayi Ma hizo un gesto displicente a sus acólitos quienes la echaron de la sala sin mayores contemplaciones.
Koestler quedó estupefacto por la indiferencia mostrada por Anandamayi Ma hacia el sufrimiento de la mujer y llegó a la conclusión de que, por lo menos en ese momento, la santa no había mostrado el menor atisbo de compasión. Quedó perplejo ante el hecho de que un ser supuestamente iluminado cuyas acciones, según se dice, proceden espontáneamente de la plenitud de Dios, se comportara de un modo tan grosero y cruel. Este episodio, sin embargo, ilustra claramente el hecho de que seres supuestamente «perfectos» puedan actuar de un modo que parece contradecir la imagen idealizada que de ellos tienen sus seguidores.

Hay maestros «perfectos» que destacan por sus ataques de ira y otros por su autoritarismo. Recientemente, muchos supergurús supuestamente célibes han encabezado los titulares de los periódicos por haber mantenido relaciones clandestinas con sus discípulas. Debemos tener en cuenta que los genios espirituales -santos, sabios y místicos- no son inmunes a las neurosis ni tampoco a sufrir experiencias que tienen mucho de psicóticas. Es más, individuos supuestamente iluminados pueden, en ocasiones, presentar rasgos que la opinión consensual calificaría de execrables.

Cuando revisamos las biografías y autobiografías de adeptos pasados o presentes descubrimos que la personalidad de los seres iluminados y de los grandes místicos permanece substancialmente intacta. Cada uno de ellos manifiesta características psicológicas muy concretas que han sido determinadas por su dotación genética y por su biografía personal. Hay maestros predispuestos a la pasividad y hay otros que son extraordinariamente dinámicos, los hay amables y hay otros que son muy desagradables, algunos no tienen el menor interés en el aprendizaje, mientras otros, en cambio, son grandes eruditos. Al margen de sus particularidades psicológicas, sin embargo, todos ellos comparten el hecho de que ya no están identificados con los complejos de su personalidad y viven arraigados en el Yo. No obstante, aunque la iluminación estribe en la trascendencia de los hábitos egoicos no supone, sin embargo, la aniquilación de la personalidad ya que, en tal caso, sería justificado equipararla con la psicosis.

El hecho de que la iluminación no modifique la estructura fundamental de la personalidad suscita la importante cuestión de si ocurre lo mismo con aquellos rasgos que pueden ser calificados de neuróticos.
Personalmente creo que sí. El objetivo de los verdaderos maestros -caso de que existan- debe ser la comunicación de la Realidad trascendente. Su conducta siempre será, en lo que respecta al mundo externo, un asunto de estilo personal.
Por supuesto, los devotos siempre creen que su idealizado gurú está libre de ilusiones y que sus aparentes particularidades cumplen con alguna función didáctica. No obstante, un mínimo de reflexión basta para demostrarnos que esta opinión no es más que una fantasía y una proyección.
Hay maestros que dicen que su conducta refleja el estado psicológico de las personas que les rodean y que sus curiosos arrebatos de cólera son el simple reflejo de sus acólitos. Quizás ocurra que los maestros iluminados sean como camaleones. En cualquiera de los casos, sin embargo, su conducta sigue ajustándose a pautas personales. Hay maestros que se sientan sobre un montón de basura, consumen carne humana (como el maestro tántrico Vimalananda) o meditan sobre cadáveres, pero se trata, en estos casos, de personalidades que difícilmente considerarían siquiera la posibilidad de desarrollar su intelecto o de aprender música como vehículo de transmisión de su enseñanza.

La personalidad del adepto está, con toda seguridad, más orientada hacia la trascendencia del ego que hacia su propia satisfacción personal. No obstante, este no es el camino típico de la autorrealización (entendida en sentido más restringido que el de Maslow como el impulso hacia la actualización de la totalidad psicológica basada en la integración de la sombra). En términos junguianos la sombra es el aspecto oscuro de la personalidad, el conjunto de sus contenidos reprimidos. La sombra individual está indisolublemente ligada a la sombra colectiva. Esta integración, por otra parte, no tiene lugar de una vez por todas sino que es un proceso que se desarrolla a lo largo de toda la vida y que puede ocurrir antes o después de la iluminación.

Ciertos adeptos contemporáneos afirman que durante la iluminación la sombra se ve inundada por la luz de la supraconciencia y que el ser iluminado carece de sombra. Pero esta afirmación es difícil de aceptar cuando se refiere a una personalidad condicionada. La sombra es el producto de un número cuasi infinito de permutaciones de procesos inconscientes esenciales para la vida humana tal como la conocemos. Por consiguiente, mientras haya vida seguirán existiendo contenidos inconscientes ya que es sencillamente
imposible ser conscientes de todo.

La desidentificación del ego que tiene lugar durante la iluminación no concluye definitivamente el proceso atencional sino que tan sólo pone fin al anclaje de la atención al ego. Por lo demás, el ser iluminado sigue pensando y sintiendo, lo cual deja inevitablemente un residuo inconsciente aún en el caso de que no exista el menor apego interno a estos procesos. La única diferencia es que este residuo no se experimenta como un obstáculo para la trascendencia del ego porque para el iluminado éste es un proceso continuo.

Hay quienes han intentado resolver este problema admitiendo que, aún después de que el individuo despierte a la Realidad universal, existe una especie de ego fantasmal, un vestigio central de la personalidad. Pero si aceptamos este supuesto quizás deberíamos admitir la existencia de una sombra fantasma, un vestigio de sombra, que permite al iluminado funcionar en la dimensión condicionada de la realidad. Si en el individuo no iluminado, ego y sombra van juntos podemos postular que tras la iluminación también tiene lugar una polarización análoga entre el ego fantasmal y su correspondiente sombra.

Pero aún en el caso de que aceptáramos que la iluminación disipa todo tipo de sombras, deberíamos preguntarnos seriamente si este concepto de iluminación se corresponde con el de integración, el fundamento de una transformación de orden superior. Esto supondría la existencia de un cambio intencional hacia la totalidad psicológica fácilmente observable por los demás. Sin embargo, en la biografía de algunos adeptos contemporáneos que pretenden estar iluminados no vemos evidencias claras de que esa integración haya tenido lugar. Uno de los principales indicadores al respecto sería la manifiesta disposición no sólo a servir como espejo para sus discípulos sino también para que éstos le sirvan de espejo para su propio crecimiento.
No obstante, este tipo de actitud requiere una apertura normalmente incompatible con el autoritarismo tan frecuentemente adoptado por la mayor parte de los gurús.

Los caminos espirituales tradicionales suelen basarse en el ideal vertical de la liberación de los condicionamientos del cuerpo y de la mente y, por consiguiente, se orientan hacia el supuesto bien último, el Ser trascendente. Sin embargo, esta orientación unidireccional desequilibra al psiquismo humano minimizando sus asuntos personales y considerando que sus estructuras, en lugar de ser transformadas, deben ser trascendidas lo más rápidamente posible. Obviamente, toda autotrascendencia implica un cierto grado de autotransformación, lo cual no suele implicar lamentablemente el esfuerzo sostenido y armónico de trabajar con la sombra y lograr la integración psíquica. Esto podría explicar por qué existen tantos adeptos excéntricos y autoritarios con una personalidad tan poco ajustada a la sociedad.

La integración, a diferencia de la trascendencia, tiene lugar en el plano horizontal, extendiendo el ideal de totalidad a los condicionamientos de la personalidad y a sus vínculos sociales. Sin embargo, la integración sólo tiene sentido cuando consideramos que la personalidad y el mundo condicionado son manifestaciones de la Realidad última y no su opuesto irreductible.
Después de haber descubierto a la Divinidad en las profundidades de su propia alma, la principal obligación y responsabilidad del adepto es descubrirla en todas las manifestaciones de la vida. Dicho de otro modo, después de beber en el manantial de la vida el adepto debe completar su obra espiritual y practicar la compasión sobre la base del reconocimiento de que todo participa de lo Divino.

miércoles, 22 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 28


SEXTA PARTE:
DESCUBRIMIENTO A LA SOMBRA
EN EL CAMINO: EL LADO OCULTO
DE LA RELIGIÓN Y DE LA
ESPIRITUALIDAD

Un discípulo le preguntó a un erudito rabino por qué Dios había dejado de hablar directamente con su pueblo a lo que el sabio respondió: «Ahora el hombre no puede inclinarse lo suficiente como para escuchar lo que le dice Dios».
PROVERBIO JUDIO

La renuncia -incluida la renuncia a Dios- constituye lo más profundo del espíritu religioso.
ALFRED NORTH WHITEHEAD

Tras las tinieblas de lo reprimido -lo que ha sido y está enraizado- y detrás de la sombra personal -lo que todavía no es y está germinando- se halla la oscuridad arquetípica, el principio del no-ser, lo que se describe y denomina Diablo, Mal, Pecado Original, Muerte, Nada.
JAMES HILLMAN

Una vida espiritual no puede librarnos del sufrimiento ocasionado por la sombra.
SUZANNE WAGNER


INTRODUCCIÓN

Uno de los objetivos fundamentales de la religión es, y siempre ha sido, el de definir a la sombra, enfrentar el mundo de la luz al mundo de la oscuridad y dictaminar la conducta moral de sus acólitos. Toda religión tiene su manera peculiar de escindir la totalidad en bien y mal y cuanto más afilado es el instrumento que utiliza, más específicos son los ideales éticos que prescribe. En el Antiguo Testamento Isaías nos dice: «¡Ay de aquellos que llaman bien al mal, que confunden la oscuridad con la luz y la luz con la oscuridad, que toman lo amargo por lo dulce y lo dulce por lo amargo... porque contra ellos se dirigirá la ira del Señor!»

En un universo dividido entre el blanco y el negro, el camino de lo correcto y el camino de lo equivocado se dirigen en direcciones completamente diferentes que pueden conducirnos a los cielos o llevarnos, por el contrario, a las profundidades de los infiernos. Los creyentes de este tipo de religión afirman que debemos elegir entre uno u otro sendero. En palabras de Bob Dylan: «Debes servir a alguien. Puede ser el Diablo o el Señor pero debes servir a alguien».

También hay quienes reconocen la relación existente entre el lado oscuro y el lado luminoso y aceptan la relatividad del mundo humano. Así, el filósofo del siglo XII Maimónides dijo: «La maldad sólo lo es en relación a algo».
Las fuerzas parejas del bien y del mal, de la luz y de la oscuridad aparecen, con pequeñas variaciones, en casi todas las tradiciones. En el conocido símbolo del Taoísmo chino del ying  y del yang, por ejemplo, cada uno de los polos contiene al otro, ambos representan la relación existente entre los opuestos, indisolublemente unidos en un abrazo eterno, y su continua transformación mutua.

Según las tradiciones -ocultas hasta hace muy poco- místicas y esotéricas (sufíes, alquimistas y chamanes, por ejemplo), la sombra y el mal no son realidades objetivas y externas sino que, por el contrario, son energías internas mal comprendidas y, por consiguiente, mal encauzadas. Como señala Joseph Campbell: «Quien es incapaz de comprender a un dios lo percibe como un demonio».

Para los místicos, en cambio, el bien y el mal se asientan en nuestro interior. Es por ello que sus enseñanzas no apuntan a prescribir una moral sino que tan sólo aspiran a ofrecernos fórmulas para llevar a cabo el trabajo espiritual. En este contexto, una determinada práctica meditativa o una ceremonia chamánica puede ayudar al individuo a armonizar una energía dañina, como la rabia o la lujuria, por ejemplo, y reencauzarla hacia el lugar que le corresponde en nuestro mundo interno.
El poeta sufí Rumi abunda en esta idea cuando escribe: «Si todavía no has visto al diablo mira tu propio yo».
De este modo, las enseñanzas místicas, no consideran que el diablo sea un agente independiente sino que afirman la realidad de la sombra interior y nos brindan prácticas introspectivas que puedan ayudarnos a redimirla.

Las tradiciones ocultas suelen tratar a la sombra con una mezcla de respeto y de cautela porque la sombra es una figura clave a la que no podemos dejar de tener en consideración. En términos junguianos, podríamos decir que los practicantes de la magia negra han invertido la polaridad blanco/negro y están poseídos por el arquetipo de la sombra. Sin pretender ser irónicos, sólo a la luz de lo anterior es posible comprender la devoción diabólica de Anton LeVey, líder de la Iglesia Satánica de los Estados Unidos.

Hay buscadores espirituales que consideran que su trabajo con un instructor o gurú constituye fundamentalmente un trabajo con la sombra. Joseph Chilton Pearce, por ejemplo, describe así sus relaciones psicológicas con su maestro.
Cada vez que me acercaba [al gurú], afloraban aspectos pueriles ocultos de mi personalidad, demonios que me hacían aparecer como un asno ante la persona que más deseaba impresionar.
De este modo, el gurú me ayudaba a hacer algo que no podía llevar a cabo solo, algo en lo que nadie sino él podía ayudarme, no para hacerme sentir ridículo sino para echar luz sobre mi oscuridad, sobre mi sombra.

No obstante, la sombra parece brillar por su ausencia en la mayor parte de los entusiastas partidarios de la nueva era. Estos devotos suelen creer que con la ayuda de un maestro adecuado o de una disciplina correcta pueden acceder a los niveles superiores de conciencia sin tener que habérselas con sus vicios más mezquinos o sus apegos emocionales más desagradables. Como dijo, en cierta ocasión, el periodista de Colorado Marc Barasch: «La nueva era nos ofrece una espiritualidad amorosa y luminosa en la que se ha expurgado todo vestigio de peregrinación y penitencia, de decepción y descenso, de angustia y humildad».

Recientemente, sin embargo, la sombra de la espiritualidad de la nueva era ha comenzado a mostrar su semblante más desagradable. Muchos gurús están cayendo de sus pedestales y muestran sus flaquezas más humanas y los meditadores, por su parte, desilusionados del ideal de la iluminación como perfección personal, han dejado de lado su intento de trascender su humanidad y han encaminado, en cambio, sus pasos hacia la psicoterapia y al trabajo cotidiano con el ego o han reorientado su interés hacia una espiritualidad más centrada.

La mayor parte de los maestros espirituales traen consigo desde Oriente sus problemas irresueltos -la necesidad de control, el desprecio por las debilidades, la sexualidad ingenua, la avidez por el dinero- y, en muchos casos, los grupos que les rodean han sido modelados por ese tipo de fuerzas. Según el psiquiatra James Gordon, autor de The Golden Guru: The Strange Journey of Bhagwan Shree Rajness, es muy posible que exista una elevada correlación entre los miedos y los deseos ocultos de un determinado líder espiritual -es decir, su sombra- y lo que su grupo de acólitos considera que es el carácter ideal del ser humano. Cuando Bhagwan Shree Rajneesh comenzó su enseñanza, por ejemplo, reprochaba agriamente la pompa de los sacerdotes y el hambre de poder de los políticos, curiosamente las mismas trampas en las que terminó cayendo más tarde.

Sólo podremos construir comunidades basadas en la honestidad y el reconocimiento de las limitaciones humanas y descubrir la auténtica vida espiritual cuando recuperemos las proyecciones de sabiduría y heroísmo que habíamos depositado sobre los demás.

lunes, 20 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra,parte 27

19. CUANDO LA
TECNOLOGÍA DAÑA
Chellis Glendinning

Vivimos en un mundo cuya tecnología se cobra cada vez más víctimas y resulta más dañina para la salud. En la actualidad, el progreso tecnológico y su utilización indiscriminada no sólo amenaza la salud del individuo sino que degrada la calidad de nuestras aguas, de nuestro suelo y de nuestro aire llegando incluso a poner en peligro la supervivencia misma de la vida en el planeta.
El historiador Lewis Mumford afirma que nuestra época es la Era del Progreso, una era en la que «el mito de la máquina... ha cautivado hasta tal punto la mentalidad del hombre moderno que ningún sacrificio parece suficiente». La invención del teléfono, la televisión, los misiles, las armas nucleares, los ordenadores, la fibra óptica y los materiales superconductores ha favorecido el desarrollo desproporcionado de una tecnología que nos aleja cada vez más de las raíces naturales comunes que durante milenios han respetado la vida sobre el planeta. El ideal moderno de «progreso» ha fomentado la creencia en el progreso tecnológico descontrolado, un progreso que ha terminado convirtiéndose en el imperativo moral -y en la maldición, al mismo tiempo- de
nuestra época.

Es por ello que en este incierto momento histórico resulta imprescindible prestar atención al testimonio de aquellas personas que han padecido enfermedades causadas por la tecnología para abrir nuestros ojos a la necesidad de tomar conciencia del futuro al que nos conduce la sociedad tecnológica. La experiencia personal de quienes se han visto afectados por la tecnología no puede seguir confinada al plano de lo privado ya que las terribles ordalías que han sufrido tienen mucho que decirnos sobre la tecnología, las relaciones humanas y el significado de la vida y pueden servir como catalizador para abrir nuestro corazón colectivo y corregir el rumbo para hacer de nuestro mundo un lugar seguro y habitable.

El problema fundamental es el del conocimiento. ¿Quién sabe que una determinada tecnología es peligrosa? ¿Cuándo se supo? ¿Qué tipo de pruebas se llevan a cabo antes de lanzar al público una nueva tecnología?
¿Cuál es el rigor de los estudios realizados para determinar sus efectos secundarios?
Desde 1918, se sabía que el amianto puede causar enfermedades pulmonares que terminan conduciendo a la muerte pero los fabricantes han seguido exponiendo a sus trabajadores a ese peligro y han eludido sus
responsabilidades legales ante las legítimas reivindicaciones de aquéllos. Durante la década de los cincuenta Heather Maurer trabajó con su padre en un negocio familiar cortando tuberías de amianto. Su padre murió de cáncer múltiple y su madre está aquejada, en la actualidad, de fibrosis pleural. «¡Créame -afirma- si mi padre hubiera sabido que estaba matándonos no cabe la menor duda de que hubiera cambiado de trabajo!»

En última instancia, ignoramos los efectos sobre la salud de la moderna tecnología, porque sus descubridores y fabricantes no se han tomado siquiera la molestia de estudiarlos. El desarrollo tecnológico, por tanto, no ha sido seleccionado y puesto a punto cuidadosa, abierta y democráticamente y tampoco hemos exigido que así fuera. Pareciera, más bien, como si la irresponsabilidad del fabricante y la ingenuidad del consumidor hubieran convertido a la tecnología en un destino que no ha sido elegido. Es por ello que el descubrimiento de que la tecnología favorece el desarrollo de determinadas enfermedades tiene lugar en un clima impregnado de inocencia e ignorancia.

El problema no radica tan sólo en que la mayoría de nosotros -desde los científicos hasta el ciudadano de a pie- desconozcamos el peligro potencial de la tecnología, sino que ni siquiera queremos admitir que nuestros vecinos, nuestros familiares e incluso nosotros mismos seamos víctimas de enfermedades causadas por la tecnología. Existen ciertos tabúes sobre la tecnología, reglas implícitas y restricciones inconscientes aprendidas a lo largo del proceso de socialización que nos impiden admitirlo. En este sentido, estar en contra de la tecnología es un tabú tan flagrante como cuestionar a la industria tecnológica y denunciar sus posibles daños.

El sociólogo Jacques Ellul bosqueja -en Propaganda: The Formation of Men 's Attitudes- el funcionamiento de un sistema de tabúes. Según Ellul, la manipulación de la opinión pública no depende exclusivamente del acoso doctrinal al que se somete a la población sino que constituye un complejo sistema en el que participan todos los sectores sociales.
La sociedad moderna se apoya en un sistema de tabúes sobre la tecnología que beneficia directamente, por lo menos a corto plazo, a los creadores y promotores de la tecnología y que también ha servido indirectamente - con sus promesas de «progreso» y de «bienestar general»- para satisfacer las necesidades psicológicas de la población.

Existe una historia de tres albañiles que ilustra perfectamente las grandes diferencias existentes en la actitud hacia el trabajo:
Cuando les preguntamos lo que estaban haciendo el primero de ellos dijo, sin levantar siquiera los ojos de su trabajo, «Estoy apilando ladrillos», el segundo respondió «Estoy levantando una pared» y el tercero replicó, entusiasmado y evidentemente orgulloso «Estoy construyendo una catedral».

viernes, 17 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 26

18. APROVECHAR
NUESTROS DEFECTOS Y
NUESTROS ERRORES
Marsha Sinetar 

Las personas eficaces en su trabajo conocen sus propias limitaciones y las utilizan para su provecho. Esas personas han descubierto no sólo que deben seguir explotando, en cierta medida, su propia constitución psicológica, sus tendencias emocionales y sus pautas de atención, sino que además las consideran como una ayuda inestimable para llevar a cabo su trabajo. De hecho, el conjunto de limitaciones que caracterizan a una determinada persona constituye un complejo de atributos cuyo sentido excede la comprensión del individuo.
Este complejo es la esencia de la vida creativa.

Tengo un cliente -merodeador de pasillos- cuyo temperamento inquieto le hace pensar mejor deambulando arriba y abajo. Mi cliente acepta ese rasgo peculiar de su personalidad y lo mismo hacen sus compañeros de trabajo. Después de varios años de trabajar con él sus colegas ya no se sorprenden de su singular caminata. Su mente superdotada ha proporcionado millones de dólares a su empresa y él ha adquirido, en consecuencia, el «derecho» de deambular tanto como desee.
Otra persona, en este caso una científica, prefiere trabajar aislada en una empresa que mantiene una política de puertas abiertas, de modo que cuando trabaja cierra sistemáticamente la puerta. Al comienzo fue criticada por comportarse de ese modo pero ella era tan consciente de esa necesidad para obtener resultados tangibles que insistió hasta que sus compañeros terminaron aceptándola.

Todas esas personas han adoptado un estilo de trabajo que compagina tendencias contradictorias, el deseo de concentrarse con la necesidad de deambular o el deseo de satisfacer a una empresa con la necesidad de
compaginarlo con un estilo personal de trabajo.
El lema de la cantante francesa Edith Piaf «aprovecha tus defectos» define a la perfección el desafío que supone llegar a comprender y a utilizar nuestras limitaciones. Sin embargo, no estoy segura de que debamos llamar «limitaciones» a esos rasgos aunque así me lo parecen, ciertamente, cuando los comparo con la conducta estereotipada con que los demás pretenden moldear nuestro modo de ser.

Con frecuencia suelo hablar con una escritora amiga sobre nuestra «pereza». Hace ya muchos años que las dos nos dimos cuenta de que nuestro proceso creativo incluye períodos de inactividad completa, etapas de reposo en las que parecen incubarse nuevas ideas. Desde un punto de vista superficial esto no parece muy interesante e incluso podríamos decir que es «malo» si lo comparamos con el estilo de vida que se nos ha inculcado. Mi propia moral puritana, por ejemplo, se rebela con un vigor insospechado ante la simple idea de tener que atravesar períodos de descanso. Sin embargo, a la larga me he dado cuenta de que es precisamente eso lo que debo hacer antes de acometer un nuevo proyecto creativo.

Mi amiga me contaba riendo cómo se quedaba en la cama días enteros mirando la televisión mientras almacenaba inconscientemente nuevas imágenes e ideas para su próximo libro. «Antes odiaba verme de ese modo porque iba en contra de todas las ideas que me había forjado sobre qué y cómo "debía" escribir. Era como si debiera estar continuamente rodeada por una especie de halo almidonado, una Betty Crooker de la máquina de escribir que tecleaba escrupulosamente manuscrito tras manuscrito veinticuatro horas al día como si fueran sabrosas galletas recién salidas del horno». Sin embargo, mi amiga se dio cuenta gradualmente de que de tanto en tanto necesitaba un descanso porque, de lo contrario, su nuevo libro sería forzado, artificial y muy poco original.

En lo que a mí respecta vivo en el campo y aprovecho para dar largos paseos conduciendo mientras escucho música. Siempre me han gustado las iglesias rurales y me encanta viajar por caminos polvorientos o por la escarpada autopista "1" de la costa del Pacífico contemplando este tipo de edificios curtidos por el tiempo.
Estos paseos suponen para mí un descanso y un viaje simbólico que refleja el camino espiritual subjetivo que precisa mi faceta creativa para acopiar energía y poder escribir un artículo o un capítulo de un libro.

No hay otra faceta de nuestra personalidad que revele mejor nuestro temperamento básico, nuestro estilo personal de trabajo, que nuestro lado oscuro, esa parte de nosotros mismos que se desarrolla siguiendo su propio ritmo y que tiene sus propias necesidades. Me refiero, claro está, al conjunto de impulsos incontrolables, de hábitos contumaces y de tendencias inaceptables y contradictorias que nos empujan en la dirección opuesta a la que pretendemos ir. Ese conjunto de impulsos y hábitos contradictorios, sin embargo, enriquece nuestra vida y proporciona la energía dinámica que nos mueve. Jung los describe del siguiente modo:
La conciencia y el inconsciente no pueden aspirar a convertirse en una totalidad cuando una de las partes es suprimida o maltratada por la otra. Si deben luchar, dejemos, al menos, que sea una lucha honesta en la que ambos contendientes cuenten con las mismas posibilidades.
Ambas partes constituyen aspectos fundamentales de nuestra vida... y también debemos permitir, en la medida de lo posible, que la vida caótica de nuestro inconsciente tenga la oportunidad de encontrar su propio camino. Esto supone, al mismo tiempo, una contradicción y una colaboración. El hierro se templa con el martillo y el yunque y nuestra «individualidad» global se fragua en el crisol de la conciencia y del inconsciente.
Con ello no estamos afirmando, sin embargo, que debamos dañarnos a nosotros mismos ignorando o potenciando comportamientos adictivos y autolimitadores sino que, por el contrario, debemos adoptar una visión global sobre lo que cada una de nuestras conductas puede enseñarnos, sobre lo que cada una de ellas aporta para el gran viaje del Yo hacía Sí mismo. Veamos ahora algunos puntos especialmente provechosos para aprender a «apreciar» el valor potencial de nuestros «hábitos negativos»:
- ¿Has tratado de eliminar a la fuerza ciertos hábitos de trabajo para adaptarte y parecerte a los demás?
- ¿Existen rasgos personales contra los que trataste de luchar -como hicimos mi amiga escritora y yo- porque pensabas que eran negativos?
- ¿Has renunciado a alguna meta en algún área «superflua» de tu vida porque alguien te haya dicho que no merece la pena?
- ¿Existe alguna actividad «de tiempo libre» (como dormir, ver la televisión, escuchar música, fantasear, etcétera) que renueve tu energía pero que consideres que no debes hacer?

Si caemos en cuenta que nuestros hábitos, nuestras ensoñaciones, nuestras fantasías, nuestros valores y todas las dualidades de nuestra personalidad constituyen expresiones de la vida, podemos aprovecharlas para expresar nuestra totalidad creativa. Y no son sólo nuestras palabras, nuestros actos y nuestras relaciones las que expresan nuestra individualidad sino la totalidad de lo que somos. Es por ello que las facetas contradictorias de nuestra personalidad pueden aportar un nuevo matiz, una nueva faceta o un nuevo impulso al proceso de individuación y afirmación creativa de toda nuestra vida.


miércoles, 15 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 25


17. EL LADO OSCURO
DEL ÉXITO
John R. O'Neill

Se supone que todos buscamos el éxito, llegar a ser más, ser mejores, etcétera. Pero últimamente, sin embargo, hemos constatado ciertas distorsiones peculiares en nuestra definición del éxito y nos vemos obligados a afrontar las lamentables consecuencias de este cambio. Las personas y las empresas suelen disfrutar de un brillante éxito que termina, no obstante, deslustrándose. Es como si la ansiedad fuera connatural al éxito: ¿Será duradero? ¿Cómo podría aumentarlo? ¿Acaso lo merezco? ¿Qué ocurrirá si lo pierdo? Es por ello que en tal caso pasamos rápidamente de la euforia y el entusiasmo a la inquietud, la fatiga, la depresión y la crisis personal.
¿Cómo es posible este cambio? La arrogancia, la inflación del ego y el consiguiente pecado de hubris que suele acompañar al éxito nos impiden afrontar y asimilar nuestra sombra. En esa situación nos vemos arrastrados por los caprichos del ego, dejamos de escucharnos y observarnos, desperdiciando la posibilidad de aprender más profundamente sobre nosotros mismos y distorsionamos, e incluso llegamos a perder, nuestra verdadera identidad.

Consideremos, por ejemplo, el caso de James, un personaje muy apreciado en Wall Street en la década de los ochenta, que llegó a odiar su rentable negocio y lo vendió por ciento treinta millones de dólares. Tres meses después acudió a mi consulta con el rostro bronceado, su cabello rubio canoso algo más largo de lo habitual y un aspecto relajado y comenzó a hablarme animadamente -mientras yo me preguntaba el motivo de su consulta- de sus travesías en yate, de la temporada de esquí y de su nuevo rancho.
Al finalizar la entrevista dijo casi de pasada: «No tengo a quien contarle mi vida. Por eso estoy aquí». Traté de no mostrar mi sorpresa por esa revelación y le pregunté cómo era eso posible, a lo que respondió hablándome de desengaños, disputas familiares, un divorcio inminente, largas noches de insomnio y miedo al qué dirán si hablaba con una persona inadecuada.

La sombra de James estaba repleta de los mismos contenidos que la de la mayoría de las personas:
- Aquellos aspectos que no se adecuaban a su ego ideal del momento. En una era machista había bloqueado sus aspectos receptivos y femeninos; en una era materialista había desdeñado sus sentimientos espirituales.
- Las partes de sí mismo que sus padres u otras personas cuya aprobación deseaba, consideraban indignas, habían terminado siendo sepultadas, aunque, de algún modo, permanecían completamente activas.
- Los sueños y las ambiciones que en su momento consideró estúpidos o irreales y que postergó con la promesa de que «quizás algún día...».

Los aspectos ocultos de James eran más importantes que los manifiestos. Este material vital reprimido es el que controla la dirección de nuestra vida, nuestro nivel energético y nuestra historia biográfica. El precio que debemos pagar por arrojar nuestro ser a la oscuridad es la pérdida del alma.

Los verdaderos triunfadores son aquellos que saben extraer toda la riqueza potencial de su sombra y utilizarla en su provecho. Ellos son los auténticos aprendices de la profundidad. Winston Churchill, Eleanor Rooselvelt, Florence Nightingale, Thomas Jefferson y Abraham Lincoln, por ejemplo, constituyen ejemplos históricos de personas que -yendo más allá de hubris- supieron aprender de sus propios fracasos, errores y sufrimientos y utilizar adecuadamente sus enseñanzas.

A los directivos que me preguntan, con cierta frecuencia, qué deben hacer para mantener vivo el aprendizaje y el crecimiento en sus empresas, les suelo responder que el principal punto consiste en evitar hubris en el momento en que se alcanza el anhelado éxito. El tallo de la dulce planta del éxito hunde sus raíces más profundas en el suelo de la inflación del ego que se alimenta del orgullo y la codicia.

Resumamos ahora brevemente los signos que acompañan a los ataques de hubris:
- Atribuirnos la posesión de dones especiales. Cuando creemos en la infalibilidad de nuestras valoraciones y en nuestra inmunidad a los errores que comete todo ser humano nos hallamos a merced de la sombra y podemos sospechar la presencia de ciertos rasgos de inflación del ego.
- Matar al mensajero. Si rechazamos los informes adversos porque nos parecen indignos, poco fiables, envidiosos o incapaces de apreciar completamente la situación, estaremos allanando el camino del fracaso. Si en nuestro papel de directivos nos aislamos de los demás y restringimos el círculo de consejeros habremos empezado a matar a los mensajeros.
- Necesidad de protagonismo. Cuando hubris está presente, el ego necesita afirmarse mediante demostraciones manifiestas de poder, como marcar el territorio, preocuparnos excesivamente por la etiqueta y establecer reglas excesivamente rígidas, por ejemplo. El hecho de que necesitemos sentir que los demás se den cuenta constantemente de nuestra importancia es un síntoma de inseguridad reprimida.
- Vivir según principios morales superiores. Cuando un grupo o una persona siente que se halla en el camino justo y califica a quienes piensan de manera diferente de malvados, ignorantes, o enemigos, puede encontrar cierto alivio provisional al exceso de tensión existente entre el bien y el mal pero, en realidad, no se trata más que de hubris disfrazada de bondad.

Cuando aparece hubris dejamos de aprender. Entonces nuestro inflado ego proyecta a la sombra y la ira ciega amenaza con arrastramos. Reconocer la presencia de la sombra es el primer paso para salir de esta situación, el siguiente es el de aprender lo que tiene que enseñamos. El ego se siente inquieto porque, en realidad, es la sombra la que tiene las riendas en su mano. Si encontramos un modo de ir más allá de las necesidades, roles, símbolos y todo lo que, en general, denominamos una conducta correcta del ego, podremos penetrar en el caos del nuevo aprendizaje y descubrir facetas insospechadas sobre nosotros mismos.

Desde este punto de vista, el éxito siempre va acompañado por una sombra que puede llegar a ser devastadora.
Es necesario, pues, que afrontemos día a día a la sombra pero si realmente queremos renovarnos también necesitaremos guías, mentores y, en ocasiones, hasta terapeutas.
Los triunfadores saben cómo hacer ese trabajo. Como me dijo hace años el escritor John Gardner: «Cuando escalas una montaña recuerda que no es la única. Mira entonces hacia la próxima cima y aprovecha los valles para fortalecerte».

lunes, 13 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 24


16. EL ENCUENTRO CON LA
SOMBRA EN EL TRABAJO
Bruce Shackleton 

¿Qué es lo que nos impide alcanzar lo que deseamos conscientemente? ¿Cuál es la naturaleza de esa faceta oscura de nuestra personalidad que sabotea nuestros esfuerzos, frustra nuestras expectativas y aspiraciones y parece despreciar el esplendor del éxito? ¿En qué medida el mundo empresarial obstaculiza el logro de nuestros objetivos en lugar de ayudarnos a lograrlos?
La vida profesional, aunque ciertamente menos reconocida que la familiar, la escolar o la religiosa, constituye un elemento de capital importancia en la creación de la sombra. El mundo laboral nos induce a comportarnos de un determinado modo para ajustarnos a la sociedad, adaptamos y alcanzar el éxito. Todos intentamos agradar a nuestros jefes, a nuestros compañeros y a nuestros clientes y relegamos con mucha frecuencia los rasgos más desagradables de nuestra personalidad -la agresividad, la envidia, la competitividad y la crítica, por ejemplo- a los rincones más oscuros de nuestro psiquismo. Muchas personas se ven compelidas así a asumir el costoso compromiso psicológico y espiritual de tener que arrojar gran parte de sí mismos a la sombra, para terminar descubriendo luego que «han vendido su alma a la empresa».

Obviamente, todos nosotros necesitamos a la sombra para ocultar nuestros impulsos más destructivos y negativos e incluso nuestras flaquezas y capacidades menos desarrolladas. Sin embargo, cuando relegamos gran parte de nosotros mismos a las profundidades más oscuras corremos el peligro de que nuestra sombra profesional llegue a ser tan impenetrable, densa y consistente que adquiera vida propia y termine transformándose en algo destructivo.

La sombra del poder y la competencia

Cuando conocí a Harold -un hombre de mediana edad que hace diez años aspiraba a llegar a la «cumbre»- era vicepresidente financiero de una pequeña compañía de tecnología de punta. Su carrera anterior en otras empresas de mayor envergadura había sido relativamente exitosa pero cuando cumplió los cuarenta años inició la psicoterapia conmigo porque se sentía deprimido y carecía de motivación para seguir su fulgurante carrera ascendente. Harold se había resignado a permanecer en una pequeña compañía que no ponía a prueba sus conocimientos y se dedicaba casi exclusivamente a pensar en su jubilación.

El jefe de Harold, un hombre duro, insensible y arrogante, dirigía la empresa de manera inflexible, no permitía la oposición abierta y, en ocasiones, llegaba a ser desagradable con sus empleados. Harold respondía a la agresividad de su jefe con una acomodaticia y, en ocasiones ansiosa, voluntad de servicio.

Durante una temporada todo pareció funcionar a la perfección. Harold se limitaba a poner buena cara y a desempeñar su trabajo del mejor modo posible y era aceptado tanto por su capacidad como por su apoyo al status quo. Pero aunque Harold sólo era vagamente consciente de una difusa sensación de inquietud y desazón, bajo la fachada estaba evitando toda confrontación, eludiendo la necesidad de cambiar de trabajo y renunciando a su entusiasmo y a su capacidad creativa.

En esa situación el dique pronto comenzó a hacer aguas y Harold, que solía ser una persona juiciosa y devota, empezó a mostrarse agresivo ante pequeñeces en un intento de descargar sus sentimientos de rencor, frustración y desprecio. Esta conducta -tan impropia de la imagen de buen ciudadano que tenía de sí mismo - le impresionó tanto que le condujo a reconsiderar en profundidad el coste personal de su vida laboral.

La adicción al trabajo y la sombra de las organizaciones

Cuando las personas dejan de lado sus necesidades de tiempo libre, intimidad y familia y se convierten en una especie de máquinas, podemos constatar la presencia de la sombra en el mundo laboral.
Como ocurre con la mayor parte de las adicciones, la adicción al trabajo -que termina conduciendo a un estilo de vida desequilibrado y compulsivo- también se origina en pautas familiares. En ciertos hogares sólo se valoran los resultados y, por tanto, el único criterio para la autoestima es el del éxito; en otros hogares, en cambio, es un padre adicto al trabajo el que transmite esta pauta de conducta a su hijo, quien la hereda como si se tratara del color de los ojos; en otros, en fin, la frustración de un padre fracasado constituye un poderoso estímulo que acicatea de continuo al niño para conseguir el éxito y termina convirtiéndole, de algún modo, en la sombra de su padre.

Si la persona trabaja en una organización adictiva que sostiene y alienta este tipo de modelo, el «matrimonio» será perfecto durante el tiempo en que la sombra de la empresa y la del individuo caminen al mismo ritmo.
Pero, más pronto o más tarde, algo comenzará a fallar -el trabajador desarrollará otras adicciones (como el alcohol o las drogas, por ejemplo), se producirá el burnout o la empresa cambiará sus directrices o su equipo directivo- y la adicción al trabajo mostrará crudamente sus facetas más destructivas ocasionando todo tipo de estragos.

Pero la adicción al trabajo no es el único aspecto oculto de las organizaciones. La cultura de la empresa -es decir, las reglas, los rituales y los valores que ayudan a organizar las actividades de los individuos- tiene un aspecto manifiesto y otro mucho menos evidente que determinan muchos de sus logros financieros y personales.
Las empresas que rechazan la posibilidad de desarrollar adecuadamente los recursos humanos y que se niegan a considerar con detenimiento el problema del estrés, por ejemplo, manifiestan una notable y peligrosa insensibilidad. Cuando la atención se focaliza exclusivamente en la productividad y se desatienden las necesidades del individuo puede generarse un clima de desconfianza tal que -en un intento desesperado de resolver la dinámica inconsciente de la organización- no duda en convertir en chivos expiatorios a algunos de sus empleados y no vacila un instante en sacrificarlos.

Las culturas colectivas que potencian la comunicación abierta, por su parte, pueden establecer controles y medidas para resolver los problemas suscitados por la sombra individual y grupal. Una organización sana puede contribuir a limitar las expresiones negativas elaborando sistemas de retroalimentación adecuados, estableciendo acuerdos sobre valores y objetivos y ayudando incluso a potenciar las capacidades más profundas de sus trabajadores.

La motivación de los empleados también se halla profundamente ligada a la sombra. Quienes ambicionan a ascender en la jerarquía de la organización, por ejemplo, pueden verse obligados a negar sus cualidades más estimadas y a servirse de los demás -como si se tratara de escalones- para ascender en el escalafón. No obstante, cuando el triunfador llega a la cumbre es muy probable que su vida profesional se halle totalmente desvinculada de la sombra y -como si fuera una versión moderna del mito del Dr. Jekyll y Mr. Hyde sólo se atreva a exponer su humanidad en la intimidad de la vida familiar llegando incluso, en casos extremos, a despreciar por completo a los demás tanto en el entorno laboral como en el familiar.

Los gestores de recursos humanos y los consultores empresariales suelen soslayar el problema de la sombra individual y colectiva. En mi opinión, sin embargo, resultaría sumamente provechoso unir nuestros esfuerzos para reconocer el lado oscuro de la empresa y contribuir, de ese modo, a la necesaria renovación individual, empresarial y social.

jueves, 9 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 23



QUINTA PARTE:
LA SOMBRA DEL ÉXITO:
EL LADO OSCURO DEL TRABAJO Y
DEL PROGRESO

El amor al dinero es la raíz de todo mal.
1, TIMOTEO 6:10

No estoy en este planeta para hacer algo que ya está hecho... Nuestros logros constituyen la expresión manifiesta de nuestros objetivos.
PAUL WILLIAMS

El progreso es nuestro producto más importante.
ESLOGAN PUBLICITARIO

Tendemos a exaltar los aspectos luminosos de la industria a expensas de las facetas oscuras de la naturaleza o a enaltecer las facetas luminosas de la naturaleza en detrimento del lado oscuro de la industria. En realidad, lo que deberíamos hacer es comparar la luz con la luz y la oscuridad con la oscuridad.
THOMAS BERRY

INTRODUCCIÓN

La creciente literatura destinada a la investigación del estrés y del riesgo de la catástrofe ecológica que parece cernirse sobre nosotros ilustra con suma elocuencia los aspectos personales y colectivos respectivamente del lado oscuro de la ética laboral norteamericana.
Todos conocemos a alguien que ha sacrificado su vida por el trabajo. Sea cual sea su ocupación, el adicto al trabajo derrama su sangre en aras de una empresa incierta (la jubilación o el futuro de sus hijos), un sueño (la contribución al bienestar colectivo) o la simple incapacidad de vivir de otra manera. Pero en cualquiera de los casos no es dueño de su destino ni se halla motivado por el proceso creativo sino que está poseído por una especie de yo demoníaco.

Hoy en día se considera que la obsesión por el trabajo constituye una adicción tan compulsiva como el juego o la sobrealimentación. Hay casos en los que la misma estructura de la empresa y sus directivos contribuye a fomentar este sombrío panorama. Por su parte, el exceso de trabajo, las cuotas de venta irreales y los martinis contribuyen a aumentar la distancia existente entre el estilo de vida de los distintos estamentos laborales norteamericanos.
El precio que hay que pagar por esta situación es muy elevado ya que el adicto padece el deterioro físico y emocional que acompaña a una vida unidimensional, los familiares sufren la ausencia de su esposo o de su padre y las empresas se ven obligadas a renovar periódicamente sus cuadros directivos cada siete años.

Douglas LaBier, autor de Modern Madness, los denomina los trabajadores heridos, «personas sanas sometidas a condiciones emocionales que, si bien pueden fomentar el proceso productivo resultan, en cambio, sumamente perjudiciales para el espíritu». Según LaBier, el éxito personal del trabajador herido depende de su adaptación a la personalidad colectiva de la empresa y del consiguiente destierro al olvido de aquellas otras cualidades que no se ajustan a la imagen de la organización. Debemos recordar que las empresas también cuentan con una persona (con un rostro agradable para presentar ante el mundo, determinado por su objetivo manifiesto) y que, por consiguiente, también poseen una faceta oculta y sombría (bajos salarios, limitada tolerancia a la autocrítica, conflictos internos, una política exterior que suele tener consecuencias ecológicas desastrosas, falta de honestidad con sus clientes, etcétera)

El trabajo nos obliga a afrontar dolorosos conflictos de valores. A veces nos vemos obligados a transgredir determinados principios, en otras tenemos que controlar a los demás, hacer caso omiso de sus necesidades personales, contar mentiras piadosas y vendernos, en fin, de miles de maneras diferentes.
Los ambientes tensos nos obligan a establecer compromisos que tienen un enorme coste personal. El éxito conduce a la inflación del ego mientras que el fracaso conduce a la más humillante de las frustraciones.

Cada actividad favorece el desarrollo de ciertas habilidades y aptitudes mientras que deja otras en la sombra.
Si cultivamos la ambición y la competencia extravertida, por ejemplo -como ocurre en el caso de los hombres de negocios, los políticos o los empresarios- nuestra introversión se verá relegada a la sombra. En tal caso, ignoraremos cómo crecer sin llamar la atención, cómo enriquecernos con la soledad y cómo desarrollar los recursos ocultos que se hallan en nuestro interior. Si, por el contrario, desarrollamos una personalidad volcada hacia la esfera privada -como ocurre con los escritores y los artistas en general- correremos el riesgo de relegar nuestra ambición y nuestro orgullo a la oscuridad de la sombra. De ese modo, estaremos expuestos a la posibilidad de que esos rasgos puedan emerger súbitamente a la luz del día como si se tratara de un fantasma que sale del cuarto oscuro. Todos nosotros habremos leído alguna que otra historia relativa a un hombre de negocios de apariencia intachable que fue cogido con las manos en la masa en un asunto turbio de blanqueo de dinero o evasión de impuestos, una situación que puede deberse paradójicamente a la incapacidad de mirar a la sombra cara a cara.
   
De la misma manera que la sombra puede tomar posesión de nuestra personalidad y provocar un giro de ciento ochenta grados en nuestra vida también puede hacer lo mismo con un grupo de personas o con una empresa. Así pues, los valores conservadores y materialistas de la generación que padeció la Gran Depresión dieron lugar al movimiento contracultural de la década de los sesenta y a su renuncia al conformismo y al materialismo que convirtió en héroes de la sombra a aquellos que vivían a contracorriente y ha terminado conduciendo -como vemos hoy en día a nuestro alrededor a un resurgimiento del materialismo.

El péndulo parece dirigirse actualmente en otra dirección. Del mismo modo que el burnout individual constituye una expresión de la sombra personal, la sombra de nuestra cultura se manifiesta con toda su crudeza en el exterminio de especies y ha adquirido la magnitud de una catástrofe ecológica de tales
dimensiones que ya no nos queda más remedio que tomar conciencia de los aspectos oscuros que están ligados al crecimiento económico ilimitado y al progreso tecnológico descontrolado.

En The End of Nature, Bill McKibben señala que hemos dejado de ser los dueños de nuestra tecnología: «Mientras sigamos arrastrados por el deseo ilimitado de progreso material las cosas se nos escaparán de las
manos y no habrá modo de ponerle límites. En esas condiciones es muy improbable que desarrollemos la ingeniería genética para erradicar la enfermedad y luego no pretendamos utilizarla para la fabricación de pollos perfectos».
Pareciera, pues, como si nuestros logros personales y colectivos tuvieran una faceta oscura y tenebrosa y que el progreso ilimitado y descontrolado deja el caos a su paso.

martes, 7 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 22

15. EL ASPECTO
DEMONÍACO DE
LA SEXUALIDAD
Adolf Guggenbühl-Craig


Una de las tareas fundamentales del proceso de individuación consiste en experimentar nuestras facetas más oscuras y destructivas. Esta experiencia puede manifestarse en ámbitos muy diferentes, entre ellos la sexualidad. Con ello no estamos diciendo, sin embargo, que uno se vea desbordado por fantasías propias del Marqués de Sade, ni mucho menos, por supuesto, que deba llevar a la práctica ese tipo de actividades.
Lo único que afirmamos es que ese tipo de fantasías deben ser consideradas como una expresión simbólica -en el dominio de lo sexual- del despliegue del proceso de individuación.

El fenómeno del sadomasoquismo ha desconcertado frecuentemente a los psicólogos. ¿Cómo pueden coincidir el placer y el dolor? Para muchos psicólogos y psicoanalistas el masoquismo parece ser contradictorio.
En la Edad Media el masoquismo desempeñaba un papel muy importante y los flagelantes proliferaban en las aldeas y las ciudades. La rutina cotidiana de los monjes incluía prácticas auto humillantes y autoflagelatorias. Según la psiquiatría moderna este fenómeno colectivo constituye una expresión clara de una perversión neurótica de la sexualidad. Pero esta explicación no resulta completamente satisfactoria.

En mi opinión el sadomasoquismo está ligado al proceso de individuación. ¿No es acaso nuestro propio sufrimiento – y obviamente, el sufrimiento en general- una de las cosas más difíciles de aceptar? Hay tanto sufrimiento en el mundo y nuestro sufrimiento corporal y espiritual es tan intenso que hasta los santos experimentan dificultades para comprenderlo. Una de las tareas más arduas del proceso de individuación consiste en aceptar la tristeza, el dolor y la ira de Dios con la misma facilidad con la que aceptamos la
alegría, el placer y la gracia de Dios. En el masoquismo, estos dos opuestos -sufrimiento y alegría, dolor y placer- se hallan simbólicamente unidos. Es como si el masoquismo lograra afrontar y resolver -a nivel simbólico- los grandes opuestos de nuestra existencia.

El sadismo, por su parte, puede ser considerado como una expresión del aspecto destructivo de la sombra, del asesino que se esconde dentro de cada uno de nosotros. Se trata de un rasgo específicamente humano que parece disfrutar con la destrucción. Este no es el lugar para discutir si la destructividad es un fenómeno natural o si es la consecuencia de algún problema en el desarrollo (aunque yo me inclino por la primera de las dos hipótesis). En cualquiera de los casos, cada uno de nosotros debe resolver por sí mismo el problema de la destructividad.

Lo cierto es que existen seres humanos que gozan con la destrucción, el asesinato y la tortura. Y este fenómeno está relacionado con la autodestrucción. No resulta pues sorprendente que el sadismo y el masoquismo sean fenómenos estrechamente relacionados y suelan aparecer juntos. El asesino autodestructivo se halla en el mismo centro de la sombra arquetípica, en el centro de la irreductible destructividad de los seres humanos.
Otro elemento constitutivo del sadismo hay que buscarlo en el deseo de poder. Es por ello que hay sujetos que experimentan placer sexual en el hecho de someter a su pareja, de jugar con ella como lo hace un gato
con un ratón.
Otro aspecto del sadismo consiste en el hecho de degradar a la pareja al estatus de puro objeto. En las fantasías sádicas atar a la pareja y observar «fríamente» sus reacciones juega un papel muy importante.
De este modo la pareja se convierte en una pura cosa con la que juega el sádico.

Durante mucho tiempo los teólogos cristianos sólo aceptaban la sexualidad con fines reproductivos.
Consideraban que el erotismo era algo demoníaco y misterioso, algo contra lo que debía lucharse. Pero no debemos despachar de un plumazo este punto ya que esos teólogos eran personas inteligentes y diferenciadas que buscaban sinceramente la verdad y la comprensión.

Hoy en día la sexualidad sigue portando consigo el estigma del demonio. Todos los intentos realizados para convertirla en algo inofensivo y «natural» han terminado fracasando. Para el hombre moderno la sexualidad sigue siendo diabólica y siniestra.
El hecho de que la sexualidad se halle excluida de la vida cotidiana de la mayor parte de nuestros hospitales constituye otro ejemplo contemporáneo de la forma siniestra en la que experimentamos la sexualidad. ¿Por qué se considera que la vida sexual puede dañar a los pacientes? ¿De dónde surge esta creencia? ¿Por qué razón no se les permite a los pacientes de una institución mental, por ejemplo, mantener relaciones sexuales con otros internos?

Terminaremos esta enumeración recordando que los atletas que participan en las Olimpíadas suelen tener estrictamente prohibido el ejercicio de cualquier tipo de actividad sexual durante el desarrollo de la competición hasta el punto de que se ha dado el caso de haber sido descubiertos y expulsados por ello.
Sin embargo, al mismo tiempo se reconocen también los efectos benéficos del ejercicio sexual antes de acometer grandes esfuerzos.
En todos estos puntos podemos sospechar la presencia de prejuicios muy antiguos. En ciertos pueblos primitivos los hombres se abstenían de mantener contacto sexual con las mujeres antes de ir a la batalla.
Este aspecto demoníaco de la sexualidad también podemos encontrarlo en la dificultad de experimentar y aceptar la actividad sexual como simple «goce» de una experiencia placentera. Hay muy pocas personas que puedan disfrutar de la sexualidad como lo hacen de una buena comida.

¿Qué significado psicológico puede tener, pues, el hecho de que la sexualidad siempre haya estado acompañada de algo siniestro aun hoy en día en que aparentemente nos hemos liberado de esa actitud? Lo siniestro resulta siempre ininteligible, conmovedor, numinoso. Dondequiera que aparezca lo divino experimentamos miedo. En muchos sentidos el proceso de individuación, que tiene un carácter fuertemente religioso, se experimenta como numinoso. Todo lo que tiene que ver con la salvación posee, entre otras cosas, un carácter siniestro, poco familiar y sobrehumano.


Todas las biblias o códigos sagrados han incurrido en los siguientes errores:
1. Que en el ser humano existen dos únicos principios verdaderos: el cuerpo y el alma.
2. Que la energía -denominada mal- pertenece exclusivamente al cuerpo y que la razón -denominada bien- es exclusiva del alma.
3. Que si el hombre sigue los dictados de su energía Dios le atormentará eternamente.
Pero la verdad es exactamente lo contrario:
1. El ser humano no tiene un cuerpo distinto al alma porque lo que llama cuerpo es aquella porción del alma que puede ser percibida por los cinco sentidos, las principales ventanas del alma en esta época.
2. No hay más vida que la energía y ésta pertenece al cuerpo. La razón es el límite, o circunferencia externa, de la energía.
3. La energía es deleite eterno.
WILLIAM BLAKE