miércoles, 29 de enero de 2014

Encuentro con la Sombra, parte 31

22. EL DIABLO
EN EL TAROT
Sallie Nichols

Autora de Jung y el Tarot: "Un viaje arquetípico" (Ed. Kairós), estudió en el C. G. Jung Institute de Zurich. En la actualidad enseña simbolismo del Tarot a los estudiantes del C. G. Jung Institute de Los Angeles y suele dar frecuentes conferencias sobre el tema. 

Ha llegado el momento de enfrentarse al Diablo. Como figura arquetípica pertenece al cielo, la parte superior de nuestra carta del Tarot. Pero cayó... ¿recuerdan? Según él, renunció a su empleo y abandonó los cielos.
Dijo que merecía una mejor oportunidad, ascender y gozar de más autoridad.
Pero no es ésta la historia que cuentan los demás. La mayor parte de las leyendas que narran el incidente afirman que Satán fue despedido a causa de su orgullo y su arrogancia. Era despótico y ambicioso y desmesuradamente orgulloso de sí mismo. Sus modales, sin embargo, eran fascinantes y muy seductores. Sólo así podemos entender que consiguiera organizar una rebelión a espaldas del Jefe mientras que, al mismo tiempo, imploraba sus favores.
Le gustaba pensar que era su hijo predilecto. Tenía celos de todo el mundo, especialmente de la humanidad.
Odiaba a Adán y le irritaba pensar que fuera él quien gobernara el armonioso jardín del Paraíso. Para él la seguridad complaciente era -y sigue siendo anatema. La perfección le fastidiaba y la inocencia le sacaba de quicio. La tentación era -y sigue siendo- su especialidad. ¡Cómo disfrutó tentando a Eva y ocasionando su expulsión del Paraíso!

Hay quienes llegan a decir que Dios es tan bueno que jamás hubieran podido ocurrírsele las diabólicas triquiñuelas que utilizó para poner a prueba a Job de no haber sido inspirado por Satán. Otros, por el contrario, afirman que el Señor es omnisciente y todopoderoso y que, por consiguiente, es el único responsable del tercer grado al que sometió a Job. La polémica sobre la responsabilidad del sufrimiento de Job ha durado muchos siglos, todavía no se ha llegado a ninguna conclusión definitiva y es muy posible que jamás se llegue a ella. La razón es muy sencilla: el Diablo confunde porque está confundido. Si echamos un vistazo a la imagen de esta carta del Tarot comprenderemos por qué. La imagen del Diablo se nos presenta como un agregado incoherente de rasgos completamente dispares. Tiene cornamenta de ciervo, garras de ave predadora y alas de murciélago. Se refiere a sí mismo como un hombre pero tiene pechos de mujer -o, mejor dicho, porta
pechos de mujer, porque esos pechos parecen estar pegados o pintados. Ese ridículo peto, sin embargo, resulta muy poco protector. Quizás constituya un emblema para ocultar la crueldad, tal vez sea una alusión simbólica a su uso de la ingenuidad y la inocencia femeninas para lograr introducirse subrepticiamente en nuestro jardín.

En cualquier caso, lo cierto es que la leyenda del Paraíso nos dice que el Diablo utiliza la inocencia - personificada por Eva- para colarse de rondón en nuestro interior.
El hecho de que el peto sea rígido y postizo puede también insinuar que el aspecto femenino del Diablo es mecánico, poco coordinado y que no siempre está bajo su control. Resulta también significativo, en este sentido, que lleve consigo un yelmo dorado, atributo de Wotan, un dios vengativo sujeto a frecuentes arrebatos de cólera cada vez que veía amenazada su autoridad.
El Diablo lleva también una espada pero la sostiene descuidadamente con la mano izquierda. Es evidente que su relación con el arma es tan inconsciente que sería incapaz de utilizarla de la manera adecuada, lo cual significa simbólicamente que su relación con el Logos masculino es igualmente torpe.

En esta versión del Tarot, el arma que Satán porta consigo es peligrosísima porque no está bajo su control. Tengamos en cuenta que el crimen organizado actúa lógicamente y que, por consiguiente, puede rastrearse y descubrirse mediante la investigación sistemática. Hasta los crímenes pasionales tiene una cierta lógica emocional que los hace humanamente comprensibles e incluso, en ocasiones, hasta predecibles. Sin embargo, ante la destrucción indiscriminada -el asesinato callejero injustificado o el francotirador enfurecido, por ejemplo- nos encontramos completamente indefensos. Esas fuerzas operan en el dominio de las tinieblas que descansan más allá de la comprensión humana.

El Diablo es una figura arquetípica cuya estirpe se remonta, directa o indirectamente, a la antigüedad, donde solía representarse como una bestia demoníaca más poderosa y menos humana que la imagen que nos ofrece el Tarot. Set, por ejemplo, el dios egipcio del mal, se representaba como una serpiente o un cocodrilo. En la antigua Mesopotamia, por su parte, Pazazu (el rey de los espíritus malignos del aire, un demonio portador de la malaria que moraba en el viento del suroeste) encarnaba algunas de las cualidades que hoy atribuirnos a Satán. Nuestro Diablo también ha heredado algunas de las cualidades de Tiamat, la diosa babilonia del caos, que asumía el aspecto de un murciélago con garras y cuernos. Fue en la época judeocristiana cuando el Diablo comenzó a aparecer en forma definitivamente humana y a llevar a cabo su nefasta actividad de manera más comprensible para nosotros, los humanos.

El hecho de que la imagen del Diablo haya ido humanizándose con el correr de los siglos representa simbólicamente que hoy en día estamos en mejores condiciones para considerarla como un aspecto oscuro de nosotros mismos, que como un dios sobrenatural o como un demonio infernal. Quizás también signifique que ya nos encontramos en condiciones de enfrentarnos a nuestro lado más oculto y satánico. Pero aunque su apariencia sea humana -e incluso hermosa el Diablo sigue sin haberse despojado todavía de sus enormes alas de murciélago.
Es más, el hecho de que en el Tarot de Marsella esas alas sean mayores y más oscuras todavía, parece indicarnos que la vinculación de Satán con el murciélago es especialmente importante. Detengámonos, por tanto, en este punto para prestarle una atención especial.

El murciélago es un volátil nocturno. Durante el día rehúye la luz del sol y al llegar la madrugada se retira a una oscura caverna y se cuelga bocabajo para recuperar la energía necesaria para sus correrías nocturnas. Es un chupador de sangre cuyo aliento pestilente emponzoña el ambiente. Se mueve en la oscuridad y, según la creencia popular, tiene una especial tendencia a enredarse con los cabellos de los seres humanos y a desatar sus ataques de histeria.
También el Diablo vuela durante la noche, cuando las luces de la civilización se extinguen y la mente racional dormita, cuando el ser humano yace inconsciente e inerme y más expuesto se halla a la sugestión. A plena luz del día, sin embargo, cuando la conciencia del ser humano está despierta y mantiene toda su capacidad discriminativa, el diablo se retira hacia las zonas más oscuras del psiquismo donde cuelga boca abajo, esconde sus contradicciones, recupera su energía y espera pacientemente a que llegue su momento. Metafóricamente hablando, el Diablo chupa nuestra sangre y consume nuestra esencia. Los efectos de su mordedura son contagiosos y llegan a contaminar a comunidades o incluso a países enteros. Así pues, del mismo modo que el vuelo del murciélago puede desatar el pánico irracional de un nutrido grupo de personas, el Diablo puede revolotear sobre la multitud, enredarse en sus cabellos, desarticular su pensamiento lógico y desatar un ataque de histeria colectiva.

El miedo al murciélago desafía todo tipo de lógica y algo parecido sucede -y por razones similares - con el miedo al Diablo. El murciélago se nos antoja una monstruosa aberración de la naturaleza, un ratón con alas y lo mismo ocurre con el Diablo, cuya disparatada forma desafía todas las leyes de la naturaleza. Tenemos la tendencia a considerar todo tipo de malformación -los enanos, los jorobados y las cabras con dos cabezas, por ejemplo- como criaturas e instrumentos de los poderes más irracionales y siniestros. Uno de los poderes más inexplicables del murciélago y del Diablo al que más tememos intuitivamente consiste en su capacidad para desplazarse a ciegas en la oscuridad.
Los científicos han elaborado todo tipo de estrategias para protegerse de las desagradables y peligrosas costumbres del murciélago, estrategias que les permiten entrar en su guarida y analizarlo racionalmente.

Como resultado de esta investigación, su absurda forma y su repulsiva conducta resultan hoy en día menos temibles que antaño. Hasta hemos llegado a comprender las leyes que rigen el secreto de su misterioso sistema de radar. La moderna tecnología ha terminado así desentrañando el poder de su magia negra y ha llegado a diseñar y elaborar un sistema de vuelo similar al suyo que permite al ser humano volar a ciegas.
Es posible que si realizamos un estudio similar sobre el Diablo aprendamos también a protegernos contra él.
Tal vez si descubrimos nuestra proclividad hacia la magia negra satánica podamos conquistar los miedos irracionales que paralizan nuestra voluntad y nos impiden enfrentarnos y relacionarnos con el Diablo. Quizás el terror de Hiroshima -con sus espantosas secuelas para la humanidad- pueda permitirnos por fin vislumbrar la monstruosa silueta de nuestra diabólica sombra.

Cada nueva guerra pone en evidencia nuestros rasgos más diabólicos. Hay quienes llegan incluso a afirmar que la guerra cumple precisamente con la función de revelar a la humanidad su enorme potencial para el mal de un modo tan crudo que no nos quede más remedio que tomar conciencia de nuestra propia sombra y establecer contacto con las fuerzas inconscientes de nuestra naturaleza interior. Según Alan McGlashan, por ejemplo, la guerra es «el castigo por la incredulidad del ser humano con respecto a las fuerzas que moran en su interior».
Paradójicamente, sin embargo, a medida que la vida consciente del ser humano se torna más «civilizada» su naturaleza animal se declara en guerra y se vuelve más salvaje. A este respecto dice Jung: Las fuerzas instintivas reprimidas por el hombre civilizado son muchísimo más destructivas -y, por consiguiente más peligrosas - que los instintos del primitivo que vive de continuo en estrecho contacto con sus aspectos negativos. En consecuencia, ninguna guerra pasada puede competir -en cuanto a su colosal escalada de horrores se refiere- con las guerras que asolan hoy a las naciones civilizadas.

Jung continúa diciendo que la imagen tradicional del Diablo -mitad hombre mitad bestia- «describe exactamente los aspectos más siniestros y grotescos de nuestro inconsciente con el que jamás hemos llegado a conectar y que, por consiguiente, ha permanecido en su estado salvaje original».
Si examinamos al «hombre-bestia» que nos muestra el Tarot descubriremos que en él no existe ninguna parte que destaque sobre las demás. Lo que hace su figura tan detestable es el absurdo conglomerado de rasgos tan dispares. Este agregado irracional atenta contra el mismo orden de las cosas y socava el esquema cósmico sobre el que descansa toda nuestra visión de la vida. Afrontar esta sombra significa afrontar un miedo que no sólo espanta al ser humano sino que también aterra a la misma Naturaleza.
Pero esta extraña bestia que todos llevamos en nuestro interior y a la que proyectamos como Diablo es, después de todo, Lucifer. Y Lucifer es un ángel -aunque ciertamente un ángel caído- el Portador de la Luz y, como tal, es un mensajero de Dios. Es imprescindible, pues, que aprendamos a establecer contacto con él.

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