viernes, 29 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 12



7. LA CREACIÓN DEL
FALSO YO
Harville Hendrix

En su intento de reprimir los pensamientos, los sentimientos y la conducta de sus hijos los padres utilizan estrategias muy diversas. En ocasiones dan órdenes muy claras como, por ejemplo: «¡no pienses eso!», «¡los hombres no lloran!», «¡saca las manos de ahí!», «¡no quiero volverte a escuchar decir eso!», «¡en nuestra familia no hacemos esas cosas!». En otras en cambio -como solemos ver en los grandes almacenes- los padres regañan, amenazan o pegan a sus hijos. No obstante, la mayor parte de las veces los padres moldean a sus hijos mediante un proceso muy sutil de invalidación que consiste en premiar o no determinadas conductas. De este modo, por ejemplo, si los padres valoran poco el desarrollo intelectual no regalarán a sus hijos libros ni juegos científicos sino juguetes y material deportivo; si creen que las niñas deben ser tranquilas y femeninas y que los niños deben ser fuertes y asertivos sólo premiarán aquellas conductas apropiadas a su género, etcétera. Así, cuando un niño pequeño entra en la habitación arrastrando un juguete muy pesado pueden decir: «¡Qué fuerte eres!» pero si es una niña la que lo hace es más probable que respondan: «¡No estropees tu bonito vestido!».

El ejemplo directo, sin embargo, constituye la forma más habitual y más profunda de influir sobre los hijos. Los niños observan instintivamente las decisiones que toman sus padres, las libertades y los placeres que se permiten, las capacidades que desarrollan, las aptitudes que ignoran y las reglas que siguen. Todo eso tiene un efecto muy profundo sobre el niño: «Así es como debe vivirse». Tanto si los niños aceptan como si se rebelan contra el modelo que le proporcionan sus padres, este temprano proceso de socialización juega un papel extraordinariamente importante.

La reacción típica de un niño a los decretos prescritos por la sociedad atraviesa una serie de estados concretos. La primera respuesta consiste en no expresar la conducta prohibida en presencia de los padres.
El niño se siente enfadado pero no habla de ello en voz alta; explora su cuerpo en la intimidad de su cuarto; molesta a sus hermanos pequeños cuando sus padres están ausentes, etcétera. Finalmente llega a la conclusión de que ciertos pensamientos y sentimientos son tan inaceptables que deben ser eliminados, de modo que se construye una especie de padre imaginario que termina controlando sus pensamientos y sus actividades, una parte de la mente que los psicólogos denominan «superego». A partir de ese momento, cada vez que tenga un pensamiento o una conducta «inaceptable» experimentará una descarga de ansiedad. Esto resulta tan desagradable que el niño termina adormeciendo algunas de esas partes prohibidas de sí mismo o, dicho en terminología freudiana, las reprime. De este modo, el precio que hay que pagar por la obediencia es una pérdida de integridad.

Para llenar ese vacío, sin embargo, el niño crea un «falso Yo», una estructura de carácter que cumple con una doble función: encubrir los aspectos reprimidos de su ser y protegerle de nuevas heridas. Un niño criado por una madre distante y sexualmente represiva, por ejemplo, puede convertirse en un «chico duro». Ese niño puede decirse a sí mismo: «No me importa que mi madre no sea cariñosa. No necesito esas estupideces. En realidad no necesito a nadie. Y por otro lado: ¡Creo que el sexo es sucio! » Finalmente termina aplicando este patrón de respuesta aprendido a todas las circunstancias.
De este modo, sea quien fuere quien intente aproximarse el niño, éste mantiene en pie las mismas barricadas. Años más tarde, cuando trate de superar esta resistencia a implicarse en una relación amorosa, es probable que critique a su pareja por desear una mayor intimidad y una sexualidad más sana: «¿Por qué necesitas tanto contacto? ¿Por qué estás tan obsesionada con el sexo? ¡Eso no es normal!»

Otro niño puede reaccionar a una educación parecida de manera opuesta exagerando sus problemas en la esperanza de que alguien termine rescatándole: «Pobre de mí. Estoy herido y necesito que alguien me cuide». Otro, en cambio, puede terminar convirtiéndose en un acaparador que disputa -sin saciarse nunca por cualquier pedazo de amor, alimento o bienes materiales que se crucen en su camino. Sea cual fuere la naturaleza del falso Yo, sin embargo, su objetivo es siempre el mismo: amortiguar el dolor producido por la pérdida de su totalidad original, la totalidad que recibió de Dios.

Ahora el niño se encuentra atrapado. Necesita mantener sus rasgos de carácter porque cumplen con una función adaptativa importante pero, al mismo tiempo, no quiere ser rechazado. ¿Qué es lo que puede hacer? La única solución posible es negar o atacar a sus críticos. Quizás se defienda diciendo: «No soy frío ni distante sino fuerte e independiente» o «no soy débil, necesitado y egoísta sino que, por el contrario, soy muy sensible» o «no soy orgulloso y egoísta sino ahorrativo y prudente». En otras palabras,
«no es de mí de quien están hablando. Sólo me ven desde un punto de vista negativo».

Detengámonos un momento y pongamos orden en todo lo que hemos dicho hasta ahora. La naturaleza original, amorosa y unificada con la que nacimos ha ido fragmentándose hasta terminar convirtiéndose en tres entidades separadas:
1. El «Yo perdido», aquellas partes de nuestro ser que las demandas de la sociedad nos han obligado a reprimir.
2. El «falso Yo», la fachada que erigimos para llenar el vacío creado por esa represión y por la falta de una satisfacción adecuada de nuestras necesidades.
3. El «Yo enajenado», aquellas partes negativas de nuestro falso Yo que son desaprobadas y que, en consecuencia, negamos.

La única parte de este complejo collage de la que normalmente somos conscientes se reducen a aquellos aspectos de nuestro ser original que todavía permanecen intactos y a ciertos aspectos de nuestro falso Yo.
Estos elementos constituyen ahora nuestra «personalidad», el aspecto con el que nos presentamos ante los demás.
Nuestro «Yo perdido» está ahora completamente alejado de nuestra conciencia ya que hemos cortado casi todas las conexiones con los aspectos reprimidos de nuestro ser. Nuestro «Yo enajenado», las facetas negativas de nuestro falso Yo, permanecen justo bajo el umbral de conciencia vigílica y amenazan de continuo con emerger. Por ello, para mantenerlas ocultas debemos hacer de continuo un esfuerzo activo o proyectarlas sobre los demás. Es este el motivo por el que replicamos enérgicamente «¡Yo no soy egoísta!» o respondemos «¿Perezoso yo? ¡Tú si que eres perezoso!»

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 11


EL OTRO

¿Por qué mencionar los nombres
de dioses o estrellas,
espuma de un océano oculto,
polen de un jardín recóndito,
cuando lo que nos duele es la vida misma,
cuando cada nuevo día desgarra nuestras entrañas,
cuando al caer la noche nos retorcemos destrozados?
¿Cuándo sentimos el dolor de otro,
alguien a quien desconocemos
pero que siempre está presente,
y es la víctima, el enemigo, el amor
y todo lo que necesitamos
para llegar a ser completos?
Nunca alces tus súplicas a lo oscuro,
no apures la copa de la alegría de un sólo trago.
Mira a tu alrededor:
hay alguien, siempre hay alguien,
que respira tu sofoco,
se alimenta de tu hambre
y, al morir, convive
con la mitad más pura de tu muerte.

ROSARIO CASTELLANOS


SEGUNDA PARTE:

EL ORIGEN DE LA SOMBRA:
LA FORMACIÓN DEL YO
ENAJENADO EN LA FAMILIA


¡Oscuridad, llámame hermano!
Que jamás llegue a temer
aquello que esté buscando.
ANÓNIMO

La vergüenza, la culpa, el orgullo, el miedo, el odio, la envidia y la avaricia son los subproductos inevitables del proceso de construcción del ego, el aspecto sombrío del proceso de emancipación del ego que termina polarizando a la mente entre el sentimiento de inferioridad y el anhelo de poder.
EDWARD C. WHITMONT

Pasamos los primeros veinte años de nuestra vida decidiendo qué partes de nosotros mismos debemos meter en el saco y ocupamos el resto tratando de vaciarlo.

ROBERT BLY



Cada uno de nosotros hereda un legado psicológico tan real como su misma dotación biológica. El clima psicológico de nuestro entorno familiar nos expone de continuo a los valores, el temperamento, los hábitos y la conducta de nuestros padres y familiares. De este modo, nuestros padres nos transmiten -en forma de pautas disfuncionales de conducta- los problemas que ellos no han logrado resolver en su propia vida.
Según T. S Elliot «del hogar es de donde partimos». La familia constituye nuestro centro de gravedad emocional, el escenario en el que madura nuestra identidad, se desarrolla nuestra individualidad y se configura nuestro destino bajo la influencia concreta de las diversas personalidades que nos rodean.
Cada niño emprende el necesario proceso de desarrollo de su ego en la atmósfera psicológica creada por sus padres, parientes, tutores y otras fuentes importantes de amor y aprobación. La adaptación del ser humano a la sociedad requiere la creación de un ego -un «yo»- que sirva como principio organizador del desarrollo de la conciencia.

El proceso de creación del ego es también, al mismo tiempo, el proceso de creación de la sombra. De este modo, el Yo enajenado es un subproducto natural del proceso de construcción del ego que termina convirtiéndose en una imagen especular opuesta a él ya que enajenamos aquello que no concuerda con la imagen que tenemos de nosotros mismos. La necesaria unilateralidad del proceso de desarrollo de nuestra personalidad va desterrando a nuestro psiquismo inconsciente aquellas cualidades inaceptables que negamos y rechazamos hasta que éstas terminan agrupándose y configurando una especie de personalidad inferior, una subpersonalidad, nuestra sombra personal.

Pero aunque ahora no podamos ver los rasgos enajenados que permanecen alejados de nuestra visión no por ello han desaparecido de nosotros sino que perviven constituyendo una especie de alter ego, oculto bajo el umbral de nuestra conciencia que puede irrumpir violentamente en circunstancias emocionales extremas. En tales casos tratamos de explicar la conducta de nuestro alter ego recurriendo a algún eufemismo del tipo: « ¡Fue obra del diablo!»

El tema del antagonismo entre gemelos -uno bueno y otro malo - constituye un antiguo motivo mitológico que simboliza la relación existente entre nuestro ego y nuestro alter ego, entre la persona y la sombra.
Pero ambos aspectos constituyen una totalidad completa y, por ello, cualquier movimiento que apunte hacia la integración de los distintos contenidos que pueblan nuestro Yo alienado nos aproxima a la totalidad.

La sombra de los demás acicatea de continuo el proceso moral de construcción del ego y de la sombra del niño. De este modo, en la infancia aprendemos a esconder lo que ocurre bajo el umbral de nuestra conciencia para parecer buenos y ser aceptados por las personas que nos importan. La proyección -la transposición involuntaria de tendencias inaceptables inconscientes a otros objetos o personas - cumple así con la función de proporcionar el necesario feedback positivo al frágil ego del niño. Según la analista junguiana Jolande Jacobi «a nadie le gusta admitir su propia oscuridad. Quienes creen que su ego representa la totalidad de su psiquismo, quienes prefieren seguir ignorando sus cualidades reprimidas suelen proyectar sobre el mundo que les rodea "los fragmentos ignorados de su alma"».

Obviamente también puede ocurrir todo lo contrario. Un niño, por ejemplo, puede sentir que jamás cumple las expectativas de sus familiares, asumir una conducta inaceptable para los demás y terminar convirtiéndose en el chivo expiatorio de las proyecciones de su sombra. La llamada oveja negra, por ejemplo, constituye lo que en terapia familiar se denomina paciente identificado, el portador de la sombra de toda la familia.

En la medida en que el ego va afirmándose en la conciencia del niño va configurándose también una máscara -la persona- el semblante que exhibimos ante el mundo, el rostro que refleja lo que creemos ser y lo que los demás creen que somos. La persona satisface así las demandas de nuestro entorno y de nuestra cultura adaptando nuestro ego ideal a las expectativas y valores del mundo en que vivimos mientras que la sombra se convierte en una especie de cubo de la basura que se encarga del trabajo sucio. De este modo, el proceso de formación del ego y de la persona constituye la respuesta natural a la aprobación o descalificación, a la aceptación o censura a que nos somete el entorno en que nos movemos -nuestra familia, nuestros amigos, nuestros maestros, etcétera.

El hogar familiar es el escenario natural en el que se tiene lugar este proceso, un proceso en el que la sombra de los distintos miembros de la familia influye poderosamente en la configuración del nuevo Yo enajenado, sobre todo en el caso de que el grupo familiar no reconozca sus propios elementos oscuros o cuando todos los elementos de la familia estén de acuerdo en ocultar la sombra de un miembro especialmente poderoso, débil o querido de la familia.

El proceso de creación de la sombra es inevitable y universal. Nos hace ser quienes somos y nos induce a trabajar con la sombra para poder llegar a ser quienes, en realidad somos.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 10


6. EL DESCUBRIMIENTO DE
LA SOMBRA EN LA VIDA
COTIDIANA
William A. Miller

Existen por lo menos cinco eficaces métodos de observarnos a nosotros mismos y aprender algo sobre nuestra sombra: 1) solicitar el feedback de los demás; 2) desvelar el contenido de nuestras proyecciones; 3) examinar los «lapsus» verbales y conductuales que cometemos e investigar lo que ocurre cuando los demás nos perciben de modo diferente a como lo hacemos nosotros; 4) investigar nuestro sentido del humor y nuestras identificaciones y 5) analizar nuestros sueños, ensueños y fantasías.

Solicitar el feedback de los demás

 El feedback que nos proporcionan los demás, la descripción que pueden hacer sobre cómo nos ven, constituye una de las formas más eficaces de tomar conciencia de nuestra sombra personal.
Desafortunadamente, sin embargo, el simple hecho de pensar en ello nos hace sentir amenazados y preferimos seguir creyendo que los demás nos ven del mismo modo en que nos vemos nosotros.
Las personas que nos conocen bien se hallan en una posición privilegiada para ayudarnos a descubrir nuestras facetas más oscuras. Estamos refiriéndonos, claro está, a nuestra esposa, a alguien que nos importe realmente, los amigos íntimos, los socios o los compañeros de trabajo.

Paradójicamente, sin embargo, no parecemos estar muy dispuestos a escuchar lo que puedan decirnos estas personas -que potencialmente son las más adecuadas a nuestro interés - y justificamos nuestra falta de atención con el pretexto de que son subjetivos, están proyectando o tienen intereses en el asunto. Obviamente, resulta mucho menos peligroso escuchar a un extraño que a alguien que nos conoce bien pero no olvidemos tampoco que la descripción que pueden brindarnos aquéllos no será tan exacta como la que puedan ofrecernos estos últimos.
Si soy sincero conmigo mismo, debería interesarme por lo que me dicen los demás -sea lo que fuere- a este respecto. De modo que cuando la opinión de varias personas sea coincidente haría bien en tomar nota de sus observaciones -esté o no de acuerdo con ellos- y dedicarme a examinarlas con detenimiento.

Analizar nuestras propias proyecciones

Una segunda forma, de aproximarnos a la sombra personal consiste en examinar nuestras proyecciones.
La proyección es un mecanismo inconsciente que acontece cuando se activa un rasgo o una característica de nuestra personalidad que permanece desvinculada de nuestra conciencia. Como resultado de la proyección inconsciente percibimos este rasgo en la conducta de los demás y
reaccionamos en consecuencia. Así vemos en ellos algo que forma parte de nosotros mismos pero que no reconocemos como propio.

Las proyecciones pueden ser tanto negativas como positivas. La mayor parte del tiempo, sin embargo, lo que vemos en los demás son aquellos atributos que nos desagradan de nosotros mismos. Por consiguiente, para descubrir los elementos de la sombra debemos examinar qué rasgos, características y actitudes nos molestan de los demás y en qué medida nos afectan.

La manera más sencilla de llevar adelante este trabajo consiste en hacer una lista de las cualidades que nos desagradan de los demás como, por ejemplo, la vanidad, el mal humor, el egoísmo, la mala educación, la avaricia, etcétera. Una vez hecha la lista -que probablemente será muy larga- debemos seleccionar aquellas características que más odiemos, aborrezcamos o despreciemos. Por más difícil que nos resulte de creer -y aún más de asumir- este inventario final nos mostrará una imagen fidedigna de nuestra propia
sombra personal.

Obviamente no todas nuestras críticas son proyecciones de rasgos propios indeseables pero cuando nuestra crítica sea desproporcionada o excesiva podemos estar seguros de que algo inconsciente ha sido estimulado y reactivado.

Debemos comprender que nuestra sombra contiene tanto cualidades positivas
como cualidades negativas. En este sentido, también resulta sumamente interesante enumerar las cualidades que más admiremos en los demás. Así, por ejemplo, cuando nos escuchemos decir: «Yo nunca podré ser así» haríamos bien en analizar esos rasgos porque es muy probable que formen parte de nuestra Sombra Dorada.

Examinar nuestros «lapsus»

Un tercer método para explorar nuestra sombra personal consiste en examinar los «lapsus linguae», los lapsus conductuales y las percepciones equivocadas. Los lapsus linguae son aquellas equivocaciones involuntarias que nos ponen en un aprieto. La sombra, que es en parte todo aquello que queremos ser - pero que no nos atrevemos a ser-, constituye el escenario más apropiado para la manifestación de este tipo de fenómenos.

Justificaciones tales como «esto es lo último que hubiera querido decir» o «no
puedo creer que yo haya dicho eso» demuestran que si bien la conciencia es la que propone la sombra es la que suele terminar disponiendo.

Existe otro tipo de lapsus en los que nos presentamos de manera diferente a cómo pretendemos. Un conferenciante, por ejemplo, que intenta ofrecer un aspecto simpático ante su audiencia puede descubrir luego, sorprendido, que los demás le han visto como «alguien muy sarcástico»; una mujer recatada y tímida puede sentirse incómoda en una fiesta ante la conducta de los
hombres y ser, al mismo tiempo, totalmente inconsciente de su propio coqueteo y un hombre que ha sido invitado a dar una breve charla de homenaje a un colega en una comida puede quedarse pasmado cuando
su esposa le censura lo «amablemente despectivos» que han sido sus comentarios.

Tales situaciones -tan conocidas, por otra parte, por todos nosotros- nos ofrecen la oportunidad de bucear en nuestro interior y salir beneficiados de ese viaje. En nuestra mano está el hacerlo o no hacerlo. Podemos reírnos de esos lapsus, mantenernos a la defensiva, racionalizarlos o esconderlos bajo la alfombra, pero sólo afrontarlos nos permitirá descubrir la oscuridad que se oculta en nuestra sombra, profundizar en nuestro propio autoconocimiento y poner fin a esos embarazosos, inoportunos y, en ocasiones , hasta destructivos «deslices».

Investigar nuestro sentido del humor y nuestras identificaciones

Un cuarto método para acceder a la sombra personal consiste en investigar nuestro sentido del humor y las respuestas que suscita en nosotros el humor. La mayoría de nosotros sabe que el sentido del humor suele evidenciar mucho más de lo que se ve a simple vista. De hecho, quien habla en esas
ocasiones suele ser la misma sombra. Por otra parte, quienes rechazan y reprimen a la sombra suelen carecer de sentido del humor y se divierten con muy pocas cosas.

Sabemos que es de mal gusto disfrutar con el dolor y el infortunio de los demás pero nos resultan muy divertidas las caídas de alguien que patina por vez primera sobre el hielo. En los albores de la historia del cine una de las escenas que más hacían disfrutar al público era el clásico resbalón sobre una cáscara de plátano. Nos reímos a carcajada limpia del cómico que nos cuenta sus adversidades. En todas estas situaciones el humor evoca risa como expresión de nuestro sadismo reprimido. No cabe la menor duda de que lo que despierta nuestro sentido del humor, aquello que nos resulta especialmente divertido puede contribuir a aumentar nuestro autoconocimiento.

En los acontecimientos deportivos -especialmente en las competiciones- podemos observar fácilmente la magnitud e intensidad de la sombra. En este ámbito son alentadas e incluso aplaudidas conductas que en otro entorno resultarían censurables e incluso condenables. Ahí personas afables en otras circunstancias pueden gritar afirmaciones rayanas en la inducción al asesinato.

Analizar nuestros sueños, ensueños y fantasías

El estudio de los sueños, ensueños y fantasías nos proporciona un último camino para tomar contacto con nuestra sombra personal. Aunque digamos lo contrario todos nosotros soñamos, ensoñamos y fantaseamos y si prestamos atención a esas actividades podremos aprender muchas cosas sobre nuestra sombra y sobre sus contenidos.

Cuando la sombra aparece en nuestros sueños asume el aspecto de una figura de nuestro mismo sexo. En el sueño reaccionamos ante ella con miedo, desagrado o disgusto, igual que lo haríamos ante alguien a quien consideráramos inferior. En los sueños huimos de la sombra, la evitamos y frecuentemente experimentamos que nos persigue. La sombra también puede aparecer como una figura difusa a la que tememos y de la que intuitivamente escapamos. Nuestra tendencia habitual ante la sombra consiste en evitarla del mismo modo que solemos hacerlo en la vida consciente.

Pero esta figura es nuestra propia sombra -o un aspecto significativo de ella- por consiguiente, la actitud más adecuada será la de afrontarla y descubrir qué es y qué pretende. Debemos observar sus acciones, sus actitudes y sus palabras (en el caso de que pronuncie alguna). La sombra, a fin de cuentas, encarna dimensiones de nuestro ser que podrían ser conscientes y, por tanto, constituye un yacimiento muy provechoso para nuestro autoconocimiento.

Quizás insistamos en nuestra negativa a aceptar el hecho de que ensoñamos y fantaseamos pero lo cierto es que resulta imposible que la mente se mantenga atenta y concentrada durante toda nuestra vigilia. Por consiguiente: ¿qué pensamos cuando no estamos pensando en nada? ¿Dónde va nuestra mente? ¿Qué imágenes o fantasías pueblan nuestro pensamiento? Nuestros ensueños y nuestras fantasías pueden ser tan extrañas y contrarias a nosotros que hasta pueden resultar aterradoras. No se trata de algo que estemos dispuestos a admitir fácilmente ante los demás y, en muchas ocasiones, ni siquiera las aceptamos ante nosotros mismos.

Pero negar su existencia es perder otra oportunidad de conocernos a nosotros mismos. En   fantasías y en nuestros ensueños cotidianos podemos descubrir pensamientos, proyectos, deseos y sueños que somos incapaces de aceptar a un nivel consciente. Suelen ser fantasías de violencia, poder, riqueza y sexo. Son ensueños de abundancia en los que conseguimos lo imposible. Una vez más, la sombra se halla dispuesta a compartir su patrimonio si la aceptamos y reflexionamos sobre ella.

Concluiremos diciendo que nadie puede tomar por nosotros la decisión de afrontar el mundo de nuestra sombra personal. Por otra parte, cada uno de nosotros tiene una vía de acceso diferente y debe seguir su propio camino. Pero aunque no exista un procedimiento universal para emprender este viaje interno al mundo de la sombra, las recomendaciones que hemos presentado en este capítulo pueden resultar de mucha utilidad.   

viernes, 22 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 9



5. LA ACTUALIZACIÓN
DE LA SOMBRA
EN LOS SUEÑOS
Marie-Louise von Franz

La sombra no constituye la totalidad de nuestra personalidad inconsciente sino que tan sólo representa aquellos atributos o cualidades desconocidos o poco conocidos del ego, aspectos que pertenecen, en su mayoría, a la esfera personal pero que también podrían ser conscientes. En algunos casos la sombra también contiene factores colectivos procedentes del exterior de la vida personal del individuo.
Cuando un individuo intenta ver su sombra se da cuenta -y también suele avergonzarse- de descubrir cualidades e impulsos que niega en sí mismo pero que ve con mucha claridad en los demás como el egoísmo, la pereza mental, la indolencia; las fantasías, los planes, y las fabulaciones irreales; la negligencia y la cobardía; la avidez exagerada por el dinero y las
posesiones, en suma, todos aquellos pecados veniales de los cuales podríamos perfectamente decir: «Eso no importa, nadie se dará cuenta y, en cualquier caso, lo hace todo el mundo».

Cuando nos enfadamos desproporcionadamente por el reproche de un amigo podemos estar completamente seguros de que tras nuestro enfado se oculta una parte de nuestra sombra de la que no somos conscientes. Obviamente es natural sentirse molesto cuando alguien «que no es particularmente mejor que nosotros» nos critique por los errores cometidos por nuestra sombra. Pero ¿qué podríamos decir en el caso de que fueran nuestros propios sueños, -una especie de juez interno de nuestro propio ser- los que nos criticasen? En ese caso el ego normalmente calla y mantiene un embarazoso silencio.

Debe empezar una la lenta y dolorosa tarea de autoeducación, una labor a la que perfectamente podríamos equiparar como un equivalente psicológico de los trabajos de Hércules. Recordemos que el primer trabajo de este infortunado héroe fue el de limpiar en un día los establos de Augias, unos establos repletos del estiércol de cientos de rebaños durante decenios enteros, una tarea tan desmedida que hubiera cortado el aliento de cualquier mortal con solo pensar en ella.

La sombra no sólo se manifiesta mediante omisiones sino que también lo hace en forma de actos impulsivos involuntarios. Antes de que nos demos cuenta siquiera irrumpe un comentario malicioso, se descubre el pastel, tomamos la decisión equivocada y nos vemos enfrentados a situaciones que jamás pretendimos ni deseamos conscientemente.

Por otra parte, la sombra se contagia colectivamente con más facilidad que la personalidad consciente. Cuando un hombre está solo, por ejemplo, se siente relativamente bien pero tan pronto como «los demás» hacen cosas incomprensibles o primitivas, comenzamos a temer que si no nos unimos a ellos nos considerarán tontos. De ese modo abrimos paso a impulsos que realmente no nos pertenecen.
 La sombra de una persona del sexo opuesto generalmente nos resulta mucho menos molesta y por ello estamos mucho más predispuestos a perdonarla. Entre personas de nuestro mismo sexo padecemos mucho más los efectos de la sombra.

En consecuencia con lo dicho anteriormente, en los sueños y en los mitos la sombra asume generalmente la apariencia de una persona del mismo sexo que el soñador. El siguiente sueño puede servirnos de ejemplo al respecto. El soñante era un hombre de cuarenta y ocho años que intentó vivir por y para sí mismo, trabajando dura y disciplinadamente, reprimiendo el placer y la espontaneidad más allá de lo que convenía a su verdadera naturaleza.
Era propietario y ocupante de una gran mansión en la ciudad de la que desconocía algunas partes.
Resolví dar una vuelta por la casa y encontré, especialmente en el sótano, varias habitaciones -de las cuales ignoraba incluso la existencia- que tenían puertas de salida que conducían a otros sótanos y a calles subterráneas. Cuando descubrí que muchas de ellas estaban abiertas y carecían incluso de cerradura comencé a inquietarme. Además, en las inmediaciones había obreros que fácilmente podrían haberse introducido en la casa...

Cuando regresé a la planta baja también descubrí diferentes salidas a la calle o a las casas contiguas. Luego, cuando estaba examinándolas más de cerca se me acercó un hombre riendo a carcajadas gritando que éramos viejos compañeros de escuela. Yo también le recordé y, mientras me contaba su vida, le acompañé hasta la salida y dimos un paseo por las inmediaciones.
Paseamos por una enorme calle circular y llegamos a un prado verde en el que había un extraño claroscuro en el aire cuando, de repente, tres caballos al galope pasaron junto a nosotros. Eran animales hermosos, fuertes, bien domados y nadie los cabalgaba. (¿Se habrán escapado de algún cuartel? -pensé.)

El laberinto de pasadizos, habitaciones y puertas abiertas del sótano nos recuerda la antigua representación egipcia del mundo subterráneo, un símbolo muy conocido del inconsciente y de sus capacidades ignotas. También constituye una representación explícita de la forma en que nuestra sombra inconsciente permanece «abierta» a la influencia de elementos misteriosos y ajenos procedentes del exterior. Podríamos decir que el sótano simboliza los cimientos del psiquismo del soñante. En el patio trasero del extraño edificio -que representa un paisaje psíquico que permanece todavía inexplorado por la personalidad del soñante- aparece de repente un antiguo compañero de escuela. Esta persona encarna, evidentemente, otra faceta del soñante, un aspecto que formó parte de su infancia pero que perdió y olvidó en algún momento de su vida. Es frecuente que nuestros rasgos infantiles -alegría, irascibilidad o confianza, por ejemplo - desaparezcan repentinamente sin saber siquiera dónde o cómo se fueron. Son precisamente estas cualidades extraviadas del soñante las que ahora retornan -del patio trasero - e intentan reanudar su amistad.

También es muy probable que esta figura represente el aspecto reprimido extravertido de la vida del soñante y su capacidad de disfrutar de la vida.
Pronto comprendemos el motivo del desasosiego que experimentó nuestro sujeto precisamente antes de encontrarse con este viejo y aparentemente inofensivo amigo. Mientras pasean contemplan juntos el galope de los caballos. El soñante piensa que quizás hayan escapado de algún cuartel -es decir, de la disciplina consciente que hasta entonces había caracterizado su vida-. El hecho de que los caballos no llevaran jinete simboliza así que los impulsos instintivos han escapado del control consciente y se han desbocado.

En esta vieja amistad y en los caballos reconocemos toda la energía de la que el soñante carecía y que tanto necesitaba.
Este es un tema recurrente en los encuentros con «el otro lado». Bajo una apariencia aparentemente integrable la sombra suele contener valores imprescindibles para la conciencia. Los pasadizos y la aparente magnitud de la mansión de este sueño ilustran también con claridad el hecho de que el soñante desconoce todavía las dimensiones de su psiquismo y de que existen aposentos completamente ignorados.

La sombra que aparece en este sueño es típica de un introvertido, de un hombre que tiende a retraerse demasiado de la vida exterior. En el caso de un extrovertido, de alguien que tendiera hacia los objetos y la vida exterior, la sombra asumiría sin duda características inconfundiblemente distintas.

Un joven muy vital y emprendedor tuvo, al mismo tiempo que acometía una nueva empresa, una serie de sueños que le incitaban a concluir la obra creativa que estaba iniciando. Veamos uno de esos sueños:
Una persona yace tendida en la cama con la sábana cubriéndole el rostro. Es un francés, un hombre desesperado al que no le importaría nada cometer un delito. Un oficial me acompaña escaleras abajo y sé que ha tramado algo contra mí, concretamente que el francés me mate en la primera ocasión. (Esto, al menos, es lo que me parece.) Efectivamente, cuando salgo el francés sale tras de mí pero yo permanezco muy atento y vigilante. De pronto un hombre alto y con apariencia de triunfador se apoya contra la pared como si se hallara enfermo. Rápidamente aprovecho la ocasión para clavar un puñal en el corazón del oficial. «Sólo se nota un poco de humedad» -dice, a modo de comentario. Muerto ya el oficial que daba las órdenes al francés me encuentro a salvo. (Probablemente el oficial y el triunfador son la misma persona.)

El hombre desesperado representa el aspecto reprimido del soñante -su introversión - un aspecto que se halla en estado de ruina total. Permanece tendido en la cama (es decir, está pasivo) y se cubre el rostro porque desea que lo dejen solo. Por su parte, el oficial y el hombre alto y próspero (representados por la misma persona) encarnan la responsabilidad y actividad externa exitosa del soñante.
El súbito ataque que parece padecer el triunfador está relacionado con la misma biografía del soñante que había enfermado muchas veces cuando permitía que su energía dinámica se descargara impulsivamente en el mundo externo. Pero este triunfador no tiene sangre en las venas (sólo una especie de humedad) lo que significa que sus ambiciosas actividades externas carecen de vida y de pasión, son simples mecanismos. Por ello matar al hombre triunfador no supone ningún tipo de pérdida.
Al final del sueño el francés parece satisfecho. Esta figura representa un aspecto positivo de la sombra que se ha convertido en algo negativo y peligroso a causa de la desaprobación consciente del soñante.

Este sueño nos muestra que la sombra contiene elementos muy diversos como, por ejemplo, la ambición inconsciente (el triunfador) y la introversión (el francés). Esta asociación particular con el francés estaba basada, además, en el hecho de que ambos eran muy diestros en el manejo de los asuntos amorosos.

 Por consiguiente, las dos figuras de la sombra representan también dos impulsos muy conocidos: poder y sexo. El impulso de poder aparece momentáneamente en una doble forma: el oficial y el triunfador.
Ambos sirven al impulso de poder aunque el oficial, un funcionario del estado, simboliza la adaptación colectiva mientras que el triunfador denota la ambición. Cuando el soñante logra contener este peligroso impulso que brota de su interior, el francés deja de ser hostil. En otras palabras, el aspecto igualmente peligroso del impulso de sexo también ha sido arrinconado.

El problema de la sombra representa un papel muy importante en todo conflicto político. Si nuestro soñante ignorara completamente su sombra no debería extrañarnos nada que hubiera identificado fácilmente al francés con los «peligrosos comunistas» de la vida exterior y al oficial y al triunfador con los «insaciables capitalistas». Esta es la forma habitual en la que solemos eludir los elementos conflictivos que se hallan en nuestro interior.

El fenómeno de la «proyección» consiste en advertir en el exterior nuestras propias tendencias inconscientes. La agitación política que sacude el mundo y el mezquino cotilleo se da entre grupos pequeños está plagada de proyecciones. La proyección oscurece nuestra visión del mundo, destruye nuestra objetividad y siembra de dificultades las relaciones que mantenemos con los demás.

Existe además un inconveniente adicional en el fenómeno de la proyección de la sombra. Cuando identificamos nuestra sombra, pongamos por caso, con los comunistas o con los capitalistas, una parte de nuestra personalidad permanece en el lado opuesto. El hecho es que continua -aunque involuntariamente- haremos cosas a nuestras espaldas que apoyarán al adversario y, por tanto, inconscientemente estaremos de su lado. Si, por el contrario, nos damos cuenta de nuestras proyecciones y podemos aceptarlas sin miedo ni hostilidad, tratando con tacto a los demás, existe la posibilidad de llegar a un entendimiento o, por lo menos, de conseguir una tregua.

Convertir a la sombra en amigo o enemigo depende, en gran medida, de nosotros mismos. Como muestran los dos sueños que acabamos de considerar -el de la casa desconocida y el del francés desesperado- la sombra no tiene porqué terminar convirtiéndose en un contrincante. De hecho, con la sombra ocurre lo mismo que con cualquier otro ser humano: a veces cedemos, otras resistimos y otras somos amorosos según lo requiera la circunstancia. La sombra sólo se convierte en algo hostil cuando la ignoramos y no la tenemos en cuenta.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 8

3. LA SOMBRA EN LA
HISTORIA Y LA LITERATURA
Anthony Stevens

A lo largo de la historia de la cristiandad el miedo a «caer» en la iniquidad se ha expresado como temor a «ser poseído» por los poderes de la oscuridad. Los cuentos de vampiros y de hombres lobo -que posiblemente han acompañado a la historia de la humanidad desde tiempos ancestrales y cuya versión más reciente es el Conde Drácula de Bram Stoker despiertan, al mismo tiempo, nuestra fascinación y nuestro horror.

Quizás el ejemplo más famoso de posesión nos lo proporcione la leyenda de Fausto quien, hastiado de llevar una virtuosa existencia académica, termina sellando un pacto con el mismo diablo. Hasta ese momento Fausto se había consagrado a una búsqueda denodada del conocimiento que terminó conduciéndole a un desarrollo unilateral de los aspectos intelectuales de su personalidad -con la consiguiente represión y «destierro» al inconsciente de gran parte del potencial de su Yo. Como sucede habitualmente en tales casos la energía psíquica reprimida no tardó en reclamar su atención.

Desafortunadamente, sin embargo, Fausto no entabló un diálogo con las figuras que emergen de su inconsciente ni se ocupó de llevar a cabo un paciente autoanálisis que le permitiera asimilar la sombra, sino que se abandonó, «cayó» y «terminó siendo poseído».
El problema es que Fausto creía que la solución a sus dificultades consistía en «más de lo mismo» -es decir, adquirir todavía más conocimiento - con lo cual no hizo más que perseverar obstinadamente en el viejo patrón neurótico. Cuando Fausto «personificó» a la sombra quedó fascinado por su numinosidad y, como sucedió también en el caso del Dr. Jekyll -otro intelectual aquejado de un problema similar sacrificó a su ego y sucumbió al hechizo de la sombra. A consecuencia de este error ambos cayeron en una situación temida por todos: Fausto terminó convirtiéndose en un bebedor y un libertino y Jekyll se transformó en el monstruoso Mr. Hyde.

En cierto sentido, la atracción que ejercen las figuras de Fausto y Mefisto -o de Jekyll y Hyde- dimana del hecho de que ambos encarnan un problema arquetípico y asumen la empresa heroica de llevar a cabo algo que el resto de los seres humanos eludimos constantemente. Nosotros, como Dorian Gray, optamos por mantener ocultas nuestras cualidades negativas -en la esperanza de que nadie descubrirá su existencia- mientras mostramos un rostro inocente al mundo (la persona); creemos que es posible vencer a la sombra, despojarnos de la ambigüedad moral, expiar el pecado de Adán y -de nuevo Uno con Dios retornar al Jardín del Paraíso. Por ello inventamos Utopías, Eldorados o Shangrilas -lugares en los que la maldad es desconocida- por ello nos consolamos con la fábula marxista o rousseauniana de que el mal no se aloja en nuestro interior sino que es fruto de una sociedad «corrupta» que nos mantiene encadenados y que basta con cambiar a la sociedad para erradicar el mal definitivamente de la faz de la Tierra.

La ansiedad que conllevan todas estas historias no es tanto el temor a ser descubiertos como a que el aspecto oscuro escape de nuestro control. Todos los relatos de ciencia ficción -cuyo prototipo hay que buscarlo en el Frankenstein de Mary Shelley- pretenden despertar el desasosiego del lector.

En nuestro siglo, la necesidad de afrontar los componentes más brutales y destructivos de la sombra se ha convertido en el destino inexcusable de nuestra especie. Si no lo hacemos así, no nos queda esperanza alguna de supervivencia. Este es realmente el problema de la sombra en la actualidad, ésta es -y con motivos- el verdadero origen de la «ansiedad universal» que nos aqueja. «Aún estamos a tiempo de detener el Apocalipsis -declara Konrad Lorenz- pero nuestra acción debe ser inmediata».

Nuestra época está atravesando un momento crítico de la historia de la humanidad y, si no nos aniquilamos a nosotros mismos y a la mayor parte de las especies de la faz de la tierra, la ontogenia terminará triunfando sobre la filogenia. Hacer consciente la sombra se ha convertido en nuestro imperativo biológico fundamental. El peso moral que conlleva esta inmensa tarea es mucho mayor que el que ha podido afrontar cualquier generación pretérita. En la actualidad, el destino del planeta y de todo nuestro sistema solar (ahora sabemos que somos los únicos seres sensibles en él) se halla en nuestras manos. Jung es el único de los grandes psicólogos de nuestra época que nos ha proporcionado un modelo conceptual útil para poder afrontar con éxito esta tarea. Su concepto de sombra sintetiza el trabajo de Adler y de Freud y su demostración de la tendencia del Yo a actualizarse los trasciende a ambos. Sólo podremos evitar la hecatombe si llegamos a un acuerdo consciente con la naturaleza y, en particular, con la naturaleza de la sombra.


lunes, 18 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 7


2. LO QUE SABE LA SOMBRA:
 ENTREVISTA CON JOHN A. SANFORD
D. Patrick Miller

La relación existente entre la sombra y el ego constituye un verdadero problema, un problema que resulta especialmente relevante en la tradición cristiana. Para la Biblia las diferencias existentes entre el bien y el mal son muy claras: en una parte está Dios, que es el bien y en la otra el Diablo, que es el mal. Dios castiga el mal porque desea que el ser humano sea bueno. El Nuevo Testamento sostiene la opinión de que si un individuo cede al mal y lleva a cabo malas acciones su alma inicia un proceso psicológico negativo que termina conduciéndole a la degradación y la destrucción. De acuerdo a ello, el Cristianismo ha promovido el modelo ideal de «ser una buena persona».

Pero la tradición cristiana original reconocía que el mal se halla dentro de cada uno de nosotros, que la oposición y la discordia forma parte integral de cada uno de nosotros. San Pablo, por ejemplo, como buen psicólogo profundo, se daba cuenta de que la sombra se hallaba en su interior, sabía que ésa era su condición, una condición de la que sólo Dios podía salvarle. Por ello dijo: «Porque el bien que quisiera hacer no lo hago, pero el mal que no quisiera hacer lo hago».
Más tarde, sin embargo, esta comprensión profunda se ensombreció y los cristianos terminaron identificándose exclusivamente con el bien y s  dedicaron simplemente a tratar de ser exclusivamente buenos. Pero de ese modo lo único que lograron fue perder rápidamente el contacto con la sombra.

Más tarde -como lamentablemente evidencia la historia de la Edad Media - la Iglesia cometió otro error fatal. A partir de entonces, no sólo eran malas las acciones sino que también lo eran las fantasías y una persona podía ser considerada mala tan sólo por pensar en malas acciones. A partir de ese momento no sólo era pecado el adulterio sino que también lo era pensar en él. Ambos, por tanto, debían ser confesados y perdonados.
Como resultado de todo ello la gente comenzó a negar y a reprimir su vida imaginaria y la sombra fue relegándose cada vez más al mundo subterráneo. De este modo, poco a poco fue abriéndose un verdadero abismo entre el bien y el mal.

El tema de la sombra, pues, no es, en realidad, tan sencillo como parece a simple vista. No se trata simplemente de diferenciar entre el bien y el mal sino que es algo mucho más sutil y complejo.
El elemento femenino podría habernos ayudado a franquear el abismo que parece existir entre la sombra y el ego. La Iglesia Cristiana -que en sus comienzos pareció abanderar una especie de movimiento feminista- muy pronto terminó convirtiéndose en un adalid del patriarcado. De esta manera,
poco a poco el ego y la sombra fueron separándose progresivamente y prepararon el terreno para la aparición del fenómeno que tan bien nos ilustra el relato del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
La historia del Cristianismo es paradigmática a este respecto. Recordemos, si no, cómo los líderes de la Inquisición afirmaban estar haciendo correctamente lo que debían.

Luchar por ser bueno no es más que una pose,es una forma de engañarse uno mismo.
De este modo se desarrolla la persona, la máscara de bondad tras la que intentamos encubrir a nuestro ego. El Dr. Jekyll, por ejemplo, tenía una personalidad muy amable y creía en ella a pies juntillas pero, en realidad, jamás fue una buena persona. Jekyll anhelaba en secreto ser Hyde, pero
nunca quiso desprenderse de la máscara social con la que se había ocultado de la sociedad y de sí mismo. Cuando el brebaje le transformó en su sombra y permitió que ésta saliera a la superficie creyó haber encontrado la respuesta perfecta a su problema, pero entonces era tarde porque su deseo de ser Hyde era ya más fuerte que él.
Es importante comprender la diferencia crucial existente entre la sombra y la verdadera maldad.

Como dijo en cierta ocasión Fritz Kunkel, el secreto es que el mal no hay que buscarlo en la sombra sino en el ego. Para la mayor parte de las personas el mal no radica en alguna instancia arquetípica ubicada más allá del ego sino que precisamente se asienta en él.

Edward C. Whitmont, un analista neoyorquino, ha descrito claramente a la sombra en términos junguianos diciendo que se trata de «todo lo que hemos ido rechazado en el curso del desarrollo de nuestra personalidad por no ajustarse al ego ideal». Si usted ha sido educado en un entorno cristiano en el que el modelo ideal era ser amable, correcto y generoso ha debido reprimir también todas aquellas cualidades que se oponían a esa imagen como la cólera, el egoísmo, las fantasías sexuales, etcétera. Y finalmente todas esas cualidades de las que se ha despojado el individuo se aglutinan en torno a una especie de personalidad secundaria -denominada sombra - que, en el caso de aislarse suficientemente, pueden terminar originando la patología conocida como personalidad múltiple.

Detrás de cualquier caso de personalidad múltiple siempre se halla la sombra. La sombra no siempre es el mal, la sombra es únicamente lo opuesto al ego. Jung dijo que la sombra contiene un noventa por ciento de oro puro. Lo que se ha reprimido encierra una tremenda cantidad de energía y contiene, consecuentemente, un gran potencial positivo. Así pues, por más perturbadora que pueda parecer, la sombra no es intrínsecamente mala. Es más, perfectamente podríamos decir que la negativa del ego a comprender y aceptar la totalidad de nuestra personalidad es más responsable que la misma sombra en la etiología del mal.
La sombra se convierte en algo dañino porque el ego proyecta su propio mal sobre ella.

Si volvemos a ese documento psicológico que se conoce con el nombre de Nuevo Testamento, descubriremos que ahí se dice que el diablo es «el padre de la mentira». Ahora bien, la sombra nunca miente sobre sus motivaciones reales. Es el ego el que lo hace. Es por ello que el éxito de cualquier psicoterapia o confesión religiosa auténtica depende de ser totalmente sinceros con nosotros mismos.

La primera vez que vemos claramente a la sombra nos quedamos espantados. Entonces algunos de nuestros sistemas de defensa egocéntricos pueden saltar en pedazos o disolverse por completo. El resultado puede ser una depresión temporal o un enturbiamiento de la conciencia.
Jung equiparaba el proceso de integración -al que llamaba individuación- al proceso alquímico, uno de cuyos estadios, melanosis, implica el ennegrecimiento de todos los componentes alquímicos del crisol. Este estadio, considerado habitualmente por el ser humano como una especie de fracaso, resulta absolutamente esencial y representa, según Jung, el primer contacto con el inconsciente y, por consiguiente, con la sombra.

Para profundizar realmente en la sombra es necesario movilizar lo que Jung denominaba "Yo", -nuestro centro creativo- y cuando ello ocurre la depresión no puede quedar instalada de manera permanente. Después de eso pueden tener lugar numerosos cambios que asumen aspectos notablemente diferentes según el individuo en cuestión. Entonces comienza a emerger lo que Kunkel denominaba el «centro real» de la personalidad y el ego va estableciendo gradualmente una relación más estrecha con ese centro. Entonces es mucho menos probable que la persona se identifique con el mal porque la integración de la sombra siempre corre pareja a la disolución de la falsa persona. Uno se torna mucho más realista porque ve con más claridad la verdad sobré si mismo y la verdad siempre tiene efectos saludables. No debemos olvidar que la sinceridad constituye la mejor defensa contra el verdadero mal y que dejar de mentirse a uno mismo es el mejor de los amuletos.

No terminamos de darnos cuenta de que nosotros no somos los creadores de los contenidos del ego consciente, sino que éstos surgen de otro lugar sin participación consciente de nuestra parte. El ego prefiere creer que es el artífice de todos nuestros pensamientos pero, aunque no nos percatemos de ello, continuamente nos hallamos bajo la influencia del inconsciente.

En nuestros sueños todo cambia con la aparición del ego onírico. Cuando recordamos un sueño automáticamente lo identificamos con el ego onírico, nos referimos a él como «yo» y decimos «tropecé con un oso, luché con él y luego apareció una bailarina», por ejemplo. Pero la diferencia es que el ego onírico sabe cosas que desconoce el ego vigílico. Podemos, por ejemplo, recordar que durante el sueño hemos estado corriendo e ignorar, sin embargo, algo que nuestro ego onírico conoce muy bien: el motivo de nuestra huida.
Cuando el sol se pone, se manifiesta un dominio invisible en nuestra vida vigílica, aparecen las estrellas y descubrimos que no somos más que una estrella de entre las muchas que brillan en el estrellado firmamento de nuestra alma.

En el sueño la sombra constituye un sistema energético poderoso, al menos como el ego. En el ámbito del sueño los elementos del psiquismo son menos diferentes que en vigilia y el ego onírico puede observarlos, convertirse en ellos o ubicarse en un estado intermedio entre las dos posiciones anteriores.

La sombra es siempre un aspecto del ego y sus cualidades pueden haber formado parte de su estructura. También podríamos decir que la sombra es algo así como el hermano -o la hermana- del ego y no necesariamente una figura siniestra. Por último, también es importante recordar que la sombra siempre tiene motivos para hacer lo que hace, motivos relacionado con alguna cualidad reprimida del ego.

No deberíamos tomar a la ligera el tema de la liberación de la sombra. Es necesario que el trabajo de despliegue y liberación de la hostilidad tenga lugar en el contexto seguro de una relación terapéutica -o en cualquier otra situación controlada- para que la sombra pueda expresarse de manera gradual.
Kunkel hizo la misteriosa afirmación de que «en los momentos decisivos Dios está siempre del lado de la sombra, no del ego» ya que la sombra siempre se halla mucho más próxima al impulso creativo.

Ahora bien, el ego no necesariamente sostiene una actitud egocéntrica. En tal caso estaríamos hablando de algo completamente diferente ya que el ego mantiene una relación creativa sana tanto con la sombra como
con el Yo. El proceso de integración no mengua, pues, al ego, sino que simplemente distiende la firmeza de sus fronteras. Entre un ego fuerte y un ego egocéntrico existe una tremenda diferencia ya que el último es
siempre débil. Así pues, el proceso de individuación que nos permite actualizar nuestro propio potencial real no puede tener lugar sin la presencia de un ego fuerte.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 6

1. EL GRAN SACO QUE
TODOS ARRASTRAMOS
Robert Bly

A los dos o tres años de edad todo nuestro psiquismo irradia energía y disponemos de lo que bien podríamos denominar una personalidad de 360°. Un niño corriendo, por ejemplo, es una esfera pletórica de energía. Un buen día, sin embargo, escuchamos a nuestros padres decir cosas tales como:  « ¿Puedes estarte quieto de una vez?» o « ¡ Deja de fastidiar a tu hermano!» y descubrimos atónitos que les molestan ciertos aspectos de nuestra personalidad. Entonces, para seguir siendo merecedores de su amor comenzamos a arrojar todas aquellas facetas de nuestra personalidad que les desagradan en un saco invisible que todos llevamos con nosotros. Cuando comenzamos a ir a la escuela ese fardo ya es considerablemente grande. Entonces llegan los maestros y nos dicen: «Los niños buenos no se enfadan por esas pequeñeces» de modo que amordazamos también nuestra ira y la echamos en el saco.

En la escuela secundaria nuestro lastre sigue creciendo. La paranoia que sienten los adolescentes respecto de los adultos es inexacta pues ahora ya no son sólo estos últimos quienes los oprimen, sino también nuestros mismos compañeros.

Somos una esfera de energía que va menguando con el correr del tiempo y al llegar los veinte años no queda de ella más que una magra rebanada. Imaginemos a un hombre de unos veinticuatro años cuya esfera ha enflaquecido hasta el punto de convertirse en una escuálida loncha de energía (el resto está en la bolsa). Ese par de lonchas -que ni siquiera juntas llegan a constituir una persona completa- se unen en una ceremonia denominada matrimonio. No es de extrañar, por tanto, que la luna de miel suponga el descubrimiento de nuestra propia soledad. A pesar de ello, mentimos al respecto y cuando nos preguntan «¿Qué tal ha ido la luna de miel!» no dudamos en responder automáticamente «¡ Extraordinaria! »

Al parecer, pasamos los primeros veinte años de nuestra vida decidiendo qué partes de nosotros mismos debemos meter en el saco y el resto lo ocupamos tratando de vaciarlo. En ocasiones, sin embargo, este intento parece infructuoso porque el saco parece que estuviera cerrado herméticamente.

Todo lo que echamos en esa bolsa regresa e involuciona hacia estadios previos del desarrollo. Supongamos que un joven cierra el saco a los veinte años de edad y no vuelve a abrirlo hasta quince o veinte años más tarde. ¿Qué es lo que ocurrirá entonces cuando abra nuevamente el saco? Lamentablemente, la sexualidad, la violencia, la agresividad, la ira o la libertad que había arrojado al saco habrán sufrido un proceso de regresión y cuando aparezcan de nuevo no sólo asumirán un aspecto rudimentario sino que también mostrarán una manifiesta hostilidad. Es normal que quien abra el saco a los cuarenta y cinco años de edad se atemorice como lo haría quien vislumbrara la amenazadora sombra de un gorila recortándose contra el muro
de un oscuro callejón.

Así pues, cuando nos negamos a aceptar una parte de nuestra personalidad, ésta termina tornándose hostil. Casi podríamos afirmar que es como si se alejara y organizara un motín en contra de nosotros.

Nuestros psiquismos son proyectores naturales y cuando se activan de la manera adecuada, se despliega en el exterior la imagen que durante tantos años habíamos guardado en la oscuridad. De este modo, por ejemplo, la ira que hemos almacenado durante veinte años puede terminar revelándose el día menos pensado; en el rostro de la esposa; una mujer puede descubrir cada noche a un héroe en su marido o, como sucede con Nora en Casa de Muñecas, darse cuenta súbitamente de que su esposo es un tirano.

Pero la proyección -como señala sabiamente Marie -Louise von Franz en algún lugar- también constituye un mecanismo extraordinario. « ¿Por qué tendemos a valorar negativamente la proyección?» -pregunta- «Entre los junguianos decirle a alguien "estás proyectando" se ha convertido en una acusación. Pero hay proyecciones que son útiles e incluso adecuadas».

Marie -Louise von Franz nos recuerda que si no podemos proyectar tampoco podemos conectar con el mundo. En ocasiones las mujeres se quejan que los hombres suelan proyectar sus aspectos femeninos ideales sobre una mujer. Pero si no lo hicieran ¿cómo podría abandonar la casa materna o su habitación de estudiante? El problema no radica tanto en el hecho de proyectar sino en el tiempo que permanecemos proyectando.

Hablemos ahora de los diferentes tipos de saco. Cuantas más cosas echamos en nuestro saco personal, cuanto más repleto se halla, menor es la energía de la que disponemos. Ciertamente hay personas que tienen más energía que otras pero todos poseemos más energía de la que normalmente podemos
utilizar. Si en la infancia arrojamos la sexualidad en el saco o si una mujer se despoja de su masculinidad y la arroja en el costal, desperdicia con ello una gran cantidad de energía. Es razonable, pues, suponer que nuestro saco contiene gran cantidad de energía inaccesible. Si, por ejemplo, consideramos que no somos creativos, es porque hemos arrojado toda nuestra creatividad al saco. ¿Qué significa, pues, decir «Yo no soy creativo» o «Dejemos que lo hagan los expertos»?

Todos nosotros arrastramos nuestro propio saco personal pero cada pueblo, cada grupo humano, arrastra también su propio saco.
Es como si el colectivo tomara la decisión grupal de despojarse de ciertas energías y tratara de entorpecer cualquiera intento de sacarla del saco.
De este modo las comunidades humanas interfieren con nuestro proceso personal y, en este sentido, bien podemos decir que resulta más comprometido vivir en sociedad que permanecer aislado en la naturaleza.

Por otra parte, los odios feroces que en ocasiones se desatan en las pequeñas comunidades humanas pueden facilitar la toma de conciencia del proceso de la proyección. La comunidad junguiana no es una excepción a este respecto y, como todo grupo humano, tiene también su propio saco y suele recomendar a sus miembros que arrojen en él la vulgaridad y el interés económico del mismo modo que la comunidad freudiana suele aconsejarles que se despojen de su vida religiosa.

Existe también un saco nacional y el nuestro es particularmente grande. Rusia y China tienen defectos evidentes para nosotros pero si a un ciudadano norteamericano le interesa conocer el contenido de su saco nacional en un determinado momento no tiene más que escuchar cualquier crítica oficial del Departamento de Estado sobre la Unión Soviética. Según Reagan, nosotros somos honrados, pero los demás países soportan dictaduras ininterrumpidas, tratan brutalmente a las minorías, lavan el cerebro de sus jóvenes y quebrantan los acuerdos. Los rusos, por su parte, pueden descubrir su propio saco nacional leyendo cualquier artículo de Pravda sobre los Estados Unidos. Estamos hablando de un entramado de sombras, de un patrón de interferencias entre sombras proyectadas desde ambos lados que confluyen en algún lugar del espacio. Soy consciente de que con esta metáfora no estoy diciendo nada nuevo sino que tan sólo pretendo señalar claramente la distinción existente entre la sombra personal, la sombra comunitaria y la sombra nacional.

Pero dado que nuestro saco está cerrado y las imágenes permanecen ocultas en la oscuridad sólo podemos percatarnos de su contenido proyectándolo inocentemente -por así decirlo- sobre el mundo. Entonces es cuando las arañas son malignas, las serpientes astutas y los machos cabríos lascivos; entonces los seres humanos son unidimensionales, las mujeres son débiles, los rusos carecen de principios y los chinos parecen iguales. Pero no olvidemos que es precisamente gracias a este artificio engañoso, complejo,
dañino, devastador e inexacto que llegamos a establecer contacto con ese sitio, donde el lodo y el cuervo encuentra un lugar donde posarse.



miércoles, 13 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 5

PRIMERA PARTE


¿QUÉ ES LA SOMBRA?

Cada uno de nosotros proyecta una sombra tanto más oscura y compacta cuanto menos encarnada se halle en nuestra vida consciente. Esta sombra constituye, a todos los efectos, un impedimento inconsciente que malogra nuestras mejores intenciones.
C. G. JUNG

Introducción:

Todo lo que posee substancia posee también una sombra. El ego se yergue ante la sombra como la luz ante la oscuridad. Por más que queramos negarlo somos imperfectos y quizás sea precisamente la sombra -las cualidades que no aceptamos de nosotros mismos, como la agresividad, la vergüenza, la culpa y el sufrimiento, por ejemplo - la que nos permita acceder a nuestra propia humanidad.

¿Pero somos nosotros los que poseemos una sombra o acaso es la sombra la que nos posee a nosotros? Carl G. Jung formuló esta misma pregunta como una adivinanza cuando dijo: «¿Cómo puedes encontrar a un león que te ha devorado?» La sombra es, por definición, inconsciente y, por consiguiente, no siempre es posible saber si estamos o no sometidos al dominio de alguno de los contenidos de nuestra sombra.

Para poder descubrir a la sombra en nuestra vida cotidiana, para poder aceptarla y poner así fin al control compulsivo que suele ejercer sobre nosotros, es necesario, antes que nada, tener un conocimiento global sobre el fenómeno. El concepto de sombra se deriva de los hallazgos de Sigmund Freud y Carl G. Jung. Este último se refirió a los descubrimientos de su predecesor como el análisis más profundo y minucioso del abismo existente entre los aspectos luminosos y oscuros de la naturaleza humana.

La sombra sólo es negativa desde el punto de vista de la conciencia. No se trata -como insistía Freud- de algo inmoral e incompatible con nuestra personalidad consciente sino que, por el contrario, contiene cualidades que poseen potencialmente una extraordinaria trascendencia moral. Esto resulta
particularmente cierto -decía Frey-Rohn- cuando contiene cualidades que la sociedad valora positivamente pero que el individuo considera como algo inferior.

En 1945 Jung definió a la sombra como lo que una persona no desea ser. «Uno no se ilumina imaginando figuras de luz -afirmó- sino haciendo consciente la oscuridad, un procedimiento, no obstante, trabajoso y, por tanto, impopular».
Hoy en día la sombra se refiere a aquella parte del psiquismo inconsciente contiguo a la conciencia aunque no necesariamente aceptado por ella. De este modo, la personalidad de la sombra, opuesta a nuestras actitudes y decisiones conscientes, representa una instancia psicológica negada que mantenemos aislada en el inconsciente donde termina configurando una especie de personalidad disidente. Desde este punto de vista la sombra es pues una especie de compensación a la identificación unilateral de nuestra mente consciente con aquello que le resulta aceptable.

Para Jung y sus seguidores la psicoterapia constituye un ritual de renovación que nos permite acercar e integrar en la conciencia la personalidad de la sombra, reducir su potencial inhibidor o destructor y liberar la energía positiva de la vida que se halla atrapada en ella.
A lo largo de su dilatada y prominente carrera Jung se ocupó también de los problemas de la destructividad personal y de la maldad colectiva. Sus investigaciones terminaron demostrando que el hecho de afrontar la sombra y el mal es, en última instancia, un «secreto individual» equiparable al de experimentar a Dios, una experiencia tan poderosa que puede transformar completamente la vida de una persona.

Jung definió a la sombra -junto al Yo (el centro psicológico del ser humano) y al anima y al animus (las imágenes ideales internalizadas del sexo opuesto, la imagen del alma en cada persona)- como uno de los principales arquetipos del inconsciente colectivo. Los arquetipos son las estructuras innatas y heredadas -las huellas dactilares psicológicas, podríamos decir- del inconsciente que compartimos con todos los seres humanos y terminan prefigurando nuestras características, nuestras cualidades y nuestros rasgos personales. Los arquetipos constituyen, pues, las fuerzas psíquicas dinámicas del psiquismo humano.

Según el analista Erich Neumann: «El Yo descansa oculto en la sombra, ella es quien custodia la puerta, el guardián del umbral. Así pues sólo podremos llegar a recuperar completamente nuestro Yo y alcanzar la totalidad reconciliándonos con la sombra y emprendiendo el camino que se halla detrás de ella, detrás de su sombría apariencia».

lunes, 11 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 4

¿Qué se puede hacer?

¿Pero qué es, en realidad, lo que podemos hacer con todo esto? La mayor parte de las personas destierran directamente las cualidades inaceptables e inmoderadas a la sombra inconsciente o las expresan en sus conductas más oscuras. De este modo, sin embargo, los excesos no desaparecen sino que terminan transformándose en síntomas tales como los sentimientos y las acciones profundamente negativas, los sufrimientos neuróticos, las enfermedades psicosomáticas, las depresiones y el abuso de drogas, por ejemplo.

El hecho es que cuando sentimos un deseo muy intenso y lo relegamos a la sombra ,opera desde ahí sin tener en cuenta a los demás; cuando estamos muy hambrientos y rechazamos ese impulso terminamos atormentando a nuestro cuerpo comiendo y bebiendo en exceso; cuando sentimos una aspiración elevada y la desterramos a la sombra nos condenamos a la búsqueda de gratificaciones substitutas instantáneas o nos entregamos a actividades hedonistas tales como el abuso de alcohol o drogas. La lista podría ser interminable pero lo cierto es que podemos observar por doquier los excesos del crecimiento desmesurado de la sombra:

· La amoralidad de la ciencia y la estrechísima colaboración existente entre el mundo de los negocios y la tecnología pone en evidencia nuestro deseo incontrolado de aumentar nuestro conocimiento y nuestro dominio sobre la naturaleza.
· El papel distorsionado y codependiente de quienes se dedican a las profesiones de ayuda y la codicia de médicos y empresas farmacéuticas que se manifiesta en la compulsión farisaica a ayudar y curar a los demás.
· La apatía del trabajo alienante, la rápida obsolescencia generada por la automatización y la hubris del éxito se expresan en la aceleración y deshumanización de los trabajos.
· El interés desmesurado en la maximización de los beneficios y el progreso que se evidencian en el crecimiento a ultranza del mercantilismo.
· El consumismo, el abuso de la publicidad, el derroche y la polución desenfrenada nos revelan el grado de materialismo hedonista existente en nuestra sociedad.
· El narcisismo generalizado, la explotación personal, la manipulación de los demás y el abuso de mujeres y niños evidencia el deseo de controlar las dimensiones innatamente incontrolables de nuestra propia vida.
· La obsesión por la salud, las dietas, los medicamentos y la longevidad a cualquier precio testimonia nuestro permanente miedo a la muerte.

Estas facetas oscuras impregnan todos los estratos de nuestra sociedad y las soluciones que suelen ofrecerse a los excesos de la sombra colectiva, no hacen más que agravar el problema. Consideremos, por ejemplo, las atrocidades cometidas por el fascismo y el autoritarismo en Europa -intentos reaccionarios de solucionar el desorden social, la decadencia y la permisividad de la época o el moderno resurgimiento del fundamentalismo religioso y político que se extiende por doquier y que, en palabras de W. B. Yeats,ha «desatado la anarquía sobre el mundo».
A esto se refería Jung cuando decía: «Hemos olvidado ingenuamente que bajo el mundo de la razón descansa otro mundo. Ignoro lo que la humanidad deberá soportar todavía antes de que se atreva a admitirlo».

Hoy en día el mundo se mueve en dos direcciones aparentemente opuestas, una de ellas se aleja de los regímenes fanáticos y totalitarios mientras que otra se dirige hacia ellos. Ante tales fuerzas nos sentimos impotentes o experimentamos una sensación de culpabilidad por nuestra complicidad inconsciente en la situación en que se halla inmerso nuestro mundo. Hace ya más de medio siglo que Jung describió explícitamente la naturaleza de este vínculo: «La voz interna pertenece a la conciencia cualesquiera sean los sufrimientos de la totalidad -sea cual fuere la nación o la humanidad de la que formemos parte. El mal se presenta pues en forma individual y debemos comenzar suponiendo que sólo constituye un rasgo del carácter individual».

Sólo disponemos de una forma de protegernos de la maldad humana representada por la fuerza inconsciente de las masas: desarrollar nuestra conciencia individual. Si desperdiciamos esta oportunidad para aprender o fracasamos en actualizar lo que nos enseña el espectáculo de la conducta humana perderemos nuestra capacidad de cambiarnos a nosotros mismos y, consecuentemente, de cambiar también al mundo. El mal permanecerá siempre con nosotros lo cual no significa, sin embargo, que debamos tolerar sus desmesuradas consecuencias.
En 1959 Jung dijo: «Es inminente un gran cambio en nuestra actitud psicológica. El único peligro que existe reside en el mismo ser humano. Nosotros somos el único peligro pero lamentablemente somos inconscientes de ello. En nosotros radica el origen de toda posible maldad».
Walt Kelly, el dibujante de Pogo, dijo simplemente: «Hemos encontrado al enemigo, somos nosotros mismos». Hoy en día debemos renovar el significado psicológico de la idea de poder individual. La frontera para enfrentarnos a la sombra se halla -hoy como siempre - en el interior del individuo.

Recuperar la sombra

El descubrimiento de la sombra tiene por objeto fomentar nuestra relación con el inconsciente y expandir nuestra identidad compensando, de ese modo, la unilateralidad de nuestras actitudes conscientes con nuestras profundidades inconscientes.
Según el novelista Tom Robbins «descubrir la sombra nos permite estar en el lugar correcto del modo correcto». Cuando mantenemos una relación correcta con la sombra el inconsciente deja de ser un monstruo diabólico ya que, como señalaba Jung, «la sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención».

Cuando mantenemos una relación adecuada con la sombra reestablecemos también el contacto con nuestras capacidades ocultas. El trabajo con la sombra -un término acuñado para referimos al esfuerzo constante por desarrollar una relación creativa con la sombra- nos permite:

· Aumentar el autoconocimiento y, en consecuencia, aceptamos de una manera más completa.
· Encauzar adecuadamente las emociones negativas que irrumpen inesperadamente en nuestra vida cotidiana.
· Liberamos de la culpa y la vergüenza asociadas a nuestros sentimientos y acciones negativas.
· Reconocer las proyecciones que tiñen de continuo nuestra opinión de los demás.
· Sanar nuestras relaciones mediante la observación sincera de nosotros mismos y la comunicación directa.
· Y utilizar la imaginación creativa -vía sueños, pintura, escritura y rituales - para hacernos cargo de nuestro yo alienado.

Quizás... quizás de ese modo dejemos de oscurecer la densidad de la sombra colectiva con nuestras propias tinieblas personales.

La astróloga y analista junguiana británica Liz Greene señala la naturaleza paradójica de la sombra como depositaria de la oscuridad y baliza que jalona el camino hacia la luz. En su opinión: «El lado enfermo y doliente de nuestra personalidad encierra simultáneamente a la sombra oscura que se niega a cambiar y al redentor que puede transformar nuestra vida y modificar nuestros propios valores. En cierto modo este redentor es anormal porque lleva consigo algún tipo de estigma. Por ello puede descubrir el tesoro escondido, salvar a la princesa o matar al dragón. La sombra es, pues, al mismo tiempo, aquello a redimir y el sufrimiento redentor».

viernes, 8 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 3


La sombra colectiva

Hoy en día, cada vez que abrimos un periódico o vemos el telediario tropezamos cara a cara con los aspectos más tenebrosos de la naturaleza humana. Los mensajes emitidos a diario por los medios de difusión de masas a toda nuestra aldea global electrónica evidencian de continuo las secuelas más lamentables de la sombra. El mundo se ha convertido así en el escenario de la sombra colectiva.

Nuestra época nos ha forzado a ser testigos de este dantesco espectáculo.
No hay modo de eludir el espantoso y sombrío fantasma invocado por la corrupción política, el fanatismo terrorista y los criminales de cuello blanco. Nuestro apetito interno de totalidad -patente ahora más que nunca en el sofisticado engranaje de la comunicación global- nos exige hacer frente a la conflictiva hipocresía que se extiende por doquier.

De este modo, mientras que muchos individuos y grupos viven los aspectos socialmente más benignos de la existencia, otros, en cambio, padecen sus facetas más desagradables y terminan convirtiéndose en el objeto de las proyecciones grupales negativas de sombra colectiva (véase si no fenómenos tales como la caza de brujas, el racismo o el proceso de creación de enemigos, por ejemplo).

A lo largo de la historia la sombra ha aparecido ante la imaginación del ser humano asumiendo aspectos tan diversos como, por ejemplo, un monstruo, un dragón, Frankenstein, una ballena blanca, un extraterrestre o alguien tan ruin que difícilmente podemos identificarnos con él y que rechazamos como si de la Gorgona se tratara. Uno de las principales finalidades de la literatura y del arte ha sido la de mostrar el aspecto oscuro de la naturaleza humana. Como dijo Nietzsche: «El arte impide que muramos de realidad».

Los cuentos para niños suelen referirse a la lucha entre las fuerzas del bien -ejemplificadas por las hadas- y las fuerzas del mal -representadas por espantosos demonios-. De este modo los niños suelen ser iniciados en el fenómeno de la sombra superando de manera vicaria las pruebas que deben afrontar sus héroes y sus heroínas, aprendiendo así las pautas universales del destino del ser humano.

El lado oscuro de la sombra no constituye una adquisición evolutiva reciente fruto de la civilización y de la educación sino que hunde sus raíces en la sombra biológica que se asienta en nuestras mismas células. A fin de cuentas, nuestros ancestros animales consiguieron sobrevivir gracias a sus uñas y sus dientes. Nuestra bestia -aunque se mantenga enjaulada la mayor parte del tiempo- permanece todavía viva.

Muchos antropólogos y sociobiólogos creen que la maldad humana es el resultado de refrenar nuestra agresividad, de elegir la cultura sobre la naturaleza y de perder el contacto con nuestro estado salvaje.
En esta línea; el médico y antropólogo Melvin Konner cuenta en The Tangled Wing la historia de aquel hombre que fue al zoológico y acercándose a un cartel que decía «El Animal Más Peligroso de la Tierra» descubrió asombrado que se hallaba ante un espejo.


Conócete a ti mismo

En la antigüedad los seres humanos conocían las diversas dimensiones de la sombra: la personal, la colectiva, la familiar y la biológica. En los dinteles de piedra de del hoy derruido templo de Apolo enDelfos -construido sobre una de las laderas del monte Parnaso- los sacerdotes grabaron dos inscripciones, dos preceptos, que han terminado siendo muy famosos y siguen conservando en la actualidad todo su sentido. En el primero de ellos, «Conócete a ti mismo», los sacerdotes del dios de la luz aconsejaban algo que nos incumbe muy directamente: conócelo todo sobre ti mismo, lo cual podría traducirse como conoce especialmente tu lado oscuro.

Nosotros somos herederos directos de la mentalidad griega pero preferimos ignorar a la sombra, ese elemento que perturba nuestra personalidad. La religión griega, que comprendía perfectamente este problema, reconocía y respetaba también el lado oscuro de la vida y celebraba anualmente -en la misma ladera de la montaña- las famosas bacanales, orgías en las que se honraba la presencia contundente y creativa de Dionisos, el dios de la naturaleza, entre los seres humanos.

Hoy en día Dionisos perdura entre nosotros en forma degradada en la figura de Satán, el diablo, la personificación del mal, que ha dejado de ser un dios a quien debemos respeto y tributo para convertirse en una criatura con pezuñas desterrada al mundo de los ángeles caídos.

Nada con exceso

La segunda inscripción cincelada en Delfos, «Nada en exceso», es, si cabe, todavía más pertinente a nuestro caso. Según E. R. Dodds, se trata de una máxima por la que sólo puede regirse quien conoce a fondo su lujuria, su orgullo, su rabia, su gula -todos sus vicios en definitiva - ya que sólo quien ha comprendido y aceptado sus propios límites puede decidir ordenar y humanizar sus acciones.
Vivimos en una época de desmesura: demasiada gente, demasiados crímenes, demasiada explotación, demasiada polución y demasiadas armas nucleares. Todos reconocemos y censuramos estos abusos aunque al mismo tiempo nos sintamos incapaces de solucionarlos.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 2


La enajenación de la sombra

Nosotros no podemos percibir directamente el dominio oculto de la sombra ya que ésta, por su misma naturaleza, resulta difícil de aprehender. La sombra es peligrosa e inquietante y parece huir de la luz de la conciencia como si ésta constituyera una amenaza para su vida.

Así pues, sólo podemos ver a la sombra indirectamente a través de los rasgos y las acciones de los demás, sólo podemos darnos cuenta de ella con seguridad fuera de nosotros mismos. Cuando, por ejemplo, nuestra admiración o nuestro rechazo ante una determinada cualidad de un individuo o de un grupo -como la pereza, la estupidez, la sensualidad o la espiritualidad, pongamos por caso- es desproporcionada, es muy probable que nos hallemos bajo los efectos de la sombra. De este modo, pretendemos expulsar a la sombra de nuestro interior proyectando y atribuyendo determinadas cualidades a los demás en un esfuerzo inconsciente por desterrarlas de nosotros mismos.

Nuestra sombra personal contiene todo tipo de capacidades potenciales sin manifestar, cualidades que no hemos desarrollado ni expresado. Nuestra sombra personal constituye una parte del inconsciente que complementa al ego y que representa aquellas características que nuestra personalidad consciente no desea reconocer y, consecuentemente, repudia, olvida y destierra a las profundidades de su psiquismo sólo para reencontrarlas nuevamente más tarde en los enfrentamientos desagradables con los demás.

El encuentro con la sombra

Pero aunque no podamos contemplarla directamente la sombra aparece continuamente en nuestra vida cotidiana y podemos descubrirla en el humor (en los chistes sucios o en las payasadas, por ejemplo) que expresan nuestras emociones más ocultas, más bajas o más temidas. Cuando algo nos
resulta muy divertido -el resbalón sobre una cáscara de plátano o el descubrimiento de un tabú corporal-, también nos hallamos en presencia de la sombra. Según John A. Sanford, la sombra suele ser la que ríe y se divierte, por ello es muy probable que quienes carezcan de sentido del humor tengan una sombra muy reprimida.

La psicoanalista inglesa Molly Tuby describe seis modalidades diferentes para descubrir a la sombra en nuestra vida cotidiana:
· En los sentimientos exagerados respecto de los demás. («¡No puedo creer que hiciera tal cosa!»  «¡No comprendo cómo puede llevar esa ropa!»)
· En el feedback negativo de quienes nos sirven de espejo. («es la tercera vez que llegas tarde sin decírmelo. »)
· En aquellas relaciones en las que provocamos de continuo el mismo efecto perturbador sobre diferentes personas. («Sam y yo creemos que no has sido sincero con nosotros.»)
· En las acciones impulsivas o inadvertidas. («No quería decir eso.»)
· En aquellas situaciones en las que nos sentimos humillados. («Me avergüenza su modo de tratarme.»)
· En los enfados desproporcionados por los errores cometidos por los demás. («¡Nunca hace las cosas a su debido tiempo!» «Realmente no controla para nada su peso.»)

También podemos reconocer la irrupción inesperada de la sombra cuando nos sentimos abrumados por la vergüenza o la cólera o cuando descubrimos que nuestra conducta está fuera de lugar.
Pero la sombra suele retroceder con la misma prontitud con la que aparece porque descubrirla puede constituir una amenaza terrible para nuestra propia imagen.

Es precisamente por este motivo que rechazamos tan rápidamente -sin advertirlas siquiera - las fantasías asesinas, los pensamientos suicidas o la embarazosa envidia que tantas cosas podría revelarnos sobre nuestra propia oscuridad.

Si la negación persiste, ni siquiera nos daremos cuenta de que no nos damos cuenta.
Es frecuente, por ejemplo, que el encuentro con la sombra tenga lugar en la mitad de la vida, cuando nuestras necesidades y valores más profundos tienden a cambiar el rumbo de nuestra vida determinando incluso, en ocasiones, un giro de ciento ochenta grados y obligándonos a romper nuestros viejos hábitos y a cultivar capacidades latentes hasta ese momento. Pero a menos que nos detengamos a escuchar esta demanda permaneceremos sordos a sus gritos.

La depresión también puede ser la consecuencia de una confrontación paralizante con nuestro lado oscuro, un equivalente contemporáneo de la noche oscura del alma de la que hablan los místicos.
Empero, la necesidad  interna de descender al mundo subterráneo puede ser postergada por multitud de causas, como una jornada laboral muy larga, las distracciones o los antidepresivos que sofocan nuestra desesperación. En cualquiera de estos casos el verdadero objetivo de la melancolía escapa de nuestra comprensión.

Encontrar a la sombra nos obliga a ralentizar el paso de nuestra vida, escuchar las evidencias que nos proporciona el cuerpo y concedernos el tiempo necesario para poder estar solos y digerir los crípticos mensajes procedentes del mundo subterráneo.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Encuentro con la Sombra, parte 1

Encuentro con la Sombra

El poder del lado oculto de la naturaleza humana

¡Si todo fuera tan sencillo! Si en algún lugar existieran personas asechando para perpetrar iniquidades, bastaría con separarlos del resto de nosotros y destruirlos. Pero la  línea que divide el bien del mal pasa por el centro mismo del corazón de todo ser humano. ¿Y quien está dispuesto a destruir un solo fragmento de su propio corazón?
Alexander Solzhenitsyn

Prólogo
Connie Zweig

En la mitad de mi vida descubrí mis propios demonios. A partir de ese momento, gran parte de lo que hasta entonces había considerado como algo positivo se convirtió en una maldición.
Entonces mi admiración por la Luz, mi apasionado optimismo, mi confianza implícita por los demás, dejaron de ser una bendición y se transformaron en una amenaza.

Mi vida pareció desbaratarse de repente. Sentía que estaba convirtiéndome en lo que nunca había sido y todo lo que me había esforzado en construir perdió su sentido. La madeja de la historia de mi vida comenzó a desenredarse y todo aquello que hasta ese momento había descuidado y menospreciado brotó de mi interior como si se tratara de otra vida - aunque también mía- , mi imagen especular, mi invisible gemelo.

Entonces pude comprender porque hay gente que enloquece; porque hay personas que se lanzan a vivir apasionadas aventuras amorosas a pesar de disfrutar de una relación matrimonial estable; porque hay quienes gozando de una sólida seguridad económica se dedican a robar, atesorar, o malgastar el dinero. Me sentía capaz de cualquier cosa.

Los aspectos más lóbregos y criminales de mi ser se hicieron presentes pero, en lugar de condenarlos y regresarlos de nuevo al reino de la obscuridad, decidí intentar enfrentarlos y reoganizar mi vida. Así, después de haber atravesado un periodo de profunda desesperación, estoy comenzando a sentirme más completa, experimento una expansión de mi naturaleza y mi relación con los demás es mucho más profunda que antes.

La aceptación gradual de los aspectos más obscuros de mi ser ha favorecido el desarrollo auténtico de mi compasión.
La elaboración de este libro ha terminado convirtiéndose para mí en una forma de cartografiar el camino del descenso y de llevar la luz a la obscuridad.

INTRODUCCIÓN:

EL LADO OBSCURO DE 
LA VIDA COTIDIANA   
Connie Zweig y Jeremiah Abrams


En 1886, Robert Louis Stevenson tuvo un sueño muy revelador en el que un hombre perseguido por haber cometido un crimen ingiere una pócima y sufre un cambio drástico de personalidad que le hace irreconocible. De esta manera, el Dr. Jekyll, un amable y esforzado científico, termina transformándose en el violento y despiadado Mr. Hyde, un personaje cuya maldad iba en aumento a medida que se desarrollaba el sueño.
Stevenson utilizó la materia prima de este sueño como argumento para escribir su hoy famoso “El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde“. Con el correr de los años el tema de esta novela ha terminado formando
parte integral de nuestra cultura popular y no es infrecuente escuchar a nuestros semejantes tratando de explicar su conducta con justificaciones del tipo: «no era yo mismo», «era como si un demonio le poseyera» o «se convirtió en una bruja», por ejemplo.

 Según el analista junguiano John A. Sanford, los argumentos que resuenan en gran parte de la humanidad encierran cualidades arquetípicas que pertenecen a los sedimentos más universales de nuestro psiquismo.
Cada uno de nosotros lleva consigo un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde, una persona afable en la vida cotidiana y otra entidad oculta y tenebrosa que permanece amordazada la mayor parte del tiempo. Bajo la máscara de nuestro Yo consciente descansan ocultas todo tipo de emociones y conductas negativas -la rabia, los celos, la vergüenza, la mentira, el resentimiento, la lujuria, el orgullo y las tendencias asesinas y suicidas, por ejemplo-. Este territorio arisco e inexplorado para la mayoría de nosotros es conocido en psicología
como sombra personal.

Introducción a la sombra

La sombra personal se desarrolla en todos nosotros de manera natural durante la infancia.
Durante nuestro desarrollo, nos identificamos con determinados rasgos ideales de nuestra personalidad -como la buena educación y la generosidad, por ejemplo, cualidades que, por otra parte, son reforzadas sistemáticamente por el entorno que nos rodea. No obstante, al mismo tiempo, vamos desterrando también a la sombra aquellas otras cualidades que no se adecuan a nuestra imagen ideal -como la grosería y el egoísmo, por ejemplo -. De esta manera, el ego y la sombra se van edificando simultáneamente, alimentándose, por así decirlo, de la misma experiencia vital.

Son muchas las fuerzas que coadyuvan a la formación de nuestra sombra y determinan lo que está permitido y lo que no lo está. Los padres, los parientes, los maestros, los amigos y los sacerdotes constituyen un entorno complejo en el que aprendemos lo que es una conducta amable, adecuada y moral y lo que es un comportamiento despreciable, bochornoso y pecador.

La sombra opera como un sistema psíquico autónomo que perfila lo que es el Yo y lo que no lo es. Cada cultura -e incluso cada familia- demarca de manera diferente lo que corresponde al ego y lo que corresponde a la sombra. Algunas, por ejemplo, permiten la expresión de la ira y la agresividad mientras que la mayoría, por el contrario, no lo hacen así; unas reconocen la sexualidad, la vulnerabilidad y las emociones intensas y otras no; unas, en fin, consienten la ambición por el dinero, la expresión artística y/o el desarrollo intelectual mientras que otras, en cambio, apenas si las toleran.

En cualquiera de los casos, todos los sentimientos y capacidades rechazados por el ego y desterrados a la sombra alimentan el poder oculto del lado oscuro de la naturaleza humana. No todos ellos, sin embargo, son rasgos negativos. Según la analista junguiana Liliane Frey-Rohn, este misterioso tesoro encierra tanto facetas infantiles, apegos emocionales y síntomas neuróticos como aptitudes y talentos que no hemos llegado a desarrollar. Así, en sus mismas palabras, la sombra «permanece conectada con las profundidades olvidadas del alma, con la vida y la vitalidad; ahí puede establecerse contacto con lo superior, lo creativo y lo universalmente humano».

viernes, 1 de noviembre de 2013

Bioenergética y Gestalt una visión integradora, parte 13 (final)

TRATAMIENTO

La Gestalt no aspira simplemente a explicar los orígenes de nuestros problemas, sino a investigar los caminos hacia nuevas soluciones: a la búsqueda de “saber por qué” añade el “sentir cómo“, movilizador del cambio. El cómo permite un entendimiento más profundo de lo que sucede, nos da perspectiva, orientación.

Una intervención psicoterapéutica no aspira a transformar la situación externa, a cambiar las cosas, a los demás o los acontecimientos, sino más bien a transformar la percepción interna que tiene el cliente de los hechos, de sus interrelaciones y de sus múltiples significaciones posibles.

En Gestalt cada cual es responsable de sus elecciones y de sus evitaciones; trabaja al ritmo y al nivel que le convienen a partir de lo que emerge en un momento determinado ya sea una percepción, una emoción o una preocupación actual, de la reviviscencia de una situación pasada mal resuelta o inacabada o incluso de perspectivas de futuro inciertas. El síntoma físico se considera como una llamada específica de la persona: es el lenguaje que ha escogido. Se la escucha con atención y respeto y se la anima incluso a alcanzar su máxima expresión con técnicas de amplificación, intensificándola eventualmente para entenderla mejor.

Para ello, la Gestalt integra y combina de manera original un conjunto de métodos y técnicas variadas, verbales y no verbales, como el despertar sensorial, el trabajo con la energía , la respiración, el cuerpo o la voz, la expresión de la emoción, el trabajo a partir del sueño o del sueño y el despertar, el psicodrama, la creatividad... En general son las sensaciones, las imágenes y las emociones las que a menudo preceden a la verbalización.
En resumen, no se trata de comprender, analizar o interpretar acontecimientos, comportamientos o sentimientos sino más bien de favorecer la toma de conciencia global de nuestra forma de funcionar, de nuestros procesos de ajuste creativo al entorno, de la integración de la experiencia presente, de nuestras evitaciones y de nuestros mecanismos de defensa.

El diálogo permanente entre el cliente y terapeuta emplea todos los lenguajes disponibles: la palabra, pero también la postura, todo los gestos y micro gestos semiconscientes, las emociones explícitas o implícitas. Se expresa todo a través de diversos canales: el movimiento del cuerpo o incluso con tacto corporal eventual, expresión emocional, lenguaje artístico, el empleo del ambiente...

UNA VISION INTEGRADORA

Tanto la terapia Bioenergética como la terapia Gestalt parten desde una perspectiva global y holística (del griego holos, el todo) del ser humano. El hombre es aprehendido en su globalidad, en sus cinco dimensiones principales: física, afectiva, racional, social, y espiritual. Se trata en todo momento de trabajar al mismo tiempo el plano físico, emocional, intelectual, social, espiritual. No se trata de momentos de trabajo corporal alternados con otros de intercambio verbal.

 Ambas terapias proponen un enfoque global, holístico. Ambas terapias aspiran al mantenimiento y desarrollo de un bienestar armonioso en esas cinco dimensiones y no a la curación o la reparación de un problema concreto. Parten de una concepción de un estado de completo bienestar físico, mental y social. En este sentido la terapia no se restringe al tratamiento de enfermedades. Desde la bioenergética se trabaja más la parte corporal, pero sin olvidar en ningún caso todo el trabajo de integración posterior.

La salud, como define la OMS, no es ausencia de enfermedad, sino un estado de completo bienestar físico, mental y social.
Para hacer un tratamiento bioenergético, el cuerpo terapéutico es la clave de todo. Al cuerpo terapéutico se llega por muchos caminos: la actividad muscular, el reblandecimiento del diafragma, la entrada de la respiración abdominal y torácica, el desbloqueo de las articulaciones...

Desde la gestalt el cuerpo no tiene tanta preponderancia. En gestalt el síntoma corporal se utiliza como puerta de entrada permitiendo un contacto directo con el cliente. En realidad en Gestalt se trabaja atendiendo en todo momento, con un darse cuenta constante, lo que surge de forma espontánea, tal como viene y cuando viene.

Como dice S. Ginger: Un trabajo emocional que luego no se comparta verbalmente suele dejar pocas huellas duraderas y aprovechables mientras que un trabajo verbal que no va acompañado de una participación emocional y corporal conlleva pocas modificaciones profundas a corto plazo y precisa de numerosas repeticiones. Sólo la conjunción de ambas- emoción y verbalización- parece permitir transformaciones que son al mismo tiempo rápidas, profundas y duraderas. No basta con la palabra, para que resulte eficaz debe estar habitada: necesita “encarnarse“.

El terapeuta bioenergético interviene activamente aunque eso no significa que dirija en el sentido de ser absolutamente directivo. Propone ejercicios, sugiere técnicas de trabajo desde el cuerpo, pero no es él el que impone el curso del proceso.

El proceso terapéutico es un trabajo de cooperación mutua entre el terapeuta y paciente que no se limita a la hora de la consulta. La labor del terapeuta consiste en ayudar al paciente a independizarse de él y valerse por si mismo sin necesidad de tener que recurrir a terapia toda la vida. Por tanto también puede darle tareas de respiración y ejercicios bionenergéticos para que haga en casa y puedan ayudarle a tomar conciencia de sus problemas, de su origen y de su posible solución sin necesidad de interpretaciones teóricas.

El terapeuta gestáltico tampoco es directivo aunque si activo. Invita, por ejemplo a amplificar los fenómenos observados, incluso a experimentar actitudes nuevas y eventualmente reacciona él mismo, aunque no es él quien decide, la dirección de la acción. Más que tratar de interpretar el comportamiento, o las defensas según modelos caracteriales, el terapeuta gestaltista prefiere incitar al cliente para que sea el mismo quien siga la pista que se le presenta de forma espontánea.
Entre las dos técnicas caben todo tipo de implicaciones corporales del propio terapeuta (desde el que permanece sentado hasta el que se mueve y participa en ejercicios) y respecto al paciente, desde privilegiar su comunicación verbal hasta proponer experiencias físicas de movimiento, contacto, ejercicios bioenergéticos, etc.
En cualquier caso todo terapeuta trabajará con las herramientas técnicas y con conceptuales que mejor se adecuen a su personalidad, lo cual incluye tanto a sus recursos como a sus limitaciones.

El camino hacia lo transpersonal

También ambas terapias coinciden en su evolución hacia lo transpersonal, en sentido de buscar como meta última de la labor de ayuda terapéutica el trascender los límites del ego, la imagen condicionada y empobrecida de nosotros mismos con la que nos identificamos. Conseguir el máximo desarrollo de todo el potencial humano.

Requisitos del terapeuta

En cuanto a los requisitos ambas terapias exigen un nivel de formación teórica y práctica que garantice que el terapeuta conoce y está atento a sus reacciones inconscientes ante los problemas que presenta el paciente.
Ambas consideran muy importante la actitud e implicación del terapeuta que concibe su tarea como un oficio artístico más que como un rol técnico. En este sentido, lo importante es la actitud del terapeuta más allá de la pureza o más allá de la pureza o mezcla de sus técnicas En cualquier caso el utilizar unas técnicas u otras más que un tema teórico es un asunto personal.

A quien va dirigida

Ambas terapias se dirigen no sólo a personas con problemas psíquicos, físicos o psicosomáticos catalogados como patologías, sino también a personas con dificultades para enfrentarse a problemas existenciales y a toda persona que esté buscando una mejor calidad de vida.