martes, 19 de febrero de 2019

¿Qué nos hace falta? parte 18


La locura de nuestro tiempo

LA APARIENCIA DE CORDURA

Tal como se ha visto, los narcisistas están perfectamente adaptados al mundo en que vivimos; están de acuerdo con los valores, aceptan las normas en constante cambio y se sienten cómodos con la superficialidad. Aquellos de nosotros que damos un sentido al pasado, que buscamos estabilidad y que no tenemos fe en los sistemas computarizados, se nos hace realmente difícil adaptarnos. ¿Quién está loco y por qué?

Una persona no estará en contacto con la realidad de su ser en la medida en que su identidad se base en una imagen. Aunque puede parecer orientada y plenamente conectada con la realidad en todos los demás aspectos, habrá una línea de ruptura en su personalidad -por muy fina que sea la línea- que constituirá una cierta tendencia a la locura. Así, el espectro del narcisismo también se puede considerar como una escala de grados de locura. En un extremo se encuentra el fálico-narcisista, cuya conducta está tan en sintonía con la cultura occidental que nadie cuestionaría su cordura; en el otro extremo se halla el esquizofrénico-paranoide, cuya locura es evidente. Entre un extremo y otro, se sitúa el carácter narcisista, la personalidad límite y la personalidad psicopática.

Examinemos las personalidades psicópatas. A veces su conducta puede ser tan extraña y autodestructiva que rápidamente uno duda de su salud mental. Sin embargo, al interrogarlos, uno ve que están completamente orientados respecto de la situación, su cognición no está perturbada y sus respuestas parecen lógicas y convincentes. Cuesta creer los casos pero están documentados.

 EL PROBLEMA DE LA CONDUCTA AUTODESTRUCTIVA

Si se quiere entender la conducta autodestructiva, hay que aceptar que no puede tratarse de un caso absurdo. Un organismo viviente es un sistema muy organizado que está gobernado por dos instintos poderosos - el de conservación y el de perpetuación de la especie. La conducta autodestructiva es claramente contraria al primero, y sin embargo ocurre.
Algunas personas se suicidan, pero tienen sus razones y para ellas son importantes. Otras sacrifican sus vidas en actos heroicos, lo que nos hace pensar que en la personalidad humana hay fuerzas que pueden ser más fuertes que el instinto de sobrevivencia. Creo que una de esas fuerzas es el sentir que la vida debe tener un sentido, que debe tener algún significado.

Para muchos, el sentido radica en la esperanza de obtener placer. Así que, cuando la vida no ofrece la esperanza de obtener placer sino únicamente la certeza del dolor, no valdría la pena vivirla. Por ejemplo, un paciente con cáncer terminal, si decidiera quitarse la vida, su acción tendría sentido. Claro que se podría argumentar que mientras hay vida hay esperanza.
De esto se desprende que otras formas de conducta autodestructiva podrían ser comprensibles si se conociera la situación interna de la persona. Por ejemplo, el alcoholismo podría interpretarse de manera similar al suicidio -es decir, que la adicción proviene de un intento por liberarse de sentimientos de aflicción, ansiedad y frustración intolerables. Por supuesto que el intento es fallido, ya que el alivio que el alcohol proporciona es momentáneo y el retorno a la realidad es más doloroso que antes.

Además del deseo de liberarse del dolor, la conducta autodestructiva tiene otra motivación: el deseo inconsciente de vengarse de alguien, de hacer que otro sufra por la herida que uno tiene. “Te arrepentirás”, es lo que realmente dice el suicida a los familiares y amigos cercanos.
Pero no creo que ésta sea la motivación principal. Mi trabajo con el alcohólico me ha convencido de que cuando se elimina el sufrimiento interno, desaparece la dependencia hacia el alcohol. El sufrimiento proviene de conflictos emocionales no resueltos que se han reprimido y guardado en el inconsciente. Resolver estos conflictos no es una empresa sencilla ni fácil.

¿Cómo actúa el alcohol? No es ni un sedante ni un anestésico, si bien puede reducir la ansiedad y la sensibilidad al dolor. Tampoco es un estimulante, aunque “anima” a algunas personas. Lo que el alcohol hace es debilitar el control del ego sobre el cuerpo y romper las prohibiciones del superego, lo que hace que la persona se libere de sus inhibiciones. En consecuencia, los sentimientos se expresan con más facilidad - pero se embota la percepción de la emoción. El alcohol pone un espacio entre la persona y la realidad, lo que permite un cierto grado de actuación.
Todos estamos familiarizados con la presión en el trabajo o en el hogar, pero la tensión interna suele ser la más importante. Surge cuando los sentimientos reprimidos amenazan con irrumpir en la conciencia. Por lo general, esto ocurre cuando se reduce la presión externa, como en los fines de semana y los días de asueto. En estas ocasiones es cuando mucha gente bebe en demasía. Incapaz de contener o reprimir los sentimientos, e igualmente incapaz de expresarlos abiertamente debido a la culpabilidad, el alcohólico se intoxica. Cuando sede el control del ego, los impulsos reprimidos irrumpen, sin su completo contenido emocional. Entonces, uno puede ser violento sin sentir enojo, puede llorar sin sentirse triste, puede tener relaciones sexuales sin amor ni culpa.

La embriaguez puede considerarse una especie de locura temporal, tiene mucho en común con la desorientación en el brote psicótico.
Si la culpabilidad no puede reducirse, uno puede reducir la carga del sentimiento actuándolo. Hace que ya no se esté acumulando un sentimiento intolerable.
Para mucha gente, las drogas representan un escape para la intolerable sensación de vacío y aburrimiento en su vida. Como la vida sin sentimiento no tiene sentido, esta gente recurre a cualquier droga que promete alguna sensación de excitación y animación. Pero el incremento de sensación que proporciona es a expensas del verdadero sentimiento. Todas las drogas son venenos selectivos que reducen la sensibilidad corporal. Es precisamente esta insensibilización lo que permite que se incremente la sensación. Pero se puede lograr esto sin drogas. Cuando queremos incrementar nuestra percepción de la música, por ejemplo, nos mantenemos callados para que nuestra conciencia pueda concentrarse en el sonido.

Algunas drogas como la cocaína, actúan de otra manera. El efecto de animación que produce proporciona una sensación de poder y control. Uno se siente lo máximo y, en tanto esté empleando la droga, puede mantener este sentimiento. Sin embargo, la bajada del efecto de la cocaína puede ser una experiencia espantosa. Además, la cocaína parece ser la droga favorita de algunos narcisistas.  El poder y el control son exactamente lo que los narcisistas tratan de lograr mediante la imagen de sí mismos. Y creo que hay algo de demencia en el uso de drogas y en la cultura que lo fomenta. Esta demencia consiste en la pérdida de contacto con la vida del cuerpo y en el escape hacia un mundo de fantasías e imágenes.   

LA AUSENCIA DE LÍMITES

La ausencia de límites está relacionada con el desarrollo del narcisismo en la sociedad. Nuestra era se caracteriza por el impulso de transgredir los límites y por el deseo de negarlos. Los límites existen y, objetivamente, se reconocen. Sin embargo, puede que emocionalmente no se acepten. La gente cree o quiere creer que el potencial humano es ilimitado. Uno podría sentirse tentado a creer que estamos entrando a una nueva era, la era de Superman, del hombre o la mujer biónicos.

Cuando la estructura de la sociedad se desintegra, se genera el caos, y se crea una atmósfera de irrealidad. La irrealidad amenaza la cordura de la persona, a menos que ésta suprima los sentimientos y funcione únicamente en base al pensamiento. El desmoronamiento de la moral sexual victoriana, por ejemplo, llevó a un aumento de la práctica del sexo divorciada del amor (aunque no de las sensaciones). Esto es narcisismo.

No obstante, es necesario que una estructura vieja se venga abajo para que pueda emerger una nueva. Éste es el proceso natural de evolución.
Históricamente, la crisis de una sociedad ha derivado en ocasiones en un periodo de obscuridad, previo a la aparición de una nueva luz. Puede que esto sea justamente lo que sucede en nuestro tiempo. Si no podemos distinguir entre el orden y el caos, quizás estemos en una nueva Edad Obscura.

Por encima de todo, no debemos considerar la ausencia de límites como libertad. La hoja que arrastra el viento no es libre en términos humanos. Hacer lo que te apetezca no te convierte en libre. Esta conducta es característica de los locos que, sin conciencia de la realidad, son barridos por el viento de las sensaciones.
La ausencia de límites tiene como consecuencia la pérdida del sentido del yo. Sin una frontera que separe al individuo de su entorno, no existe el yo.
La consecuencia de una frontera segura es un sentido seguro del yo, de un yo que basa su identidad en los sentimientos.

Dentro de la crisis de la estructura social, en lugar del yo se crea una imagen con el fin de que ésta sirva como identidad. En la cultura de hoy en día, esta imagen se describe como estilo de vida. Se nos dice que somos libres para crear nuestro propio estilo de vida, nuestra propia identidad. Pero, cuando una persona basa su identidad en un estilo de vida, ¿no está confundiendo la creación con el creador? Un estilo de vida sin un yo no es una persona.

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