martes, 5 de febrero de 2019

¿Qué nos hace falta? parte 16


Demasiadas cosas, demasiado pronto 


La locura se desarrolla cuando el ego o mente consciente es agobiada por un sentimiento que no puede integrar. Esto tiene respaldo en el lenguaje cotidiano. Cuando nos están fastidiando demasiado exclamamos.: ya deja de hacer eso. Me estas volviendo loco. Pero una persona no se vuelve loca simplemente porque la empujan al punto de explosión. Se requiere de una situación especial para que alguien se vuelva loco.
Una situación de este tipo es la tortura lenta. Por ejemplo, una antigua practica china que consistía en torturar a la gente haciendo caer continuamente una gota de agua en un punto de su cabeza mientras se mantenía inmóvil. La acumulación de la constante estimulación se volvía insoportable y la gente enloquecía. La tortura incesante puede enloquecer a cualquiera.

La tortura no tiene que ser física, en el sentido de un ataque directo al cuerpo. Puede, por ejemplo, emplearse el sonido. En ciertas frecuencias, el sonido puede provocar tal dolor que la persona no puede soportarlo. El miedo es otra forma de destruir el espíritu de alguien.
También se sabe que una persona puede perder temporalmente la razón si se le priva totalmente de estimulación sensorial. En un experimento de privación sensorial, se coloca al sujeto en un tanque de agua a la temperatura del cuerpo humano. No hay ningún sonido, la luz es uniforme y el sujeto está solo. A pesar de todos los esfuerzos por mantener el control de sí mismo, la mente del sujeto comienza a tener alucinaciones. Si no hay ninguna estimulación del exterior, los límites de la persona se vuelven vagos. Si se deja largo tiempo a los niños pequeños en la cuna sin tener contacto físico, caen en un marasmo y mueren. Necesitamos estimulación. Pero también necesitamos equilibrio. La estimulación excesiva puede ser tan dañina como la escasa.

EL EGO Y SU ESCUDO PROTECTOR

La idea de que necesitamos protegernos del exceso de estimulación fue planteada por Freud hace años. Su hipótesis era la siguiente:“Este pequeño fragmento de subsistencia viviente ( el organismo) está suspendido en medio de un mundo exterior cargado con las fuerzas más poderosas, y podría ser destruido por la estimulación que de ellas surgen si no contara con un escudo que lo protege de los estímulos.La protección contra los estímulos constituye para el organismo una función casi tan importante como la recepción de los estímulos.

El escudo protector es la piel. Cuando se dice que alguien tiene la piel fina o gruesa, se esta haciendo mención a esta función de la piel.
Biológicamente, el escudo protector se desarrolla como un proceso de insensibilización o endurecimiento de la capa superficial. La capa más superficial, ya casi no tiene la estructura característica de la materia viva. La concha de un molusco es un claro ejemplo del endurecimiento de la superficie para proteger las partes sensibles del organismo.

Psicológicamente, la piel de los narcisistas es gruesa. Son relativamente insensibles a los demás y a sí mismos. Por lo contrario, las personalidades esquizoide por lo general son tan hipersensibles que pareciera que no tienen piel. Puede decirse que la piel constituye la superficie externa o el límite del yo. En la estructura del carácter narcisista, el frente te vuelve una fuerte fachada que aguanta la presión; por su parte, el frente o fachada de la personalidad limítrofe tiende a venirse abajo en presencia de tensión.

Y la piel también está conectada íntimamente con la conciencia. La conciencia es una función de la superficie y constituye la percepción que el organismo tiene de la interacción entre los mundos interno y externo. Es sensible a los estímulos externos y a los impulsos internos. De esta manera, dos superficies están relacionadas con la conciencia del ego: la superficie del cuerpo y la superficie del cerebro.
Hay que imaginar a la conciencia como un faro que alumbra lo que ocurre en el mundo externo y en el interno. Difícilmente están ambos simultáneamente bajo el haz de luz de la conciencia. Si enfocamos el mundo externo, reducimos nuestra conciencia de lo que ocurre en nuestro mundo interior y viceversa.

La conciencia es una función tanto activa como pasiva. No es posible encender la luz de la conciencia voluntariamente, pero una vez que estamos conscientes podemos dirigir la luz a donde queramos o a donde está lo que nos interesa.
La parte de la conciencia que es activa, tanto para percibir como para responder, constituye el ego. El ego nos permite modificar conscientemente nuestro entorno para satisfacer nuestras necesidades o para adaptarnos a nuestro entorno.

Proteger al organismo contra los estímulos que no puede manejar es parte de la función de adaptación del ego y tiene como objeto proteger la integridad de la persona. De esta manera el ego puede incluso negar algunos aspectos de la realidad externa como un medio de defensa. Sin embargo, este válido mecanismo de defensa se vuelve neurótico cuando se sigue utilizando de adulto y se recurre a él en situaciones en las cuales la persona no está indefensa.
Como la negación se logra al hacer que la superficie sea insensible a los estímulos, su consecuencia es hacer que el ego se vuelva rígido. La sonrisa constante se vuelve una máscara que ya no se puede quitar. El resultado es una disminución en la capacidad del ego para responder emocionalmente a la realidad o para cambiar la realidad de acuerdo a los sentimientos de la persona. Además, esta misma insensibilidad da lugar a que haya un hambre de sensaciones, lo que conduce al hedonismo típico de una cultura narcisista.

En resumen, es un grave problema que una persona sea estimulada en exceso si no dispone de un canal para liberar el exceso de excitación. Tal excitación se experimenta como dolor o desagrado, debido a la presión intensa que ejerce para poder liberarse.
Cuando esta tensión llega al punto en que la persona ya no puede soportar el dolor, la persona se insensibiliza. El ego recurre a su escudo. Entre mayor sea la amenaza, más energía se dedica a la fachada que se presenta al mundo; esta fachada es la forma en que la persona controla y niega el sentimiento. La consecuencia última de la estimulación nerviosa excesiva consiste en el encerramiento del verdadero yo, el afectivo.

LA SOBRECARGA EN LA VIDA DIARIA.

El exceso de estimulación es una condición generalizada en las ciudades del mundo occidental. Hay demasiado ruido, demasiado movimiento, demasiada estimulación extraordinaria. Al principio puede resultar excitante, pero finalmente resulta  turbador.  Es algo deshumanizador.
Hemos pagado un precio por esta adaptación a la tensión de la vida moderna; ese precio consiste en que hemos levantado barreras para protegernos de la estimulación excesiva. Para funcionar al ritmo de las máquinas, nos hemos tenido que volver máquinas, lo que significa que tuvimos que insensibilizar nuestros cuerpos y negar nuestros sentimientos.

No sólo en las ciudades hay exceso de estimulación. Ocurre en todo tipo de hogares. En muchos hogares se mantiene encendida la radio y la televisión durante largos periodos. Sirven de distracción y nos sacan de nosotros mismos y nos distancian de nuestros sentimientos. Las noticias son especialmente perturbadoras, porque a menudo nos provocan sentimientos que no podemos expresar. Pronto aprendemos a no dejarnos afectar, pero esto significa que hemos reforzado el escudo contra los estímulos.

Otro factor que también acrecienta el exceso de estimulación es la actividad constante que la sociedad occidental exige. La gente se mantiene ocupada ya sea ganándose el sustento, o gastando su dinero o cuidando las cosas que compra. Y no digamos manejar un automóvil.
Sin embargo, la gente parece necesitar toda esta actividad. A los jóvenes de hoy en día se les ha llamado la generación de la acción, lo que significa que su actividad constante se considera una virtud.  Sin embargo, su inquietud proviene de su incapacidad de estar quietos. Sólo se sienten vivos cuando están haciendo algo, pero esa actividad es una defensa para no ser  y no sentir. En sus vidas todo esta subordinado a su afán de éxito.
La estimulación excesiva parece una forma de vida normal. Ese es el peligro real de la estimulación excesiva. Una vez que nos hemos adaptado a ella, no podemos pasárnosla sin ella.


1 comentario:

  1. Proteger al organismo contra los estímulos que no puede manejar es parte de la función de adaptación del ego y tiene como objeto proteger la integridad de la persona. De esta manera el ego puede incluso negar algunos aspectos de la realidad externa como un medio de defensa. Sin embargo, este válido mecanismo de defensa se vuelve neurótico cuando se sigue utilizando de adulto y se recurre a él en situaciones en las cuales la persona no está indefensa.
    Como la negación se logra al hacer que la superficie sea insensible a los estímulos, su consecuencia es hacer que el ego se vuelva rígido. La sonrisa constante se vuelve una máscara que ya no se puede quitar. El resultado es una disminución en la capacidad del ego para responder emocionalmente a la realidad o para cambiar la realidad de acuerdo a los sentimientos de la persona. Además, esta misma insensibilidad da lugar a que haya un hambre de sensaciones, lo que conduce al hedonismo típico de una cultura narcisista.

    En resumen, es un grave problema que una persona sea estimulada en exceso si no dispone de un canal para liberar el exceso de excitación. Tal excitación se experimenta como dolor o desagrado, debido a la presión intensa que ejerce para poder liberarse.
    Cuando esta tensión llega al punto en que la persona ya no puede soportar el dolor, la persona se insensibiliza. El ego recurre a su escudo. Entre mayor sea la amenaza, más energía se dedica a la fachada que se presenta al mundo; esta fachada es la forma en que la persona controla y niega el sentimiento. La consecuencia última de la estimulación nerviosa excesiva consiste en el encerramiento del verdadero yo, el afectivo.

    LA SOBRECARGA EN LA VIDA DIARIA.

    El exceso de estimulación es una condición generalizada en las ciudades del mundo occidental. Hay demasiado ruido, demasiado movimiento, demasiada estimulación extraordinaria. Al principio puede resultar excitante, pero finalmente resulta turbador. Es algo deshumanizador.
    Hemos pagado un precio por esta adaptación a la tensión de la vida moderna; ese precio consiste en que hemos levantado barreras para protegernos de la estimulación excesiva. Para funcionar al ritmo de las máquinas, nos hemos tenido que volver máquinas, lo que significa que tuvimos que insensibilizar nuestros cuerpos y negar nuestros sentimientos.

    No sólo en las ciudades hay exceso de estimulación. Ocurre en todo tipo de hogares. En muchos hogares se mantiene encendida la radio y la televisión durante largos periodos. Sirven de distracción y nos sacan de nosotros mismos y nos distancian de nuestros sentimientos. Las noticias son especialmente perturbadoras, porque a menudo nos provocan sentimientos que no podemos expresar. Pronto aprendemos a no dejarnos afectar, pero esto significa que hemos reforzado el escudo contra los estímulos.

    Otro factor que también acrecienta el exceso de estimulación es la actividad constante que la sociedad occidental exige. La gente se mantiene ocupada ya sea ganándose el sustento, o gastando su dinero o cuidando las cosas que compra. Y no digamos manejar un automóvil.
    Sin embargo, la gente parece necesitar toda esta actividad. A los jóvenes de hoy en día se les ha llamado la generación de la acción, lo que significa que su actividad constante se considera una virtud . Sin embargo, su inquietud proviene de su incapacidad de estar quietos. Sólo se sienten vivos cuando están haciendo algo, pero esa actividad es una defensa para no ser y no sentir. En sus vidas todo esta subordinado a su afán de éxito.
    La estimulación excesiva parece una forma de vida normal. Ese es el peligro real de la estimulación excesiva. Una vez que nos hemos adaptado a ella, no podemos pasárnosla sin ella.

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