martes, 25 de septiembre de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 9


CAPÍTULO VIII
Caminos hacia la Salud Mental  (continuación)

E. SUGESTIONES PRÁCTICAS

La cuestión está en si pueden crearse para toda nuestra sociedad condiciones similares a las creadas por los comunitarios. La finalidad, entonces, consistiría en crear una situación de trabajo en que el hombre dedique su tiempo y su energía a algo que tenga sentido para él, en que sepa lo que hace, influya en lo que se está haciendo y se sienta unido a sus semejantes antes que separado de ellos.
Esto implica que la situación de trabajo ha vuelto a ser concreta; que los trabajadores están organizados en grupos lo bastante reducidos para permitir al individuo relacionarse con el grupo como seres humanos reales y concretos, aunque la fábrica en su totalidad tenga muchos miles de trabajadores. Esto significa que se han encontrado métodos para combinar la centralización y la descentralización que permiten la participación activa y la responsabilidad de todo el mundo, y que al mismo tiempo crean una dirección unificada en el grado necesario.

¿Cómo puede hacerse esto?
La primera condición para una participación activa del trabajador es que esté bien informado no sólo acerca de su propio trabajo, sino acerca de lo que hace la empresa en su conjunto
Un trabajador quizás no tiene que hacer más que un movimiento especial en la correa de transporte, y para eso basta que se haya preparado durante dos días o dos semanas; pero su actitud total hacia el trabajo sería diferente si supiera más de todos los problemas que implica la producción de! artículo acabado.
Además del conocimiento técnico acerca del proceso industrial, es necesario otro: el de la función económica de la empresa en que trabaja y sus relaciones con las necesidades económicas y los problemas de la comunidad en general. Asistiendo a una escuela industrial durante los primeros años de su trabajo y proporcionándole constantemente información relativa al proceso económico en que participa la empresa, el obrero puede adquirir un conocimiento verdadero de su función dentro de la economía nacional y mundial.

El obrero puede convertirse en un participante activo, interesado y responsable, únicamente si puede influir en las decisiones que afectan a su situación individual de trabajo y a toda la empresa.
Sólo se vencerá su enajenación del trabajo si no es empleado por el capital, si no se le limita a recibir órdenes, si se convierte en un sujeto responsable que emplea capital. Lo principal aquí no es la propiedad de los medios de producción, sino la participación en la dirección y en las decisiones que se adopten.
Como en la esfera política, el problema está aquí en evitar el peligro de una situación anárquica, sin una planificación y una dirección centrales; pero no es inevitable la alternativa entre una dirección autoritaria centralizada y una dirección sin plan ni coordinación ejercida por los trabajadores. La solución está en combinar la centralización y la descentralización, en una síntesis de decisiones adoptadas de arriba abajo y de abajo arriba.

El principio de la codirección y la participación de los obreros puede realizarse de tal manera, que la responsabilidad de la dirección se divida entre la jefatura central y los hombres de filas. Grupos pequeños bien informados discuten asuntos de su propia situación de trabajo y de toda la empresa; sus decisiones se comunican a la dirección y deben ser la base de una codirección verdadera. Como tercer participante, el consumidor debiera participar en alguna forma en la adopción de decisiones y en la planificación. Una vez aceptado el principio de que el objetivo primordial de todo trabajo es servir al hombre, y no hacer ganancias, los que son servidos tienen algo que decir de la actuación de quienes les sirven.

Tampoco ahora, como en el caso de la descentralización política, es fácil encontrar esas formas, pero no es, un problema irresoluble, siempre que se acepte el principio general de la codirección.
El principio de la codirección y de la codeterminación supone una seria restricción al derecho de propiedad. El propietario o los propietarios de una empresa tendrán derecho a percibir un tipo razonable de intereses por la inversión de su capital, pero no al mando sin restricciones sobre los hombres a quienes ese capital puede ocupar. Por lo menos, tendrán que compartir ese derecho con quienes trabajan en la empresa.

Al terminar estas observaciones sobre la participación de los trabajadores, quiero insistir de nuevo, aun a riesgo de repetirme, que todas las sugestiones en el sentido de la humanización del trabajo no tienen por finalidad aumentar la producción económica ni es su meta una satisfacción en él diferente, en que la actividad económica es una parte — y una parte subordinada — de la vida social. No se puede separar la actividad del trabajo de la actividad política, del empleo del tiempo libre y de la vida personal. Si el trabajo se hiciera interesante sin que se humanizaran las demás esferas de la vida, no tendría lugar ningún cambio verdadero. En realidad, no se haría interesante. El mal de nuestra cultura actual consiste en que separa y divide en compartimientos las diversas esferas de la vida. El camino hacia la salud está en superar esas divisiones y llegar a una unificación y una integración nuevas, dentro de la sociedad y dentro del ser humano individual.

He hablado antes del desaliento que se ha apoderado de muchos socialistas ante los resultados del socialismo aplicado. Pero se va extendiendo la opinión de que la culpa no estuvo en el ideal fundamental del socialismo, que es una sociedad no enajenada en que todo trabajador participe activamente y con responsabilidad en la industria y en la política; sino en la errónea importancia concedida a la propiedad privada contra la propiedad común, y en el olvido de los factores humanos y propiamente sociales.
Hay la esperanza de que los socialistas demócratas y humanistas se den cuenta cada vez más de que el socialismo empieza por casa, es decir, con la socialización de los partidos socialistas. Entendemos aquí el socialismo, naturalmente, no en relación con el derecho de propiedad, sino en relación con la participación responsable de todos y cada uno de los miembros. Mientras los partidos socialistas no realicen el principio del socialismo en sus propias filas, no pueden esperar convencer a los demás; sus representantes, si tuvieran el poder político, realizarían sus ideas con el espíritu del capitalismo, a pesar de las etiquetas socialistas que emplean. Lo mismo puede decirse de los sindicatos: puesto que su finalidad es la democracia industrial, deben implantar el principio de la democracia en sus propias organizaciones, y no manejarlas como se maneja cualquier otro gran negocio en el capitalista, y aun peor en ocasiones.
Subrayar la necesidad de la codirección y no centrar en el cambio de los derechos de propiedad los proyectos para la transformación comunitaria de la sociedad, no quiere decir que no sean necesarios ciertos grados de intervención directa del estado, y de socialización.

El problema más importante, además de la codirección, radica en el hecho de que toda nuestra industria está formada sobre la existencia de un mercado interior cada vez más amplio. Cada empresa quiere vender más y más, a fin de conquistar un sector cada vez más grande del mercado. La consecuencia de esta situación económica es que la industria emplea todos los medios a su alcance para excitar el apetito de compras de la población, para crear y reforzar la orientación receptiva, que tan dañosa es para la salud mental. Esto significa, como hemos visto, que hay un ansia de cosas nuevas pero innecesarias, un deseo insaciable de comprar más, aunque desde el punto de vista humano, del uso no enajenado, no haya necesidad del producto nuevo. (La industria del automóvil, por ejemplo, gasta algunos miles de millones de dólares en los cambios que ha de hacer para los nuevos modelos 1955, y Chevrolet por sí solo algunos centenares de millones de dólares en competir con Ford. Es indudable que el viejo Chevrolet era un buen auto, y la lucha entre Ford y la General Motors no tiene principalmente por consecuencia dar al público un auto mejor, sino hacerle comprar un auto nuevo, cuando el viejo aún duraría algunos años.

Otro aspecto del mismo fenómeno es la tendencia al derroche, impulsada por la necesidad económica de aumentar la producción en masa. Aparte de la pérdida económica que supone ese derroche, tiene también un efecto psicológico importante: hace al consumidor perder el respeto al trabajo y al esfuerzo humanos, le hace olvidar las necesidades de gentes de su propio país y de países más pobres para quienes lo que él derrocha sería una riqueza considerable. En suma, nuestros hábitos de derroche revelan un olvido infantil de las realidades de la vida humana, de la lucha económica por la existencia que nadie puede rehuir.

Es absolutamente obvio que, a la larga, no hay grado bastante de fuerza espiritual que pueda triunfar, si nuestro sistema económico está organizado de tal manera, que amenace una crisis cuando las gentes no deseen comprar más y más cosas nuevas y mejores. Por lo tanto, si nuestro objetivo es transformar el consumo enajenado en consumo humano, es necesario operar ciertos cambios en los procesos económicos que producen el consumo enajenado. Incumbe a los economistas formular esas medidas.
Hablando en términos generales, eso significa dirigir la producción a campos en que existen necesidades reales que aún no han sido satisfechas, y no a aquellos en que hay que crearlas artificialmente. Esto puede hacerse mediante créditos concedidos por bancos del estado, mediante la socialización de ciertas empresas, y mediante leyes severas que transformen la publicidad.

martes, 18 de septiembre de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 8



CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL
Capítulo VIII  (Continuación) 

LIBERTAD

Un hombre no puede ser verdaderamente libre, sino con tres condiciones: Libertad económica, Libertad intelectual, Libertad moral.
Libertad económica. El hombre tiene un derecho inalienable al trabajo. Tiene que tener derecho absoluto al fruto de su trabajo, al que no puede renunciar si no es libremente.
Esta concepción se opone a la propiedad privada de los medios colectivos de producción y a la reproducción de dinero con dinero, lo que hace posible la explotación del hombre por el hombre.
Declaramos asimismo que por trabajo debieran entenderse todas las cosas de valor que el hombre aporta a la sociedad.

Libertad Intelectual. El hombre solo es libre si puede elegir. Puede elegir únicamente si sabe lo suficiente para comparar.
Libertad moral. El hombre no puede ser realmente libre si es esclavo de sus pasiones. Sólo puede ser libre si tiene un ideal y una actitud filosófica, que le hacen posible tener una actividad coherente en la vida.
No puede, con el pretexto de acelerar su liberación económica o intelectual, usar medios contrarios a la ética de la comunidad.
Finalmente, la libertad moral no significa libertinaje. Sería fácil demostrar que la libertad moral solo puede encontrarse en la observancia estricta de la ética del grupo libremente aceptada.

FRATERNIDAD

El hombre solo puede florecer en sociedad. El egoísmo es un modo peligroso y no duradero de ayudarse a sí mismo. El hombre no puede separar sus verdaderos intereses de los de la sociedad. Solo puede ayudarse a sí mismo ayudando a la sociedad.
Debe darse cuenta de que sus propias inclinaciones le hacen encontrar el mayor goce en sus relaciones con los demás. La solidaridad no solo es un deber, es una satisfacción y la mejor garantía de seguridad.
La fraternidad conduce a la tolerancia mutua y a la determinación de no separarse nunca. Esto hace posible tomar todas las decisiones por unanimidad sobre un mínimum común.

IGUALDAD

Condenamos a quienes declaran demagógicamente que todos los hombres son iguales. Podemos ver que no todos los hombres tienen el mismo valor.
Para nosotros igualdad de derechos significa poner a disposición de todo el mundo los medios para que pueda desenvolverse plenamente.
Así, pues, sustituimos la jerarquía convencional o hereditaria por una jerarquía de valor personal.

Resumiendo los puntos más notables de los principios de esas comunidades, quiero mencionar los siguientes:
1. Las Comunidades de Trabajo emplean todas las técnicas industriales modernas y evitan la tendencia a volver a la producción de tipo artesanal.
2. Han ideado un sistema en el que la participación activa de todos no se opone a una dirección suficientemente centralizada; la autoridad irracional ha sido reemplazada por la autoridad racional.
3. La importancia concedida a la práctica de la vida se opone a las diferencias ideológicas. Esa importancia permite a hombres de las más diversas y contradictorias convicciones vivir juntos con hermandad y tolerancia, sin peligro de verse obligados a seguir la opinión correcta proclamada por la comunidad.
4. Integración de las actividades profesionales, sociales y culturales.
Aunque el trabajo no sea atrayente técnicamente, está lleno de sentido y de atracción en su aspecto social. La actividad artística y científica forma parte integral de la situación total.
5. Se ha superado la situación de enajenación, el trabajo se ha convertido en una expresión significativa de la energía humana, y la solidaridad se ha establecido sin restringir la libertad y sin el peligro de la conformidad.

Aunque muchas de las realizaciones y de los principios de las Comunidades puedan ser discutibles, parece, sin embargo, que tenemos aquí uno de los ejemplos empíricos más convincentes de vida productiva y de posibilidades que por lo general se consideran fantásticas desde el punto de vista de nuestra vida actual en el capitalismo.
La mayor parte de esos experimentos comunitarios los realizan hombres de inteligencia muy despierta y de sentido extraordinariamente práctico. No son, de ningún modo, los soñadores que suponen nuestros llamados realistas; por el contrario, en su mayor parte son más realistas y tienen más imaginación que nuestros formalistas directores de negocios.

Ha habido, indudablemente, muchas insuficiencias en los principios y la práctica de esos experimentos, que deben reconocerse a fin de evitarlas.  Pero la actitud despectiva que implica la inutilidad y la falta de realismo de todos esos experimentos no es más razonable que la primera reacción popular ante las posibilidades de viajar en ferrocarril y después en aeroplano. Es, esencialmente, un síntoma de pereza mental y de la convicción que le es inherente de que lo que no ha sido, no puede ser y no será.

martes, 11 de septiembre de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 7


CAPÍTULO VIII
Caminos hacia la Salud Mental (continuación)

El segundo descubrimiento que hizo el grupo fue que todos  ansiaban instruirse. Resolvieron emplear en ello el tiempo que ahorraban en la producción. En tres meses, la productividad de su trabajo creció de tal manera, que podían ahorrar nueve horas en una semana de cuarenta y ocho. ¿Qué hicieron? Emplearon esas nueve horas en instruirse, y se les pagaron como horas normales de trabajo. Primero quisieron organizar un coro, después pulir su gramática, después aprender a leer estados de cuentas de negocios. Inmediatamente se organizaron nuevos cursos, dados todos en la fábrica por los mejores maestros que pudieron encontrar y a quienes se pagaban los sueldos corrientes. Hubo cursos de ingeniería, de física, de literatura, de marxismo, de cristianismo, de baile, de canto y de basquetbol.

Su principio es: No partimos de la fábrica, de la actividad técnica del hombre, sino del hombre mismo... En una Comunidad de Trabajo lo importante no es ganar conjuntamente, sino trabajar juntos para satisfacer una necesidad colectiva y personal.
La finalidad no es aumentar la productividad, ni salarios más altos, sino un nuevo estilo de vida que lejos de abandonar las ventajas de la Revolución Industrial, se adapta a ellas. He aquí los principios sobre los cuales están organizadas esta y otras Comunidades de Trabajo:

1. Para vivir una vida humana, uno debe gozar de todo el fruto de su trabajo.
2. Todo individuo debe poder instruirse.
3. Todo individuo debe participar en un esfuerzo común dentro de un grupo profesional proporcionado a la capacidad del hombre. 
4. Todo individuo ha de relacionarse activamente con el mundo en general.

Al examinar estos requisitos, se advierte que equivalen a cambiar el centro del problema de la vida de hacer y adquirir cosas, a descubrir, fomentar y desarrollar relaciones humanas, de una civilización de objetos a una civilización de personas.
En cuanto a pago, corresponde a lo que hace cada obrero, pero no sólo se tiene en cuenta el trabajo profesional, sino también toda actividad humana que tenga valor para el grupo: un mecánico de primera clase que sabe tocar el violín, que es jovial y tiene don de gentes, etc., tiene más valor para la comunidad que otro mecánico de la misma capacidad profesional pero de mal carácter, soltero, etc. Por término medio, todos los trabajadores ganan del 10 al 20 % más de lo que ganarían con los salarios sindicales, sin contar todas las ventajas especiales.

La Comunidad de Trabajo adquirió una granja de 235 acres en la que todo el mundo, incluidas las mujeres, trabaja tres períodos de diez días al año. Como todo el mundo tiene un mes de vacaciones, eso quiere decir que en la fábrica sólo trabaja diez meses al año. Esto tiene por fundamento no sólo el amor por el campo, sino también la convicción de que ningún hombre debiera divorciarse por completo del suelo.
El poder supremo reside en la Asamblea General, que se reúne dos veces al año. Únicamente las decisiones tomadas por unanimidad obligan a los compañeros (miembros).

La Asamblea General elige un Jefe de Comunidad. Tiene que ser votado unánimemente. El jefe no sólo es el más calificado técnicamente, como debe serlo un director, sino que es también el hombre que sirve de ejemplo, que educa, que ama, que es desinteresado, que es servicial. Obedecer a un llamado jefe que no tuviera esas cualidades, sería cobardía.
El jefe tiene todo el poder ejecutivo durante tres años. Al terminar ese período, vuelve a su máquina.
Todos los cargos responsables de la comunidad, incluidos los de directores se obtienen mediante nombramiento de doble confianza, es decir, que el individuo es propuesto por los trabajadores de una categoría y unánimemente aceptado por los de la otra. En general, aunque no siempre, propone los candidatos la categoría superior, y la inferior los acepta o los rechaza. Esto, dicen los compañeros, evita la demagogia y el autoritarismo.
Todos los miembros se reúnen una vez a la semana en una Asamblea de Contacto, la cual, como su nombre indica, tiene por finalidad mantener a todo el mundo al corriente de lo que ocurre en la comunidad y poner en contacto a todos los individuos entre sí.
En Boimondau hay dos sectores principales: el sector social y el sector industrial. Este último tiene la siguiente estructura:
Los hombres — un máximo de 10 — forman equipos técnicos. Varios equipos forman una sección, un taller. Varias secciones forman un servicio.

El departamento social interviene en todas las actividades no técnicas. Todos los miembros, incluidas las mujeres, deben fomentar su desarrollo espiritual, intelectual, artístico y físico. A este respecto, es instructiva la lectura de Le Lien, revista mensual de Boimondau, que contiene informaciones y comentarios sobre toda clase de cosas: partidos de fútbol (contra equipos de fuera de la comunidad), exposiciones de fotografías, visitas a exposiciones artísticas, recetas de cocina, reuniones internacionales, revistas de conciertos,  críticas de películas, conferencias sobre marxismo, puntuaciones de basquetbol, informes sobre los días de trabajo en la granja, etc. Lo impregna todo un alegre espíritu de buena voluntad. Le Lien es un retrato imparcial de gentes que han dicho 'sí' a la vida, y ello con un máximum de consciencia.

Quizá algunas palabras de los individuos de la Comunidad den una idea del espíritu y la práctica de la Comunidad de Trabajo, mejor que cualquier definición:
Un miembro sindical escribe: Fui delegado de taller en 1936, detenido en 1940 y enviado a Buchenwald. Durante veinte años conocí muchas empresas capitalistas. . . En la Comunidad de Trabajo la producción no es la finalidad de la vida, sino un medio... No me atrevía a esperar resultados tan grandes y completos durante mi generación.

Un comunista escribe:
Como miembro del Partido Comunista Francés, y para evitar malas  interpretaciones, declaro que estoy enteramente satisfecho de mi trabajo y de mi vida comunitaria; mis opiniones políticas son respetadas, y se han convertido en realidad mi libertad absoluta y mi ideal de vida.

Un materialista escribe:
Como ateo y materialista, considero que uno de los valores humanos más hermosos es la tolerancia y el respeto a las opiniones religiosas y filosóficas. Por esa razón me siento particularmente a gusto en nuestra Comunidad de Trabajo. No sólo están intactas mi libertad de pensamiento y de expresión, sino que en la Comunidad encuentro los medios materiales y el tiempo necesario para un estudio más profundo de mis convicciones filosóficas.

Un católico escribe:
He estado en la Comunidad cuatro años. Pertenezco al grupo católico. Como todos los cristianos, me esfuerzo en organizar una sociedad en que sean respetadas la libertad y la dignidad del ser humano... Declaro, en nombre de todo el grupo católico, que la Comunidad de Trabajo es el tipo de sociedad que puede desear un cristiano. Allí, todo el mundo es libre y respetado, y todo le induce a mejorarse y a buscar la verdad. Si exteriormente esa sociedad no puede llamarse cristiana, es cristiana de hecho. Cristo nos dio la señal por la que es posible reconocerse a sí mismo: y nosotros nos amamos los unos a los otros.

Un protestante escribe:
Nosotros, los protestantes de la Comunidad, declaramos que esta revolución de la sociedad es la solución que permite a todos los hombres hallar libremente su satisfacción del modo que han elegido, y ello sin ningún conflicto con sus compañeros materialistas o católicos... La Comunidad, formada por hombres que se aman entre sí, satisface nuestros deseos de ver a los hombres vivir en armonía y saber por qué quieren vivir.

Un humanista escribe:
Tenía 15 años cuando salí de la escuela, y había dejado la iglesia a los 11, después de hacer la primera comunión. Había adelantado algo en mi instrucción, pero el problema espiritual era totalmente ajeno a mi alma. Era indiferente como la inmensa mayoría. A los 22 años entré en la Comunidad. Inmediatamente encontré allí un ambiente de estudio y de trabajo como no había visto en ninguna otra parte. Primero me sentí atraído por el lado social de la Comunidad, y sólo más tarde comprendí cuál podía ser el valor humano. Después redescubrí el lado espiritual y moral que hay en el hombre y que yo había perdido a los 11 años... Pertenezco al grupo humanista, porque no veo el problema como los cristianos o los materialistas. Amo a nuestra Comunidad porque mediante ella pueden ser despertadas, satisfechas y desarrolladas todas las aspiraciones profundas que hay en cada uno de nosotros, de modo que podemos transformarnos de individuos en hombres.

Los principios de las demás Comunidades, ya sean agrícolas o industriales, se parecen a los de Boimondau. He aquí unas declaraciones del Código de los Talleres R. C , Comunidad de Trabajo que fabrica marcos para cuadros:
Nuestra Comunidad de Trabajo no es una forma nueva de empresa ni una reforma para armonizar las relaciones entre capital y trabajo. Es un modo nuevo de vivir en el que el hombre hallará su satisfacción y en el que todos los problemas se resuelven en relación con el hombre todo. Así, pues, está en oposición con la sociedad actual, donde no interesan más que las soluciones para uno solo o para unos pocos.

El fin de la Comunidad de Trabajo es hacer posible el pleno desarrollo del hombre. Los compañeros de los R. G. declaran que eso es posible solo en una atmósfera de libertad, igualdad y fraternidad.
Pero hay que reconocer que, con mucha frecuencia, esas tres palabras no sugieren a la mente más que la inscripción de las monedas o de las fachadas de los edificios públicos.


martes, 4 de septiembre de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 6


CAPÍTULO VIII
Caminos hacia la Salud Mental (continuación)

¿Hay algún indicio empírico de que la mayor parte de la gente esté actualmente disgustada con su trabajo?
Al tratar de responder a esta pregunta, tenemos que distinguir entre lo que las gentes piensan conscientemente y lo que sienten conscientemente acerca de su satisfacción. De la experiencia psicoanalítica resulta evidente que el sentimiento de infelicidad y disgusto puede ser profundamente reprimido; una persona puede sentirse conscientemente satisfecha, y sólo los sueños, alguna enfermedad psicosomática, los insomnios y otros muchos síntomas pueden manifestar la infelicidad subyacente. La tendencia a reprimir la insatisfacción y la infelicidad es vigorosamente apoyada por la idea, tan generalizada, de que el no sentirse satisfecho significa ser un fracaso, un inadaptado, un incapaz, etc. (Así, por ejemplo, el número de personas que piensan conscientemente que están felizmente casados, y expresan con sinceridad esa creencia cuando responden a un cuestionario, es muchísimo mayor que el de las personas que realmente son felices en su matrimonio.)
Pero aun los mismos datos sobre la satisfacción consciente en el trabajo son expresivos.
En un estudio sobre la satisfacción en el trabajo realizado en escala nacional, manifestaron estar satisfechos con su trabajo y gozar con él, el 85 % de los profesionales y los ejecutivos, el 64 % de los trabajadores de oficina y el 41 % de los trabajadores de fábrica.

Vemos en esas cifras una discrepancia significativa entre los profesionales y los ejecutivos, de un lado, y los trabajadores y los oficinistas, de otro. Entre los primeros, sólo una minoría está insatisfecha; entre los últimos, lo están más de la mitad. Respecto de la población total, esto significa, en términos generales, que más de la mitad de la población total empleada está conscientemente insatisfecha con su trabajo, y que no goza con él. Si atendemos a la insatisfacción inconsciente, el porcentaje sería bastante mayor. Tomando el 85 % de profesionales y directivos satisfechos, tendríamos que ver cuántos de ellos sufren presión sanguínea alta, úlceras, insomnio, tensión nerviosa y fatiga debidos a causas psicológicas. Aunque acerca de esto no hay datos exactos, es indudable que, teniendo en cuenta esos síntomas, el número de personas verdaderamente satisfechas que disfrutan con su trabajo sería mucho menor que el que dan las cifras arriba citadas.

Vemos, pues, que existe mucha insatisfacción consciente, y mucha más aún inconsciente, con el tipo de trabajo que nuestra sociedad industrial ofrece a la mayor parte de sus individuos.
Unos se esfuerzan por compensar su insatisfacción con una mezcla de incentivos monetarios y de prestigio, y es indudable que esos incentivos producen un considerable ardor para el trabajo, especialmente en los escalones medios y altos de la jerarquía de los negocios. Pero una cosa es que esos incentivos hagan trabajar a la gente, y otra cosa muy diferente que el modo de trabajar conduzca a la salud mental y a la felicidad.

La mayoría de nosotros suponemos que el tipo de trabajo corriente en nuestra sociedad, a saber, el trabajo enajenado, es el único tipo existente, y que, por lo tanto, es natural la aversión al trabajo, y que, en consecuencia, los únicos incentivos para trabajar son el dinero, el prestigio y la fuerza. Si usáramos un poquito nuestra imaginación, reuniríamos una buena cantidad de pruebas de nuestras propias vidas, de la observación de los niños y de muchas situaciones en que difícilmente podemos dejar de hallarnos, con alguna frecuencia, que nos convencerían de que deseamos emplear nuestra energía en algo que tenga sentido, que nos conforte si lo hacemos, y que estamos perfectamente dispuestos a aceptar una autoridad racional si lo que hacemos tiene sentido.

Entonces se dice que: El trabajo industrial, mecanizado, no puede, por su misma naturaleza, tener sentido, no puede producir ningún placer ni satisfacción, y no hay modo de cambiar estos hechos, a menos que renunciemos a nuestras conquistas técnicas. Pero aun siendo verdad eso, muchas personas objetan que esa verdad nos sirve de muy poco.  Para responder a esta objeción y pasar a examinar algunas ideas relativas al modo como podría tener sentido el trabajo moderno, deseo señalar dos aspectos diferentes del trabajo que importa mucho discernir para nuestro problema: la diferencia
existente entre el aspecto técnico y el aspecto social del trabajo.

D. EL INTERÉS Y LA PARTICIPACIÓN COMO MOTIVACIONES

Si examinamos separadamente el aspecto técnico y el aspecto social de la situación de trabajo, vemos que muchos tipos de trabajo serían atrayentes por el aspecto técnico, siempre que fuera satisfactorio también el aspecto social. Por ejemplo, hay muchos individuos a quienes les gustaría sobremanera ser maquinistas ferroviarios. Pero aunque ser maquinistas ferroviarios es una de las profesiones bien pagada y respetadas entre la clase obrera, no llena, sin embargo, las ambiciones de quienes aspiran a algo mejor. Indudablemente, muchos directores de negocios hallarían más placer en ser maquinistas ferroviarios que en su propio trabajo, si el contexto social de su tarea fuese diferente. Veamos otro ejemplo: el de un camarero de restaurante. Este trabajo sería extraordinariamente atractivo para muchas personas, siempre que su prestigio social fuera otro. Permite constantes relaciones interpersonales, y a las personas a quienes les gusta comer bien les agrada aconsejar a otras, servir agradablemente, etc. Muchos individuos hallarían mucho más placer en trabajar de camareros que en sentarse en su escritorio ante cifras insignificantes, si no fuera por la poca categoría social y los pequeños ingresos de aquel trabajo. A muchos otros les gustaría también el oficio de chófer, si no fuera por sus aspectos sociales y económicos negativos.

 Pero aunque el aspecto técnico puede carecer, ciertamente, de interés, la situación total de trabajo puede ofrecer gran satisfacción. He aquí algunos ejemplos que sirven de ilustración a este punto. Comparemos un ama de casa que cuida la vivienda y hace la cocina, con una criada a quien se paga para hacer exactamente lo mismo. Tanto para el ama de casa como para la sirviente, el trabajo es el mismo en sus aspectos técnicos, y no particularmente interesante. Sin embargo, tendrá una significación totalmente diferente para las dos y les ofrecerá satisfacciones muy distintas, siempre que pensemos en una mujer felizmente relacionada con su marido y sus hijos, y en una criada corriente que no siente la menor adhesión sentimental hacia su patrono. Para la primera, el trabajo no tendrá nada de penoso, pero sí lo tendrá para la última, y su única razón para hacerlo es que necesita el dinero que se le paga por ello. La causa de esta diferencia es obvia: aunque e1 trabajo es el mismo en sus aspectos técnicos, la situación de trabajo es absolutamente distinta. Para el ama de casa forma parte de su relación total con el marido y los hijos, y en este punto su trabajo tiene sentido. La sirviente no participa en la satisfacción de este aspecto social del trabajo.

La enfermedad, la fatiga y la baja producción resultante no se deben primordialmente al monótono aspecto técnico del trabajo, sino a la enajenación del trabajador respecto de la situación total de trabajo en sus aspectos sociales. Pero esa enajenación puede decrecer en cierto grado sí el trabajador participa en algo que tenga  sentido para él y en el cual tenga voz. Toda la reacción psicológica al trabajo cambia, aunque técnicamente el tipo de trabajo sigue siendo el mismo.
El aspecto social de la situación de trabajo tiene una influencia decisiva en la actitud del trabajador, aun cuando el proceso del trabajo en su aspecto técnico siga siendo el mismo. La variación del índice de trabajo en diferentes individuos depende de la atmósfera social. 

Boimondau es una fábrica de cajas de relojes. En realidad, es una de las siete mayores fábricas de esa clase que hay en Francia.
Fue fundada por Marcel Barbu. Tuvo éste que trabajar mucho a fin de ahorrar lo suficiente para tener una fábrica de su propiedad, donde estableció un consejo de fábrica y una tarifa de salarios aprobada por todos y que incluía la participación en las ganancias. Pero no era ese paternalismo ilustrado lo que Barbu deseaba. Después de la derrota de Francia en 1940, Barbu se propuso iniciar de verdad la liberación en que pensaba. Como no encontraba mecánicos en Valence, salió a la calle y habló con un barbero, con un salchichero, con un camarero, ninguno de los cuales era, prácticamente, un trabajador industrial especializado. Los hombres tenían todos menos de treinta años. Se ofreció a enseñarles a hacer cajas de reloj, siempre que estuvieran de acuerdo en buscar con él una organización en que fuera abolida la diferencia entre patrono y obrero. El caso era buscarla.

... El primer descubrimiento que hizo época fue que cada obrero tenía libertad para reclamar a los demás... Desde el primer momento, esta libertad completa de palabra entre ellos y con su patrono creó una alegre atmósfera de confianza.
Pero no tardó en evidenciarse que el reclamarse libremente producía discusiones y pérdida de tiempo para el trabajo, y así acordaron unánimemente dedicar un rato cada semana a una reunión informal, para allanar las diferencias y los conflictos.

Pero como no se encaminaban precisamente a encontrar una organización económica mejor, sino un modo nuevo de vivir juntos, las discusiones estaban llamadas a llevar al descubrimiento de actitudes básicas. Muy pronto —dice Barbu— vimos la necesidad de encontrar una base común, o lo que llamamos desde entonces nuestra ética común.
Sin una base ética común, no había modo de trabajar juntos ni, por lo tanto, posibilidad de hacer nada. Encontrar una base ética común no era fácil, porque las dos docenas de trabajadores entonces empleados eran muy diferentes entre sí: católicos, protestantes, materialistas, humanistas, ateos, comunistas. Examinaron todos sus propias éticas individuales, es decir, no la que se les había enseñado de memoria o la convencionalmente aceptada, sino la que, por sus propias experiencias e ideas, juzgaron necesaria.

Descubrieron que sus éticas individuales tenían ciertos puntos comunes. Tomaron esos puntos y los convirtieron en el mínimum común sobre el que estaban de acuerdo unánimemente. No era una declaración teórica y vaga. En su prefacio declararon:
No hay peligro de que nuestro mínimum ético común sea una convención arbitraria, porque, para establecer sus puntos, nos basamos en las experiencias de la vida. Todos nuestros principios morales han sido practicados en la vida real, en la vida diaria, en la vida de todos. . .'
Lo que habían redescubierto por sí mismos y paso a paso era la ética natural, el Decálogo,' que expresaron a su manera en los siguientes términos:

  1.  Amarás a tu prójimo.
  2.  No mataras.
  3.  No tomarás los bienes de tu prójimo
  4.  No mentirás.
  5.  Cumplirás tus promesas.
  6.  Te ganarás el pan con el sudor de tu frente.
  7.  Respetarás a tu prójimo, a su persona, su libertad.
  8.  Te respetarás a ti mismo.
  9.  Lucharás ante todo contra ti mismo, contra todos los vicios que degradan al hombre, contra todas las pasiones que lo esclavizan y son nocivas para la vida social: orgullo, avaricia, lujuria, codicia, glotonería, ira, pereza.
  10.  Mantendrás que hay bienes que valen más que la vida misma: la libertad, la dignidad humana, la verdad, la justicia..."


Los hombres se comprometieron a hacer cuanto pudieran por practicar su mínimum ético común en su vida diaria. Se comprometieron a hacerlo el uno con el otro. Los que tenían una ética privada más exigente se comprometieron a vivir según sus creencias, pero admitieron que no tenían en absoluto derecho a invadir las libertades de los demás. En realidad, todos estuvieron de acuerdo en respetar plenamente las convicciones o la falta de convicciones de los otros, no en reírse nunca de ellas ni hacerlas objeto de burlas.