martes, 28 de agosto de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 5


CAPÍTÚLO VIII
CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL (continuación)

C. OBJECIONES SOCIOPSICOLÓGICAS

Lo que los psicólogos de la industria describen con tan brillantes colores es en esencia la misma falta de concentración tan característica del hombre moderno en general. Uno hace tres cosas a la vez porque no hace ninguna de un modo concentrado. Es un gran error creer que es confortable hacer algo sin concentrarse en ello. Por el contrario, toda actividad concentrada, ya sea trabajo, juego o descanso (el descanso también es una actividad), es vigorizante, y toda actividad no concentrada es fatigosa. Todo el mundo puede comprobar la verdad de esta afirmación sólo con observarse un poco a sí mismo.
Los psicólogos de la industria argumentan que: el trabajo en la fábrica moderna no produce, por su misma naturaleza, interés ni satisfacción; además, hay trabajos que no pueden dejar de hacerse y que son positivamente desagradables o repelentes. La participación activa del obrero en la dirección es incompatible con las exigencias de la industria moderna y nos llevaría al caos. Para actuar apropiadamente en este régimen, el hombre tiene que obedecer, que adaptarse a una organización sometida a una rutina. El hombre es holgazán por naturaleza y nada propicio a asumir obligaciones; por lo tanto, hay que condicionarlo para que trabaje sin rozamientos y sin demasiada iniciativa ni espontaneidad.

Para tratar de estos argumentos convenientemente, hemos de permitirnos algunas especulaciones sobre el problema de la indolencia y el de las diversas motivaciones del trabajo.
Es sorprendente que psicólogos y profanos puedan sustentar aún la opinión de la indolencia natural del hombre, cuando tantos hechos observables la contradicen. La indolencia, lejos de ser normal, es un síntoma de desarreglo mental. En realidad, una de las formas peores de sufrimiento mental es el tedio, el no saber uno qué hacer de sí mismo, ni de su vida. Aunque no recibiera remuneración monetaria o de otra clase, el hombre estaría ansioso de emplear su energía en algo que tuviera sentido para él, porque no podría resistir el tedio que produce la inactividad.

Observemos a los niños: nunca están ociosos; con el estímulo más ligero, o aun sin él, siempre están ocupados en jugar, en hacer preguntas, en imaginar cuentos, sin otro incentivo que el placer de la actividad por sí misma. En el campo de la psicopatología vemos que la persona que no tiene interés en hacer nada está gravemente enferma y anda lejos de presentar el estado normal de la naturaleza humana. Hay información muy numerosa sobre los trabajadores en tiempos de paro forzoso, que
sufren tanto o más por el obligado descanso como por las privaciones materiales. No son menos los informes que demuestran que para muchos individuos de más de sesenta y cinco años la necesidad de dejar de trabajar les produce profunda infelicidad y en muchos casos decaimiento y enfermedades.

La teoría convencional y más común es que el dinero constituye el principal incentivo para trabajar. Ésa solución puede tener dos sentidos diferentes: primero, que el miedo a morirse de hambre es el incentivo principal para trabajar; en este caso, el argumento es indudablemente cierto. Muchos tipos de trabajo no serían aceptados nunca a base del salario o de otras condiciones de trabajo, si el obrero no se hallara ante la alternativa de aceptar esas condiciones o morirse de hambre. En nuestra sociedad, el trabajo desagradable y humilde no se hace voluntariamente, sino porque la necesidad de ganarse la vida obliga a muchas personas a hacerlo.

Con la mayor frecuencia esta idea del incentivo del dinero se refiere al deseo de ganar más dinero como motivación para esforzarse más en el trabajo. Si el hombre no fuera tentado por la esperanza de una remuneración monetaria mayor — dice este argumento —, no trabajaría, o por lo menos trabajaría sin interés. Aún existe esta convicción en la mayoría de los industriales y en muchos líderes de sindicatos.
Los últimos datos revelan que aunque el destajo es muy útil para aumentar la producción, por sí solo no resuelve el problema de conseguir la cooperación de los trabajadores. En determinadas circunstancias, puede intensificar ese problema. Comparten esta opinión un número cada vez mayor de psicólogos de la industria y aun algunos industriales.

Pero el estudio de los incentivos monetarios sería incompleto si no tomáramos en cuenta el hecho de que el deseo de ganar más dinero es constantemente fomentado por la industria misma, que confía en el dinero como principal incentivo para trabajar.
Mediante la publicidad, el sistema de ventas a plazos y otros muchos recursos, el ansia del individuo de comprar más cosas y más nuevas es estimulada hasta el punto de que rara vez puede tener dinero bastante para satisfacer esas necesidades. Así, artificialmente estimulado por la industria, el incentivo monetario juega un papel mayor del que jugaría sin ese estímulo. Además, no es necesario decir que el incentivo monetario tiene que jugar un papel importantísimo por cuanto que es el único incentivo, porque el proceso del trabajo es por sí mismo insatisfactorio y aburrido.

Hay muchos ejemplos de casos en que la gente elige un trabajo con menor remuneración monetaria, sólo porque es más interesante por sí mismo.
Al lado del dinero, se consideran incentivos importantes para trabajar el prestigio, la posición y el poder que lo acompañan.
No es necesario demostrar que el ansia de prestigio y de fuerza constituye hoy el incentivo más poderoso para trabajar entre las clases media y alta; en realidad, la importancia del dinero radica en gran parte en que representa prestigio, tanto por lo menos como seguridad y confort. Pero se desconoce con frecuencia el papel que la necesidad de prestigio juega también entre los obreros, los oficinistas y los primeros grados de la burocracia industrial y comercial. La placa del mozo del coche Pullman, del cajero del banco, etc., son cosas psicológicamente importantes para su sensación de importancia, como lo son el teléfono personal y la oficina más amplia para las jerarquías superiores. Esos factores de prestigio también juegan un papel entre los trabajadores de la industria.

Dinero, prestigio y fuerza son hoy los incentivos principales para el sector más amplio de nuestra población: el sector empleado. Pero hay otras motivaciones: la satisfacción de crearse una existencia económicamente independiente y la ejecución de un trabajo bien hecho, cosas ambas que hacen el trabajo mucho más significativo y atrayente que la motivación del dinero y de la fuerza. Pero aunque en el siglo XIX y principios del XX la independencia económica y la pericia eran satisfacciones importantes para el hombre de negocios independiente; para el artesano y para el obrero muy especializado, el papel de tales motivaciones disminuye ahora rápidamente.

En relación con el aumento de personas empleadas, en contraste con el número de personas independientes, advertimos que a comienzos del siglo XIX, las cuatro quintas partes aproximadamente de la población ocupada trabajaba para sí misma; hacia 1870 sólo pertenecía a este grupo la tercera parte, y en 1940 esta vieja clase media comprendía sólo la quinta parte de la población ocupada.
Este paso de trabajadores independientes a trabajadores empleados conduce por sí mismo a disminuir la satisfacción en el trabajo. La persona empleada trabaja, más que la independiente, en una posición enajenada. Ya gane un salario alto o un salario bajo, es un mero accesorio de la organización, y no un ser humano que hace algo para sí mismo.

Pero hay otras motivaciones: la satisfacción de crearse una existencia económicamente independiente y la ejecución de un trabajo bien hecho, cosas ambas que hacen el trabajo mucho más significativo y atrayente que la motivación del dinero y de la fuerza. Pero aunque a principios del siglo XX la independencia económica y la pericia eran satisfacciones importantes para el hombre de negocios independiente; para el artesano y para el obrero muy especializado, el papel de tales motivaciones disminuye ahora rápidamente.
Este paso de trabajadores independientes a trabajadores empleados conduce por sí mismo a disminuir la satisfacción en el trabajo. La persona empleada trabaja, más que la independiente, en una posición enajenada. Ya gane un salario alto o un salario bajo, es un mero accesorio de la organización, y no un ser humano que hace algo para sí mismo.

Y hay un factor que podría mitigar la enajenación del trabajo, que es la pericia que se necesita para hacerlo. Mas también aquí las cosas evolucionan en el sentido de disminuir la habilidad requerida y, por consiguiente, en el de aumentar la enajenación.
En resumen, la inmensa mayoría de la población trabaja en cosas que requieren poca pericia v casi sin oportunidades para desarrollar algún talento especial o para hacer algo que se distinga.

Mientras los grupos directivos o profesionales tienen por lo menos un interés grande en hacer algo que sea más o menos persona!, la inmensa mayoría vende su capacidad física, o una parte extraordinariamente pequeña de su capacidad intelectual, a un patrono que la emplea para tener ganancias que no comparte, en cosas en que no tiene interés, con el único objeto de ganarse la vida y satisfacer por alguna casualidad su anhelo de consumidor.
Disgusto, apatía, tedio, falta de alegría y de felicidad, una sensación de inutilidad y el vago sentimiento de que la vida no tiene sentido, son los resultados inevitables de esa situación. Este síndrome patológico socialmente modelado, puede no ser advertido por las gentes; se le puede ocultar con una huida frenética hacia actividades evasivas, o con el ansia de tener más dinero, fuerza y prestigio. Mas el peso de estas últimas motivaciones es tan grande solo porque la persona enajenada no puede dejar de buscar esas compensaciones de su vacuidad interior, no porque esos deseos sean los incentivos naturales o más importantes para trabajar.

martes, 21 de agosto de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 4


 CAPÍTULO VIII
CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL (continuación)

LA TRANSFORMACIÓN ECONÓMICA

A. EL SOCIALISMO COMO PROBLEMA

En el capítulo anterior hemos estudiado tres soluciones al problema actual de la locura: la del totalitarismo, la del supercapitalismo y la del socialismo. La solución totalitaria, ya sea de tipo fascista o stalinista, no puede, obviamente, conducir más que a un desequilibrio y una deshumanización mayores; la solución del supercapitalismo no hace más que ahondar el estado patológico inherente al capitalismo; aumenta la enajenación del hombre y su automatización, y completa el proceso de convertirle en un servidor del ídolo de la producción. La única solución constructiva es la del socialismo, que tiende a una reorganización fundamental de nuestro régimen económico y social en el sentido de libertar al hombre de ser usado como un medio para fines ajenos a él, de crear un orden social en que la solidaridad humana, la razón y la productividad son fomentadas y no trabadas.

Pero es indudable que las consecuencias del socialismo, donde hasta ahora se le ha practicado, han sido por lo menos desilusionadoras. ¿Cuáles son las razones de ese fracaso? ¿Cuáles son los objetivos y las metas de la reconstrucción social y económica que pueden evitar ese fracaso y conducimos a hacia una sociedad sana?

Rusia ha hecho lo que los socialistas marxistas creían que era necesario hacer en la esfera económica. Si el régimen ruso demostró que, económicamente, una economía socializada y planificada puede funcionar eficazmente, también demostró que eso no es, de ningún modo, condición suficiente para crear una sociedad libre, fraternal y no enajenada. Por el contrario, demostró que la planificación centralizada puede hasta crear un grado de autoritarismo mayor que el que pueda encontrarse en el capitalismo o en el fascismo. Pero el hecho de que se haya establecido en Rusia una economía socializada y planificada no significa que el régimen ruso sea la realización del socialismo tal como lo entendían Marx y Engels.
Lo que significa és que Marx y Engels estaban equivocados al pensar que un cambio legal de la propiedad y una economía planificada bastaban para producir los cambios sociales y humanos que deseaban.

Las consecuencias terroríficas del comunismo soviético, por una parte, y los desilusionadores resultado del socialismo del Partido Laborista, por otra, han llevado a muchos socialistas demócratas a un estado de resignación y desesperanza. Algunos siguen creyendo aún en el socialismo, pero más por orgullo u obstinación que por convicción verdadera. Otros, ocupados en tareas mayores o menores dentro de uno de los partidos socialistas, no reflexionan demasiado y se sienten satisfechos con las actividades prácticas que tienen entre sus manos.

Pero es absolutamente indudable que los problemas de la transformación social no son tan difíciles de resolver — ni teórica ni prácticamente — como los problemas técnicos que han resuelto nuestros químicos y nuestros físicos. Y tampoco puede dudarse que necesitamos un renacimiento humano más que los aeroplanos y la televisión. Una sola fracción de la razón y del sentido práctico empleados en las ciencias naturales, aplicada a los problemas humanos, permitiría proseguir la tarea de que se mostraron tan orgullosos nuestros antepasados del siglo XIII.

B. EL PRINCIPIO DEL SOCIALISMO COMUNITARIO

Otras escuelas socialistas han sido mucho más conscientes de las fallas del marxismo y han formulado los objetivos del socialismo de manera mucho más adecuada. Los owenistas, los sindicalistas, los anarquistas y los socialistas gremiales estaban de acuerdo en su principal interés, que era la situación social y humana del trabajador en su trabajo y el tipo de sus relaciones con los compañeros de trabajo. (Por "trabajador" entiendo aquí, y en las páginas que siguen, a todo el que vive de su propio trabajo, sin ingresos adicionales procedentes del empleo de otros hombres.) El objetivo de todas esas formas diversas de socialismo, que llamamos socialismo comunitario, era una organización industrial en que todas las personas que trabajan serían participantes activos y responsables; en que el trabajo seria atractivo y tendría un sentido; en que el capital no emplearía trabajo, sino que el trabajo emplearía capital. Daban importancia a la organización del trabajo y a las relaciones sociales entre los hombres, no primordialmente a la cuestión de la propiedad.

La verdadera libertad, que es la meta del socialismo nuevo, garantizará la libertad de acción y la inmunidad contra la presión económica al tratar al hombre como un ser humano, y no como un problema o como un dios.
La libertad política por sí misma, en realidad, siempre es ilusoria. Un hombre que vive en sujeción económica seis días, si no siete, de cada semana, no es libre simplemente por hacer una cruz en una candidatura electoral cada  seis años. Si la libertad ha de significar algo para el hombre corriente, debe abarcar la libertad industrial. Mientras los hombres que trabajan no se sientan miembros de una comunidad autónoma de trabajadores, serán esencialmente serviles, sea cualquiera el régimen político en que vivan. No basta con eliminar la degradante relación en que están los esclavos asalariados con un patrono individual. También el socialismo de estado mantiene al trabajador sometido a una tiranía no menos irritante por ser impersonal. El autogobierno en la industria no es meramente un suplemento de la libertad política, sino su precursor.

El hombre en todas partes está encadenado, y no se romperán sus cadenas hasta que no sienta que es degradante estar hipotecado ya sea a un individuo o al estado. La enfermedad de la civilización no es tanto la pobreza material de los demás como el debilitamiento del espíritu de libertad y de confianza en sí mismo.
La revolución que cambiará al mundo brotará, no de la benevolencia que produce la reforma, sino de la voluntad de ser libre. Los hombres obrarán conjuntamente con la plena conciencia de su dependencia mutua; pero obrarán para sí mismos. No se les concederá la libertad desde arriba, la conquistarán por sí mismos.

Los socialistas, pues, deben atraerse a los trabajadores no preguntando: ¿No es desagradable ser pobres, no ayudarás a  elevar a los pobres?, sino diciendo: La pobreza no es sino la señal de la esclavitud del hombre: para evitarla, tenéis que dejar de trabajar para otros y creer en vosotros mismos. Existirá esclavitud asalariada mientras haya un hombre o una institución que sea amo de hombres; acabará cuando los trabajadores aprendan a poner la libertad por encima de la comodidad. El hombre corriente se hará socialista no para conseguir un nivel mínimo de vida civilizada, sino porque se sentirá avergonzado de la esclavitud que los ciega a él y a sus compañeros, y porque se decidirá a poner fin a un sistema industrial que los hace esclavos.

¿Qué quiere decir ese control de la industria que deben exigir los trabajadores? Puede resumirse en dos palabras: intervención directa. La tarea de dirigir realmente los negocios debe confiarse a los obreros que trabajan en ellos. A ellos debe corresponder el ordenar la producción, la distribución y el cambio. Tienen que conquistar el autogobierno industrial, con derecho a elegir a sus propios jefes; deben conocer y dirigir todo el complicado mecanismo de la industria y el comercio; deben convertirse en agentes de la comunidad en la esfera económica.

martes, 14 de agosto de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 3


CAPÍTULO VIII
CAMINOS HACIA LA SALUD MENTAL

Aunque el capitalismo en el siglo XIX fue criticado por su abandono del bienestar de los trabajadores, nunca fue esa su crítica principal. De lo que hablan Owen, Tolstoi, Bakunin, Marx, Einstein y Schweitzer, es del hombre y de lo que le sucede en nuestro régimen industrial. Aunque lo expresan en términos diferentes, todos hallan que el hombre ha perdido su lugar central, que se ha convertido en un instrumento de objetivos económicos, que se ha convertido en un extraño para sus prójimos y para la naturaleza y que ha dejado de tener una vida con sentido. Yo me he esforzado por mostrar cuales son los resultados psicológicos de la enajenación: que el hombre vuelve a una orientación receptiva y mercantil y deja de ser productivo; que pierde el sentido de su personalidad, que se considera dependiente de la opinión de los demás y que, en consecuencia, tiende a adaptarse y, sin embargo, a sentirse inseguro; está disgustado, aburrido, ansioso, y gasta la mayor parte de su energía en el intento de compensar o de cubrir esa ansiedad. Su inteligencia parece excelente, su razonamiento se debilita y, dadas sus capacidades técnicas, está poniendo en grave peligro la existencia de la civilización y hasta de la especie humana.

Al principio se propendía a ver la causa de todos los males en la falta de libertad política, y especialmente en el sufragio universal,. Los socialistas y, especialmente los marxistas, subrayaban la significación de los factores económicos. Creían que la enajenación del hombre era consecuencia de su papel como objeto de explotación. Pensadores como Tolstoi, por otra parte, señalaban el empobrecimiento espiritual y moral como causa de la decadencia del hombre occidental; Freud pensaba que el conflicto del hombre moderno era la excesiva represión de sus impulsos instintivos y las manifestaciones neuróticas resultantes. Pero toda explicación que analice un solo sector con exclusión de los demás carece de equilibrio y, por lo tanto, es errónea. Las explicaciones socioeconómicas, espirituales y psicológicas miran el mismo fenómeno desde puntos de vista diferentes, y la verdadera tarea de un análisis teórico es ver como esos diferentes aspectos se relacionan entre sí y como actúan los unos con los otros.

Si yo creo que la causa de la enfermedad es económica, o espiritual, o psicológica, necesariamente creo que el poner remedio a la causa conducirá a la salud. Por otra parte, si veo cono se interrelacionan los diversos aspectos, llegaré a la conclusión de que la cordura y la salud mental solo pueden conseguirse mediante cambios simultáneos en la esfera de la organización industrial y política, en la estructura del carácter y en las actividades culturales. La concentración de los esfuerzos en una de esas esferas con exclusión u olvido de las otras, destruye todo cambio. En realidad, parece radicar ahí uno de los obstáculos más importantes para el progreso de la humanidad.

El Cristianismo predicó la renovación espiritual, olvidando los cambios del orden social sin los cuales la renovación espiritual no puede ser efectiva para la mayoría de la gente. La época de la Ilustración postuló como normas supremas la independencia de juicio y de la razón; predicó la igualdad política sin ver que esa igualdad no podía llevar a la fraternidad si no iba acompañada de un cambio fundamental en la organización económico-social. El socialismo insistió en la necesidad de cambios sociales y económicos, y olvidó la necesidad del cambio interior de los seres humanos, sin el cual los cambios económicos no pueden llevar nunca a la sociedad solidaria. Cada uno de esos grandes movimientos ha atendido a un sector de la vida con exclusión de los demás; los resultados fueron un fracaso casi total.
La predicación del Evangelio condujo al establecimiento de la Iglesia Católica; las enseñanzas de los racionalistas, a Robespierre y Napoleón; las doctrinas de Marx, a Stalin. El hombre es una unidad, su pensamiento, su sentimiento y su modo de vivir están inseparablemente relacionados. No puede tener libertad de pensamiento si no tiene libertad emocional; y no puede tener libertad emocional si en su modo de vivir es un ser dependiente y sin libertad en sus relaciones económicas y sociales. Tratar de avanzar en un sector con exclusión de los demás lleva a que las demandas radicales en una esfera sean alcanzadas solo por unos pocos individuos mientras la mayoría se convierten en fórmulas y ritos que sirven para ocultar que nada ha cambiado en las otras esferas. Varios miles de años de fracaso del progreso aislado deberían constituir una lección convincente.

Relacionado con este problema está el del radicalismo y la reforma, que parece constituir la línea divisoria entre varias soluciones políticas. Pero esa diferenciación suele ser engañosa. La reforma puede ser radical, es decir, ir a las raíces, o puede ser superficial, tratando de evitar los síntomas sin tocar las causas. Por otro lado, el llamado radicalismo, que cree que podemos resolver los problemas por la fuerza, cuando lo que se necesita es observación, paciencia y actividad interrumpida, es tan irreal y ficticio como la reforma superficial. Hablando en términos históricos, las dos cosas llevan con frecuencia al mismo resultado. La revolución de los bolcheviques llevó al estalinismo, y la reforma del ala izquierda de los social-demócratas alemanes condujo a Hitler. La cuestión está en si se va a las raíces y se intentan modificar las causas, o si se queda en la superficie e intenta solo tratar los síntomas.

Si este capitulo va a estudiar los caminos hacia la salud, mejor haremos en detenernos un momento y preguntarnos ¿qué sabemos sobre la naturaleza de la curación en casos de enfermedades mentales individuales? El tratamiento en patología social debe seguir el mismo principio, ya que es la patología de muchísimos seres humanos, y no la de una entidad fuera y aparte de los individuos.
Las condiciones del tratamiento en patología individual son, principalmente:
1) debe haber ocurrido algo contrario al funcionamiento correcto de la psique. En la teoría de Freud, esto significa que la libido no se ha desarrollado normalmente y que, en consecuencia, se han presentado síntomas. Para el psicoanálisis humanista, las causas del estado patológico residen en no haberse desarrollado una orientación productiva, falta que tiene por resultado el desarrollo de pasiones irracionales, en especial de tendencias incestuosas, destructoras y explotadoras. El hecho de sufrir, ya sea consciente o inconscientemente, produce una tendencia dinámica a vencer el sufrimiento, es decir, a cambiar en dirección a la salud. Esta tendencia hacia la salud en nuestro organismo físico y mental es la base de todo tratamiento de la enfermedad y está ausente solo en los casos patológicos más graves.

2) El primer paso necesario para permitir que opere esta tendencia es tener conciencia del sufrimiento y de lo que está separado y disociado de nuestra personalidad consciente. En la doctrina de Freud, la represión afecta principalmente a los impulsos sexuales. En nuestro cuadro de referencia, afecta a las pasiones irracionales reprimidas, a los sentimientos reprimidos de inutilidad y aislamiento, y al anhelo de amor y de productividad, que también es reprimido.
3) La creciente autoconciencia solo llega a ser plenamente efectiva si se da un nuevo paso, el de cambiar un modo de vivir erigido sobre la base de la estructura neurótica. Por ejemplo, un paciente cuyo carácter neurótico le hace desear someterse a las autoridades paternales, se curará únicamente si cambia su situación vital, de tal suerte, que no reproduzca constantemente las tendencias a la sumisión de que desea librarse. Además, debe cambiar su sistema de valores, normas e ideales, de modo que impulsen y no bloqueen su tendencia hacia la salud y la madurez.
 
La finalidad de este capítulo es estudiar las diversas posibilidades de cambios prácticos de nuestra organización económica, política y cultural. Pero antes de que empezar, examinemos lo que  constituye el equilibrio mental y qué tipo de cultura puede suponerse que conduzca a la salud mental.
La persona mentalmente sana es la persona productiva y no enajenada; la persona que se relaciona amorosamente con el mundo y que emplea su razón para captar la realidad objetivamente; que se siente a sí misma como una entidad individual única, y al mismo tiempo se siente identificada con su prójimo; que no está sometida a una autoridad irracional y acepta de buena voluntad la autoridad racional de la conciencia y la razón; que está en proceso de nacer mientras vive, y considera el regalo de la vida como la oportunidad más preciosa que se le ofrece.

Estas metas de la salud mental no son ideales que haya que imponer a la persona, o que el hombre pueda alcanzar únicamente si vence a su naturaleza y sacrifica su egoísmo innato. Por el contrario, la tendencia hacia la salud mental, hacia la felicidad, la armonía, el amor, la productividad, es inherente a todo ser humano que no sea un idiota mental o moral de nacimiento. Si se les da oportunidad, esas tendencias se afirman por sí mismas vigorosamente, como puede verse en incontables situaciones. Son precisas muchas circunstancias poderosas para pervertir y sofocar esa tendencia innata a la salud mental; y es cierto que, a lo largo de casi toda la historia conocida, ha causado esa perversión el uso del hombre por el hombre. Pero creer que dicha perversión es inherente al hombre, es como arrojar semillas en el suelo del desierto y pretender que no estaban destinadas a germinar.

¿Qué sociedad corresponde a esa meta de salud mental y cuál debe ser la estructura de una sociedad mentalmente sana? Ante todo, una sociedad en que ningún hombre sea un medio para los fines de otro, sino que sea siempre y sin excepción un fin en sí mismo; por consiguiente, una sociedad en que nadie es usado, ni se usa a sí mismo, para fines que no sean los del despliegue de sus propias capacidades humanas, en que el hombre es el centro y están subordinadas a su desarrollo todas las actividades económicas y políticas.
Una sociedad sana es aquella en que cualidades como la avaricia, el espíritu explotador, el ansia de poseer y el narcisismo no encuentran oportunidad de ser usadas para obtener mayores ganancias materiales o para reforzar el prestigio personal; donde el obrar de acuerdo con la propia conciencia se considera cualidad fundamental y necesaria, y donde el oportunismo y la falta de principios se consideran antisociales; donde el individuo se interesa por las cuestiones sociales en tal grado, que se convierten en cuestiones personales, en que la relación con su prójimo no está separada de su relación en la esfera privada.

Una sociedad mentalmente sana es aquella que fomenta la solidaridad humana y que no sólo permite, sino que estimula a sus individuos a tratarse con amor; una sociedad sana estimula la actividad productiva de todo el mundo en su trabajo, fomenta el desarrollo de la razón, y permite al hombre dar expresión a sus necesidades internas 

martes, 7 de agosto de 2018

Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, parte 2

Capítulo VII 
Soluciones diversas (continuación)

Robert Owen fue un hombre práctico, director y propietario de una de las fábricas de tejidos mejor dirigidas de Escocia. También para él, el objetivo de una sociedad nueva no era aumentar la producción, sino la mejora del hombre, que es la cosa más valiosa de todas.
Aunque los hombres nacen con ciertos rasgos característicos, su carácter lo determinan las circunstancias en que viven. Si las condiciones sociales de la vida son satisfactorias, en el carácter del hombre se desarrollarán las virtudes que le son inherentes. Creía que los hombres solo habían sido enseñados en todo el transcurso de la historia a defenderse a sí mismos o a destruir a los demás. Hay que crear un orden social nuevo en que los hombres sean educados en principios que les permitan actuar unidos, y crear vínculos verdaderos y auténticos entre los individuos.

La libertad, para Marx, no es solo la libertad respecto a los opresores políticos, sino la liberación del hombre del dominio de las cosas y las circunstancias. El hombre libre es el hombre rico, pero no el hombre rico en el sentido económico, sino en el sentido humano. Para Marx, el hombre rico es el que es mucho, no el que tiene mucho.

El análisis de la sociedad y del proceso histórico debe partir del hombre real y concreto, con sus cualidades fisiológicas y psicológicas. La finalidad del desenvolvimiento del hombre es, para Marx, una nueva armonía entre el hombre y el hombre, y entre el hombre y la naturaleza. Para él, el socialismo es una asociación en que el desenvolvimiento libre de cada uno es la condición básica para el desenvolvimiento de todos, una sociedad en que el pleno y libre desarrollo de cada individuo es el principio directivo. A esa finalidad la llama la realización del naturalismo y del humanismo, y dice que difiere tanto del materialismo como del idealismo y, sin embargo, reúne lo que hay de verdad en ambos lados.

¿Cómo puede conseguirse esa emancipación del hombre? Solo cuando el hombre ha reconocido y organizado sus propias fuerzas como fuerzas sociales y, en consecuencia, no separe  de sí mismo su poder social en forma de poder político (es decir, no haga del estado la esfera del gobierno organizado), solo entonces se conseguirá la emancipación de la humanidad.
Supone Marx que si el trabajador deja de ser empleado, cambiará la naturaleza y el carácter de su trabajo. Éste se convertirá en una expresión significativa de las potencias humanas, y no será una faena sin sentido.
Para Marx, el trabajo debe hacerse atractivo y corresponder a las necesidades y deseos del hombre. Por esa razón sugiere, que nadie se especializara en una clase determinada de trabajo, sino que trabajara en diferentes ocupaciones, de acuerdo a sus distintos intereses y capacidades.

Que la actividad económica no puede convertirse en un fin en sí misma, sino que no es más que un medio para satisfacer las necesidades humanas, resulta particularmente claro en su examen de lo que llama comunismo vulgar, por lo que entiende un comunismo que concede importancia exclusiva a la abolición de la propiedad privada de los medios de producción. Este comunismo, al negar totalmente la personalidad del hombre, no es sino la expresión consecuente de la propiedad privada, la cual es, exactamente, la negación del hombre… el comunismo vulgar no es sino la envidia llevada a la perfección. 

Es indudable que Marx y Engels eran de la opinión que la finalidad del socialismo no solo era una sociedad sin clases, sino una sociedad sin estado, sin estado por lo menos en el sentido, de que el estado tendría por misión administrar las cosas, y no gobernar a las personas. Marx subrayó la necesidad de la descentralizacón, en vez de un poder estatal centralizado, cuyos orígenes están en el principio de la monarquía absoluta. Las pocas, pero importantes funciones que se dejarán aun para un gobierno central, habían de encomendarse a funcionarios comunales, es decir, rigurosamente responsables… el régimen comunal habría devuelto al cuerpo social todas las fuerzas que hasta ahora consumía el monstruo parasitario, el Estado, que se nutre de la sociedad y entorpece su libre movimiento. Marx ve en la Commune la forma política, descubierta al fin, en la que puede lograrse la liberación económica de los obreros. 

Hasta el más breve examen de las ideas de Marx sería incompleto sin una referencia a su teoría del materialismo histórico. En la historia de las ideas, esta teoría es probablemente la contribución más duradera e importante de Marx al conocimiento de las leyes que gobiernan a la sociedad. Su premisa es que, antes de que el hombre pueda dedicarse a cualquier tipo de actividad cultural, tiene que producir los medios para su subsistencia física. El modo como produce y consume está determinado por : su propia constitución fisiológica, las potencias productivas que tiene a su disposición y que, a su vez, están condicionadas por la fertilidad del suelo, los recursos naturales, las comunicaciones y las técnicas que inventa. Las condiciones materiales del hombre determinan su organización socio-política, su modo de vivir y finalmente su modo de pensar y sentir.
La incomprensión generalizada de esta teoría consistió  en interpretarla como si Marx hubiera dicho que la lucha por la ganancia era el principal móvil del hombre. En realidad, ésa es la idea dominante expresada en el pensamiento capitalista.
Su principal crítica al capitalismo era precisamente que había mutilado al hombre por la preponderancia de los intereses económicos, y para él, el socialismo era una sociedad en que el hombre se libertaría de ese dominio por una forma de organización económica más racional y, en consecuencia, más productiva.

Sin embargo, Marx no reconoció las fuerzas irracionales que actúan en el hombre y le hacen tener miedo a la libertad y que conducen a una ansia de poder y destructividad. Antes al contrario, subyacente a su concepto del hombre estaba implícito el supuesto de la bondad natural de éste, que se reafirmaría en cuanto se librara de las mutiladoras cadenas económicas. La famosa frase al final del Manifiesto Comunista, según la cual los trabajadores no tienen nada que perder sino sus cadenas, contiene un error psicológico. Además de sus cadenas, también tienen que perder todas esas necesidades  y satisfacciones irracionales que nacieron mientras llevan las cadenas.
Esa subestimación de la complejidad de las pasiones humanas llevó el pensamiento de Marx a tres errores. En primer lugar, lo llevó a olvidar el factor moral en el hombre. Precisamente porque suponía que la bondad del hombre se reafirmaría automáticamente cuando se hubieran realizado los cambios económicos, no vio que gentes que no habían sufrido un cambio moral en su vida interior no podían dar vida a una sociedad mejor. No prestó atención a la necesidad de una orientación moral nueva, sin la cual vendrían a ser inútiles todos los posibles cambios políticos y económicos.

El segundo error se refiere a las probabilidades de realización del socialismo. Marx y Engels no sospecharon la posibilidad de una nueva barbarie en la forma de autoritarismo comunista y fascista, y de guerras de una destructividad inaudita.
El tercer error fue la idea de que la socialización de los medios de producción no solo era condición necesaria, sino condición suficiente, para la transformación de la sociedad capitalista en una comunidad socialista cooperativa. Así como Freud creyó que el liberar al hombre de los tabúes sexuales produciría la salud mental, Marx creyó que la emancipación de la explotación produciría automáticamente seres libres y cooperativos.

Los errores de Marx adquirieron importancia histórica porque la concepción socialista marxista fue la que triunfó en el movimiento obrero de Europa. Los sucesores de Marx se sometieron de tal manera a la influencia de la autoridad de Marx, que no dieron nuevos desarrollos a su teoría, sino que en general se dedicaron a repetir las viejas fórmulas de un modo cada vez más estéril.
La acerba crítica formulada en páginas anteriores va dirigida principalmente a acentuar la necesidad de que el socialismo democrático vuelva a los aspectos humanos del problema social y se concentre ante todo en ellos; de que debe criticar al capitalismo desde el punto de vista de lo que hace a las cualidades humanas del hombre, a su alma y a su espíritu; de que sustente una concepción del socialismo en términos humanos, inquiriendo de qué manera contribuirá una sociedad socialista a poner fin a la enajenación del hombre, a la idolatría de la economía y del estado.