martes, 17 de abril de 2018

El Diablo, parte 5


JESÚS VIS A VIS CON EL DIABLO

Jesús fue tentado por el Diablo durante cuarenta días, o sea todo el tiempo que él estuvo en el desierto. ¿Cómo podemos entender estas tentaciones? ¿Fueron carnales o fueron espirituales? Jesús no quiso revelar su naturaleza y nosotros no podemos arriesgarnos -sin temor de caer en una irreverencia- a adivinarlas. Pero resulta una verdad evidente: Jesús no quiso rechazar al Diablo; Jesús toleró y soportó las repetidas tentaciones del enemigo y aceptó en la soledad una sola compañía: la del Diablo. Habría podido echar lejos de sí, con una sola palabra al tenaz tentador. No lo hizo, no quiso hacerlo. Esto demuestra que el no desdeñaba aquella compañía, que él no aborrecía la presencia del arcángel rebelde, que él condescendía a hablar con él, a escucharlo, a responderle.

Hay más, Jesús se había retirado al desierto con esa finalidad, para someterse a esa prueba. Lo afirma explícitamente el evangelista San Mateo: Entonces Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el Diablo (IV,1). De aquí podemos sacar una consecuencia que no han advertido los comentaristas. Jesús había recibido el bautismo y ya iba a comenzar su misión pública. Antes de dar principio a su obra de Maestro, era, empero, necesario que él fuese tentado por el Diablo. Esta tentación era, pues, una prueba a la cual el Redentor no podía substraerse. Era una condición y una preparación para su misión divina.

La tentación aparece como, según los evangelistas, una necesidad, una vela de armas antes de lanzarse a la conquista de las almas. El Diablo por eso es considerado uno de los personajes necesarios, aun en un sentido antagonista, de la tragedia de la pasión. Sus tentaciones son el preámbulo imprescindible de los futuros suplicios. Y bajo este aspecto, el Diablo aparece como un colaborador de Cristo.

LA PRIMERA TENTACIÓN DE JESÚS

La primera tentación que conocemos es la del pan. Y en aquellos días -dice Lucas- no comió nada; más acabados que fueron, tuvo hambre. Y el Diablo le dijo: Si tú eres el hijo de Dios di a esta piedra que se haga pan. (IV, 3-4)
Aquí Satanás demuestra tener un concepto  materialista de la divinidad, como si ésta consistiese esencialmente en el dominio sobre las cosas materiales visibles. Para las turbas hambrientas multiplicaría los panes como para los convidados de las bodas de Canaan transmutará el agua en vino. Pero se niega a dar esa satisfacción al Diablo. Y le responde con las famosas palabras: Está escrito: no solo de pan vive el hombre. Estas palabra se encuentran en el Deuteronomio ( VIII,3) El hombre no vive solo de pan, sino de todo lo que sale de la boca de Dios. El verdadero alimento del hombre es espiritual: su vida se mantiene por las palabras que salen de la boca de Dios, o sea,  la verdad. La réplica no podía ser más apropiada: el Diablo sumergido en la materia es padre de mentiras. Jesús le contrapone el espíritu y la verdad. La primera prueba es superada divinamente. El Diablo tiene que urdir otras insidias para llevar hasta el final su oficio.

LA SEGUNDA TENTACIÓN DE JESÚS

Entonces lo condujo a Jerusalén y lo subió a una almena del templo y le dijo: Si tú eres hijo de Dios, arrójate desde aquí, abajo, porque está escrito: Él ordenará a sus ángeles protegerte y ellos te sostendrán en alto para que no des con tus pies en ninguna piedra. (Lucas, IV, 9-11). En esta segunda tentación hay dos cosas notables. Si el Diablo condujo a Jesús con tanta rapidez a Jerusalén, debió habérselo llevado en vuelo: el Diablo, pues, poseía aún sus alas de arcángel.
La segunda es que el Diablo, para acomodarse al estilo de Jesús, cita las palabras de las escrituras. Él da prueba de conocer de memoria el texto sagrado, porque su cita es tomada textualmente de un salmo (XCI, 11-12).

Satanás sigue sin comprender, y como los groseros judíos, le pide una señal, otro milagro material. Pero Jesús, tampoco esta vez quiso acceder a aquella prueba ridícula y humillante y se conformó con contestar con otras palabras de las escrituras: No tentarás al Señor tu Dios, (Deuter, VI,16). Jesús confirma con estas palabras, su naturaleza divina, aplicándose a sí mismo las palabras que el Deuteronomio refiere a Jahveh. Nadie a mi juicio, ha notado que Cristo ha hecho la primera confesión de su propia divinidad al Diablo. Más tarde se lo dirá también a los hombres, pero no debemos olvidar que lo dijo, con las palabras mismas de Dios, al adversario que dudaba de él.

LA TERCERA TENTACIÓN DE JESÚS

La más reveladora de todas es la tercera tentación. El Diablo toma de nuevo en vuelo al anacoreta hambriento y lo transporta a la cumbre de un monte. Y el Diablo, llevándole a lo alto de un monte le mostró en un instante todos las reinos del mundo y le dijo: Yo te daré toda esta potestad y el esplendor de estos reinos, porque me han sido dados y yo los doy a quien quiero. Si tú, pues, te postergas delante de mi para adorarme, todo será tuyo. (Lucas, IV, 5-8)
Aquí se manifiesta el fondo más hondo  del ánimo de Satanás. Ya no es aquí un jactancioso o un usurpador: Dios le ha hecho de verdad príncipe de este mundo, y es verdad, que todos aquellos reinos esparcidos por el mundo son suyos. Si Jesús accede a prosternarse en acto de adoración, Satanás obtendría al fin su revancha. Renuncia al principado, pero para obtener la paridad con Dios.

También esta vez Jesús replica con una cita del Antiguo Testamento: Adora al Señor tu Dios y a Él solo rinde culto. (Deuteronomio, VIII, 13). Es una de las afirmaciones del monoteísmo judaico que se contrapone al dualismo iránico. El mismo Satanás no admitía ser un Dios al lado de otro Dios, sino que quería serlo solo, y el viejo Dios, desposeído, tendría que ser el primero en postrarse delante de él.
Después de esta tercera repulsa el Diablo dejó solo a Jesús. Aunque no para siempre. Habría de volver aún y a horas más propicias. Y el Diablo, cuando hubo acabado toda clase de tentaciones, se alejó de él por algún tiempo, hasta mejor ocasión. (Lucas, IV, 13).

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