martes, 10 de abril de 2018

El Diablo, parte 4


SATANÁS COMO AGENTE DE JAHVEH

Aún hoy se admite por la mayoría que Satanás, después de la rebelión y de la caída, ha sido relegado al abismo y nunca más ha sido admitido  a la presencia del Creador.
Pero la verdad es bien distinta. El libro de Job nos revela que aún después de la expulsión del Cielo fueron cordiales las relaciones entre el Señor y el insurgente. Recordemos:
Porque sucedió que un día, cuando los hijos de Dios (los ángeles) vinieron a presentarse delante de Jahveh, Satanás iba también en medio de ellos. Y Dios sin cuidarse de los otros, le dirigió en seguida la palabra al maldito. Y Jahveh dijo a Satanás: ¿De dónde vienes? Y Satanás respondió: De recorrer el mundo. Y Jahveh dijo a Satanás: ¿Y tú no has visto a mi siervo Job? Inútil referir el resto, porque todos conocen la proposición  de Satanás que quería poner a prueba al piadoso patriarca para hacerle renegar de Dios.

Son conocidos los detalles de lo que sucedió después. A nosotros nos basta ahora poner de relieve ciertas verdades que pueden deducirse del texto.
La primera es que Satanás, a pesar de su rebelión, podía mezclarse con los ángeles fieles y presentarse con ellos delante de Aquél que él había intentado destronar. Eso demuestra que Dios sentía aún cierta indulgencia paternal hacia Lucifer.
La segunda es que Satanás actuaba, en cierto sentido, como inspector fiscalizador de Dios en medio de los hombres y que Dios escuchaba con benignidad sus informes, sus juicios y sus acusaciones. Todo esto lo ha confirmado el profeta Zacarías, el cual vio al sumo sacerdote Joshua delante del ángel de Jahveh y Satanás que estaba a su derecha para acusarlo. El Diablo pues, es un agente de Dios, algo así como un investigador, como un acusador público.

El libro de Job nos presenta, pues, de un modo inesperado, las relaciones entre el Juez Supremo y el condenado rebelde. No hay que olvidar esto cuando se piense en un retorno posible de Lucifer a su primer estado de ángel perfectísimo.
Y las relaciones entre Cristo y Satanás fueron, como veremos, igualmente muy amigables.

EL DIABLO REVERSO DE DIOS

Dios es amor y Satanás es odio; Dios es creación permanente y Satanás es destrucción; Dios es luz y Satanás es tinieblas; Dios es promesa de eterna beatitud y Satanás es la puerta a la eterna condenación.
Pero esta oposición no es, como parece a simple vista, total. Dios es omnisapiente, pero Satanás no es del todo ignorante: Santo Tomás de Aquino ha limitado, pero reconocido la sapiencia del Diablo (Summa)
Dios es omnipotente pero el Diablo no es impotente del todo.
El Diablo, pues, no es totalmente lo opuesto del Creador; también el participa del ser, también él tiene un resto de poder y de ciencia que lo coloca por debajo de Dios, pero por encima de los hombres. El Creador le concedió como a las otras criaturas angélicas y humanas la libertad. Dios, aunque omnipotente, no pudo impedirle que usara de aquel modo terrible de la libertad que le había concedido: en aquel instante de la fatal decisión Satanás fue, en cierto modo, igual a Dios, porque Éste, aunque lo hubiese querido no habría podido oponerse a la libre decisión del rebelde.
Al menos por un instante, en el de su rebelión, la voluntad de Lucifer prevaleció sobre la potencia y el amor del Padre.

CRISTO Y SATANÁS

No terminan con las tentaciones las relaciones entre el Salvador del mundo y el príncipe de este mundo. Y vale la pena recordarlas porque demuestran que entre ellos no hubo aquella enemistad absoluta que imaginan todos los cristianos.
Cuando Jesús desembarcó en el país de los gadarenos un hombre extraño salió, desnudo, de una tumba y apenas lo vio vino a su encuentro. Estaba poseído, como dice Marcos, por un espíritu impuro o, como aparece en el evangelio de San Lucas, por muchos demonios que lo atormentaban. Se postró a los pies de Jesús, lanzó un grito y por su boca el Demonio dijo así: ¿Qué tengo yo que ver contigo, hijo del Dios Altísimo? Por Dios te conjuro que no me atormentes. (Mr. V.2-7). Jesús, como sabemos por lo que sigue del relato, no accedió a la imploración del Demonio y lo lanzó, con todos sus compañeros, del cuerpo de aquel desgraciado. Pero la palabra más significativa de todo el episodio está en aquella invocación del Demonio en la que llama a Jesús hijo del Dios Altísimo.

Los mismos apóstoles, en aquellos momentos no habían aún reconocido en Jesús al hijo de Dios: la primera proclamación abierta de la divinidad de Cristo fue hecha, pues, por la voz de un hijo del Diablo.
Cristo no pudo ser amigo de Satanás y antes dará a los discípulos el poder de hollar las serpientes y lanzar los demonios. Y aun así, Él no se muestra enemigo acérrimo del enemigo, bien que Satanás sea su adversario más pequeño. En Cristo, que es amor absoluto, puede haber desdén, pero nunca odio.

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