miércoles, 18 de enero de 2017

El Gozo, parte 31

Capítulo 9 (continuación)

El hecho de que el comportamiento esté bajo control consciente no quita que sea espontáneo. No pensamos como caminar, comer o escribir; no obstante, sabemos conscientemente lo que estamos haciendo y podemos controlar en forma consciente nuestras acciones. Si tenemos temor a soltar el control, no podemos controlar el comportamiento en forma consciente. Esto puede parecer contradictorio pero no lo es. El temor produce un efecto paralizante en el cuerpo que, al debilitar la espontaneidad de una acción, la vuelve torpe. El conflicto entre el impulso de replegarse y el impulso de actuar obstaculiza el control consciente, lo cual refuerza el temor. Por supuesto que el temor tiene razones históricas. Si de niño uno sintió una ira asesina, es lógico que crea que cualquier expresión de ese sentimiento puede traerle aparejada una fuerte paliza del padre o madre. En esta situación, la única opción que le queda al niño es inhibir la acción y suprimir el sentimiento, pero ésta supresión fija a la persona en el nivel de la niñez. El pasado queda congelado en la personalidad, aunque está potencialmente activo. Es posible que el paciente siga temiendo las consecuencias de expresar una ira intensa, aún en la situación terapéutica, donde no hay ningún peligro.

Existe otro elemento del soltarse que también se relaciona con las experiencias infantiles. Los niños tienen una tendencia a equiparar un sentimiento con su acción. Los deseos y los sentimientos son fuerzas potentes. Un niño es capaz de equiparar el deseo de que una persona se muera con el acto de matarla. También cree que los sentimientos son duraderos. Los adultos saben por experiencia que los sentimientos cambian como el clima...y aun más rápido. Según las circunstancias cambiantes de la vida, la ira se puede transformar en afecto, el amor en odio. Los niños, que viven totalmente en el presente, no piensan en términos de futuro y, por lo tanto, no tienen una concepción del cambio. Si sienten un dolor creen que va a durar para siempre; por eso suelen preguntar: “¿Cuando se me va a pasar?”. Con los sentimientos sucede lo mismo. El niño piensa: “Si estoy enojado contigo, siempre voy a estar enojado contigo. Si te odio, te voy a odiar siempre”. Existe otra concepción, relacionada con ésta por la cual se equiparan los pensamientos con las acciones. La idea de matar a alguien es equivalente al acto de matarlo. El ego de un niño pequeño no es capaz de distinguir con facilidad el pensamiento, el sentimiento y la acción, lo cual se le vuelve posible cuando adquiere conciencia de sí y su ego reconoce que ejerce un control consciente sobre el comportamiento.

Es imposible utilizar la terapia analítica en niños pequeños porque carecen de la objetividad necesaria para que el proceso terapéutico funcione. Sin embargo, muchos adultos también carecen de objetividad debido a que quedaron fijados emocionalmente en un nivel infantil, lo cual debilita su ego y su capacidad para distinguir con claridad los pensamientos, los sentimientos y las acciones. El adulto tiene la posibilidad de saber que aunque su ira sea lo suficientemente intensa como para matar, no la actuará, pues seria inapropiado o imprudente. La tendencia a actuar se origina en un componente infantil de la personalidad. Así, el hecho de que podamos tener y expresar un sentimiento de furia asesina sin actuarlo ni intentar actuarlo constituye un signo de adultez. El ejercicio anterior les brinda a los pacientes la oportunidad de experimentar y desarrollar el control consciente que les permitiría transformarse en adultos, lo que son en realidad, y actuar como tales. Otro de los aspectos importantes de este ejercicio es la relación entre la voz y los ojos. Muchos individuos, cuando hacen este ejercicio, gritan en voz muy fuerte: “¡Te voy a matar!”, pero sus ojos no reflejan ira. Si se pone demasiado énfasis en la voz, la carga de los ojos disminuye. La expresión de ira queda limitada a la voz a expensas de los ojos. Esta reacción es más infantil, pues los bebés y los niños utilizan principalmente la voz para expresar sus sentimientos; los adultos, en cambio se valen sobre todo de los ojos. Así, la ira de los adultos es más temible cuando el tono de voz es tranquilo pero los ojos echan chispas. Esto es una extensión de la filosofía de Theodore Roosevelt: “Hablad con suavidad pero llevad un gran garrote.”

Es preciso destacar que si bien los ejercicios antes descritos disminuyen el temor a entregarse al cuerpo, es necesario complementarlos con otros que expresen ira. La sensibilidad del terapeuta con respecto al problema del paciente le permitirá elegir el ejercicio apropiado.
La liberación del impulso en la terapia es relativamente sencilla. Les entrego a los pacientes una toalla enrollada que pueden retorcer con la fuerza que quieran. Al mismo tiempo,  los aliento a expresar sus sentimientos con palabras, para lo cual se utilizan frases como “¡Callate!, ¡No aguanto tu voz!, ¡Te estrangularia!”. Este ejercicio le brinda al paciente una sensación de poder que lo ayuda a superar los sentimientos de desamparo y los propios de su condición de victima.

Otra expresión importante de la ira es el acto de morder. Es la acción que los adultos más desaprueban en los niños; un niño que le pega a otro u a uno de sus padres es un niño malo, pero un niño que muerde es un monstruo. Sin embargo, morder es algo tan natural en los seres humanos como en los animales. Yo jamás fomentaría esta acción en un niño pero, por otro lado, si un niño mordiera no lo atacaría como si fuera una bestia peligrosa. El temor a morder puede crear una tensión enorme en los músculos de la mandíbula y debilitar la salud emocional del individuo. Este bloqueo a la expresión de la agresión es más evidente en los individuos que tienen la mandíbula retraída.

En la mayoría de los casos, les resulta difícil proyectar la mandíbula hacia adelante, movimiento necesario para expresar la ira. Sin embargo, si la mandíbula está trabada hacia adelante, también bloquea la expresión de la agresión, dado que está inmóvil. Es imposible morder con la mandíbula inmovilizada. Asimismo, es imposible aferrarse con los dientes a la vida. Para liberar la mandíbula es necesario eliminar el temor a morder. Cuando percibo que un individuo tiene este temor, le ofrezco una parte carnosa de mi mano y le digo que muerda. La mayoría me contesta: “Tengo miedo de lastimarlo”. Como soy yo el que debería tener miedo, esta reacción indica que los pacientes no se deciden a morder porque le temen a su impulso inconsciente de morderme. Solo en una o dos oportunidades me mordieron con fuerza y me dolió; cuando eso sucede les digo: “Esta bien. Ya veo que puedes morder”. Ellos se detienen y me sonríen, como diciendo: “.Acaso pensó que no podía?”. Nadie me mordió con tanta fuerza como para lastimarme la piel porque los individuos que no tienen temor de morder poseen control consciente sobre la fuerza de la mordida.

Algunas personas pueden llegar a tener las mandíbulas tan tensionadas que hacen rechinar los dientes mientras duermen. Esta tensión también es responsable, como ya mencioné, de la disfunción temporomandibular, que se traduce en dolores en la articulación y dificultades para abrir bien la boca. El mejor ejercicio para aliviar esta tensión es morder una toalla enrollada que el paciente sostiene con las dos manos. Es bueno alentarlo a que gruña mientras muerde la toalla para que se identifique más con su naturaleza animal, que es su cuerpo. El sentimiento de alegría pertenece al mundo animal y no al mundo de los intelectuales civilizados, que viven en gran medida en su cabeza. Por desgracia, la civilización sumamente técnica de los tiempos modernos exige un alto grado de sofisticación, agudeza mental y control, lo cual nos impide experimentar la alegría de entregarnos al cuerpo; pero si no podemos confiar en nuestros sentimientos, perdemos contacto con la vida interior del cuerpo, la única capaz de darle riqueza y sentido a la vida.

El otro sentimiento fuerte relacionado con el temor a la demencia es la sexualidad. Podemos dejamos llevar por una intensa pasión sexual de la misma forma que por una ira intensa. Una persona puede estar locamente enamorada o enloquecer porque su amor fue traicionado, pero en los individuos sanos ambos sentimientos son egosintónicos y pueden contenerse. La contención le permite al individuo expresar los sentimientos en forma positiva y constructiva, pero solo se logra si los acepta plenamente. La actuación sexual  airada deriva del temor a no poder contener la excitación de ese sentimiento intenso, a no soportarla. Hay que hacer algo para descargar la excitación: estallar, mantener relaciones sexuales o ambas cosas. Ese comportamiento no es un signo de pasión sino de temor: el temor a la demencia, que es el mismo que el temor a la intimidad. Demasiada intimidad asusta porque aparece el fantasma de que el otro nos posea como nos poseyó el padre/madre seductor. Lo que vuelve loco al niño es el doble mensaje: seducción y rechazo, amor y odio.

La contención de un sentimiento fuerte, ya sea de amor, ira, tristeza o dolor, es un signo de que el individuo posee una naturaleza apasionada. Contener es lo contrario de “soportar”. Aprendemos a soportar situaciones dolorosas o perturbadoras cercenando los sentimientos. En el caso de la contención, aceptamos el sentimiento y lo integramos a la personalidad; y esto les cuesta mucho a aquellas personas cuya personalidad está condicionada por la supervivencia, puesto que la supervivencia depende de la supresión del sentimiento. ¿Como hace uno para adquirir contención cuando la mayor parte de su vida ha sido un sobreviviente? En este capítulo describí varios ejercicios que ayudan al individuo a aceptar un fuerte sentimiento de ira. ¿Qué se puede hacer con respecto a los sentimientos sexuales?

La respuesta puede resultar sorprendente, a menos que sepamos que los sentimientos sexuales fuertes son mas fáciles de contener que los débiles. Esto se explica porque la persona que tiene sentimientos sexuales fuertes posee un mayor sentido del self y un ego más fuerte, que le dan contención. Sin embargo, la mayoría de los pacientes no entra dentro de esta categoría; por lo tanto, gran parte del trabajo terapéutico tiene como objetivo aumentar el sentimiento sexual del paciente. A tal fin, se lo hace respirar profundamente, hasta que el aire llegue al suelo pélvico, donde están los sentimientos sexuales. El principal mecanismo para lograrlo es el llanto profundo, pero también se lo fomenta ayudando al paciente a que esté más enraizado mediante ejercicios que movilicen las sensaciones de sus piernas.

Todos los ejercicios descritos son útiles. Es fundamental quitarle al paciente  la culpa que siente con respecto los sentimientos sexuales; esta es la parte medular del proceso analítico. A medida que los sentimientos sexuales de un paciente se vuelven más fuertes, asoman en sus ojos, puesto que ambos extremos del cuerpo adquieren más vida y entusiasmo. Los ojos brillantes son un signo de la presencia de sentimientos sexuales fuertes. Entonces puede practicarse el ejercicio de mantener esa carga en los ojos mientras están en contacto con los del terapeuta o los de otras personas con las que se interactúa. No es fácil lograrlo porque la mayoría de las personas sienten vergüenza y temor de revelar sus  sentimientos sexuales, sobre todo quienes sufrieron abusos sexuales. Es fundamental que el terapeuta acepte los sentimientos sexuales del paciente pero sin involucrarse, pues de lo contrario violaría la relación terapéutica.

El próximo paso es lógico. Se debe aconsejar al paciente que no tenga relaciones sexuales si no existe un fuerte sentimiento de amor entre ambas partes. El hecho de controlar conscientemente los sentimientos sexuales estimula la contención y aumenta la fuerza del ego. Si el sentimiento es fuerte, la masturbación proporciona una salida apropiada. El control consciente de un sentimiento fuerte es lo que identifica a los individuos maduros que poseen o han adquirido dominio de sí gracias a la terapia. Los individuos con esta característica no temen que la expresión de un sentimiento fuerte los haga parecer o sentirse locos.

Para entender cabalmente el temor a la demencia presente en tantas personas necesitamos darnos cuenta de la manera en que nuestra cultura contribuye a enloquecernos. Vivimos en una cultura hiperactiva que sobreexcita y sobrestimula a todos los que están expuestos a ella. Hay demasiado movimiento, demasiado ruido y demasiado sonido, demasiadas cosas y demasiada suciedad. Hace poco, en la tapa de la revista New Yorker apareció la foto de un hombre aturdido que se tapaba los oídos y gritaba: “El ruido me esta volviendo loco”. Es posible sobrevivir sin volverse literalmente loco, pero para eso hay que adormecer los sentidos y así no oír el ruido, ni ver la suciedad, ni percibir el continuo movimiento. Sin embargo, en los hogares actuales se desarrolla una hiperactividad similar con los televisores, los automóviles y los artefactos electrodomésticos. En esta cultura es imposible ir mas despacio o calmarse. La hiperactividad se nutre de la misma frustración que impulsa al niño hiperactivo; es decir, de la incapacidad de permanecer en contacto con el núcleo profundo e interno del propio ser, el alma o espíritu. La nuestra es una cultura dirigida hacia afuera, puesto que tratamos de encontrar el sentida de la vida en la sensación y no en el sentimiento; en el  hacer y no en el ser, en poseer cosas y no en el propio self. Es una locura y  nos vuelve locos, porque nos cercena de nuestras raíces, que se hallan en la naturaleza, el suelo que nos sostiene, la realidad.

Sin embargo, creo que el peor elemento de nuestra cultura es que hace demasiado hincapié en la sexualidad y la explota. Estamos constantemente expuestos a imágenes sexuales, lo cual es excitante pero también produce frustración puesto que no hay posibilidades de descarga inmediata. Esta sobrestimulación sexual nos obliga a cercenar los sentimientos sexuales para no sentirnos abrumados y perder el control; pero como el sentimiento es la vida del cuerpo, el individuo neurótico que suprimió sus sentimientos sexuales se ve impulsado a actuar sexualmente buscando excitación y sentimientos. En general esta actitud se traduce en violaciones, abusos de niños o pornografía. No podemos tratar este problema con sermones o enseñanzas morales, ya que procede de una perdida del contacto con la naturaleza y con nuestra verdadera naturaleza: la vida del cuerpo. 

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