martes, 3 de enero de 2017

El Gozo, parte 29


Capítulo 9 (continuación)

El individuo que sufre un colapso nervioso queda confundido y no sabe quien es, donde se encuentra ni que está sucediendo. Perder los limites del self implica perder el sentido de la realidad; es una pérdida de la conciencia de nuestro verdadero self. Esta es una experiencia que, en si misma, produce temor. La persona se encuentra desorientada y despersonalizada; en el estado de despersonalizacion, el individuo no es consciente de su cuerpo pero el temor desaparece.
Al disociarse la mente del cuerpo, que es la división que tiene lugar en los casos de esquizofrenia, se cercena toda percepción de los sentimientos.

El temor a la demencia esta ligado al proceso, y no al estado de disociación, al igual que el temor a la muerte es en realidad el temor a morirse, y no a estar muerto. Lo que produce temor es el proceso de abandonar el control del ego.
Y, sin embargo, es lo que buscamos en lo profundo de nuestro ser, puesto que constituye la base para experimentar alegría. Muchos ritos religiosos incluyen practicas que producen en un individuo un estado de excitación desbordante y hacen que trascienda los limites de su self. En una ceremonia vudú que presencie en Haití hace muchos años, esto se lograba bailando al ritmo continuo de dos tambores. El joven que bailó con esa música durante casi dos horas termino en un estado de trance en el que ya no tenia pleno control de su cuerpo.

Yo experimente en ciertas oportunidades una excitación abrumadora que me transporto y cambio mi sentido de la realidad. Recuerdo que de niño me deleitaba tanto con las luces, la música y la actividad general de un parque de diversiones que me parecía que estaba en un mundo mágico. Otra vez me reí tanto durante un juego que perdí la cuenta de si estaba despierto o dormido. Y una vez tuve un orgasmo tan intenso que me sentí fuera de este mundo. No tuve miedo en ninguna de estas ocasiones; de otro modo, estas experiencias jamás habrían tenido lugar y, de hecho, fueron sumamente placenteras y gozosas hasta el éxtasis.

Existe un mundo de diferencia entre la locura que es pasión (la pasión divina) y la locura que es demencia. En la primera situación, la excitación es placentera y permite que el ego se expanda hasta que, en el momento final, se lo trasciende; Pero aún en este momento, la trascendencia no es ajena al ego, puesto que es natural y es un signo de vida. Constituye una entrega a la vida más profunda del self, la vida que opera en el nivel inconsciente. Los niños no tienen miedo de perder el control del ego. De hecho, les encanta. Suelen dar vueltas hasta que se marean y caen al piso riéndose de placer. Sin embargo, en estos casos, soltar el control es un acto libre que se lleva a cabo sin presiones. La falta de control del ego es natural en los niños muy pequeños. Estos niños nunca tuvieron este control ni supieron lo que es; al igual que los animales, se guían por sus sentimientos y no por el pensamiento consciente.

A medida que vamos creciendo y se desarrolla nuestro ego, nos convertimos en individuos conscientes de nosotros mismos y comenzamos a pensar en nuestros actos. La imposición de un control consciente permite que la persona adapte su comportamiento para lograr objetivos mayores y más lejanos que la satisfacción de las necesidades inmediatas. Sin embargo, cuando actuamos de acuerdo con nuestros pensamientos e ideas, no somos espontáneos, lo que elimina la alegría y reduce el placer que puede provocar una acción. Como esto se hace con el fin de obtener un placer mayor en el futuro, constituye un modo de reacción sano y natural; se convierte en una pauta neurótica cuando el control se vuelve inconsciente y arbitrario, y no se lo puede entregar.

El control consciente se puede entregar en el momento apropiado; no sucede lo propio con el control inconsciente, puesto que uno no se percata ya sea del control mismo, o de sus mecanismos y dinámica. El control inconsciente afecta a muchos individuos, a los que les resulta muy difícil expresar sus sentimientos o hacer valer sus deseos. Tienden a ser pasivos y a hacer lo que se les ordena. Aún cuando, si se esfuerzan, logran decir “No”, la voz les sale débil y su expresión carece de convicción. Su capacidad de autoafirmación se ve obstaculizada por tensiones musculares crónicas en la garganta, que ahogan el sonido, y en el pecho, que restringen la respiración, lo que reduce la cantidad de aire que circula por las cuerdas vocales.

Podría decirse que el individuo está inhibido, que no se anima a exigir nada por si mismo. En general, la persona es consciente de esta inhibición, pero no esta en condiciones de liberarla ya que no comprende la razón de esa inhibición ni percibe las tensiones que la constituyen. Se puede tratar el problema por medio de la terapia. 249

Prácticamente cualquier persona puede perder la cordura si se la presiona lo suficiente como para quebrantar su ego. Por otro lado, una carga energética que crece gradualmente podría fortalecer el ego si el individuo cuenta con el apoyo de un terapeuta que le proporcione el control que el paciente abandona.
Cuando la excitación y la tensión que produce llega a un punto demasiado alto, el cuerpo reacciona espontáneamente para descargarla por medio del gritos El grito es un sonido agudo que aumenta en altura e intensidad hasta que llega a un clímax. En el grito, a diferencia del llanto, la onda de excitación fluye hacia arriba y llega a la cabeza, mientras que en el llanto la onda fluye hacia abajo y llega al vientre. El sonido que produce el llanto es grave, a diferencia del que produce el grito. Al llorar, descargamos el dolor de la soledad y la tristeza, buscamos contacto y comprensión. Al gritar, descargamos el dolor producido por una excitación intensa, que puede ser positiva o negativa. Los niños gritan deleitados cuando el entusiasmo placentero es muy grande, o gritan con temor cuando sienten dolor. El grito funciona como una válvula de seguridad gracias a la cual se evacua una excitación que, si no se liberara, podría hacer estallar la mente del individuo. Los pacientes siempre se sienten mas tranquilos y abiertos después de gritar.

Y así como todos tenemos alguna razón para llorar (por ejemplo, la falta de alegría en nuestra vida), también tenemos razones para gritar. Para la mayoría de las personas, la lucha por sobrevivir es demasiado intensa, demasiado dolorosa y cansada, pero la toleramos porque tenemos miedo de sentir un gran deseo de gritar “¡No soporto mas!”. Tenemos miedo de que eso haga estallar nuestra mente, cuando en realidad puede salvarla.

Hace unos años, describí en un programa de radio el valor de gritar; uno de los oyentes llamó para decir que había estado usando esa técnica de liberación en forma regular mientras se dirigía en auto a su casa al final del día. Contó que era un viajante de comercio y que a las cinco de la tarde ya se sentía cansado y tenso. Gritar en el auto mientras iba por la ruta le permitía descargar las tensiones y, así, cuando llegaba a su casa, estaba relajado y de buen humor. A partir de entonces, he oído historias similares. Si las ventanillas del auto están cerradas, nadie oirá el grito. El ruido del auto y del transito sofocan los demás sonidos. Se lo recomiendo a los pacientes que necesitan gritar pero están inhibidos por el temor de que los oigan. Podríamos gritar con la cara en la almohada, lo que sirve de ayuda, pero para soltarnos por completo, necesitamos sentirnos libres. Mi consultorio en Nueva York es a prueba de ruidos.

Hace muchos años, traté a una mujer que se sentía desconectada de la vida. Había estado casada muy poco tiempo con un hombre agradable que murió ante sus ojos en un accidente de avión. Ella estaba mirando el avión privado en el que iba su marido mientras se acercaba para aterrizar, cuando de repente el avión se descontrolo y se estrello. Seguramente esto le produjo un shock, pues dio media vuelta y se fue caminando sin llorar ni emitir ningún sonido. Me di cuenta de que ella había bloqueado el grito que una experiencia como esa debió de haber provocado. Mientras estaba acostada en la cama, le pedí que intentara gritar. Su garganta congelada solo emitió un sonido grave. Para que soltara el grito, coloque dos dedos sobre los músculos escalenos anteriores en los costados del cuello, que estaban muy apretados y constreñían la garganta; cuando ejercí presión sobre estos músculos, broto un grito que ella no pudo controlar. Siguió gritando después de que retiré los dedos. Luego, al ceder los gritos, rompió en un sollozo profundo que duro un rato. Después de llorar, dijo que sentía que había recuperado la vida. En un año volvió a casarse.

He seguido este procedimiento con muchos pacientes que no pueden gritar. En la mayoría de los casos, responden con gritos fuertes y claros. La presión inmediata sobre esos músculos tan apretados resulta dolorosa, pero en cuanto el paciente grita, el dolor desaparece porque los músculos se relajan. Los pacientes se sienten tan liberados por los gritos que ninguno se ha quejado del ejercicio; de todos modos, siempre explico antes que haré y para qué. Me di cuenta de lo importante que es gritar a partir de mi propia experiencia terapéutica con Reich, que describí antes. Ese grito abrió la puerta de mi alma y permitió que salieran a la superficie los recuerdos que había mantenido enterrados durante años.

Hay otro aspecto del grito que es importante para experimentar alegría.
La corriente de excitación que recorre el cuerpo es polar, lo que significa que, como señalé antes, la onda que asciende y la que desciende tienen la misma intensidad y distinta dirección. Uno de los aspectos de la dirección descendente es sexual. Si uno puede permitir que la onda que fluye en dirección ascendente culmine en un grito pleno, también puede permitir que la onda descendente culmine en un orgasmo. La parte superior estalla en un grito y la inferior en un orgasmo. Ambas son descargas poderosas. Sin embargo, el hecho de que una persona pueda gritar una vez no constituye un signo de potencia orgásmica, la que depende de la capacidad de gritar con libertad y plenitud en cualquier momento.

No se puede forzar un grito. Si uno intenta forzarlo, surge un chillido o un aullido que raspa la garganta. Para gritar, es necesario soltarse, algo que a los niños les resulta muy fácil. Por desgracia, esa capacidad se cercena en los primeros años de vida, cuando el padre o la madre no tolera que su hijo grite y considera que grita porque esta loco. Los locos gritan debido a que la presión interna aumentó a tal punto que ya no pueden contenerla, no porque estén locos: suelen agitarse por esa misma razón. Su grito es una medida protectora. Si no gritaran para liberar la presión, podrían volverse violentos y matar a alguien. En general, el paciente que grita no es peligroso, pero si bien el grito es una medida de seguridad, no es una respuesta integral frente a la experiencia de que a uno lo vuelvan loco. Esta respuesta requiere movilizar todo el cuerpo en una expresión cargada de significado, lo cual sucede cuando el movimiento de las piernas que patean esta coordinado con el grito y con las palabras “me estas volviendo loco”.

El acto de gritar es una descarga emocional tan poderosa que se lo ha utilizado como base de otros dos enfoques psicoterapéuticos. El más conocido es la terapia del grito primal desarrollada por Arthur Janov, cuyo libro The Primal Scream causo bastante sensación cuando se publico, en parte porque prometía una cura rápida para la neurosis y en parte porque tocaba una realidad de las personas que hasta el momento los psicoanalistas y terapeutas habían pasado por alto. Esa realidad es que todos los neuróticos sienten un profundo dolor provocado por las heridas tempranas de sus vidas. La terapia primaria es la técnica que utiliza Janov para descargar ese dolor gritando, lo cual transforma a la persona, al menos por un tiempo, en un individuo libre, que ya no esta limitado por su temor neurótico. Janov se dio cuenta de que el núcleo de la neurosis era la supresión de los sentimientos, relacionada con la inhibición de la respiración y el desarrollo de tensión muscular. Al leer el libro, muchas personas sintieron su necesidad de gritar para liberar el dolor y reaccionaron con entusiasmo ante las promesas de cura hechas por Janov. Los pacientes que “explotaban” en un grito después de respirar con profundidad decían sentirse “puros”, “limpios”.

Yo tuve una experiencia similar en mi primera sesión con Reich, pero aunque abrió una ventana a mi self más profundo, no me curó. Ya hace cincuenta años que emprendí mi viaje de autodescubrimiento y, si bien me descubrí más, no encontré cura alguna. El verdadero progreso en una terapia es un proceso de crecimiento, no una transformación. Nos volvemos mas abiertos, mas maduros: el acento esta puesto en el “mas”.
Para evitar malentendidos, debo explicar que en la terapia no se trata solo de expresar sentimientos. El autodescubrimiento requiere un considerable trabajo analítico que incluye el análisis cuidadoso del comportamiento actual, la situación transferencial, los sueños y las experiencias del pasado. El dialogo constituye un aspecto primordial del análisis bioenergético. Prepara el terreno para que el paciente reelabore sus problemas emocionales, aunque no los elimina en un nivel profundo. Se por experiencia que el insight y la comprensión de los conflictos no los resuelve en un nivel profundo, aunque brinda al paciente los medios para que su ego los aborde con mas eficacia.

No basta con hablar y entender para liberar en forma significativa las graves tensiones musculares que incapacitan a la mayoría de las personas. Esas tensiones bloquean la expresión de los sentimientos y la única manera de liberarlas es expresar esos sentimientos con plenitud; pero, para que esto suceda, el ego debe participar en esa expresión.
En realidad, la expresión plena de los sentimientos no solo libera la tensión sino que además fortalece el ego y la autoposesión. Si bien de niños gritamos, cuando lo hacemos con entendimiento no nos sentimos niños. Los adultos son personas maduras, son niños que han madurado y tienen todas las capacidades y sensibilidades del niño, pero también la madurez y autoposesión para hacer que sus acciones en el mundo sean eficaces.

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