miércoles, 25 de enero de 2017

El Gozo, parte 32


10 
El miedo a la muerte

Todos los pacientes sienten un temor consciente o inconsciente de soltar el control del ego y entregarse al cuerpo, al self, a la vida. Ese temor tiene dos aspectos: uno es el temor a la demencia y el otro es el temor a la muerte. En el capitulo 7 vimos que el temor a la demencia se origina cuando tenemos una conciencia subliminal de que demasiados sentimientos podrían desbordar el ego y traer como consecuencia la locura. Esa conciencia se relaciona con el hecho de que muchas personas casi se volvieron locas a causa de la hostilidad, el acoso, la confusión y los dobles mensajes a los que fueron sometidas durante la niñez; de la misma manera, el temor a la muerte se relaciona con una experiencia precoz en la que el niño siente que se enfrenta a la muerte, que podría morir. Esta experiencia es tan chocante para el organismo que queda congelado de terror. El niño no se muere, se recupera, pero es difícil borrar la memoria corporal, aunque se la reprima de la conciencia con el fin de sobrevivir. La memoria corporal persiste en un estado de tensión o alarma en los tejidos y órganos del cuerpo, sobre todo en la musculatura. Un organismo cuya vida estuvo amenazada no puede hacer caso omiso del peligro, ya que su supervivencia depende del reconocimiento de esa amenaza. Según el grado de peligro real, debe mantenerse en un estado de alerta o tensión, que se manifiesta en la actitud del cuerpo.

Podemos evaluar ese temor mirando el cuerpo de una persona. Si el cuerpo esta muy rígido, podemos decir que la persona esta dura de miedo. Esto no es solo una metáfora, sino la expresión literal del cuerpo. Si la rigidez o tensión está acompañada de una falta de vitalidad en el cuerpo, podemos decir que la persona está muerta de miedo. Podemos estar locos de miedo, lo que constituye el estado esquizofrénico. En otros individuos, la tensión se observa, sobre todo, en la zona del pecho, que está demasiado inflado, lo que denota un pánico subyacente. Por lo general, las personas no sienten cuan atemorizadas están a menos que se vean amenazadas por la perdida del amor o la seguridad. Sin embargo, el temor está siempre allí, debajo de la superficie, inhibiendo su entrega a la vida y al cuerpo. Son sobrevivientes que transitan por un estrecho camino entre el exceso de sentimiento, que provoca temor a la demencia, y la escasez de sentimiento, que provoca temor a la muerte. He observado que en todos los pacientes con los que he trabajado, este temor a la muerte toma la forma de una resistencia profunda e inconsciente a respirar hondo y a entregarse.

Durante todos estos años, mis pacientes me han contado que de niños tenían miedo a la muerte, miedo de morirse, temores que en general aparecían a la noche, cuando estaban solos en el cuarto o en la cama. Recuerdo que cuando estaba en la preadolescencia tenia miedo de dormirme por el temor a morir durante el sueño.¿Por que un niño tiene estos pensamientos? ¿De donde provienen? ¿Alguna vez yo había tenido alguna enfermedad que hubiera  puesto en peligro mi vida? A pesar de que solía experimentar alegría, había una tristeza en mi que puede verse en mis primeras fotos. No tuve una infancia feliz. Creo que casi nadie la tuvo.

Los niños, sobre todo los muy pequeños necesitan un amor incondicional para crecer y convertirse en adultos normales y sanos. De hecho, su supervivencia depende de una conexión de amor con un adulto. Si a los niños en una guardería se los alimenta y se los limpia, pero nadie los tiene en brazos ni juega con ellos, pueden desarrollar una depresión anaclítica y morirse. El contacto físico y placentero excita el cuerpo del niño y estimula todas las funciones, sobre todo la respiración.

Sin duda, nadie piensa que un ser humano recién nacido es capaz de sobrevivir si no se lo cuida, pero no apreciamos cuanto depende el niño de una conexión de amor con una figura materna. Cualquier ruptura de esa conexión, o la amenaza de una ruptura, produce un shock en el organismo, que tiene un efecto paralizador sobre el funcionamiento básico del cuerpo, lo que podría resultar fatal si el estado de shock es profundo y prolongado. De cualquier manera, todo shock constituye una amenaza al proceso de vida. Un ruido fuerte y repentino puede hacer que un bebe entre en shock por un momento; su cuerpo se vuelve rígido y deja de respirar. Esta reacción, conocida como el reflejo de sobresalto, está presente casi desde el nacimiento. Cuando pasa el shock, el bebe se larga a llorar y así recupera la respiración. A medida que el bebe crece, el organismo se fortalece y no entra en shock a causa del sonido con tanta facilidad, pero aún los adultos pueden sobresaltarse debido a un ruido fuerte y repentino y entrar momentáneamente en estado de shock.

El grito de un progenitor tiene un fuerte efecto negativo en el cuerpo de un niño pequeño. Podemos ver cuando un niño sufre un shock, puesto que el cuerpo se vuelve rígido y luego se derrumba en sollozos. Si se le grita muy seguido, el niño no reacciona, ya que se adapta al estrés manteniendo el estado de rigidez y tensión. Ya no entra en shock, pues se encuentra en un estado de shock permanente, algo que notamos porque no respira con soltura y facilidad. En este caso, el shock no es solo la consecuencia del sonido, sino de la amenaza que se cierne sobre su conexión de amor con la madre. Una mirada enojada u hostil, un gesto frío, o las palabras “Mama no te quiere más” pueden tener este mismo efecto. Los castigos físicos, como sopapos, golpes o palizas que recibe un niño son experiencias traumáticas que hacen que el organismo entre en shock porque el ego no está lo suficientemente desarrollado como para que el niño comprenda que una acción dolorosa por parte del progenitor no constituye una negación definitiva del amor. Reacciona como si su vida estuviera amenazada. En nuestra cultura, el numero de shocks que recibe un niño común es muy alto, y algunos sucumben al trato destructivo que reciben por parte de los padres.

Algunos padres son malignos, pero la mayoría oscila entre el amor y la hostilidad. A una explosión de ira la puede seguir una expresión de amor que tranquilice al niño y le devuelva la esperanza de que la conexión de amor con el progenitor esté segura. A medida que el niño sobrevive y crece, hará todo lo que sea necesario para mantener una conexión aún si eso implica entregar el self, pero una conexión basada en el sumisión nunca está segura pues el niño tratará de rebelarse, y el progenitor mantendrá viva la amenaza. Ningún progenitor confía por completo en un hijo sumiso, ya que sabe que debajo de la sumisión hay odio. Y el niño, en lo profundo de su ser, sabe que es odiado. A fin de sobrevivir, debe negar esta realidad, es decir, la amenaza. a su vida, el temor a la muerte, y la sensación de vulnerabilidad; también ,debe esforzarse para mantener la conexión con su progenitor, de la que necesita para vivir. Esto se convierte en la gran lucha que el individuo librará como niño o adulto durante toda su vida, puesto que este modelo de comportamiento se estructura en su personalidad y en su cuerpo como una actitud caracterológica.

Lo que vemos estructurado en el cuerpo es el estado de shock que se manifiesta en la inhibición de la respiración. Por fuera, el individuo no parece encontrarse en estado de shock. Los demás creen que funciona normalmente, la respiración parece regular y sin dificultad, pero esto se debe a que la respiración, la vida, es poco profunda y se da en la superficie. El estado de shock existe a un nivel más profundo, en el inconsciente reprimido, en la pérdida de la pasión, en el temor a la entrega y en la tensión y rigidez del cuerpo, como veremos a lo largo de este capitulo.

Entregarse al cuerpo implica tan solo permitirle que respire con soltura y facilidad. El temor a la entrega está relacionado con la contención de la respiración. Podemos impedir la respiración normal restringiendo la inspiración, es decir la entrada del aire, o la espiración, en cuyo caso no permitimos que el aire salga por completo. Esto limita la cantidad de oxigeno que absorbe el cuerpo, lo que reduce la actividad metabólica y la energía, y hace que disminuya la sensibilidad. La restricción de la inspiración se da en las personalidades esquizofrénicas o esquizoides, donde está relacionada con un terror subyacente, cuyo efecto consiste en paralizar toda acción. Por el contrario, el individuo neurótico tiene dificultad para permitir que el aire salga por completo. El temor que impide la espiración completa es el pánico, cuya diferencia con el terror consiste en que el individuo que siente pánico busca huir del peligro, mientras que el individuo que siente terror queda congelado.

Estas distinciones son importantes para comprender los miedos que impiden la entrega al cuerpo. El terror inhibe cualquier  tipo de acción agresiva y, como la inhalación es un acto agresivo en el que el organismo absorbe aire, la fuerza de ese acto constituye un buen indicador de la capacidad de agresión del organismo; es decir, de la capacidad de esforzarse por obtener lo que necesita y quiere. Por el contrario, la exhalación es una acción pasiva, es soltarse, relajar las contracciones musculares que inflan el pecho. El temor a soltarse hace que el adulto neurótico se aferre a los demás como se aferraba a su madre durante la niñez.

El niño pequeño se aferra a su madre, al cuerpo y la ropa de su madre, ya que ella constituye su seguridad básica. Más tarde, a medida que el niño crece y se fortalece, el deseo de ser independiente y de mantenerse por sí mismo se vuelve dominante. La seguridad que representa la madre es reemplazada por una sensación de seguridad que surge del self y del propio cuerpo, pero la seguridad en el self se desarrolla de acuerdo con el grado de seguridad que el niño haya sentido en la conexión con su madre. Cada vez que esa conexión se ve amenazada, el cuerpo del niño se contrae y la respiración resulta afectada; se reactiva la necesidad de la madre y aumenta la dependencia

El síndrome de pánico es una enfermedad neurótica reconocida e incluye a las personas que no pueden salir solas de sus casas sin experimentar un pánico intenso. Para comprender por que una persona siente pánico cuando se encuentra sola fuera de su casa, debemos reconocer que esa persona siente que se encuentra en una situación en la que su vida corre peligro. Esa sensación es irracional; por lo tanto, debemos presumir que evoca un recuerdo grabado en el cuerpo de una situación de la niñez en la que su vida estuvo en peligro. Quizás la situación más común sea la respuesta negativa de una madre al llanto de su hijo. Cuando un niño llora, está llamando a su madre porque la necesita. Si ella no responde, por cualquier motivo, el niño siente que pierde a su madre, lo que constituye una amenaza a su vida. En su desesperación, la necesidad lo lleva a llorar cada vez más fuerte, y durante más tiempo. Ese llanto consume las energías del niño, quién de repente puede verse en un estado de pánico; respira con dificultad y no puede recuperar el aire. A fin de salvar su vida, el cuerpo corta el llanto conteniendo la respiración para conseguir el control. Cuando esto sucede, la sensación de que la muerte está acechando desaparece temporalmente. El niño se duerme del cansancio, y a medida que pasa el tiempo, se reprime la memoria de esta experiencia, aunque el cuerpo no la olvida.

Una sola experiencia no lleva a la neurosis. Por desgracia, es cierto que muchos niños en nuestra cultura no solo sufren la falta del cuidado y apoyo que les permitiría crecer y convertirse en adultos maduros e independientes, sino que a menudo sus padres los amenazan con castigarlos por actos inocentes. La mayoría de los padres crecieron en hogares en los que, a su vez, uno de los padres, o ambos, tenia comportamientos violentos. Al carecer de estabilidad y seguridad interior, muchos padres actúan su frustración y su ira sobre sus hijos, que viven bajo la amenaza constante de perder el amor y en un estado de temor permanente que se manifiesta en los numerosos trastornos emocionales y físicos que sufren. Es natural que lo único que conozcan sea la lucha por la supervivencia.

miércoles, 18 de enero de 2017

El Gozo, parte 31

Capítulo 9 (continuación)

El hecho de que el comportamiento esté bajo control consciente no quita que sea espontáneo. No pensamos como caminar, comer o escribir; no obstante, sabemos conscientemente lo que estamos haciendo y podemos controlar en forma consciente nuestras acciones. Si tenemos temor a soltar el control, no podemos controlar el comportamiento en forma consciente. Esto puede parecer contradictorio pero no lo es. El temor produce un efecto paralizante en el cuerpo que, al debilitar la espontaneidad de una acción, la vuelve torpe. El conflicto entre el impulso de replegarse y el impulso de actuar obstaculiza el control consciente, lo cual refuerza el temor. Por supuesto que el temor tiene razones históricas. Si de niño uno sintió una ira asesina, es lógico que crea que cualquier expresión de ese sentimiento puede traerle aparejada una fuerte paliza del padre o madre. En esta situación, la única opción que le queda al niño es inhibir la acción y suprimir el sentimiento, pero ésta supresión fija a la persona en el nivel de la niñez. El pasado queda congelado en la personalidad, aunque está potencialmente activo. Es posible que el paciente siga temiendo las consecuencias de expresar una ira intensa, aún en la situación terapéutica, donde no hay ningún peligro.

Existe otro elemento del soltarse que también se relaciona con las experiencias infantiles. Los niños tienen una tendencia a equiparar un sentimiento con su acción. Los deseos y los sentimientos son fuerzas potentes. Un niño es capaz de equiparar el deseo de que una persona se muera con el acto de matarla. También cree que los sentimientos son duraderos. Los adultos saben por experiencia que los sentimientos cambian como el clima...y aun más rápido. Según las circunstancias cambiantes de la vida, la ira se puede transformar en afecto, el amor en odio. Los niños, que viven totalmente en el presente, no piensan en términos de futuro y, por lo tanto, no tienen una concepción del cambio. Si sienten un dolor creen que va a durar para siempre; por eso suelen preguntar: “¿Cuando se me va a pasar?”. Con los sentimientos sucede lo mismo. El niño piensa: “Si estoy enojado contigo, siempre voy a estar enojado contigo. Si te odio, te voy a odiar siempre”. Existe otra concepción, relacionada con ésta por la cual se equiparan los pensamientos con las acciones. La idea de matar a alguien es equivalente al acto de matarlo. El ego de un niño pequeño no es capaz de distinguir con facilidad el pensamiento, el sentimiento y la acción, lo cual se le vuelve posible cuando adquiere conciencia de sí y su ego reconoce que ejerce un control consciente sobre el comportamiento.

Es imposible utilizar la terapia analítica en niños pequeños porque carecen de la objetividad necesaria para que el proceso terapéutico funcione. Sin embargo, muchos adultos también carecen de objetividad debido a que quedaron fijados emocionalmente en un nivel infantil, lo cual debilita su ego y su capacidad para distinguir con claridad los pensamientos, los sentimientos y las acciones. El adulto tiene la posibilidad de saber que aunque su ira sea lo suficientemente intensa como para matar, no la actuará, pues seria inapropiado o imprudente. La tendencia a actuar se origina en un componente infantil de la personalidad. Así, el hecho de que podamos tener y expresar un sentimiento de furia asesina sin actuarlo ni intentar actuarlo constituye un signo de adultez. El ejercicio anterior les brinda a los pacientes la oportunidad de experimentar y desarrollar el control consciente que les permitiría transformarse en adultos, lo que son en realidad, y actuar como tales. Otro de los aspectos importantes de este ejercicio es la relación entre la voz y los ojos. Muchos individuos, cuando hacen este ejercicio, gritan en voz muy fuerte: “¡Te voy a matar!”, pero sus ojos no reflejan ira. Si se pone demasiado énfasis en la voz, la carga de los ojos disminuye. La expresión de ira queda limitada a la voz a expensas de los ojos. Esta reacción es más infantil, pues los bebés y los niños utilizan principalmente la voz para expresar sus sentimientos; los adultos, en cambio se valen sobre todo de los ojos. Así, la ira de los adultos es más temible cuando el tono de voz es tranquilo pero los ojos echan chispas. Esto es una extensión de la filosofía de Theodore Roosevelt: “Hablad con suavidad pero llevad un gran garrote.”

Es preciso destacar que si bien los ejercicios antes descritos disminuyen el temor a entregarse al cuerpo, es necesario complementarlos con otros que expresen ira. La sensibilidad del terapeuta con respecto al problema del paciente le permitirá elegir el ejercicio apropiado.
La liberación del impulso en la terapia es relativamente sencilla. Les entrego a los pacientes una toalla enrollada que pueden retorcer con la fuerza que quieran. Al mismo tiempo,  los aliento a expresar sus sentimientos con palabras, para lo cual se utilizan frases como “¡Callate!, ¡No aguanto tu voz!, ¡Te estrangularia!”. Este ejercicio le brinda al paciente una sensación de poder que lo ayuda a superar los sentimientos de desamparo y los propios de su condición de victima.

Otra expresión importante de la ira es el acto de morder. Es la acción que los adultos más desaprueban en los niños; un niño que le pega a otro u a uno de sus padres es un niño malo, pero un niño que muerde es un monstruo. Sin embargo, morder es algo tan natural en los seres humanos como en los animales. Yo jamás fomentaría esta acción en un niño pero, por otro lado, si un niño mordiera no lo atacaría como si fuera una bestia peligrosa. El temor a morder puede crear una tensión enorme en los músculos de la mandíbula y debilitar la salud emocional del individuo. Este bloqueo a la expresión de la agresión es más evidente en los individuos que tienen la mandíbula retraída.

En la mayoría de los casos, les resulta difícil proyectar la mandíbula hacia adelante, movimiento necesario para expresar la ira. Sin embargo, si la mandíbula está trabada hacia adelante, también bloquea la expresión de la agresión, dado que está inmóvil. Es imposible morder con la mandíbula inmovilizada. Asimismo, es imposible aferrarse con los dientes a la vida. Para liberar la mandíbula es necesario eliminar el temor a morder. Cuando percibo que un individuo tiene este temor, le ofrezco una parte carnosa de mi mano y le digo que muerda. La mayoría me contesta: “Tengo miedo de lastimarlo”. Como soy yo el que debería tener miedo, esta reacción indica que los pacientes no se deciden a morder porque le temen a su impulso inconsciente de morderme. Solo en una o dos oportunidades me mordieron con fuerza y me dolió; cuando eso sucede les digo: “Esta bien. Ya veo que puedes morder”. Ellos se detienen y me sonríen, como diciendo: “.Acaso pensó que no podía?”. Nadie me mordió con tanta fuerza como para lastimarme la piel porque los individuos que no tienen temor de morder poseen control consciente sobre la fuerza de la mordida.

Algunas personas pueden llegar a tener las mandíbulas tan tensionadas que hacen rechinar los dientes mientras duermen. Esta tensión también es responsable, como ya mencioné, de la disfunción temporomandibular, que se traduce en dolores en la articulación y dificultades para abrir bien la boca. El mejor ejercicio para aliviar esta tensión es morder una toalla enrollada que el paciente sostiene con las dos manos. Es bueno alentarlo a que gruña mientras muerde la toalla para que se identifique más con su naturaleza animal, que es su cuerpo. El sentimiento de alegría pertenece al mundo animal y no al mundo de los intelectuales civilizados, que viven en gran medida en su cabeza. Por desgracia, la civilización sumamente técnica de los tiempos modernos exige un alto grado de sofisticación, agudeza mental y control, lo cual nos impide experimentar la alegría de entregarnos al cuerpo; pero si no podemos confiar en nuestros sentimientos, perdemos contacto con la vida interior del cuerpo, la única capaz de darle riqueza y sentido a la vida.

El otro sentimiento fuerte relacionado con el temor a la demencia es la sexualidad. Podemos dejamos llevar por una intensa pasión sexual de la misma forma que por una ira intensa. Una persona puede estar locamente enamorada o enloquecer porque su amor fue traicionado, pero en los individuos sanos ambos sentimientos son egosintónicos y pueden contenerse. La contención le permite al individuo expresar los sentimientos en forma positiva y constructiva, pero solo se logra si los acepta plenamente. La actuación sexual  airada deriva del temor a no poder contener la excitación de ese sentimiento intenso, a no soportarla. Hay que hacer algo para descargar la excitación: estallar, mantener relaciones sexuales o ambas cosas. Ese comportamiento no es un signo de pasión sino de temor: el temor a la demencia, que es el mismo que el temor a la intimidad. Demasiada intimidad asusta porque aparece el fantasma de que el otro nos posea como nos poseyó el padre/madre seductor. Lo que vuelve loco al niño es el doble mensaje: seducción y rechazo, amor y odio.

La contención de un sentimiento fuerte, ya sea de amor, ira, tristeza o dolor, es un signo de que el individuo posee una naturaleza apasionada. Contener es lo contrario de “soportar”. Aprendemos a soportar situaciones dolorosas o perturbadoras cercenando los sentimientos. En el caso de la contención, aceptamos el sentimiento y lo integramos a la personalidad; y esto les cuesta mucho a aquellas personas cuya personalidad está condicionada por la supervivencia, puesto que la supervivencia depende de la supresión del sentimiento. ¿Como hace uno para adquirir contención cuando la mayor parte de su vida ha sido un sobreviviente? En este capítulo describí varios ejercicios que ayudan al individuo a aceptar un fuerte sentimiento de ira. ¿Qué se puede hacer con respecto a los sentimientos sexuales?

La respuesta puede resultar sorprendente, a menos que sepamos que los sentimientos sexuales fuertes son mas fáciles de contener que los débiles. Esto se explica porque la persona que tiene sentimientos sexuales fuertes posee un mayor sentido del self y un ego más fuerte, que le dan contención. Sin embargo, la mayoría de los pacientes no entra dentro de esta categoría; por lo tanto, gran parte del trabajo terapéutico tiene como objetivo aumentar el sentimiento sexual del paciente. A tal fin, se lo hace respirar profundamente, hasta que el aire llegue al suelo pélvico, donde están los sentimientos sexuales. El principal mecanismo para lograrlo es el llanto profundo, pero también se lo fomenta ayudando al paciente a que esté más enraizado mediante ejercicios que movilicen las sensaciones de sus piernas.

Todos los ejercicios descritos son útiles. Es fundamental quitarle al paciente  la culpa que siente con respecto los sentimientos sexuales; esta es la parte medular del proceso analítico. A medida que los sentimientos sexuales de un paciente se vuelven más fuertes, asoman en sus ojos, puesto que ambos extremos del cuerpo adquieren más vida y entusiasmo. Los ojos brillantes son un signo de la presencia de sentimientos sexuales fuertes. Entonces puede practicarse el ejercicio de mantener esa carga en los ojos mientras están en contacto con los del terapeuta o los de otras personas con las que se interactúa. No es fácil lograrlo porque la mayoría de las personas sienten vergüenza y temor de revelar sus  sentimientos sexuales, sobre todo quienes sufrieron abusos sexuales. Es fundamental que el terapeuta acepte los sentimientos sexuales del paciente pero sin involucrarse, pues de lo contrario violaría la relación terapéutica.

El próximo paso es lógico. Se debe aconsejar al paciente que no tenga relaciones sexuales si no existe un fuerte sentimiento de amor entre ambas partes. El hecho de controlar conscientemente los sentimientos sexuales estimula la contención y aumenta la fuerza del ego. Si el sentimiento es fuerte, la masturbación proporciona una salida apropiada. El control consciente de un sentimiento fuerte es lo que identifica a los individuos maduros que poseen o han adquirido dominio de sí gracias a la terapia. Los individuos con esta característica no temen que la expresión de un sentimiento fuerte los haga parecer o sentirse locos.

Para entender cabalmente el temor a la demencia presente en tantas personas necesitamos darnos cuenta de la manera en que nuestra cultura contribuye a enloquecernos. Vivimos en una cultura hiperactiva que sobreexcita y sobrestimula a todos los que están expuestos a ella. Hay demasiado movimiento, demasiado ruido y demasiado sonido, demasiadas cosas y demasiada suciedad. Hace poco, en la tapa de la revista New Yorker apareció la foto de un hombre aturdido que se tapaba los oídos y gritaba: “El ruido me esta volviendo loco”. Es posible sobrevivir sin volverse literalmente loco, pero para eso hay que adormecer los sentidos y así no oír el ruido, ni ver la suciedad, ni percibir el continuo movimiento. Sin embargo, en los hogares actuales se desarrolla una hiperactividad similar con los televisores, los automóviles y los artefactos electrodomésticos. En esta cultura es imposible ir mas despacio o calmarse. La hiperactividad se nutre de la misma frustración que impulsa al niño hiperactivo; es decir, de la incapacidad de permanecer en contacto con el núcleo profundo e interno del propio ser, el alma o espíritu. La nuestra es una cultura dirigida hacia afuera, puesto que tratamos de encontrar el sentida de la vida en la sensación y no en el sentimiento; en el  hacer y no en el ser, en poseer cosas y no en el propio self. Es una locura y  nos vuelve locos, porque nos cercena de nuestras raíces, que se hallan en la naturaleza, el suelo que nos sostiene, la realidad.

Sin embargo, creo que el peor elemento de nuestra cultura es que hace demasiado hincapié en la sexualidad y la explota. Estamos constantemente expuestos a imágenes sexuales, lo cual es excitante pero también produce frustración puesto que no hay posibilidades de descarga inmediata. Esta sobrestimulación sexual nos obliga a cercenar los sentimientos sexuales para no sentirnos abrumados y perder el control; pero como el sentimiento es la vida del cuerpo, el individuo neurótico que suprimió sus sentimientos sexuales se ve impulsado a actuar sexualmente buscando excitación y sentimientos. En general esta actitud se traduce en violaciones, abusos de niños o pornografía. No podemos tratar este problema con sermones o enseñanzas morales, ya que procede de una perdida del contacto con la naturaleza y con nuestra verdadera naturaleza: la vida del cuerpo. 

martes, 10 de enero de 2017

El Gozo, parte 30


Capítulo 9 (continuación)

La otra terapia basada en el grito fue crea da por Daniel Casriel con el objeto de utilizarla en grupos. Según Casriel, “los gritos pueden liberar las emociones reprimidas desde la niñez y la libertad de esa liberación es capaz de producir importantes cambios positivos en la personalidad”. Además de gritar, hablamos sobre nuestra vida, nuestros problemas, esperanzas y sueños, Pero, tal como lo aprendió Casriel, el problema que subyace en las personas es “la anatematización de emociones básicas y la encapsulación de los sentimientos detrás de un escudo defensivo que, al ser demasiado duro, no se puede penetrar en las situaciones propias de la psicoterapia tradicional”.

El acto de gritar, tal como se lo utiliza en esos ejercicios, tiene un valor catártico, pues libera parte de la tensión, pero no creo que tenga mucho valor terapéutico ya que no se enfrenta con el temor subyacente de volverse loco. Esta forma de expresar la ira no compromete a todo el cuerpo y está lejos de la furia asesina que yace en lo profundo de la personalidad de muchas personas.

Yo utilizo el ejercicio de patear acostado en la cama mientras se grita: “¡Me estás volviendo loco!”, ejercicio que constituye una expresión de sentimiento más integral y en la que participa todo el cuerpo. También pueden utilizarse las frases “ ¡Déjame en paz!” o “!Quiero ser libre!” El sonido debería elevarse hasta convertirse en un grito pleno. Si el paciente puede abandonarse por completo al ejercicio, su cabeza se moverá hacia arriba y hacia abajo al compás del movimiento de las piernas y su voz se volverá fuerte y clara. Entonces, experimentará una sensación de libertad, placer y alegría, que surge de la entrega a un sentimiento fuerte. La mayoría de los pacientes necesitan mucha practica para poder entregarse con tanta plenitud, pero cada vez que realizan el ejercicio su ego se fortalece un poco más.

Utilizo con regularidad el ejercicio de la patada puesto que muchos de los pacientes que se desenvuelven normalmente en situaciones cotidianas tienen cierto temor a volverse locos si renuncian a su control y se entregan a sus sentimientos. Este ejercicio brinda al paciente la oportunidad de explorar la renuncia al control y de fortalecer el ego lo necesario para entregarse al cuerpo y sus sentimientos. Es extraño, pero nunca vi que alguno de mis pacientes perdiera totalmente el control. Todos estaban conscientes de lo que hacían y solo se permitían llegar en su entrega hasta un punto que pudieran manejar. Sin embargo, la practica continua permite que el ego se fortalezca de tal manera que cada vez resulta mas fácil soltarse.

No creo que el dialogo racional pueda contribuir en forma significativa a que una persona pierda el temor de volverse loco, ya que el temor está estructurado en tensiones musculares crónicas, específicamente en los músculos que conectan la cabeza con el cuello y controlan los movimientos de la cabeza. Es posible palpar la tensión de esos músculos y reducirla un poco con masajes y manipulación, pero la única manera de lograr una liberación significativa que influya en el comportamiento es que la persona enfrente su temor y descubra que no guarda relación con su vida actual. Era valido en su niñez, cuando su ego no tenia la fuerza suficiente como para enfrentarse a los peligros que se le presentaban, pero ya no es un niño y, si su ego es débil, es porque el temor, representado por la tensión en la base del cráneo, lo dejo encerrado en su lucha infantil. En el ejercicio antes mencionado se reduce la tensión porque la patada impulsa a la cabeza para que se mueva de atrás para adelante cuando uno se abandona al ejercicio y a los sentimientos que produce.

 La acción de golpearse la cabeza, característica de los niños, cumple un propósito similar. Los niños que se encuentran en una situación de dolor persistente que no pueden cambiar, evitar ni tolerar, se golpean la cabeza contra una cama o a veces contra una pared, a fin de aliviar la tensión dolorosa, que se acumula en el punto donde el cuello se une con la cabeza. Son demasiado pequeños para comprender el motivo que los obliga a actuar de esta manera y, la mayoría de las veces, sus padres son tan insensibles que no pueden ver ni entender su estado. Sin embargo, yo se lo intensa que es la presión que lleva al niño a actuar de una manera en apariencia tan autodestructiva. Seguramente sienten que es la única forma de aliviar esa presión que los está volviendo locos.

Esta tensión localizada en la base del cráneo es también la causante de los dolores de cabeza que tantas personas sufren comúnmente y que aparecen cuando una onda de excitación, que puede ser un impulso de ira, asciende por la espalda y queda allí bloqueada, lo que hace que la tensión en la nuca sea más intensa y se extienda hasta la parte superior de la cabeza, como una tapa que impide que brote el impulso; a medida que la presión aumenta bajo la tapa, la persona empieza a sentir dolor de cabeza. Como el impulso queda bloqueado y no puede expresarse (es decir, suprimido), la persona nunca llega a ser consciente de él, de que está enojada y de que, al suprimir el impulso de la ira, ha creado la tensión que le causa el dolor de cabeza. Si el impulso de la ira es muy fuerte no se producen dolores de cabeza, ya que esos impulsos son difíciles de suprimir. Los dolores de cabeza provocados por tensión suelen persistir después de que el impulso disminuyo. Los músculos se relajan con mucha lentitud y continúan doloridos debido a la tensión. Muchas veces puedo frenar el dolor de cabeza masajeando y manipulando suavemente estos músculos, algo semejante a desenroscar una tapa apretada.

Uno de los ejercicios que utilizo para que el paciente le pierda temor a su furia ya fue descrito en el capitulo 5 y volveré a repetirlo aquí por su relación con el temor a la demencia.
El paciente se sienta frente a mi en una silla situada a alrededor de 90 centímetros de la mía. Ya le expliqué que es un ejercicio para movilizar la ira. Con ese objetivo, cierra los puños y los levanta frente a mi. Entonces le pido que proyecte la mandíbula inferior, muestre los clientes y, al mismo tiempo, abra muy bien los ojos para mirarme; que agite los puños amenazándome, sacuda levemente la cabeza y diga: “ !Te mataría! . Lo mas difícil del ejercicio es que mantenga los ojos bien abiertos. En genera!, al tener los ojos bien abiertos asoma un elemento de temor y el paciente los cierra. Si siente el temor, no puede sentir la ira. Los ojos bien abiertos producen un efecto especial. La mirada enfoca en menor medida la realidad inmediata y ello permiten que emerja la propia de la demencia. En casi todos los casos el rostro del paciente adopta una expresión demoníaca: de sus ojos brota una ira intensa, que el paciente puede sentir y con la que puede identificarse.

El ejercicio entero no lleva más de uno o dos minutos. Una vez que el paciente siente la ira, le pido que baje los puños y se relaje, pero que no deje que la ira se vaya de sus ojos. Si la mantiene allí, incorpora este sentimiento fuerte a su ego y puede controlarlo en forma consciente, con lo cual ya no teme sentir la intensidad de su ira. El control consciente se manifiesta en la capacidad de la persona para adoptar en forma deliberada una mirada enojada. Así como es posible expresar temor con los ojos adoptando una mirada temerosa — con los ojos y la boca bien abiertos — también es posible expresar ira adoptando una mirada enojada. Muchos no pueden hacerlo a voluntad pues no controlan por completo los músculos faciales, incluidos los que rodean el ojo. Perdieron esta capacidad natural porque de niños tenían miedo de poner cara de enojados frente a sus padres.

No es inusual que en este ejercicio el paciente se sienta desbordado por su ira y ataque al terapeuta. Esto es algo que nunca me sucedió pese a que utilice este ejercicio cientos de veces, pero reconozco la posibilidad de que suceda y controlo el ejercicio. El paciente debe permanecer sentado durante el mismo. Si hace algún ademán de levantarse de la silla, interrumpo el ejercicio. Por supuesto que, además, me mantengo fuera del alcance del paciente. Sin embargo, aún adoptando todas estas medidas de seguridad, no haría el ejercicio con un paciente que tuviera tendencia a perder contacto con la realidad o algún grado de psicosis. Tal vez la medida de seguridad más importante sea el hecho de que no le tengo miedo a la ira del paciente.

Si sus ojos expresan ira con claridad, significa que una fuerte carga energética paso por el cuerpo y entró en los ojos. Cuando  se trata de la ira, la excitación fluye por la espalda hacia arriba, hasta la parte superior de la cabeza y entra en los ojos, como describí en un capitulo anterior. Cuando movilizo con fuerza esa expresión en mis ojos, siento que los pelos de la parte superior de la espalda y de la cabeza se me ponen de punta, se  puede observar el mismo fenómeno en un perro cuando se eriza de rabia. Esta carga es importante para los ojos porque los pone  claramente en foco y mejora la visión. Como vimos, en el caso del temor se da el movimiento opuesto: la energía se retira de los ojos. Los individuos atemorizados suelen sentirse confundidos debido a que tienen dificultades para enfocar; tales dificultades desaparecen con este ejercicio. Sin embargo, no debe esperarse que el hecho de practicar estos u otros ejercicios bioenergéticos cambie el patrón de temor de toda una vida. Es necesario integrar el sentimiento de ira a la personalidad para que su expresión sea fácil, natural y adecuada a la situación; entonces esa expresión ocurrirá en forma espontánea cuando surja la necesidad. 

martes, 3 de enero de 2017

El Gozo, parte 29


Capítulo 9 (continuación)

El individuo que sufre un colapso nervioso queda confundido y no sabe quien es, donde se encuentra ni que está sucediendo. Perder los limites del self implica perder el sentido de la realidad; es una pérdida de la conciencia de nuestro verdadero self. Esta es una experiencia que, en si misma, produce temor. La persona se encuentra desorientada y despersonalizada; en el estado de despersonalizacion, el individuo no es consciente de su cuerpo pero el temor desaparece.
Al disociarse la mente del cuerpo, que es la división que tiene lugar en los casos de esquizofrenia, se cercena toda percepción de los sentimientos.

El temor a la demencia esta ligado al proceso, y no al estado de disociación, al igual que el temor a la muerte es en realidad el temor a morirse, y no a estar muerto. Lo que produce temor es el proceso de abandonar el control del ego.
Y, sin embargo, es lo que buscamos en lo profundo de nuestro ser, puesto que constituye la base para experimentar alegría. Muchos ritos religiosos incluyen practicas que producen en un individuo un estado de excitación desbordante y hacen que trascienda los limites de su self. En una ceremonia vudú que presencie en Haití hace muchos años, esto se lograba bailando al ritmo continuo de dos tambores. El joven que bailó con esa música durante casi dos horas termino en un estado de trance en el que ya no tenia pleno control de su cuerpo.

Yo experimente en ciertas oportunidades una excitación abrumadora que me transporto y cambio mi sentido de la realidad. Recuerdo que de niño me deleitaba tanto con las luces, la música y la actividad general de un parque de diversiones que me parecía que estaba en un mundo mágico. Otra vez me reí tanto durante un juego que perdí la cuenta de si estaba despierto o dormido. Y una vez tuve un orgasmo tan intenso que me sentí fuera de este mundo. No tuve miedo en ninguna de estas ocasiones; de otro modo, estas experiencias jamás habrían tenido lugar y, de hecho, fueron sumamente placenteras y gozosas hasta el éxtasis.

Existe un mundo de diferencia entre la locura que es pasión (la pasión divina) y la locura que es demencia. En la primera situación, la excitación es placentera y permite que el ego se expanda hasta que, en el momento final, se lo trasciende; Pero aún en este momento, la trascendencia no es ajena al ego, puesto que es natural y es un signo de vida. Constituye una entrega a la vida más profunda del self, la vida que opera en el nivel inconsciente. Los niños no tienen miedo de perder el control del ego. De hecho, les encanta. Suelen dar vueltas hasta que se marean y caen al piso riéndose de placer. Sin embargo, en estos casos, soltar el control es un acto libre que se lleva a cabo sin presiones. La falta de control del ego es natural en los niños muy pequeños. Estos niños nunca tuvieron este control ni supieron lo que es; al igual que los animales, se guían por sus sentimientos y no por el pensamiento consciente.

A medida que vamos creciendo y se desarrolla nuestro ego, nos convertimos en individuos conscientes de nosotros mismos y comenzamos a pensar en nuestros actos. La imposición de un control consciente permite que la persona adapte su comportamiento para lograr objetivos mayores y más lejanos que la satisfacción de las necesidades inmediatas. Sin embargo, cuando actuamos de acuerdo con nuestros pensamientos e ideas, no somos espontáneos, lo que elimina la alegría y reduce el placer que puede provocar una acción. Como esto se hace con el fin de obtener un placer mayor en el futuro, constituye un modo de reacción sano y natural; se convierte en una pauta neurótica cuando el control se vuelve inconsciente y arbitrario, y no se lo puede entregar.

El control consciente se puede entregar en el momento apropiado; no sucede lo propio con el control inconsciente, puesto que uno no se percata ya sea del control mismo, o de sus mecanismos y dinámica. El control inconsciente afecta a muchos individuos, a los que les resulta muy difícil expresar sus sentimientos o hacer valer sus deseos. Tienden a ser pasivos y a hacer lo que se les ordena. Aún cuando, si se esfuerzan, logran decir “No”, la voz les sale débil y su expresión carece de convicción. Su capacidad de autoafirmación se ve obstaculizada por tensiones musculares crónicas en la garganta, que ahogan el sonido, y en el pecho, que restringen la respiración, lo que reduce la cantidad de aire que circula por las cuerdas vocales.

Podría decirse que el individuo está inhibido, que no se anima a exigir nada por si mismo. En general, la persona es consciente de esta inhibición, pero no esta en condiciones de liberarla ya que no comprende la razón de esa inhibición ni percibe las tensiones que la constituyen. Se puede tratar el problema por medio de la terapia. 249

Prácticamente cualquier persona puede perder la cordura si se la presiona lo suficiente como para quebrantar su ego. Por otro lado, una carga energética que crece gradualmente podría fortalecer el ego si el individuo cuenta con el apoyo de un terapeuta que le proporcione el control que el paciente abandona.
Cuando la excitación y la tensión que produce llega a un punto demasiado alto, el cuerpo reacciona espontáneamente para descargarla por medio del gritos El grito es un sonido agudo que aumenta en altura e intensidad hasta que llega a un clímax. En el grito, a diferencia del llanto, la onda de excitación fluye hacia arriba y llega a la cabeza, mientras que en el llanto la onda fluye hacia abajo y llega al vientre. El sonido que produce el llanto es grave, a diferencia del que produce el grito. Al llorar, descargamos el dolor de la soledad y la tristeza, buscamos contacto y comprensión. Al gritar, descargamos el dolor producido por una excitación intensa, que puede ser positiva o negativa. Los niños gritan deleitados cuando el entusiasmo placentero es muy grande, o gritan con temor cuando sienten dolor. El grito funciona como una válvula de seguridad gracias a la cual se evacua una excitación que, si no se liberara, podría hacer estallar la mente del individuo. Los pacientes siempre se sienten mas tranquilos y abiertos después de gritar.

Y así como todos tenemos alguna razón para llorar (por ejemplo, la falta de alegría en nuestra vida), también tenemos razones para gritar. Para la mayoría de las personas, la lucha por sobrevivir es demasiado intensa, demasiado dolorosa y cansada, pero la toleramos porque tenemos miedo de sentir un gran deseo de gritar “¡No soporto mas!”. Tenemos miedo de que eso haga estallar nuestra mente, cuando en realidad puede salvarla.

Hace unos años, describí en un programa de radio el valor de gritar; uno de los oyentes llamó para decir que había estado usando esa técnica de liberación en forma regular mientras se dirigía en auto a su casa al final del día. Contó que era un viajante de comercio y que a las cinco de la tarde ya se sentía cansado y tenso. Gritar en el auto mientras iba por la ruta le permitía descargar las tensiones y, así, cuando llegaba a su casa, estaba relajado y de buen humor. A partir de entonces, he oído historias similares. Si las ventanillas del auto están cerradas, nadie oirá el grito. El ruido del auto y del transito sofocan los demás sonidos. Se lo recomiendo a los pacientes que necesitan gritar pero están inhibidos por el temor de que los oigan. Podríamos gritar con la cara en la almohada, lo que sirve de ayuda, pero para soltarnos por completo, necesitamos sentirnos libres. Mi consultorio en Nueva York es a prueba de ruidos.

Hace muchos años, traté a una mujer que se sentía desconectada de la vida. Había estado casada muy poco tiempo con un hombre agradable que murió ante sus ojos en un accidente de avión. Ella estaba mirando el avión privado en el que iba su marido mientras se acercaba para aterrizar, cuando de repente el avión se descontrolo y se estrello. Seguramente esto le produjo un shock, pues dio media vuelta y se fue caminando sin llorar ni emitir ningún sonido. Me di cuenta de que ella había bloqueado el grito que una experiencia como esa debió de haber provocado. Mientras estaba acostada en la cama, le pedí que intentara gritar. Su garganta congelada solo emitió un sonido grave. Para que soltara el grito, coloque dos dedos sobre los músculos escalenos anteriores en los costados del cuello, que estaban muy apretados y constreñían la garganta; cuando ejercí presión sobre estos músculos, broto un grito que ella no pudo controlar. Siguió gritando después de que retiré los dedos. Luego, al ceder los gritos, rompió en un sollozo profundo que duro un rato. Después de llorar, dijo que sentía que había recuperado la vida. En un año volvió a casarse.

He seguido este procedimiento con muchos pacientes que no pueden gritar. En la mayoría de los casos, responden con gritos fuertes y claros. La presión inmediata sobre esos músculos tan apretados resulta dolorosa, pero en cuanto el paciente grita, el dolor desaparece porque los músculos se relajan. Los pacientes se sienten tan liberados por los gritos que ninguno se ha quejado del ejercicio; de todos modos, siempre explico antes que haré y para qué. Me di cuenta de lo importante que es gritar a partir de mi propia experiencia terapéutica con Reich, que describí antes. Ese grito abrió la puerta de mi alma y permitió que salieran a la superficie los recuerdos que había mantenido enterrados durante años.

Hay otro aspecto del grito que es importante para experimentar alegría.
La corriente de excitación que recorre el cuerpo es polar, lo que significa que, como señalé antes, la onda que asciende y la que desciende tienen la misma intensidad y distinta dirección. Uno de los aspectos de la dirección descendente es sexual. Si uno puede permitir que la onda que fluye en dirección ascendente culmine en un grito pleno, también puede permitir que la onda descendente culmine en un orgasmo. La parte superior estalla en un grito y la inferior en un orgasmo. Ambas son descargas poderosas. Sin embargo, el hecho de que una persona pueda gritar una vez no constituye un signo de potencia orgásmica, la que depende de la capacidad de gritar con libertad y plenitud en cualquier momento.

No se puede forzar un grito. Si uno intenta forzarlo, surge un chillido o un aullido que raspa la garganta. Para gritar, es necesario soltarse, algo que a los niños les resulta muy fácil. Por desgracia, esa capacidad se cercena en los primeros años de vida, cuando el padre o la madre no tolera que su hijo grite y considera que grita porque esta loco. Los locos gritan debido a que la presión interna aumentó a tal punto que ya no pueden contenerla, no porque estén locos: suelen agitarse por esa misma razón. Su grito es una medida protectora. Si no gritaran para liberar la presión, podrían volverse violentos y matar a alguien. En general, el paciente que grita no es peligroso, pero si bien el grito es una medida de seguridad, no es una respuesta integral frente a la experiencia de que a uno lo vuelvan loco. Esta respuesta requiere movilizar todo el cuerpo en una expresión cargada de significado, lo cual sucede cuando el movimiento de las piernas que patean esta coordinado con el grito y con las palabras “me estas volviendo loco”.

El acto de gritar es una descarga emocional tan poderosa que se lo ha utilizado como base de otros dos enfoques psicoterapéuticos. El más conocido es la terapia del grito primal desarrollada por Arthur Janov, cuyo libro The Primal Scream causo bastante sensación cuando se publico, en parte porque prometía una cura rápida para la neurosis y en parte porque tocaba una realidad de las personas que hasta el momento los psicoanalistas y terapeutas habían pasado por alto. Esa realidad es que todos los neuróticos sienten un profundo dolor provocado por las heridas tempranas de sus vidas. La terapia primaria es la técnica que utiliza Janov para descargar ese dolor gritando, lo cual transforma a la persona, al menos por un tiempo, en un individuo libre, que ya no esta limitado por su temor neurótico. Janov se dio cuenta de que el núcleo de la neurosis era la supresión de los sentimientos, relacionada con la inhibición de la respiración y el desarrollo de tensión muscular. Al leer el libro, muchas personas sintieron su necesidad de gritar para liberar el dolor y reaccionaron con entusiasmo ante las promesas de cura hechas por Janov. Los pacientes que “explotaban” en un grito después de respirar con profundidad decían sentirse “puros”, “limpios”.

Yo tuve una experiencia similar en mi primera sesión con Reich, pero aunque abrió una ventana a mi self más profundo, no me curó. Ya hace cincuenta años que emprendí mi viaje de autodescubrimiento y, si bien me descubrí más, no encontré cura alguna. El verdadero progreso en una terapia es un proceso de crecimiento, no una transformación. Nos volvemos mas abiertos, mas maduros: el acento esta puesto en el “mas”.
Para evitar malentendidos, debo explicar que en la terapia no se trata solo de expresar sentimientos. El autodescubrimiento requiere un considerable trabajo analítico que incluye el análisis cuidadoso del comportamiento actual, la situación transferencial, los sueños y las experiencias del pasado. El dialogo constituye un aspecto primordial del análisis bioenergético. Prepara el terreno para que el paciente reelabore sus problemas emocionales, aunque no los elimina en un nivel profundo. Se por experiencia que el insight y la comprensión de los conflictos no los resuelve en un nivel profundo, aunque brinda al paciente los medios para que su ego los aborde con mas eficacia.

No basta con hablar y entender para liberar en forma significativa las graves tensiones musculares que incapacitan a la mayoría de las personas. Esas tensiones bloquean la expresión de los sentimientos y la única manera de liberarlas es expresar esos sentimientos con plenitud; pero, para que esto suceda, el ego debe participar en esa expresión.
En realidad, la expresión plena de los sentimientos no solo libera la tensión sino que además fortalece el ego y la autoposesión. Si bien de niños gritamos, cuando lo hacemos con entendimiento no nos sentimos niños. Los adultos son personas maduras, son niños que han madurado y tienen todas las capacidades y sensibilidades del niño, pero también la madurez y autoposesión para hacer que sus acciones en el mundo sean eficaces.