martes, 19 de abril de 2016

Los Pinches Tiranos, parte 1

LOS PINCHES TIRANOS

(Resumen del cap. 2, del libro de C. Castaneda “El Fuego Interno”)

 Don Juan no me volvió a hablar de la maestría de “estar consciente de ser” hasta meses después.
-La importancia personal es nuestro mayor enemigo. Piénsalo, aquello que nos debilita es sentirnos ofendidos por los hechos y malhechos de nuestros semejantes. Nuestra importancia personal requiere que pasemos la mayor parte de nuestras vidas ofendidos por alguien.
“Los nuevos videntes recomendaban que se debían llevar a cabo todos los esfuerzos posibles para erradicarla de la vida de los guerreros. He tratado de demostrarte que sin importancia personal somos invulnerables”.
Dijo que los videntes, antiguos y nuevos, se dividen en dos categorías. La primera queda integrada por aquellos que están dispuestos a ejercer control sobre sí mismos, así, pueden canalizar sus actividades hacia objetivos que beneficiarán a otros videntes y al hombre en general. La otra categoría está compuesta de aquellos a quienes no les importa ni el control de sí mismos ni ningún objetivo pragmático. Se piensa de forma unánime entre los videntes que estos últimos no han podido resolver el problema de la importancia personal.

-La importancia personal no es algo sencillo e ingenuo -explicó-. Por una parte, es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, y por otra, el núcleo de toda nuestra podredumbre. Deshacerse de la importancia personal requiere una obra maestra de estrategia.
Le dije que sus amonestaciones sobre la importancia personal me recordaban a los catecismos. Si algo era odioso para mí era el recuerdo de los sermones acerca del pecado.
- Los guerreros combaten la importancia personal como cuestión de estrategia, no como dogma de fe. Tu error es entender lo que digo en términos de moralidad.
- Yo lo veo a usted como un hombre de gran moralidad- insistí.
-Lo que tú estás viendo como moralidad es simplemente mi impecabilidad- dijo.
-El concepto de impecabilidad, así como el de deshacerme de la importancia personal, es un concepto demasiado vago para serme útil- le comenté.
Don Juan se atragantó de risa., y yo lo desafié a que explicara la impecabilidad.
- La impecabilidad no es otra cosa que el uso adecuado de la energía -dijo-. He ahorrado energía y eso me hace impecable. Para poder entender esto, tú tienes que haber ahorrado suficiente energía, o no lo entenderás jamás.

Durante largo tiempo permanecimos en silencio. Luego continuó:
-Los guerreros hacen inventarios estratégicos -dijo-. Hacen listas de sus actividades en intereses. Y luego deciden cuáles de ellos pueden cambiarse para, de ese modo, dar un descanso a su gasto de energía.
Don Juan dijo que en los inventarios estratégicos de los guerreros, la importancia personal figura como la actividad que consume la mayor cantidad de energía, y que por eso se esforzaban en erradicarla.
-Una de las primeras preocupaciones del guerrero es liberar esa energía para enfrentarse con ella a lo desconocido -prosiguió Don Juan-. La acción de recanalizar esa energía es la impecabilidad.
Dijo que la estrategia más efectiva fue desarrollada por los videntes de la Conquista, los indiscutibles maestros del acecho, y que consiste en seis elementos  que tienen influencia recíproca. Cinco de ellos se llaman los atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento, la habilidad de escoger el momento oportuno y el intento. Estos cinco elementos pertenecen al mundo privado del  el guerrero que lucha por perder su importancia personal. El sexto elemento, que es quizá el más importante de todos, pertenece al mundo exterior y se llama el pinche tirano. Me miró como si en silencio me preguntara si le había entendido o no.
-Estoy realmente perdido -dije-. El otro día dijo usted que la Gorda es la pinche tirana de mi vida. ¿Qué es exactamente un pinche tirano?
-Un pinche tirano es un torturador -contestó-. Alguien que tiene el poder de acabar con los guerreros, o alguien que simplemente les hace la vida imposible.

Don Juan sonrió con malicia y dijo que los nuevos videntes desarrollaron su propia clasificación de los pinches tiranos. Me aseguró que había un tinte de humor malicioso en cada una de sus clasificaciones, porque el humor era la única manera de contrarrestar la compulsión humana de hacer engorrosos inventarios y clasificaciones.
Los nuevos videntes juzgaron correcto encabezar su clasificación con la fuente primaria de energía, el único y supremo monarca del universo, y le llamaron simplemente el tirano. Naturalmente, encontraron que los demás déspotas y autoritarios quedaban infinitamente por debajo de la categoría de tirano. Comparados con la fuente de todo, los hombres más temibles son bufones, y por lo tanto,  los nuevos videntes los clasificaron como pinches tiranos.

La segunda categoría consiste en algo menor que un pinche tirano. Algo que llamaron los pinches tiranitos; personas que hostigan e infringen injurias, pero sin causar la muerte de nadie. A la tercera categoría le llamaron los repinches tiranitos o los pinches tiranitos chiquitos, y en ella pusieron a las personas que solo son exasperantes y molestos a más no poder.
Agregó que la categoría de los pinches tiranitos había sido dividida en cuatro más. Una estaba compuesta por aquellos que atormentaban con brutalidad y violencia. Otra, por aquellos que lo hacen creando insoportable aprensión. Otra para aquellos que oprimen con tristeza. Y la última, por esos que atormentan haciendo enfurecer.

Cuando pongas en juego los ingredientes de la estrategia de los nuevos videntes, sabrás cuán eficaz e ingeniosa es la estratagema de usar a un pinche tirano. No solo eliminarás la importancia personal, sino que también te será claro que la impecabilidad es lo único que cuenta en el camino del conocimiento.
 
Don Juan explicó que solo los videntes que son guerreros impecables y que tienen control sobre el intento logran el engranaje de todos los cinco atributos. Es una maniobra suprema.
-Cuatro atributos es todo lo que se necesita para tratar con los peores pinches tiranos -continuó-. Claro está, siempre y cuando se haya encontrado a un pinche tirano. Mi benefactor siempre decía que el guerrero que se topa con un pinche tirano es un guerrero afortunado. Su filosofía era que si no tienes la suerte de encontrar uno en tu camino, tienes que salir a buscarlo.

Los videntes, al entender la naturaleza del hombre, llegaron a la conclusión indisputable de que si uno se las puede ver con los pinches tiranos, uno ciertamente puede enfrentarse a lo desconocido sin peligro, y luego, incluso, uno puede sobrevivir a la presencia de lo que no se puede conocer.
Nada puede templar tan bien el espíritu de un guerrero como el trabajar con personas imposibles en posiciones de poder. Solo bajo esas circunstancias pueden los guerreros adquirir la sobriedad y la serenidad necesarias para ponerse frente a frente a lo que no se puede conocer.
A grandes voces disentí con él. Le dije que, en mi opinión, los tiranos convierten a sus víctimas en seres indefensos o en seres tan brutales como los tiranos mismos.
-La diferencia está en algo que acabas de decir -repuso-. Tú hablas de víctimas, no de guerreros. Yo también creía lo mismo que tú. Ya te contaré lo que me hizo cambiar, pero primero volvamos otra vez a lo que te estaba diciendo acerca de los tiempos coloniales. Los videntes de aquella época tuvieron la mejor oportunidad. Los españoles fueron tales pinches tiranos que pudieron poner a prueba las habilidades más recónditas de esos videntes; después de lidiar con los conquistadores, los videntes estaban listos para encarar cualquier cosa. En aquel tiempo había pinches tiranos hasta en el mole.
El ingrediente perfecto para producir un soberbio vidente es un pinche tirano con prerrogativas ilimitadas.
-¿Usted encontró un pinche tirano, don Juan?
-Tuve suerte. Un verdadero ogro me encontró a mí. Sin embargo, en aquel entonces, yo me sentía como tú, no podía considerarme afortunado, aunque mi benefactor decía lo contrario.

Don Juan dijo que su penosa experiencia comenzó unas semanas antes de conocer a su benefactor. Apenas tenía veinte años de edad en aquel entonces. Había conseguido un empleo como jornalero. Siempre había sido muy fuerte. Un día llegó una señora muy bien vestida que parecía ser mujer rica y de autoridad, se le quedó viendo, luego hablo con el capataz y partió. El capataz se acercó a don Juan, diciéndole que si le pagaba, él lo recomendaría para un trabajo en la casa. Don Juan le respondió que no tenía un centavo. El capataz sonrió y le dijo que no se preocupara, que el día de pago tendría bastante.
Don Juan dijo que, puesto que él era un humilde indio ignorante que vivía al día, no solo se creyó hasta la última palabra, sino que hasta creyó que una hada benéfica le había hecho un regalo. El capataz mencionó una considerable suma, que tendría que pagarse en abonos.

De inmediato, el capataz llevó a don Juan a la casa del patrón, y ahí lo dejó con otro capataz, un hombre enorme, sombrío y de físico horrible que le hizo muchas preguntas. Se alegró cuando supo que don Juan no tenía familia alguna.
Le prometió a don Juan que le pagaría mucho, y que hasta podría ahorrar, porque iba a vivir y a comer en la casa.
La manera como el hombre rió aterró tanto a don Juan que de inmediato trató de salir corriendo. El hombre le cortó el camino con un revolver en la mano.
-Estas aquí para trabajar como burro -dijo-. Que no se te olvide.
Con mucha fuerza empujó a don Juan, y le pegó con un garrote. Después de comentar que él hacía trabajar a sus hombre de sol a sol, puso a trajinar a don Juan desenterrando dos enormes troncos de árbol cortados. También le dijo a don Juan que si otra vez intentaba escapar o acudir a las autoridades, lo mataría a balazos.
-Trabajarás aquí hasta que te mueras -le dijo-. Y después otro indio tomará tu puesto, así como tú estás tomando el puesto de un indio muerto.   

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