martes, 26 de abril de 2016

Los Pinches Tiranos, parte 2


LOS PINCHES TIRANOS (continuación)

Don Juan dijo que la casa parecía una fortaleza inexpugnable, con hombres armados con machetes por doquier. Así que hizo lo único sensato que podía hacer: ponerse a trabajar y tratar de no pensar en sus cuitas. Trabajó en la casa del patrón por tres semanas y el hombre abusó de él a cada instante. Bajo la amenaza constante de su cuchillo, pistola o garrote, el capataz lo hizo trabajar en las más peligrosas condiciones. Cada día lo mandaba a limpiar los pesebres mientras seguían en ellos los nerviosos garañones. Al comenzar el día, don Juan tenía la certeza de que no iba a sobrevivirlo. Y sobrevivir solo significaba que tendría que pasar otra vez por el mismo infierno al día siguiente.

En su día feriado, don Juan pidió unas horas para ir al pueblo a pagarle el dinero que le debía al capataz del molino de azúcar. Era un pretexto. El capataz se dio cuenta y repuso que don Juan no podía dejar de trabajar, ni siquiera un minuto, porque estaba endeudado hasta las orejas. Don Juan entendió la maniobra de los dos capataces: estaban de acuerdo para hacerse de indios pobres del  molino, trabajarlos hasta la muerte y dividirse sus salarios. Don Juan explotó, sorprendió a todos y pudo salir corriendo por la puerta delantera. Casi logró huir, pero el capataz lo alcanzó y en medio del camino le pegó un tiro en el pecho y lo dio por muerto. Sin embargo, su destino no fue morir; ahí mismo lo encontró su benefactor y lo cuidó hasta que se repuso.

-Cuando le conté toda mi historia a mi benefactor -prosiguió don Juan-, apenas logró contener su emoción. “Ese capataz es un verdadero tesoro. Algún día tienes que volver a esa casa”
- Este es uno de los relatos más horribles que he escuchado -dije-.¿Realmente volvió usted a esa casa?
-Claro que volví, tres años después. Mi benefactor tenía razón. Un pinche tirano como aquel no podía desperdiciarse.
-¿Cómo logró usted regresar?
-Mi benefactor ideó una estrategia utilizando los cuatro atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno.

Los nuevos videntes consideraban que había cuatro pasos para el camino del conocimiento. El primero es el paso que dan los seres humanos al convertirse en aprendices. Cuando los aprendices cambian sus ideas acerca de sí mismos y acerca del mundo, dan el segundo paso y se convierten en guerreros, es decir, en seres capaces de la máxima disciplina y control sobre sí mismos. El tercer paso, lo dan los guerreros al adquirir refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno, así se convierten en hombres de conocimiento. Cuando los hombres de conocimiento aprenden a ver, han dado el cuarto paso y se han convertido en videntes.

Don Juan había adquirido ya un mínimo de control y disciplina. Para  adquirir el refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno, fue que su benefactor preparó una estrategia. La idea de usar a un pinche tirano no solo es perfeccionar el espíritu sino también para la felicidad y el gozo del guerrero.
Don Juan explicó que el error de cualquier persona que se enfrenta a un pinche tirano es no tener una estrategia en la cual apoyarse; el defecto fatal es tomar demasiado en serio los sentimientos propios, así como las acciones de los pinches tiranos. Los guerreros por otra parte, no solo tienen una estrategia bien pensada, sino que también están libres de la importancia personal. La realidad es una interpretación que hacemos. Ese conocimiento fue la ventaja definitiva que los nuevos videntes tuvieron sobre los españoles.

Siguiendo el plan estratégico de su benefactor, don Juan volvió a conseguir trabajo en el mismo molino de azúcar. Nadie recordó que trabajó ahí. La estrategia especificaba que tenía que ser esmerado y prudente con quien fuera que llegara buscando otra víctima. Resultó que la misma señora llegó, y se fijó inmediatamente en don Juan, quien tenía aún más fuerza física que la vez anterior.
Tuvo la misma rutina con el capataz. Sin embargo, la estrategia requería que don Juan, desde el principio, rehusara pago alguno al capataz. Al hombre jamás se le había hecho eso, y quedó asombrado. Amenazó con despedirlo del trabajo. Don Juan amenazó por su parte, diciendo que iría directamente a la casa de la señora a verla. El hombre comenzó a regatear, y don Juan le exigió dinero antes de aceptar ir a casa de la señora. El capataz le entregó algunos billetes. Don Juan se dio cuenta que accedía solo como ardid.
- El mismo me llevó de nuevo a la casa -dijo don Juan-. “En cuanto llegamos ahí, corrí a buscar a la señora. La encontré, caí de rodillas y besé su mano para darle las gracias. Los dos capataces estaban lívidos.

El capataz de la casa me hizo lo mismo que antes, pero yo estaba preparadísimo. Mi control me hizo cumplir con las más absurdas necedades del tipo. No me importaba un comino mi orgullo o mi terror. Yo estaba hí como guerrero impecable. El afinar el espíritu cuando alguien te pisotea se llama control.
La estrategia requería, además, que en lugar de sentir compasión por sí mismo, como lo había hecho antes,  se dedicara a explorar el carácter del capataz, sus debilidades, sus peculiaridades.

Encontró que los puntos fuertes del capataz eran su osadía y su violencia. Su gran debilidad era que le gustaba su trabajo y que no quería ponerlo en peligro. Bajo ninguna circunstancia intentaría matar a don Juan dentro de la propiedad, durante el día. También tenía familia.
-Reunir toda esa información mientras te golpean se llama disciplina -dijo don Juan-
El refrenamiento es esperar con paciencia, sin prisas, sin angustia: es una sencilla y gozosa retención del pago que tiene que llegar.
-Mi vida era una humillación diaria- prosiguió don Juan, y sin embargo, yo era feliz. La estrategia fue lo que me hizo aguantar de un día a otro sin odiar a nadie. Yo era un guerrero. Sabía que estaba esperando y sabía qué era lo que estaba esperando. En eso radica el regocijo de ser guerrero.

La estrategia incluía acosar sistemáticamente al hombre, escudándose siempre tras un orden superior, así como habían hecho los videntes del nuevo ciclo durante la Colonia, al escudarse en la iglesia católica. El escudo de don Juan era la señora dueña de la casa. Cada vez que la veía se hincaba ante ella y la llamaba santa. Le rogaba que le diera una medalla de su santo patrón para que el pudiera rezarle por su salud y bienestar.
-Me dio una medalla de la virgen- prosiguió don Juan, y eso casi aniquiló al capataz. Y cuando conseguí que las cocineras se reunieran a rezar por la salud de la patrona casi sufrió un ataque. Creo que entonces decidió matarme. No le convenía dejarme seguir adelante.
“Después de aquello ya no dormía profundamente, ni dormía en mi cama. Cada noche me subía al techo de la casa. Desde ahí vi dos veces al hombre llegar a mi cama con un cuchillo.
“Todos los días me empujaba a los pesebres de los garañones con la esperanza de que me mataran a patadas, pero yo tenía una plancha de tablas pesadas que apoyaba en una de las esquinas. El hombre nunca lo supo porque los caballos le daban náuseas; era otra de sus debilidades, la más mortal de todas, como resultó al fin.

Don Juan  dijo que la habilidad de escoger el momento oportuno es una cualidad abstracta que pone en libertad todo lo que está retenido. Control, disciplina y refrenamiento son como un dique detrás del cual todo está estancado. La habilidad de escoger el momento oportuno es la compuerta del dique.
Don Juan sabía que el hombre no se atrevería a matarlo a la vista de la gente de la casa, así que un día, en presencia de otros trabajadores y también de la señora, don Juan insultó al hombre. Le dijo que era un cobarde y un asesino que se amparaba con el puesto de capataz. La estrategia exigía aprovechar el momento oportuno y voltearle las cartas al pinche tirano.

-Un momento después- prosiguió don Juan-, el hombre enloqueció de rabia, pero yo estaba piadosamente hincado frente a la patrona. Cuando la señora entró a su recamara, el capataz y sus amigos lo llamaron a la parte trasera, supuestamente para hacer un trabajo. Don Juan fingió obedecer, pero en vez de dirigirse adonde el capataz le ordenaba corrió hacia los establos. Confiaba en que los caballos harían tanto ruido que los dueños saldrían a ver lo que pasaba. Y en que tampoco se acercaría a los caballos. Esa suposición no se cumplió.
-Salté al pesebre del más salvaje de los caballos- dijo don Juan-, y el pinche tirano, cegado por la rabia, sacó su cuchillo y se metió tras de mí. Al instante, me escondí detrás de mis tablas. El caballo le dio una sola patada y todo acabó.

“Yo había pasado seis meses en esa casa, y durante ese periodo ejercí los cuatro atributos del guerrero. Gracias a ello había triunfado. Experimente lo que siente el guerrero impecable cuando usa el refrenamiento y la habilidad de escoger el momento oportuno.

-¿Triunfan alguna vez los pinches tiranos, y destruyen al guerrero que se les enfrenta?- pregunté.
-Desde luego. Durante la Conquista y la Colonia los guerreros murieron como moscas. Los pinches tiranos podían condenar a muerte a cualquiera, por su simple capricho. Bajo ese tipo de presión, los videntes alcanzaron estados sublimes.
-Los nuevos videntes- dijo don Juan- usaban a los pinches tiranos no solo para deshacerse de su importancia personal sino también para lograr la muy sofisticada maniobra de desplazarse fuera de este mundo. Ya entenderás conforme vayamos discutiendo la maestría de estar consciente de ser.

Le expliqué que lo que yo había preguntado era si, en el presente, los pinches tiranos podrían derrotar a un guerrero.
-Todos los días- contestó-. Hoy en día, por supuesto, los guerreros siempre tienen la oportunidad de retroceder, luego reponerse y volver. Pero el problema de la derrota moderna es de otro género. El ser derrotado por un repinche tiranito no es mortal sino devastador. Son arrasados por su propio sentido de fracaso. Para mi, eso equivale a una muerte figurada.
-¿Cómo mide usted la derrota?
- Cualquiera que se une al pinche tirano queda derrotado. El enojarse y actuar sin control o disciplina, el no tener refrenamiento es estar derrotado.
-¿Qué pasa cuando los guerreros son derrotados?
- O bien se reagrupan y vuelven a la pelea con más tino, o dejan el camino del guerrero y se alinean de por vida a las filas de los pinches tiranos.

martes, 19 de abril de 2016

Los Pinches Tiranos, parte 1

LOS PINCHES TIRANOS

(Resumen del cap. 2, del libro de C. Castaneda “El Fuego Interno”)

 Don Juan no me volvió a hablar de la maestría de “estar consciente de ser” hasta meses después.
-La importancia personal es nuestro mayor enemigo. Piénsalo, aquello que nos debilita es sentirnos ofendidos por los hechos y malhechos de nuestros semejantes. Nuestra importancia personal requiere que pasemos la mayor parte de nuestras vidas ofendidos por alguien.
“Los nuevos videntes recomendaban que se debían llevar a cabo todos los esfuerzos posibles para erradicarla de la vida de los guerreros. He tratado de demostrarte que sin importancia personal somos invulnerables”.
Dijo que los videntes, antiguos y nuevos, se dividen en dos categorías. La primera queda integrada por aquellos que están dispuestos a ejercer control sobre sí mismos, así, pueden canalizar sus actividades hacia objetivos que beneficiarán a otros videntes y al hombre en general. La otra categoría está compuesta de aquellos a quienes no les importa ni el control de sí mismos ni ningún objetivo pragmático. Se piensa de forma unánime entre los videntes que estos últimos no han podido resolver el problema de la importancia personal.

-La importancia personal no es algo sencillo e ingenuo -explicó-. Por una parte, es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, y por otra, el núcleo de toda nuestra podredumbre. Deshacerse de la importancia personal requiere una obra maestra de estrategia.
Le dije que sus amonestaciones sobre la importancia personal me recordaban a los catecismos. Si algo era odioso para mí era el recuerdo de los sermones acerca del pecado.
- Los guerreros combaten la importancia personal como cuestión de estrategia, no como dogma de fe. Tu error es entender lo que digo en términos de moralidad.
- Yo lo veo a usted como un hombre de gran moralidad- insistí.
-Lo que tú estás viendo como moralidad es simplemente mi impecabilidad- dijo.
-El concepto de impecabilidad, así como el de deshacerme de la importancia personal, es un concepto demasiado vago para serme útil- le comenté.
Don Juan se atragantó de risa., y yo lo desafié a que explicara la impecabilidad.
- La impecabilidad no es otra cosa que el uso adecuado de la energía -dijo-. He ahorrado energía y eso me hace impecable. Para poder entender esto, tú tienes que haber ahorrado suficiente energía, o no lo entenderás jamás.

Durante largo tiempo permanecimos en silencio. Luego continuó:
-Los guerreros hacen inventarios estratégicos -dijo-. Hacen listas de sus actividades en intereses. Y luego deciden cuáles de ellos pueden cambiarse para, de ese modo, dar un descanso a su gasto de energía.
Don Juan dijo que en los inventarios estratégicos de los guerreros, la importancia personal figura como la actividad que consume la mayor cantidad de energía, y que por eso se esforzaban en erradicarla.
-Una de las primeras preocupaciones del guerrero es liberar esa energía para enfrentarse con ella a lo desconocido -prosiguió Don Juan-. La acción de recanalizar esa energía es la impecabilidad.
Dijo que la estrategia más efectiva fue desarrollada por los videntes de la Conquista, los indiscutibles maestros del acecho, y que consiste en seis elementos  que tienen influencia recíproca. Cinco de ellos se llaman los atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento, la habilidad de escoger el momento oportuno y el intento. Estos cinco elementos pertenecen al mundo privado del  el guerrero que lucha por perder su importancia personal. El sexto elemento, que es quizá el más importante de todos, pertenece al mundo exterior y se llama el pinche tirano. Me miró como si en silencio me preguntara si le había entendido o no.
-Estoy realmente perdido -dije-. El otro día dijo usted que la Gorda es la pinche tirana de mi vida. ¿Qué es exactamente un pinche tirano?
-Un pinche tirano es un torturador -contestó-. Alguien que tiene el poder de acabar con los guerreros, o alguien que simplemente les hace la vida imposible.

Don Juan sonrió con malicia y dijo que los nuevos videntes desarrollaron su propia clasificación de los pinches tiranos. Me aseguró que había un tinte de humor malicioso en cada una de sus clasificaciones, porque el humor era la única manera de contrarrestar la compulsión humana de hacer engorrosos inventarios y clasificaciones.
Los nuevos videntes juzgaron correcto encabezar su clasificación con la fuente primaria de energía, el único y supremo monarca del universo, y le llamaron simplemente el tirano. Naturalmente, encontraron que los demás déspotas y autoritarios quedaban infinitamente por debajo de la categoría de tirano. Comparados con la fuente de todo, los hombres más temibles son bufones, y por lo tanto,  los nuevos videntes los clasificaron como pinches tiranos.

La segunda categoría consiste en algo menor que un pinche tirano. Algo que llamaron los pinches tiranitos; personas que hostigan e infringen injurias, pero sin causar la muerte de nadie. A la tercera categoría le llamaron los repinches tiranitos o los pinches tiranitos chiquitos, y en ella pusieron a las personas que solo son exasperantes y molestos a más no poder.
Agregó que la categoría de los pinches tiranitos había sido dividida en cuatro más. Una estaba compuesta por aquellos que atormentaban con brutalidad y violencia. Otra, por aquellos que lo hacen creando insoportable aprensión. Otra para aquellos que oprimen con tristeza. Y la última, por esos que atormentan haciendo enfurecer.

Cuando pongas en juego los ingredientes de la estrategia de los nuevos videntes, sabrás cuán eficaz e ingeniosa es la estratagema de usar a un pinche tirano. No solo eliminarás la importancia personal, sino que también te será claro que la impecabilidad es lo único que cuenta en el camino del conocimiento.
 
Don Juan explicó que solo los videntes que son guerreros impecables y que tienen control sobre el intento logran el engranaje de todos los cinco atributos. Es una maniobra suprema.
-Cuatro atributos es todo lo que se necesita para tratar con los peores pinches tiranos -continuó-. Claro está, siempre y cuando se haya encontrado a un pinche tirano. Mi benefactor siempre decía que el guerrero que se topa con un pinche tirano es un guerrero afortunado. Su filosofía era que si no tienes la suerte de encontrar uno en tu camino, tienes que salir a buscarlo.

Los videntes, al entender la naturaleza del hombre, llegaron a la conclusión indisputable de que si uno se las puede ver con los pinches tiranos, uno ciertamente puede enfrentarse a lo desconocido sin peligro, y luego, incluso, uno puede sobrevivir a la presencia de lo que no se puede conocer.
Nada puede templar tan bien el espíritu de un guerrero como el trabajar con personas imposibles en posiciones de poder. Solo bajo esas circunstancias pueden los guerreros adquirir la sobriedad y la serenidad necesarias para ponerse frente a frente a lo que no se puede conocer.
A grandes voces disentí con él. Le dije que, en mi opinión, los tiranos convierten a sus víctimas en seres indefensos o en seres tan brutales como los tiranos mismos.
-La diferencia está en algo que acabas de decir -repuso-. Tú hablas de víctimas, no de guerreros. Yo también creía lo mismo que tú. Ya te contaré lo que me hizo cambiar, pero primero volvamos otra vez a lo que te estaba diciendo acerca de los tiempos coloniales. Los videntes de aquella época tuvieron la mejor oportunidad. Los españoles fueron tales pinches tiranos que pudieron poner a prueba las habilidades más recónditas de esos videntes; después de lidiar con los conquistadores, los videntes estaban listos para encarar cualquier cosa. En aquel tiempo había pinches tiranos hasta en el mole.
El ingrediente perfecto para producir un soberbio vidente es un pinche tirano con prerrogativas ilimitadas.
-¿Usted encontró un pinche tirano, don Juan?
-Tuve suerte. Un verdadero ogro me encontró a mí. Sin embargo, en aquel entonces, yo me sentía como tú, no podía considerarme afortunado, aunque mi benefactor decía lo contrario.

Don Juan dijo que su penosa experiencia comenzó unas semanas antes de conocer a su benefactor. Apenas tenía veinte años de edad en aquel entonces. Había conseguido un empleo como jornalero. Siempre había sido muy fuerte. Un día llegó una señora muy bien vestida que parecía ser mujer rica y de autoridad, se le quedó viendo, luego hablo con el capataz y partió. El capataz se acercó a don Juan, diciéndole que si le pagaba, él lo recomendaría para un trabajo en la casa. Don Juan le respondió que no tenía un centavo. El capataz sonrió y le dijo que no se preocupara, que el día de pago tendría bastante.
Don Juan dijo que, puesto que él era un humilde indio ignorante que vivía al día, no solo se creyó hasta la última palabra, sino que hasta creyó que una hada benéfica le había hecho un regalo. El capataz mencionó una considerable suma, que tendría que pagarse en abonos.

De inmediato, el capataz llevó a don Juan a la casa del patrón, y ahí lo dejó con otro capataz, un hombre enorme, sombrío y de físico horrible que le hizo muchas preguntas. Se alegró cuando supo que don Juan no tenía familia alguna.
Le prometió a don Juan que le pagaría mucho, y que hasta podría ahorrar, porque iba a vivir y a comer en la casa.
La manera como el hombre rió aterró tanto a don Juan que de inmediato trató de salir corriendo. El hombre le cortó el camino con un revolver en la mano.
-Estas aquí para trabajar como burro -dijo-. Que no se te olvide.
Con mucha fuerza empujó a don Juan, y le pegó con un garrote. Después de comentar que él hacía trabajar a sus hombre de sol a sol, puso a trajinar a don Juan desenterrando dos enormes troncos de árbol cortados. También le dijo a don Juan que si otra vez intentaba escapar o acudir a las autoridades, lo mataría a balazos.
-Trabajarás aquí hasta que te mueras -le dijo-. Y después otro indio tomará tu puesto, así como tú estás tomando el puesto de un indio muerto.   

martes, 5 de abril de 2016

La desobediencia y otros ensayos, parte 9

EL HUMANISMO COMO FILOSOFÍA GLOBAL DEL HOMBRE
(continuación)

Hay diferencias entre los diversos tipos de humanismo contemporáneo, sin duda. El humanismo católico y el protestante dan en la actualidad una importancia similar al amor, la tolerancia y la paz, pero dentro de un marco teísta que declara que estos propósitos y valores están garantizados por la existencia misma de Dios. El humanismo existencial, acentúa la completa libertad del hombre, y sin embargo implica una gran dosis de desesperanza. (Esta es, por supuesto, una crítica con la que muchos estarán en desacuerdo). No hay ninguna duda, sin embargo, de que el existencialismo sartreano forma parte de la filosofía humanista de hoy.

El humanismo socialista presenta dos aspectos que me gustaría enfocar. El primero es que su imagen del hombre es de autonomía, sin un marco teísta de referencia; es un humanismo combativo, o sea, un humanismo político; es optimista, no por fe, sino por convicción. Otra faceta, es el amor al prójimo, la negación del egotismo, el sentirse feliz al esforzarse por la felicidad de otros. Por supuesto, abolir las condiciones sociales de la desdicha general es el aspecto práctico, político, del humanismo marxista.

Pero una cuestión crucial es qué quiere significar cuando habla de “luchar por la felicidad de otros”, y este es el segundo aspecto que deseo examinar. ¿Qué es la felicidad? ¿Es el estado de una persona que hace lo que desea? Entonces un masoquista es feliz cuando lo golpean, un sádico cuando puede golpear, un drogadicto es feliz cuando dispone de la droga.
¿Puede no obstante definirse el sentido de la vida en términos que sean objetivamente validos? Cuando lo hacemos, no volvemos a la religión tradicional o recaemos en el sistema autoritario, sea que la Iglesia o el Estado determinen lo que es hermoso, lo que es bueno, lo que el hombre debe tratar de alcanzar? Y entonces surge un problema muy serio: ¿hay alguna manera de reconciliar una contradicción semejante, de llegar a un sistema de valores objetivamente válidos sin volver a un sistema de valores controlado por el estado o la Iglesia e impuesto a los hombres? Estas preguntas se las formulan la mayoría de los humanistas.

Tenemos que aceptar el principio de que no debe haber ningún dogma, ninguna fuerza, y en tanto éste es un concepto no teístico de humanismo, las ideas y valores no deben basarse en la creencia en Dios. No debe haber ninguna fuerza que impida a le gente la satisfacción de sus deseos, incluidos los drogadictos, o cualquier tipo de actividad sexual, siempre que no dañen a otras personas. Me parece que el problema no consiste en tabuar ni prohibir la satisfacción de los deseos, sino en estimular al hombre en el cultivo de deseos que sean verdaderamente humanos, deseos que sean lo que un ser humano en desarrollo, activo y vivo. El desarrollo solo puede lograrse por el cultivo de los deseos humanos; no puede surgir mediante la reglamentación de los deseos que ya existen -eso simplemente no funciona-.

¿Cómo pueden estimularse los deseos? Primero, tomando en serio nuestra tradición humanista, porque en la actualidad la mayor parte de lo que decimos sobre nuestra tradición es prédica, es ideología, y no se refleja en los hechos de la vida. Y segundo, como socialista que soy creo que los deseos humanos solo pueden estimularse por una práctica y organización social diferentes, por una atmósfera social distinta.

La siguiente cuestión es la de cómo establecemos la validez de ciertas metas humanas, de ciertos valores humanos, si su vigencia no se basa en Dios, la revelación o la simple tradición. Creo que es posible hacerlo mediante un examen de las condiciones de la existencia del hombre, por el análisis de las contradicciones intrínsecas de la existencia humana y por un análisis de cuál es la manera óptima de resolverlas. Esta tarea la realizó muy efectivamente el budismo hace 2500 años. Podemos estar o no de acuerdo con las conclusiones budistas, pero fue una tentativa completamente no mito lógica, racional, de comprender la existencia humana, de ver sus problemas y de encontrarles una respuesta. Puede haber respuestas mejores, pero metodológicamente ésta fue la primera vez que se realizó un análisis objetivo y racional.

Pienso que las respuestas y los valores de este tipo de humanismo se orientarían en la siguiente dirección. Hay un supremo valor en la personalidad productiva, autogestiva en el sentido de Spinoza, Goethe o Marx. Esta es contraria al homo consumens, el eterno succionador que es la estructura promedio del carácter en la sociedad industrial de hoy. De este modo, una persona desarrollaría su amor y su razón.
Otro supremo valor sería la capacidad del hombre para trascender. Se dice que el hombre tiene que ir más allá de sí mismo para ser plenamente humano, y este “más allá de sí mismo” se define luego habitualmente como Dios.
Pero si uno habla en términos de la experiencia humana el concepto de Dios es totalmente innecesario, y la cuestión se transforma en: ¿puede un hombre desprenderse de su ego? ¿puede dejar la prisión de su propia existencia separada? ¿puede vaciarse por dentro?¿Puede abrirse al mundo? Como lo expresaron los místicos, ¿puede estar vacío para estar lleno? O, para utilizar una expresión que Marx empleó a menudo: “Lo que importa es que el hombre sea mucho, no que tenga mucho o use mucho”. en su forma más radical, llegaríamos a lo que podría llamarse misticismo ateístico, como se encuentra efectivamente en el budismo Zen. Podríamos describirlo como un sentimiento de unidad con el mundo que no se basa en la creencia en Dios, aunque sin embargo, no difiere mucho de la vivencia de ciertos místicos cristianos, judíos o musulmanes que han expresado la misma experiencia en otros conceptos y en otras palabras.

Hay una cosa más que debemos decir: cualquier humanismo de esta clase debe tener una jerarquía estricta de valores; sin ella, el resto no tiene sentido. Si alguien desea llegar a ser pianista y trata de hacerlo practicando media hora por semana, es un tonto; y si alguien desea alcanzar los valores del humanismo sin otorgarles una completa superioridad sobre cualquier otro valor, simplemente se engaña.
En el siglo XIX Nietzsche proclamó que Dios había muerto. Hoy una cantidad de teólogos protestantes dicen lo mismo. En lo que respecta a la mayoría de la gente, probablemente sea cierto. Pero el problema actual no consiste tanto en si Dios ha muerto, sino en si el hombre está muerto. No físicamente  -aunque también nos amenaza el riesgo-, sino espiritualmente. La cuestión es si el hombre se ha transformado o está transformándose cada vez más en un autómata, lo que llegará a dejarlo totalmente vacío y privado de vitalidad. El nuevo humanismo está unificado en su determinación de que el hombre no muera.

Es importante no solo protestar contra los males; hay tantos males en la actualidad que cada uno tiene por cierto ocasión de protestar. Pero imaginemos por un momento que no hubiera ninguna cuestión racial, ni guerra por protestar.¿Qué está haciendo el lector por su vida? Creo que debemos darnos cuenta de que si bien, la protesta es necesaria no es la única forma de actividad humana, y creo que es fundamental que la nueva generación busque un marco de referencia, una orientación y una devoción que no sea la del mundo burgués, enteramente subjetivo, ni la de la religión, prescrita por un dogma y por la organización que lo apoya, sino más bien la de una elección de valores que lleven a una mayor exaltación de la vida en sentido humanista. No debemos tener temor de enfrentar los problemas espirituales de nuestra existencia humana.