martes, 16 de julio de 2019

El cambio es hacia abajo, parte 8


Hablamos del amor, pero veneramos el poder.

Los humanos somos como los árboles, arraigados a la tierra en un extremo y tendiendo al cielo desde el otro. Miramos al firmamento como fuente de energía vital, pero también dependemos de la tierra. Cuán alto podemos tender depende de la fuerza de nuestras raíces. Si se desarraiga un árbol, mueren sus hojas; si se desarraiga una persona su espiritualidad se convierte en una abstracción carente de vida.
Como criaturas de la tierra, estamos conectados al suelo a través de las piernas y los pies. Habitualmente, cuando decimos de un individuo que tiene los pies en la tierra, significa que sabe quién es y dónde está parado. Disociarnos de nuestra naturaleza animal y por lo tanto, de la mitad inferior del cuerpo, es perder nuestro enraizamiento. 

Dice un viejo proverbio que un árbol nunca es más fuerte que sus raíces. Así, un buen jardinero aplaza el crecimiento de un árbol para dar impulso al desarrollo de su sistema de soporte y absorción. Nosotros hacemos justo lo contrario con nuestro hijos. Los estimulamos en exceso para que crezcan rápido, pero no damos el apoyo y alimento que fortalecerían sus raíces. Empujamos a nuestro hijos como nos empujamos a nosotros mismos, sin darnos cuenta que forzándolos a crecer y a hacer cosas, minamos su fe y su seguridad.

Parece que eso es lo que pretende imponer  nuestra civilización occidental con una regulación excesivamente rigurosa. 
 Dice Lowen:  Implantan el pertinaz metrónomo de la rutina dentro del bebe o del niño pequeño para regular las primeras experiencias con su cuerpo y con su entorno físico inmediato. Después de esta socialización tan mecánica, se le anima a que se desarrolle dentro de un burdo individualismo. Persigue ambiciones, anhelos, pero permanece compulsivamente en carreras estandarizadas. Esto ha conducido al dominio de la máquina, pero también a una corriente subterránea de eterno descontento y ofuscación individual.

La persecución, ya sea por estatus social, el mismo poder, o solo por dinero no nos ha dejado ver la realidad de nuestra existencia, rechazando que dependemos de esta tierra para nuestro bienestar y sobrevivencia.
Olvidamos la realidad de que  nuestra voluntad y nuestra mente dependen, por completo, del funcionamiento sano y natural del cuerpo.
Éste  posee una sabiduría derivada de miles de millones de años de historia evolutiva, que la mente consciente apenas puede imaginar.
La parte obscura e inconsciente de nuestro cuerpo es la que mantiene el fluir de la vida. No vivimos por obra de nuestra voluntad. La voluntad es impotente para regular o coordinar los complicados procesos bioquímicos y biofísicos del cuerpo. Si  ocurriera lo inverso, ante la primera falla de la voluntad la vida acabaría.

¿ Podremos vivir en armonía con la naturaleza y con nosotros mismos? Entonces  podremos vivir en familiaridad con nuestros hijos. Si en cambio pretendemos seguir explotando a la naturaleza, explotaremos también a nuestros hijos.
Los antiguos chinos estaban muy conscientes de la necesidad de armonía entre fuerzas opuestas. Hoy en día, podríamos lograr esa armonía integrando las filosofías oriental y occidental. La vía occidental a la tranquilidad de espíritu se hace a través del proceso conocido como análisis o terapia. La vía oriental, a través de la meditación.
La razón y el sentimiento deben unirse en principios que nos guíen en cuanto al modo correcto y sano de conducir nuestra vida.
Ser fiel a uno mismo significa tener la libertad interior de sentir y aceptar los propios sentimientos y de poder expresarlos.

El fenómeno de la empatía, que nos permite sentir lo que siente otra persona, tiene lugar cuando dos cuerpos vibran en la misma longitud de onda. Podemos emular el amor de Dios por el hombre a través del amor que nos demostramos unos a otros.  Cuando así lo hacemos, a menudo logramos conectar con nuestro prójimo. Una sonrisa atenta puede reconfortar a otra persona como un rayo de sol. La persona amable acepta a los demás, no por obligación sino por solidaridad. Esto no significa que nunca se enfade,  pero su ira será entonces directa y de breve duración.

Es difícil aminorar el ritmo cuando el mundo pasa corriendo a nuestro lado. Es difícil arraigarse cuando la cultura misma está desarraigada, cuando niega la realidad y fomenta la ilusión de que el éxito material representa un estado superior y que la gente con dinero lleva una vida más rica y plena. De cualquier modo, los verdaderos significados en la vida son valores terrenos: la salud, la gracia, la conexión, el placer y el amor. Pero estos valores cobran significado sólo si se tiene los pies firmemente asentados en la tierra.

La vida es un proceso continuo, un constante desvelar circunstancias y potencialidades que están ocultas en el presente. Si no se tiene esperanza y compromiso hacia el futuro, la propia vida se entumecerá, lo que sucede a los deprimidos.
Mantener  dicha sensación de estar conectado y actuar en consecuencia, es la característica del hombre de fe, de un hombre que tiene fe en la vida. Con un lugar en su corazón para cada niño, y respeto por sus mayores.

Bibliografía:

Bennet,E.A. Lo que verdaderamente dijo Jung. Introducción a la Psicología de Carl Jung. Ed. Aguilar. México.1974.

Fromm, E. El Arte de Amar. Ed. Paidos. 1956.

Jung, C.G. Psicología y Alquimia. Ed. Santiago Rueda. Buenos Aires, 1944.

Lowen,A. La depresión y el cuerpo. La base Biológica de la Fe y la Realidad. ed. Alianza. 2001.España.

Lowen, A. La espiritualidad del cuerpo. Un camino para alcanzar la armonía y el estado de gracia. Ed. Paidos. 1993

Monbourquette, J. De la autoestima a la estima del Yo profundo. De la psicología a la espiritualidad. Ed. Sal Terrae 

Ubando, j. La relación de pareja. Un camino al desarrollo. Instituto de Estudios de la Pareja, S.C. México. 1997.

Zweig, C. y Abram,J. Encuentro con la sombra. El poder del lado obscuro de la naturaleza humana. Ed. Kairos.1991.

martes, 9 de julio de 2019

El Cambio es hacia abajo, parte 7

Abrir el Corazón

Todos admitimos que el corazón es un símbolo del amor. Pero esta relación ¿es tan sólo simbólica? ¿O hay entre ellos una conexión real?
La mayoría de las personas han experimentado el rápido latir del corazón en presencia de un ser querido y también la sensación de peso en el corazón que sigue a una pelea de enamorados.¿Qué validez podemos conceder al concepto de, por ejemplo, corazón partido? Aunque los corazones no se rompen, cuando el amor es rechazado o se pierde a alguien querido, es claro que en semejantes situaciones algo se rompe.
¿Existe algo así como un corazón cerrado o un corazón abierto? Estas cuestiones son importantes para la comprensión no sólo de nuestros sentimientos, sino también de la salud del corazón, pues si damos por sentado que la conexión entre el corazón y el amor es real, se puede plantear la hipótesis de que un corazón sin amor debe inevitablemente languidecer y morir.

Desde las épocas más remotas el corazón ha sido un profundo símbolo en el pensamiento del hombre. No sólo simboliza el centro emocional de la humanidad, sino también el centro espiritual….En el corazón es donde nos encontramos con nuestro Dios en una relación cara a cara. El hermano David Steindl-Rast, monje benedictino, notable por su participación en el diálogo interreligioso, coincide con ello: Cuando finalmente encontramos nuestro corazón, encontramos el reino en que estamos íntimamente unidos con nosotros mismos, con los demás y también con Dios. Los Upanishads también sitúan al yo en el corazón: En verdad el Sí mismo es el corazón….Quien sabe esto entra en el reino celestial todos los días. 
Por metafóricas, espirituales y filosóficas que puedan ser estas enseñanzas, tiene que haber alguna base física real para esta repetida conexión entre el corazón humano y la fuente de la vida. Esta base resultaría ser el propio latido del corazón, el pulso rítmico que lleva la sangre vivificante por todo el cuerpo. Es la manifestación más clara de la fuerza vital en el organismo humano.

Abrir la personalidad significa abrir el corazón a una persona para que sea capaz de expresar y recibir amor. Una persona abierta siente en su pecho el afecto que los otros le profesan. Su sexualidad está imbuida de amor por su pareja, y cada paso que da es un contacto de  sentimientos con la tierra.
Cuando decimos de una persona que tiene el corazón cerrado, queremos decir que no se puede penetrar en él. Por supuesto, si realmente se cerrara el corazón, se moriría. Se puede, sin embargo, constreñir o restringir los intentos de llegar a su interior . Y uno puede convertir la caja torácica en una prisión a base de tensiones musculares que rigidizan e inmovilizan el torso.

El pecho rígido e inflado, en el lenguaje corporal, está diciendo: No voy a dejar que llegues a mi corazón. Esta actitud del cuerpo es muy probablemente, el resultado de una decepción grave en una relación amorosa temprana, concretamente en la relación madre-hijo. Reich describe esta tensión como una forma de ponerse una armadura para evitar que le vuelvan a hacer daño. Sirve también para matar el dolor de la traición inicial y es por tanto, una defensa contra todos los sentimientos.

La depresión sobrevendrá a cualquier persona a la que le falte la fe en sí misma y que deba compensarlo haciendo diversas acciones, ya sea para conseguir una aspiración personal o para corregir una injusticia social. Así, el hombre de negocios exitoso es tan vulnerable a la depresión como el militante que busca darle la vuelta al sistema.
Porque más allá del sistema, lo que está en juego es un modo de vida en el que el individuo se vea a sí mismo como parte de un orden más amplio y alcance su individualidad al sentirse que pertenece y participa en él. Esto contrasta con una individualidad basada en el pensamiento y en una imagen adornada de uno mismo. 


martes, 2 de julio de 2019

El Cambio es Hacia Abajo, parte 6


El Animismo no está muerto

Animismo, tal como lo define el diccionario, es la creencia en que todos los objetos poseen una vitalidad natural, es decir, están dotados de almas que moran en ellos. El término se usa para designar la forma más primitiva de religión, la del hombre de la Edad de Piedra. Este espíritu o fuerza se creía que moraba tanto en los seres vivientes como en las rocas, herramientas, ríos y montañas. En esta visión, también reservaba un lugar especial para el espíritu de los muertos, que formaban parte de la comunidad viviente.
La importancia del animismo para lo que aquí nos ocupa es que representaba una forma de vida basada en la fe y en el respeto a la naturaleza. El hombre primitivo sentía que formaba parte de las fuerzas naturales igual que ellas formaban parte de su propio ser. Por lo tanto, no podía actuar destructivamente contra la naturaleza sin ser al mismo tiempo autodestructivo.

Las culturas de la Edad de Piedra fueron paulatinamente reemplazadas. 
Cuanto más se separaba el hombre de la naturaleza y se convertía en la especie dominante de la tierra, más centraba todo sentimiento espiritual en sí mismo. Quizá no negaba su propia espiritualidad, pero si la negaba a cualquier otro. 
Las grandes religiones occidentales que surgieron de este desarrollo representan a un Dios cuyo principal interés son los asuntos humanos. Sólo reconocen al hombre como poseedor de alma, lo cual equivale a asignarle una posición única. Aquí comienza el conflicto entre lo espiritual y lo material. Todo aquello a lo que se niega la espiritualidad se convierte  inevitablemente en inferior.

La idea de un Dios todopoderoso, de sexo masculino, Dios padre, es relativamente reciente y se limita a las religiones de la civilización occidental. En nuestra primera religión, se rendía culto a todos los espíritus de la naturaleza. El politeísmo representaba el culto a dioses y diosas, cada uno asociado con aspectos específicos de la vida humana. La ascensión a la supremacía por parte de un único dios masculino se asociaba con la ascensión al poder por parte de un soberano masculino, el rey todopoderoso, al que se lo consideraba descendiente del dios.  .
A pesar de todo, la persona religiosa no se ha olvidado de su relación con el mundo. El animismo no está del todo muerto, se ha transformado en la devoción al gran espíritu que impregna todas las cosas. La persona religiosa cree que el espíritu que le mueve, es el mismo que late en el mundo.

En lo profundo del vientre

Una persona religiosa se siente parte de una comunidad humana, pertenece a la naturaleza y participa de la unidad con Dios o con el Universo. Toda persona que siente de esta manera es religiosa, sea o no miembro de una iglesia. Puede decirse que todo individuo que tiene sentido de su responsabilidad por sus actos es religioso.
Egoísmo y fe son diametralmente opuestos. A un hombre egoísta sólo le importa su imagen; a uno con fe le importa la vida. Un egoísta se orienta hacia la consecución del poder. Un hombre con fe se orienta hacia el sentido de la vida; y el placer que le da el vivir lo comparte con los que tiene alrededor.  La verdadera fe es una entrega a la vida del espíritu -el espíritu que vive en el cuerpo de la persona- que se manifiesta a través del sentimiento y que se expresa en los movimientos del cuerpo.

La parte inferior del cuerpo es mucho más de naturaleza animal en sus funciones: locomoción, defecación y sexualidad; que la parte superior: pensamiento, lenguaje y manipulación del entorno. Pero es en nuestra naturaleza animal que residen las cualidades del ritmo y de la gracia.
Cuando nos elevamos y alejamos de la mitad inferior del cuerpo, perdemos mucha de nuestra  espontaneidad y  armonía naturales.
Los japoneses, por ejemplo, tienen una palabra, hara, que significa el vientre, pero que también describe a una persona que se halla centrada en esta región. Se dice entonces que tiene hara, es decir, que está equilibrada tanto psicológica como físicamente. Cuando un hombre posee un hara plenamente desarrollado, tiene la fuerza y la precisión de realizar acciones que de otro modo nunca podría conseguir, ni siquiera con la técnica más perfecta, la mayor atención o la más grande fuerza de voluntad. Sólo lo hecho con hara tiene éxito completo.

La mayoría de los occidentales están centrados en la parte superior del cuerpo, principalmente en la cabeza. Reconocemos a la cabeza como el foco del ego, el centro del comportamiento deliberado. En contraste con esto, el centro inferior o pélvico, donde reside el hara, es el centro para la vida inconsciente o instintiva. Cuando comprendemos que no más del 10% de nuestros movimientos son dirigidos conscientemente, y que el 90% son inconscientes, la importancia de este centro se hace evidente. Una analogía aclarará esto. Piense en un caballo y su jinete. El jinete, con su control consciente, funciona como el ego; el caballo proporciona el poder, y unas patas seguras para conducir al jinete a donde quiera ir. Si el jinete se volviera inconsciente, el caballo le traería de vuelta al hogar sano y salvo. Pero si el caballo se viniese abajo, el jinete estaría virtualmente indefenso.

En lo profundo del vientre, se encuentran nuestros sentimientos más profundos: nuestras tristezas y alegrías más hondas, nuestros mayores temores. Las sensaciones dulces y tiernas que acompañan al verdadero amor sexual también se sienten en lo profundo del vientre como un calor que puede extenderse por todo el cuerpo. Los niños experimentan sensaciones agradables en el vientre cuando se hamacan o juegan en el subibaja, de lo que disfrutan tanto. 
En el vientre se aloja tanto la alegría como la tristeza proveniente de la desesperanza cuando no hay armonía. Podemos negar la desesperanza y vivir de una ilusión, pero ésta se derrumbará inevitablemente y hará que el individuo caiga en una depresión; podemos tratar de pasar por encima de la desesperanza, pero esto afecta nuestra sensación de seguridad; o podemos aceptarla y comprenderla, lo que nos libera del temor.

Podemos sentir que no fuimos amados y que podríamos habernos muerto, pero a pesar de que resulta triste tomar conciencia de eso, también podemos darnos cuenta de que no nos morimos. En el caso de un adulto, no ser amado no constituye una sentencia de muerte, si amamos la  vida y le hemos encontrado un sentido. Cuando alguien adopta una actitud de : Si nadie me ama, me voy a morir,   me parece el ejemplo de un individuo patético que tiene tanto temor de vivir como de morir.
El  cultivo de los sentimientos espirituales pertenece al reino de los valores corporales, tales como: el amor, la belleza, la verdad, la libertad y la dignidad, para nombrar algunos. Mientras que los valores del ego o materiales derivan de nuestra relación con  el mundo exterior. Ni el deseo o la ambición de hacerse famoso ni la obsesión de enriquecerse despiertan buenos sentimientos corporales positivos.

Si  la búsqueda de los valores del ego se convierte en la actividad dominante de una cultura, entonces,  se comienzan a depreciar los  valores espirituales, ya que no advertimos su importancia en nuestra vida. 
Necesitamos fe para soltarnos o abandonarnos al cuerpo, a la oscuridad del inconsciente, al submundo de nuestro ser. Pese a que nosotros, hombres modernos, poseemos muchos más conocimientos que los hombres primitivos, tenemos la misma necesidad de que nuestra relación con la naturaleza y el universo sea amigable. Hubo un tiempo en el que percibimos esta armonía, tal vez algunos nos acordemos de la sensación de conexión y certeza que sentimos de niños al experimentar alegría.

En la filosofía y en las religiones  orientales no se establece una separación o disociación entre Dios y la naturaleza, ni entre el espíritu y el cuerpo. Los chinos creen que todos los procesos de la naturaleza y del cosmos están gobernados por la interacción de dos principios o fuerzas: el Ying y el Yang qué, cuando están en equilibrio, garantizan el bienestar del individuo.
El pensamiento oriental se basa en que el hombre no es dueño de su vida, y que está sujeto a fuerzas que no puede controlar. En cambio, para el pensamiento científico occidental, el poder potencial del hombre para controlar la vida es ilimitado. 

La cultura occidental nos alienta a  luchar, a rivalizar, a creer que la voluntad todo lo puede. Sin duda, la voluntad cumple una función muy valiosa en la vida cuando se le utiliza en forma adecuada, es decir,
en situaciones de emergencia en las que se necesita realizar un esfuerzo tremendo para sobrevivir.
Por otro lado,  nos avergüenzan nuestros sentimientos espirituales. La negación del espíritu constituye una característica del individuo narcisista de nuestra época.  Ellos ven al mundo en términos mecanicistas: estimulo y respuesta, acción y reacción, causa y efecto. No dan lugar a los sentimientos; estos son imprecisos, inconmensurables, a menudo impredecibles y obviamente irracionales. Los narcisistas desconocen y niegan la vida del espíritu. Ellos existen   sólo en su mente, están disociados del cuerpo y viven la vida principalmente en su cabeza.

El narcisismo es ajeno a los niños, cuyas vidas giran en torno a la concreción de sus deseos, la alegría de la libertad y los placeres de la autoexpresión.  A los  niños, al igual que a todos, les gusta ser admirados, pero no sacrificarán sus sentimientos para ser especiales o superiores. Son criaturas apasionadas que lo quieren todo, pero no son egocéntricos. Aman y anhelan ser amados porque sus corazones están abiertos.