jueves, 29 de diciembre de 2016

El Gozo, parte 28


9. El miedo: la emoción paralizante

¡Me estas volviendo loco! 


Todos los pacientes en terapia son individuos atemorizados. Algunos son conscientes de su temor, otros lo niegan, pero muy pocos están en contacto con la profundidad de ese temor. En los capítulos anteriores, señalé que los pacientes tienen miedo a sus emociones de amor, ira y tristeza. Tienen el mismo miedo, o tal vez más, temen a su miedo, aunque el miedo no es una emoción amenazadora; es una emoción paralizante, sobre todo cuando es muy grande como en el caso del terror. Un organismo aterrorizado se congela y no puede moverse.  Cuando el temor no es tan grande, siente pánico y huye, pero el pánico es una reacción histérica y por lo tanto ineficaz para afrontar el peligro.

Cuando los niños tienen miedo a. sus padres, que pueden ser irracionales y violentos, no tienen a donde huir. Se aterrorizan. Quedan congelados por el temor; En la selva, cuando un animal se aterroriza y no puede huir de otro que lo ataca, por lo general muere bajo sus garras. Si logra escapar, el temor cede rápidamente y el animal vuelve a la normalidad. El niño que teme a sus padres no tiene escapatoria; por  consiguiente debe hacer algo para superar su estado de parálisis. Tiene que negar y suprimir el temor. Moviliza su voluntad en contra de ese sentimiento. Aprieta los músculos de la mandíbula, como expresión de su determinación; equivale a “No voy a tener miedo”. Al mismo tiempo, se disocia en alguna medida del cuerpo y de la realidad y niega el hecho de que sus padres sean hostiles y amenazadores. Estas son medidas de supervivencia que, por un lado, permiten que el niño madure y se libere de la posibilidad de verse atacado por sus padres y, por el otro, se convierten en una forma de vida, puesto que se estructuran en el cuerpo. El niño, lo sienta o no, vive en estado de temor.

Aunque la mayoría de los pacientes no sienten el grado de su temor, no resulta difícil apreciarlo. Todo músculo con una tensión crónica se encuentra en estado de temor, pero éste se ve con más claridad en las mandíbulas apretadas; en los hombros levantados en los ojos bien abiertos y en la rigidez general del cuerpo. Puede decirse que el individuo esta rígido de miedo.

Decir que el temor esta estructurado en el cuerpo no significa que no se lo pueda liberar. Para liberar al cuerpo de ese estado de temor es preciso que la persona tome conciencia de él y halle alguna forma de descargar la tensión. En el capitulo anterior señale que la ira es el antídoto del temor. El paciente tiene que enojarse, pero enojarse tanto como para volverse un poco loco, es decir, un poco fuera de control. Esto despierta el fantasma de la locura, el temor de que “Si dejase de controlarme, me volvería loco”  Todos los pacientes tienen miedo de volverse locos si dejan de controlarse. En este capitulo, me ocupare de este temor y explicare como lo trato en el análisis bioenergético.

Sin duda, el estrés que provoca criar a un niño en nuestra cultura hiperactiva puede resultar abrumador, sobre todo en el caso de los padres que al mismo tiempo están estresados por sus propios conflictos emocionales y matrimoniales, que nunca faltan. El estrés, si es lo suficientemente fuerte y continuo, puede hacer que un individuo sufra un colapso mental, pero a los padres esto no les sucede, puesto que su estrés tiene una salida. Los padres pueden gritarle a su hijo y hasta pegarle. El niño no cuenta con esa salida; tiene que soportar el maltrato, aunque muchos han intentado huir. Para soportar un estrés intolerable, el individuo debe adormecerse, disociarse de su cuerpo. Los niños se repliegan físicamente en su cuarto, y psicológicamente en su imaginación. Este repliegue divide la unidad de la personalidad y constituye una reacción esquizofrénica.

La cuestión es si el niño puede mantenerse entero y no quebrarse o derrumbarse. Es probable que un niño más grande, de entre tres y cinco anos, haya desarrollado un ego lo bastante fuerte como para resistir y no quebrarse. La resistencia se manifiesta en forma de rigidez, que le permite retener un sentimiento de integridad e identidad. Esa rigidez se convierte entonces en el mecanismo psicológico de supervivencia. La idea de aflojarla provoca temor.

El objetivo de cualquier tipo de tortura es quebrantar el espíritu, la mente o el cuerpo de una persona. No necesariamente produce daños físicos. Uno de los métodos mas eficaces de tortura consiste en impedir el sueño. La mente no tiene forma de recuperarse de los estímulos que recibe, lo que exige un continuo gasto de energía. Tarde o temprano, la persona se quiebra, la mente se escinde de una realidad intolerable.

El ejemplo clásico es un método de tortura chino en el que se entierra a un individuo hasta el cuello y se lo somete a un goteo constante de agua que le cae sobre la cabeza. Llega un momento en el que el estimulo resulta excesivo y, como no hay escapatoria posible, se vuelve intolerable. En este punto, la victima comienza a gritar para descargar la excitación, pero si no recibe ningún alivio, puede perder la cordura; pierde todo control y su mente deja de tener sentido de la realidad.
El maltrato físico puede quebrantarlo y sabemos que es muy común, pero más común todavía es el maltrato verbal o emocional. A muchos niños se los critica constantemente, lo que termina por quebrantar su espíritu. Todo lo que hacen está mal, nada de lo que hagan merece aprobación. El niño siente la hostilidad del padre/madre, una hostilidad profunda que no puede evitar ni comprender.

Algunas personas efectivamente pierden el control y matan a otras o se matan a si mismas. Eso puede ocurrir si el ego es demasiado débil porque se disocio del cuerpo y de sus sentimientos para contener la ira suprimida. Es como si estos individuos anduviesen por todas partes con una granada viva, de la que son totalmente inconscientes. Hacerlos conscientes de esta ira asesina que tienen suprimida reduce el peligro de que explote de modo espontáneo y produzca un efecto mortal. Aceptar nuestros sentimientos fortalece el ego y promueve el control consciente de los impulsos.
Aceptar un sentimiento implica algo más que tener conciencia intelectual de su existencia. Debemos experimentar el sentimiento y hacemos amigos de él. Un día, cuando yo era niño, un perro muy grande corrió hacia mi y me dio mucho miedo. Para que pudiera superar ese temor, mi madre me compro un perro de peluche al que yo mimaba; esto me sirvió, pero nunca supere el temor a los perros hasta que conviví con ellos.

Uno de los principales objetivos de la terapia consiste en ayudar a los pacientes a que aprendan a convivir con su ira de una manera saludable.
En una u otra medida, todos los pacientes son esquizofrénicos controlados. Todos tienen temor de perder el control, de perder la cordura, porque de niños casi los volvieron locos.

Cualquier forma de sobrestimulación, si se prolonga durante el tiempo suficiente, puede llevar a un niño a la demencia. Una de estas formas es la estimulación sexual del niño ya sea mediante el contacto físico o mediante un comportamiento seductor. El niño no tiene forma de descargar esta excitación, que entonces actúa como un elemento irritante permanente en el cuerpo.

Cuando miro el cuerpo de mis pacientes, veo el dolor provocado por las tensiones, que los atan y restringen. Las bocas apretadas, las mandíbulas duras, los hombros levantados, los cuellos duros, los pechos inflados, los vientres hacia adentro, las pelvis inmóviles, las piernas pesadas, los pies angostos, son todas muestras del temor a soltarse, de una existencia dolorosa. Mis pacientes no suelen quejarse de dolor, aunque algunos sientan dolores ocasionales en diferentes partes del cuerpo (como en la parte inferior de la espalda). De lo que si se quejan es de algún malestar emocional que los hace comenzar la terapia; pero al principio, la mayoría supone que la aflicción es psicológica. Casi todas las personas temen al dolor físico, ante el cual reaccionan como lo hacían de niños. Quieren que el dolor se vaya. 245

Volver al cuerpo es un proceso doloroso, pero al reexperimentar el dolor, nos volvemos a conectar con la vida y los sentimientos que habíamos suprimido con el fin de sobrevivir. Al no ser ya niños ni seres dependientes y desamparados, podemos aceptar y expresar esos sentimientos en la segura situación de la terapia. Sin embargo, aun en esta situación, los pacientes tienen demasiado temor al principio como para entregar el control del ego, que les aseguro la supervivencia.

Entregarse al cuerpo implica abandonar el control del ego sobre los sentimientos, pero no significa perder el control sobre las acciones o el comportamiento. No obstante, esto puede ocurrir en los casos en que los sentimientos son demasiado fuertes y el ego demasiado débil. Cuando la mente consciente de un individuo se ve abrumada por una excitación que no puede manejar, puede perder la capacidad de controlar el comportamiento. El individuo queda entonces a merced de sentimientos, como una ira asesina o una lujuria incestuosa, que podrían conducirlo a actos peligrosos y destructivos. Cualquier persona que actúe esos impulsos seria considerada loca o demente y podría terminar en un hospital para enfermos mentales. Pero el temor a la demencia es algo más que el temor a cometer un acto abominable: es el temor a perder el self. Si la mente consciente se ve abrumada por cualquier sentimiento, se pierden los limites del self. Cuando un río inunda las márgenes, no podemos distinguir el río en la masa de agua. El río perdió su identidad, que es lo que le sucede a un individuo que se ve inundado por sus sentimientos. La perdida de la identidad constituye uno de los signos de la demencia. 

lunes, 26 de diciembre de 2016

El Gozo, parte 27

Capítulo 8 (continuación)

Los varones pequeños sufren abusos físicos no solo por parte de los padres sino también de las madres. Vimos un caso en el que la madre abusaba físicamente de su hijo con la intención, consciente o inconsciente, de quebrantar su espíritu para someterlo a ella. Ningún niño es capaz de enfrentarse a la violencia de su madre o de su padre y es inevitable que esta experiencia lo quebrante. Sin embargo, el quebrantamiento no suele ser total, ya que de lo contrario el niño se moriría (aunque sabemos que esos excesos existen) .En lo profundo del cuerpo del niño, queda un núcleo de resistencia que mantiene la vida y le proporciona algún sentido de identidad. La fortaleza de ese núcleo depende de la manera en que el padre/madre se haya relacionado con su hijo. Por ejemplo, es posible que una madre, luego de descargar su furia suprimida, sienta un profundo amor por el hijo del que acaba de abusar. En la medida en que el niño siente este amor, el efecto dañino del abuso se reduce en forma parcial. Si el niño siente que la madre le es hostil al punto de rechazarlo con frialdad, podría convertirse en un esquizofrénico. Los niños son conscientes en algún nivel de que son preferibles los golpes o el abuso físico antes que el rechazo frío, que es la muerte emocional.

 El axioma que los individuos tienden a actuar sobre los demás lo que les hicieron a ellos nos ayuda a entender el comportamiento aparentemente irracional de una madre hacia su hijo. Si de niña la humillaron por alguna expresión sexual, tenderá a hacer lo mismo con sus hijos. La única manera de evitar esta tendencia a actuar sobre seres inferiores e indefensos es que el individuo tenga clara conciencia de lo que le hicieron y un profundo conocimiento del efecto destructivo que eso tuvo sobre su personalidad y su vida, conocimiento que implica poder sentir ira contra el padre/madre por el abuso o violación. Una madre que se avergüence de sus sentimientos sexuales avergonzará a su hija ante cualquier expresión de dichos sentimientos. Las madres se identifican con sus hijas y proyectan en ellas los aspectos negativos de su propia personalidad. Así, una madre es capaz de considerar lascivo el comportamiento sexual de su hija porque a ella la consideraban así de niña. Al criticar a su hija por ser sexual le esta diciendo: “Tu eres la mala, la impura. Yo estoy limpia”.

Por otro lado, también puede proyectar sobre su hija sus deseos sexuales insatisfechos deseando inconscientemente que su hija los actúe para obtener una excitación indirecta a partir de las  acciones de su hija. En realidad una madre puede tener las dos actitudes: una consciente, que degrada a la hija por ser sexual, y otra inconsciente, que la incita a actuar sexualmente. Esta identificación sexual inconsciente de madre e hija tiene un aspecto homosexual, que, de no ser visto, puede convertirse en una obsesión, impidiendo encaminar al paciente hacia su independencia y satisfacción.
El abusado se convierte en el abusador por una identificación inconsciente con él. Esta es la otra cara de la moneda que el paciente debe reconocer y aceptar para lograr una autoaceptación plena.

El abuso sexual produce en el niño excitación y miedo. A todos los niños pequeños les fascinan los genitales de sus padres ya que, por un lado, les dieron vida y por otro, son las llaves para entrar a su propio submundo de placeres y miedos secretos. Sin embargo, el miedo hace que se suprima el abuso y la excitación que produce y queden solo sus huellas. La persona siente una fuerte tentación de repetir la experiencia, a menudo en calidad de abusador pero también de abusado. Creo que esta es la forma en que nace en el adulto la obsesión por tener relaciones sexuales con niños. El desarrollo de su libido se ve obstaculizado porque parte de la energía y de la excitación esta encapsulada en el recuerdo reprimido y los sentimientos a el asociados. El primer paso para liberar la energía contenida es traer estos incidentes a la conciencia.

Al sacar a la luz la experiencia enterrada, se reduce la vergüenza, lo que le permite al individuo sentir su herida y su miedo. La aceptación de estos sentimientos le permitiría, por un lado, llorar y así liberar el dolor y, por otro, enojarse y así restablecer su integridad. Para purificar y liberar el espíritu es necesario que la ira sea real e intensa.

Las madres están en una posición privilegiada para actuar sexualmente sobre sus hijos porque tienen más contacto con el cuerpo del niño que los padres. En la forma de tocar el cuerpo del niño puede estar implícito un elemento sexual, al igual que en el miedo a tocarlo, porque puede despertar sentimientos sexuales. Una madre comentó refiriéndose a su hijo de dos anos: “Su pene es una cosita tan linda que me lo pondría en la boca”. Sin duda el sentimiento presente en este comentario se transmite al niño cuando sus genitales están al descubierto. Su sentido de privacidad con respecto al órgano desaparece. El sentimiento de la madre invade la pelvis del niño y se apodera de sus genitales. Lo que perturba al niño no es el simple hecho de que miren sus genitales, sino que los miren con conciencia o interés sexual.

En toda relación entre un progenitor y su hijo existe el peligro de que el vinculo tenga un fuerte elemento sexual, que ambos niegan y suprimen pero que afecta al niño en forma devastadora.

Los que inician una terapia son afortunados, pues tienen la oportunidad de penetrar en sus problemas y obsesiones y encontrar el verdadero sentido de la vida. No es un viaje fácil ni rápido, como veremos en el próximo capitulo. Yo lo describiría como un viaje al submundo donde yacen enterrados nuestros mas grandes temores, como el miedo a la demencia y a la muerte. Si uno tiene el coraje de enfrentar esos temores, regresara a un nuevo mundo de luz donde se han esfumado las nubes del pasado.